Oscuridad al otro lado de mis ojos abiertos, tumbado sobre el costado derecho..., me vuelvo hacia el otro lado y mi mano emerge de entre las sabanas, se mueve en esa misma ausencia de luz y oprime el pulsador del despertador.
Desconecté la alarma programada para las seis de la madrugada y encendí el flexo, aparté la manta y me senté en el borde de la cama, mi padre dormitaba a mi derecha, como siempre..., hace ya cinco años que dormimos juntos, justo desde que salió del hospital, unos quince días después de que un ictus provocase la muerte de parte de su tejido cerebral. Desde entonces no puede caminar, apenas unos pasos, sujeto a un andador con una sola mano, con la izquierda, exactamente. Su brazo derecho pende casi muerto y la mano permanece inmóvil, sus dedos quietos, extendidos..., masajeados por su otra mano continuamente. Siempre se la sujeta y la ejercita, él mismo se alza el brazo ayudado con la mano buena, lo mueve hacia delante y hacia atrás.
Me quedo observando el fregadero distraídamente, divagando, sin noción del tiempo..., hasta que el gorjeo del café brotando por la torreta me devuelve a la realidad, me levanto rápido y retiro la cafetera, no me gusta que termine de salir toda el agua, me gusta el café espeso y fuerte. Me preparo el bombón tan solo con una pizca de leche condensada y me lo llevo al lugar digno..., otra manía de las que no gustan a las novias o las mujeres, al final no se como lo hago pero termino manchando con algunas gotitas del café el suelo o dejando algún cerco en el borde de la pila o en la esquina de la bañera..., que no usamos, por cierto y que en casa de un hemipléjico es un auténtico y absurdo obstáculo, sobretodo cuando el constructor decidió repetir bañera en el otro cuarto de baño.
Con una mancha oscura en otro de los muros, una huella antigua, de la época en la que la cola se tenía que calentar para diluirla y poder usarla. La descubro con el nuevo doble techo que cubre la maquinaria y con la mampara de madera, formada con paneles tipo sándwich de fibra y combinados con ventanas de cristal acústico. Al otro lado de la cabina insonorizada, tengo los tablones de pino gallego que utilizo para hacer los armazones de los sofás, en una mesa frente a ellos los dejo caer y voy marcando las piezas que necesito, los llevo junto a la sierra de cinta y cuando tengo los que necesito empiezo a cortarlos, después tengo que sacar tiras largas según la medida..., los volantes giran y los dientes van devorando la madera, muerden sacando nubes de serrín que el aspirador engulle frenético, otras motas se extienden sobre la mesa de fundición y caen sobre mi ropa..., mis amigas dicen que cuando subo a verlas, huelo a madera, a pino..., después tengo que limpiar y escuadrar las piezas en bruto, de ahí vuelvo a la mesa y marco ya en limpio, las dimensiones y formas, de nuevo a la sierra, a la mechonadora, a la agujereadora..., recojo el material y lo llevo a otra mesa, de 2.40 de larga por 1.00 de ancha, a la entrada del taller y ahí comienzo a montar..., y miro la hora, son las ocho y cuarto y me apetece otro café. Dejo el material preparado, salgo de la carpintería y la luminosidad me sorprende, levanto la vista y descubro un cielo limpio de nubes, un estrecho pedazo entre las fachadas de las viviendas.
Charlamos un rato y mi amiga se va, yo sigo montando los “delanteros” y “traseros” del sofá y miro el reloj..., son casi las nueve y media, apago los fluorescentes y me subo a casa. Dejo de lado el ascensor y salvo los escalones hasta el tercer piso, entro en casa y la encuentro silenciosa y más cálida que la calle, que la carpintería..., es el contraste térmico, mi organismo se adapta al frío y solamente con entrar en un lugar resguardado percibo la temperatura algo más elevada.
Mientras, voy comiendo un plátano y un kiwi, mordisqueando algo de queso..., preparo otra cafetera y conecto el brasero eléctrico del comedor es la rutina de casi siempre. Mónica, mi hermana habrá entrado de mañanas, tampoco está, solo mis padres y Cecil, su pinscher miniatura. Vuelvo a moverme a solas por la casa, a llevar la silla de ruedas a nuestra habitación y a darle los buenos días a mi padre.
Subo la persiana y desplazo el radiador hacia los pies de la cama, lo desconecto y coloco sobre él los calcetines, los pantalones y la camisa. Después retiro el soporte del orinal y lo vacío, vuelvo al dormitorio y aparto el edredón..., mi padre tira del calzoncillo largo hacia arriba con la mano izquierda, la única que puede mover, tira hacia arriba, hacia sus genitales, trata de cubrírselos.
- Tápatelos, tápatelos que es la primera vez que te veo los huevos, joder veo mas los tuyos que los míos, coño.
Mi padre rompe a reír y la dentadura superior se le desprende en medio de la carcajada, se le queda entre los labios y aún se ríe más..., con la mano izquierda se la recoloca y suspira.
