Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 4 de enero de 2009

LA ULTIMA DEL AÑO, UNA PEDALADACON SANTI.

Me llamó por móvil el día 30 de diciembre, siempre simpático y optimista, afable y noble..., charlamos un rato, me confesó que Inma, su mujer, estaba embarazada de su segundo retoño, una niña, según ella, la intuición femenina y unos cálculos que ella barajaba así parecían asegurarlo.

- Uf..., pues aprovecha, que cuando nazca si que se te acaba la bici por completo -bromeé.

Escuché las carcajadas de mi amigo y terminamos quedando para hacer carretera, a eso de las diez de la mañana. Santi quería salir pronto, a las ocho, pero le convencí de lo contrario.

- Santi, es que quería trabajar un poco, para terminar unos sillones y así poder salir con algo de sol y no a oscuras como lo hago siempre, me apetece ver a alguien y no andar por ahí a ciegas, como una marginado que pedalea por la noche

- Vale Pedro, pues a las diez..., pero no me des mucha caña que estoy pasadito de kilos...

- Pues yo estoy fino como un galgo..., ja, ja ja... -reí.

- Cabronazo..., venga, nos vemos mañana.

Conocí a Santi hace unos siete u ocho años, por estas fechas, casualmente. Por entonces, yo subía todos los fines de semana con mis padres al chalé de Los Pinares, muy cerquita de la Sierra Calderona, pasando Bétera y a medio camino de Olocau, un pueblecito serrano, que surge después de coronar un duro repecho, a los pies de unos farallones marrones, envuelto por pinares y atravesado por un barranco de poca profundidad, que desciende tajando la sierra desde Marines Viejo, desde Gatova..., pueblos levantados montaña arriba. Salía con La Querida, como así llamaba a la Massi ZX-II, que montana por entonces, los dos días del fin de semana, sábado y domingo, la gran parte de las veces a solas y otras acompañado por Martín, otro colega de pedaladas..., aunque por entonces pronto empezaría a salir con Los Osos, a abrirles rutas por la sierra, pero eso ya lo contaré más adelante, si a alguien le interesa..., o lo contaré para mi mismo, al fin y al cabo son recuerdos y vivencias agradables, momentos vividos en el monte, en la serranía.

Aquel sábado atravesé la explotación de naranjos de la Masia de la Torre, remonté la suave pendiente que vira y revira hasta enlazar con otra pista que sube desde el aparcamiento de del área recreativa de Porta Coeli. Unos llanos cubierto de pinos y de coscojas, de tomillos y romeros..., y habilitados para que la gente pueda disfrutar, para que los niños y niñas puedan estar cerca de la naturaleza, para que puedan corretear y pasear con sus bicis sin peligro.

Viré a izquierdas y descubrí por delante a otro biker que pedaleaba a buen ritmo, vestía de azul y negro y sus cuadriceps se perfilaban abombados y recios. Apreté un poco y le mantuve la distancia hasta que alcanzamos otro cruce, él giró a derechas, lo mismo que iba a hacer yo. Lo perdí vista y cuando giré volví a verlo, había parado a mear..., a partir de ahí fui yo el perseguido. Fuimos remontando, ya a ritmo de jadeo, yo escuchaba los crujidos de las piedrecillas bajo sus neumáticos, bajo los míos, su respiración, la mía..., hasta que alcanzamos unas rampas en forma de zeta, de tierra rojiza como el rodeno que afloraba entre sus roderas y sobre las laderas en las que se abrió la pista. Fui girando a derechas, bajé una corona, volví a apretar un poco y giré la cabeza sutilmente, lo suficiente para ver por el rabillo del ojo, como el tipo seguía ahí, tenaz, batiendo los pedales con demasiado dentado para el aspecto de sus piernas..., resoplé y me enderecé un poco, fui aminorando hasta que calculé que se había acercado unos metros más, entonces solté una mano del manillar, me giré y le señalé.

- ¡A ver, perseguidor, ven aquí y vamos a rodar juntos...¡

Entonces sonrió, dio unas potentes pedaladas y se colocó a mi derecha, aún sonreía desde una dentadura blanca y saludable.

- Bueno, yo soy Pedro... -dije tendiéndole mi mano.

