Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 23 de marzo de 2012

LA PORTADA DE "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"






Recuerdo cuando empecé a escribir "El verano de los perros flacos", arrancó con el recuerdo de la muerte de papá, arrancó con secuencias reales en el hospital, vividas por mi y representadas por Alberto. Después continué escribiendo y llegó un momento en el que los galgos empezaron a correr por si mismos
. Recuerdo que sentí algo desde dentro y supe que si deseaba escribir sobre galgos y hombres, este era el momento y este era el relato.
Pasó el otoño y fuí capaz de subir a la Tierras Altas todos los fines de semana, fuí capaz de pasar el invierno a solas, con la manada, escuchando la musica de Europa FM y escribiendo..., y a finales de ese mismo invierno, una imagen comenzó a formarse en mi mente. Ya no eran letras, ya no eran capitulos, era una imagen que logré garabatear a mano alzada y que Maria Hernandez fue capaz de dotar de vida, color y sentimiento.
Y poco a poco, los galgo se van acercando.

Matias, el galguero.

- ¿Y que hará dentro de unos años, cuando sus galgos no corran tanto como ahora…? –replicó Lucia sin dar tiempo que el galguero respirase, como si tan solo hubiese estado esperando a que dejase de hablar, como si no le hubiese importado nada de lo que Matías acaba de contar.

El galguero sonrió, cabeceó, miró a Paúl y a Alberto y los recordó rodeados de aquellos lebreles bardinos que los galgueros del pueblo habían abandonado o intentado colgar. Su madre los había recuperado, había sido capaz de ganarse la confianza de aquellos galgos huidizos y aterrorizados que vagaban por las cunetas y por los campos, sedientos y famélicos. Su hijo había heredado aquella capacidad y los galgos se movían alrededor de él como si fuese uno de ellos.

Se oyó el canto ronco de una picaraza y Matías recordó la pregunta de Lucia, la hija de Alberto, de ese otro niño que llegó de la ciudad y que terminó corriendo y creciendo junto a los galgos de Patricia. Recordó la broma de Luciano y negó con la cabeza, recordó a Moro encaramado tan largo como era sobre su padre, lloriqueando y llenándole de lenguetazos, lo recordó colgando del olivo y recordó que lo colgó bien alto, para que muriese rápido, recordó que algunos galgueros los colgaban de distinta forma según hubiesen sido de buenos, según hubiesen corrido. Moro colgó sin apoyar las patas y otros muchos pendieron días y noches tocando la meseta, tan solo con las uñas, dando saltos, como escribiendo a máquina…, reían los galgueros, hasta que les vencía la fatiga, hasta que esas patas que volaron sobre la meseta, sobre los páramos y sobre los sembrados y barbechos, cedían para siempre.

Matías apretó las mandíbulas y volvió a preguntarse porque no sentía pena hacia todos esos galgos, maldijo el momento en el que perdió aquella inocencia, maldijo a quien sin derecho alguno, ya de niño, le arrebató esas emociones que llenaban de sonrisas y alegrías a todas esas personas que vio en Barcelona. Todas con sus galgos, algunos muy viejos, incluso había uno que le faltaba una pata de delante, muchos de aquellos perros flacos tenían leismania y sus dueños se gastaban el dinero en ellos, incluso habló con hombres que estaban tristes porque los galgos tan solo se acercaban a sus mujeres o a los niños y les rehuían a ellos.

Tirma se levantó y trotó hasta Matías, le apartó el antebrazo con el hocico, dejó reposar su cabeza sobre la pierna y olisqueó ahí donde el galguero sentía aquel ardor que a veces le hacia enroscarse en la cama y gruñir de dolor.

Matías posó su mano sobre Tirma y miró a Lucia.

- ¿Sabe…?, he visto a demasiados galgos correr por ultima vez, sin que ellos lo supiesen…, pero está vez será distinto, Tralla y Trisca seguirán corriendo y yo ya no podré verlas.



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