- No me respetas... -murmura conteniendo la risa y con una voz que recuerda cómicamente al doblaje de Steve Urkel, el genial personaje secundario de “Cosas de casa”, aquella divertida y simpática serie americana de finales de los ochenta y principios de los noventa, me parece recordar.
- Mira quien fue a hablar..., ¿de quien crees que he heredado mi cachondez mental...?
Murmura algo ininteligible, me siento en su cama, cojo uno de los calcetines y observo sus pies cubiertos por una piel cuarteada, como si estuviesen envueltos por un pergamino..., conservan unas formas armoniosas, el tobillo estrecho, los dedos proporcionados..., un aspecto muy distinto al que observo todas las noches cuando lo acostamos. Sus pies aparecen hinchados, con la piel tensa y brillante, con los dedos pegados entre si, los tobillos hinchados..., es la retención de líquidos, algo casi inevitable cuando la persona pasa tantas horas confinada en una silla de ruedas o en el sofá. Al no moverse, al no caminar, la musculatura interna de la pantorrilla no impulsa la sangre hacia arriba, a través de las válvulas unidireccionales de las venas, al tiempo se acumulan líquidos y los pies se hinchan visiblemente..., esto es un peligro porque al retener gran parte del flujo sanguíneo se pueden formar coágulos en esas venas que suelen retornar hacia el corazón. Cuando la circulación se restablece, esos coágulos pueden viajar hasta él con riesgo de provocar un infarto de miocardio. No puedo evitar recordar que mi padre siempre había tenido unas piernas bien formadas, esbeltas, sin una musculatura exagerada pero elegante y proporcionada con su estatura. Algo parecido me pasa a mi, desde luego mis extremidades inferiores no tienen la rocosidad de un ciclista..., pero aquellos tobillos finos de mi padre comenzaron a hincharse..., pues justo un año antes del infarto cerebral, era una señal..., que ninguno supimos interpretar.
- Ummm...., que calentitos... -se regodea cuando le coloco los calcetines.
Cojo el pantalón, me inclino hacia él, le levanto la pierna derecha y la guío por la pernera, luego la izquierda y subo los camales por encima de su pubis, después tomo su brazo derecho y se coloco sobre el estomago. Esa mano permanece inmóvil desde hace cinco años, a veces me recuerda a la pequeña aleta de un pingüino..., inmóvil y al final del día también algo hinchada, ahora amanece tan cuarteada como la piel de los pies y me produce una extraña congoja..., mas de 3 millones de años de evolución, miles de terminaciones nerviosas enervándola, numerosos haces de fibras musculares que son movidas con brillante precisión y amplitud por las precisas ordenes llegadas desde las neuronas, diez dedos, pulgares oponibles y una sensibilidad extraordinaria..., tanta que los invidentes pueden ver con ellas, pueden leer, sentir..., la mano derecha de mi padre, inerte, inútil, mas de 3 millones de años de evolución detenidos tras la muerte neuronal..., ¡Dios, no se como lo puede soportar...¡.
- Venga, vamos arriba, papá...
Me inclino aún más hacia él, envío una señal a mi musculatura lumbar y giro a mi padre en el sentido contrario al de las agujas del reloj, sus piernas cuelgan rígidas, le sujeto por la nuca, él se sujeta a mi hombro derecho y enderezo la espalda al tiempo que flexiono las piernas, lo pego a mi pecho, a mi tórax y mis cuadriceps entrenados en la montaña y en la carretera se despliegan, levantándonos. Mi padre separa un poco los pies y se estabiliza, sus ojos quedan muy cerca de los míos, su cara, su rostro, su piel...,
3 comentarios:
Admiro tu forma de afrontar dia a dia la enfermedad de tu padre,supongo que habrás sacrificado y renunciado a muchas cosas por ello,no todo el mundo es capaz de hacerlo,ni todo el mundo sería capaz de escribir algo bello sobre ello,te felicito por ello y te animo a que sigas escribiendo.Un saludo
Gracias África..., mi hermana dice que estoy obsesionado con ese tema, puede ser desde luego, pero es algo de lo que no se puede escapar.Ya tengo escrita la segunda parte, aunque tengo ganas de llegar a la ultima que es la de la pedalada..., pero esa aún no está escrita.
Un saludo, abejita, abejita.
¡Impresionante, Pedro, de tan puramente humano! Voy a leer la segunda parte. Hoy he empezado por los relatos de febrero.
Siempre me pareció estúpido que la gente a la que la vida no le dio problemas se los inventara. Ahora me parece, además, inmoral, mientras hay tantas personas muriendo por causas injustas y tantas otras, como tu padre, que no pueden disfrutar de un paseo al sol. Yo tampoco entiendo cómo puede soportarlo; ni cómo puedes tú llevarlo así, con tanta delicadeza y con humor. Me parece incluso inmoral la necesidad de intimidad (de dormir solo, de dedicarte tiempo a ti mismo) por la que yo soy capaz de morder y de harañar.
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