- Y yo Santi.

- ¿A donde vas...?.

- Pues no se..., he salido a quemar los polvorones, el turrón, los langostinos...

- Vaya, vaya con los excesos..., bueno, entonces vamos a subir al castillo de Serra..., ¿vale...?.

- Donde tu digas.

Al final de esa pedalada hubo intercambios de teléfonos, empezamos a quedar, a fraguar la amistad hasta que Santi empezó a aburrirse de mi..., no se, de mi ausencia de ambiciones ruteras, por decirlo de alguna manera. Yo no salgo del perímetro de la Sierra Calderona, me da igual repetir las rutas, entre otras cosas porque he descubierto de que no nos enteramos ni de la mitad de lo que vemos, Conocemos el camino, los giros, las subidas, casi, casi donde esta cada rodera, cada surco..., pero eso es para asegurarse de no meter la rueda delantera y terminar haciendo la catapulta..., como me pasó a mi, trazando el cerrado giro a derechas, si bajas, del barranco de la Vigueta, vaya trompazo me metí y encima andaba dándomelas de guía con unos jovenzuelos que acababa de conocer..., obviamente no pudieron evitar reírse, incluso uno de ellos hizo un chiste, refiriéndose a “si andaba buscando setas...”.

Santi conoció por entonces a una peña conocida como “Los Nómadas”, una panda de gente que siempre andaba de aquí para allá, abriendo rutas, buscando trialeras, sendas o rampas agónicas. Nunca repetían la misma ruta en el mismo mes y sus pedaladas eran duras y exigentes. Se movían por las serranías de Utiel y Requena, por la Sierra de Espadan, por la Sierra Martés, por Javalambre..., Santi se curtió con ellos, cambió de bici y ha terminado corriendo algunas de las carreras del Open de la Comunidad Valenciana..., y en las ultimas veces que hemos salido juntos ya no he podido con él, hasta el día de fin de año.

Y ahora volvíamos a pedalear juntos, haciendo carretera, unos ocho o siete años después de habernos conocido, con más vivencias sobre nuestras espaldas, sobre nuestras piernas de ciclistas, sobre nuestros ánimos. De hecho mi amigo ya es padre de un chiquillo adorable, se llama Daniel y no es nada travieso..., y por mi parte, pues lo más trascendente fue el infarto cerebral de mi padre hace cinco años, un par de días antes de Nochebuena, ahí cambió mi vida..., es algo que ya he contado en un librito que escribí sobre mi vida, sencilla y humilde y sobre mis andanzas encima de una bicicleta, de rueda gorda o rueda fina, bicicletas son y al fin y al cabo. Lo titulé “Mas allá de la pedalada, el vinculo con la Madre” y si a alguien le apetece leerlo, es cortito y tiene fotos, lo puede descargar de www.olocaudigital.com, hay que clickar en la ventanita “Pedro Bonache” y aparecerá en un listado como “El libro de Pedro”.

Santi apareció puntual, nos dimos la mano y durante unos instantes nos miramos, imagino que viéndonos como extraños o raros, vestidos de “carreteros” y montados sobre las “flacas”. Charlamos un poquito y empezamos a pedalear, a sortear a los coches, a parar y a arrancar en los semáforos, a rodar con cuatro ojos y a apretar un poco más de la cuenta, aun dentro del casco urbano de Valencia. Percibí un leve jadeo en mi colega, le miré y medio sonreí.

- Santi..., ¿por qué aprietas...?.

- Cabrón..., voy como tu.

- Pues vamos a aflojar..., ya tiraremos cuando estemos en carretera.

Fuimos atravesando las poblaciones del área metropolitana de Valencia, de la ciudad de la Formula 1 urbana, de las regatas de multimillonarios, de las ciudades de las Artes y las Ciencias, de la Opera..., pero del olvido de los dependientes, de los despojados de sus viviendas por la especulación urbanística aplaudida desde las consellerias y ayuntamientos..., sacudí la cabeza, me olvidé de esos asuntos, sobre los que he escrito bastante y continué charlando con mi amigo, escuchando como se ilusionaba con la llegada de la nueva hija, escuchándole jadear al seguir el ritmo que mis Q-rings 52-39, imprimían a la cadena, a los piñones, a la llanta, al neumático, al asfalto...., atrás quedó la urbe y fueron apareciendo campos de naranjos a ambos lados de la carretera y al frente, aún lejana y de un tono azulado bajo el cielo algo cubierto y triste..., podíamos ver a la Sierra Calderona, alzándose como una especie de barrera. Observé sus cimas y pronuncié sus nombres mentalmente..., Revalsadores, el Gorgó, la Mola de Segart, Peñas Blancas y Montemayor, el Pico del Águila....,

