Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 27 de mayo de 2012

Sesteando (trailer publicitario de "El verano de los perros flacos")


Sesteando.

Las alas de la cigarra chirriaban, lanzaban ese sonido desde las encinas y Tirma y Atis lo ignoraban, dormitaban a la sombra, mimetizadas entre los claroscuros y moviendo los pies de liebre, soñando con la carrera de la mañana, con las rabonas que habían perdido y con la que habían matado. Sesteaban sobre la tierra desnuda y entre los sueños se mezclaba el ruido sordo de esas otras carreras, las de las zancadas de otros galgos, las de otros lebreles. Eran como las pulsaciones del corazón de magma, a veces era como un rumor, como un crujido cuando los arados abrían la tierra y removían la costra y otras un rumor incesante, cuando aplastaban sus rosetas contra la meseta y oían el discurrir de su propia circulación sanguínea.

Sesteaban y las cigarras rasgaban la atmósfera caliente de la tarde, el aire recalentado vibraba y penetraba en la casa, entre la fresca penumbra creada tras las cortinas echadas o tras las contraventanas entornadas. El aroma del café de las galguerias aún flotaba en el salón silencioso, vacío, sin ojos humanos que lo pudiesen contemplar, sin personas que pudiesen ver el haz de luz que penetró en el zaguán cuando una silueta estrecha se deslizó dentro sin apenas separar la puerta. Tirma se paseó como un fantasma, como un espíritu mesetario que visitase las casas cuando los hombres y las mujeres dormían, como el espectro de un galgo que echase de menos el calor que jamás disfrutó dentro de las casas de homo. Tirma olisqueó la mesita baja, dio un par de lametazos a la bandeja de las galguerias y caminó moviendo las caderas hacia la cocina. Con el largo hocico abrió la tapa del cubo de las basuras y hundió su afilada cabeza en él. Olió enseguida las vísceras de la de la liebre y las tragó sus apenas masticar, reculó relamiéndose, salió de la cocina y se asomó a la habitación de Elena, se dio la vuelta como una culebra en el estrecho pasillo y subió las escaleras. Husmeó en una de las puertas, empujó con la trufa y Lucia se estremeció asustada, pero se relajó cuando se encontró con la tierna mirada de Tirma, cuando volvió a contemplar esa particular expresión de los galgos, la mirada eternamente triste, las orejas siempre sumisas, el cráneo estrecho y esos hocicos largos, interminables, como estiletes, sus cuerpos prietos y casi famélicos, la actitud temerosa, tímida, huidiza.

Lucia cabeceó y sonrió.

- No te muevas de ahí que te hago una foto.

- A mi no –murmuró Elena medio dormida, tumbada sobre la cama de su hermana.

- A ti no te lo decía, se lo decía a Tirma…, bueno creo que es Tirma.

El flash del móvil iluminó durante unas décimas de segundo la penumbra del dormitorio y el perfil de Tirma quedó inmóvil en la pantalla del teléfono.

Elena sonrió y extendió el brazo hacia la galga.

- Ven aquí Tirma, anda, ven aquí.

La perra se coló en la habitación y se movió despacio. Elena le pasó la mano por el lomo y que volvió a sentir cada una de sus vértebras, entonces Tirma gimió y ladeó la cabeza súbitamente.

- Tus heridas cariño, ya no me acordaba de que las dos nos hemos caído.

- Yo si que me acuerdo y pronto esa imagen será carne del face…, estoy apuntito de subirla.

Elena suspiró y observó a su hermana, mientras Tirma bostezaba y se tumbaba junto a la cama. Estaba sentada frente al sencillo escritorio y sobre una silla sin acolchados y con el respaldo muy recto, con el portátil abierto y con el móvil al alcance de la mano.

- Bueno, súbela…, pero no digas que he matado una liebre y que encima me la he comido.

- Joder, es que lo de hoy ha sido muy fuerte –admitió Lucia, apoyándose contra el respaldo y entreabriendo la boca- coño entre esta silla que es dura como la piedra y entre el crucifijo de la pared, juraría que me he metido a monja y que estoy en una celdilla de esas de un convento…, ¿y que has sentido cuando Tirma te traía al conejo ese…?.

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