De nuevo rescato una de las cartas que enviaba a la prensa, la he vuelto a leer y descubro que había olvidado la breve charla que tuve con este ciclista venerable. Ya no he vuelto a verlo y han pasado años, diría que cinco o alguno más, aún montaba sobre mi Massi ZX - III. No se que habrá sido de Isidoro, yo ya no bajo del chalé los lunes por la mañana, que era cuando solía verlo pero puede que aún siga rodando en solitario y envuelto en el recuerdo de sus hijos, no lo se.
CARTAS AL DIRECTOR.
UN CICLISTA DE 79 AÑOS.
Isidoro, con 79 años pedaleaba todos los días desde Valencia hasta los puertos más conocidos de la Sierra Calderona, Oronét, Garbí, Chirivilla..., por carretera y en solitario. Mi padre y yo lo conocíamos de vista, de verlo pedalear sobre el asfalto hacia esos altos, pero nosotros en coche y él sobre su bicicleta de carretera. Lo bautizamos como el “hombre pequeño”.
Isidoro es bajito, no creo que llegue al metro sesenta y apenas si se mueve cuando rueda. Viste con tonos apagados, azules y negros, casi se confunde con la vía y ya forma parte del paisaje.
El sábado monté sobre La Querida, es mi bici de montaña y por la vía de servicio fuí a buscar las pistas forestales de la Calderona, por delante descubrí una figura menuda y vestida con tonos apagados, le alcancé y por fin quedé cara a cara con el “hombre pequeño”. Le dije que le conocía y entonces me lo contó. “Setenta y nueve años y el día veintiocho cumplo los ochenta, salgo todos los días..., pero esto es muy duro”. Le felicité por adelantado y me lo agradeció.“Gracias..., a mis hijos los mataron en el portillo de Buñol, iban en bicicleta y en una curva un camión se llevó a los dos...”. Eso no se supera nunca, le dije, negó con la cabeza y admitió que la depresión no le había dejado desde entonces. Nos despedimos a la altura de la Masia de la Torre, él por asfalto y yo por la tierra de la Calderona. Me dijo que tuviera cuidado y le vi desaparecer hacia Olocau. Encaré la rueda delantera hacia la cima de Revalsadores con la piel erizada y con algunas lagrimas aflorando tras las gafas de sol. Pero nadie me vió angustiado ni llorando, pedaleando con los sentimientos compartidos de Isidoro, salvo la misma Sierra Calderona, que unas horas más tarde ardería en Olocau.
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