Santi dejó de hablar y se colocó detrás, al rebufo..., yo volví a sonreír, me encontraba más fuerte que él..., pero bajé al 39 y volvió a colocarse a mi lado. Atravesamos en paralelo el pueblo de Betera, giramos a izquierdas al cruzar el puente sobre el barranco de Carraixet y después otra vez derechas hacia la ruta que aquí conocemos como el “camino de las canteras”. La carretera sube hacia Porta Coeli, pronto nos vimos rodando en silencio, cada uno en sus asuntos, observando los pinares que nos flanqueaban, escudriñando los senderos de tierra que corren en paralelo a la carretera y por los que solemos rodar cuando hacemos montaña, buscando algún conocido, escuchando la rodadura, charlando a veces, salvando los repechos sin atacar, subiendo y bajando, serpenteando entre bosques solitarios y silenciosos, sobre un asfalto sin marcas viales, entre chales aislados, entre parcelas de olivos, de algarrobos, de naranjos..., y dejándonos caer hacia la carretera que sube de Náquera hacia Serra y de ahí hacia el alto del Oronet. Viramos suavemente a izquierdas y descubrí a otro ciclista ya en el cruce, girando hacia el puerto..., no perdón, era una ciclista y esa silueta estilizada en extremo me resultó familiar, bajé un piñón, aceleré, Santi se descolgó y me coloqué junto a la dama, le miré las piernas finas y fibrosas bajo el pantalón largo de invierno, el perfil de su rostro afilado y sonreí.

- ¿Qué tal, mujer galga...?, ¿ya has cambiado de bici...? -pregunté observando la flamante Kuota blanca y negra.

Me miró sin decir nada.

- Eh..., eres de Lliria..., ¿no...? -insistí.

- ¡Ah, ya se quien eres...!, si, si, ya tengo la nueva.

Santi nos alcanzó y llegaron las primeras rampas nada mas entrar en Serra, la cadena trepó un par de coronas y cruzamos el pueblo sin dejar de subir, les esperé un poco y durante un par de kilómetros rodamos los tres juntos, aprovechamos para presentarnos, ella era Chelo, yo era Pedro y Santi era Santi..., y entre jadeos, me fui distanciando, escuchando las amenazas de mi colega y los quejidos exagerados de ella. Fui subiendo el puerto flanqueado de nuevo por espesos pinares, por paredes de rodeno enmohecido, entre umbrías en las que el asfalto aparecía empapado y resbaladizo..., sin dejar de ascender, con los platos ovalados girando una y otra vez de esa manera tan peculiar, sin mirar hacia atrás, rebasando a otros dos ciclistas, dejando a mi derecha el desvío hacia el Garbí y viendo ya por delante el lomo de la carretera contra el cielo enturbiado por las brumas y las nubes..., coroné y me salí de la carretera, di unas cuantas vueltas alrededor de la palmera que ocupa el aparcamiento del bar “El Collado”, para ir bajando las pulsaciones y al poco llegó Santi.

- Tío, te podía haber atacado... -resopló.

- Ya lo se..., te esperaba, pero estaba preparado..., aunque se que en un esprint corto me habrías dejado.

- Ahora, con lo panzudo que estoy ni eso..., ahora cuando pasen las fiestas ya recuperaré el peso.

Mi amigo sacó el botellín y fue dando tragos mientras recuperaba el resuello, yo miraba hacia la carretera, esperaba a la mujer galga, pero no apareció.

- Habrá subido al Garbí -aventuró Santi.

- Bueno, vamos a bajar que tu tienes que relevar a tu mujer y yo atender a mi padre.

Dimos la vuelta a las flacas, rodamos unos metros cuesta abajo, colocamos el 52 y me subí el pasamontañas anaranjado. Coloqué los dedos sobre las manetas de freno del 105 y Santí me adelantó, aún le dió tiempo de mirar hacia el desvío y ahí descubrimos a Chelo, por encima de nuestras cabezas y remontando hacia el alto. Soltamos un par de gritos de despedida, volvimos la vista al descenso y casi sin pedalear fuimos bajando, trazando las curvas, escuchando las turbulencias del viento en los pabellones de las orejas, tirando de los frenos y atravesando Serra ,después Náquera, saliendo de nuevo a la carretera y moviendo el plato grande a ritmo, charlando y pasándolo bien.

Se me hacia extraño y ameno a la vez pedalear en compañía, ir cubriendo los kilómetros distraído, casi sin darme cuenta, relajado..., era el ultimo día del año según el calendario, para mi era un día más solo que en compañía de Santi y haciendo bicicleta, ¿qué mas se podía pedir...?, eché la vista por delante, levantando la barbilla y vi la capital allí abajo, a nivel de mar, brumosa y distante, mas allá de los campos de naranjos que se abrían a nuestro alrededor.

Poco a poco, aquel horizonte, difuso y en la lejanía, fue envolviéndonos, los naranjos desaparecieron, el pinar silencioso se convirtió en hormigón, en asfalto repleto de marcas viales, los árboles en semáforos que se alzaban luminosos y el silencio del “camino de las canteras”, el silencio del alto del Oronet en el murmullo incesante de los motores a gas-oil, a gasolina detonando dentro de los cilindros, que nos rodeaban, en el estallido estridente, facilón, desagradable de los claxon y el ritmo orgánico de la pedalada, envuelto en acelerones ruidosos, en frenadas bruscas, en el fluido alterado de la circulación urbana

Paramos en una rotonda..., clack, clack, clack, clakc..., sonaron las calas y echamos pie a tierra.

- Me has dado un buen tute, cabrón -confesó Santi.

- Ya tenía ganas..., siempre has ido tu por delante.

- No siempre, no siempre..., bueno tete, espero que pases bien lo que queda de fiestas...,a mi aun me quedan un par de comidas familiares.

- A mi ninguna, ya sabes, ayuno, introspección, reflexión...

Santi volvió a carcajear mostrando su dentadura blanca y saludable, una bonita sonrisa, que hace años, gustó a mi madre..., hoy no se si se acordaría de él, la demencia senil anda asomándose de vez en cuando entre sus circunvoluciones cerebrales.

Volvimos a montar y Santi pedaleó hacia Mislata, yo hacia mi calle, junto al viejo cauce del río Turia, atrás quedaban unos 70 kilómetros rodados en compañía, hablando, charlando, disfrutando de la bicicleta, de la amistad, de una relación que surgió allí arriba, en la Sierra Calderona.

4 comentarios:

Noe SLopes dijo...

Ya estoy aqui!!! Me alegro muchisimo que hayas decidido compartir tus experiencias y aventuras aqui. Yo seguramente estaré siguiendote, aunque no siempre escriba comentarios porque no sé que pasa que algunas veces me cuesta mucho cargas las paginas de comentarios, no sé si te pasa eso. Pero bueno, aunque no "hable", estaré por aqui.
Un saludo.

Olocau.Digital dijo...

Hola Pedrote, amigo, aquí el enlace para descarga directa de tu libro:

http://www.olocaudigital.com/Documentos/bonache/ellibrodepedro.zip

Abrazote tío!!

Anónimo dijo...

Pedro bo!
Sigue cultibando esa sensibilidad mque tienes,
y sigue escribiendolo asi nos ayudas a todos.
un abrazo, Pedro Bonaxent!


Fd: uff!

Pedro Bonache dijo...

Anonimo, no te conozco, pero tu comentario me llenó de ánimos y de alegría, me hizo sentir escuchado,leído y valorado. Y precisamente esas sensaciones me han inspirado para preparar un pequeño artículo sobre eso, sobre el agradecimiento en medio de una sociedad en la que no hacemos otra cosa que protestar,criticar a otras perosonas menos a nosotros mismos..., quizás es el momento de empezar a dar las gracias. Un saludo, Anónimo.