Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

UN DESCENSO TRANQUILO, PLACENTERO, SIN PEDALEAR.


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Ahora, a la vuelta de tantos años saliendo en bicicleta he aprendido a disfrutar de ella, de las pedaladas y de las rodadas en solitario, a mi ritmo tranquilo, sin retar a nadie, sin tratar de perseguir a pelotones que me rebasan como trenes de alta velocidad.

Ahora, a la vuelta de tantos años he aprendido a dejarme caer sin pedalear desde el Oronet hacia Sagunto, hacia Geldo o hacia Serra…,

A dejarme caer sin pedalear desde el Pico del Águila hacia Altura o hacia Gatova…, estoy gozando con ese premio que los puertos siempre te otorgan cuando los coronas, no importa que seas el último, el tercero o el primero. La cumbre siempre espera paciente, quieta, inmóvil y ves como te mira cuando levantas la cabeza y descubres que estas mas cerca y cuando sabes que con unas cuantas pedaladas más coronarás y te dejarás caer, ese el premio.

A finales de agosto iba remontando el Oronet desde Serra, tranquilo, pedaleando suelto, respirando relajado y echando miradas a los pinares, a las gramíneas crecidas en el arcén, ahora verdes y espesas, formando unos setos naturales que me gusta rozar con la mano cuando voy bajando distraído y disfrutando.

Me encontraba bien y sonreí cuando encaré la curva en U cerrada justo a la altura de esa fuente que mana desde un estrecho, desde un cañón precioso y siempre fresco, siempre húmedo y siempre relajante, envuelto por el murmullo continuo del agua. Las sombras de un espeso bosque de ribera me envolvieron y recordé los días invierno, el olor de las hojas muertas, el frío, la humedad.

Seguí ascendiendo en solitario, como suele ocurrir siempre en esta carretera entre semana, subes ensimismado, pensando en tus cosas, en lo que te angustia, en lo que te preocupa o simplemente gozando de cada vuelta de plato y de piñón. Yo subía relajado, percibiendo mi cuerpo, aspirando el aire limpio y sano de la montaña, escuchando mi propia respiración, acompasada y suficiente para llenar de oxigeno mi sangre.

Coroné y seguí pedaleando sin prisas, engrané el plato grande, bajé unos piñones, di unas cuantas pedaladas y me dejé caer, simplemente me dejé caer sonriendo, respirando profundamente, mirando hacia los horizontes, hacia las cumbres escarpadas y algo turbias de la Sierra de Espadan, mirando hacia la carretera que caía en picado, virando a izquierdas o a derechas, perdiendo altura y a veces volviendose flexible y viva como una serpiente.

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Me sentía feliz, a gusto, sereno… y me inclinaba sobre los estrechos neumáticos, echando la mirada muy por delante de la salida de la curva y como emborrachándome, como teniendo visiones, como creyendo que el asfalto era eso, una culebra retorcida que me invitaba a rodar sobre su dorso.

El quitamiedos de chapa trazaba los virajes o se enderezaba en los tramos rectos, también era dúctil y se reviraba al mismo tiempo que la culebra asfáltica…, las visiones me hacían sonreír, sentirme bien en medio de esa vertiginosa soledad en la que me inclinaba a izquierdas o a derechas, en la que apenas si pedaleaba, en la que escuchaba el viento en mis sienes y lo sentía contra mi pecho, percibiendo el rumor de la rodadura, los ecos del carbono con los parches de alquitrán, en medio de la grandiosidad de los valles y gargantas, de los llanos allí en el Camp de Morvedre o de las montañas del Alto Palencia.

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Me dejaba caer y los pretiles encalados pasaban junto a mi rodilla derecha mientras que a mi izquierda se alzaban taludes de roca o campos de olivos, pinares, tierra…, de nuevo a la derecha, mas pinares frondosos, sendas que se perdían entre las sombras…, y el descenso como un ave que planease con las alas desplegadas hacia la vaquería, hacia el Tochar, hacia Segorbe, hacia Altura, hacia las primeras rampas del Pico del Águila, hacia sus curvas entre paredes de rodeno rojo y ente pedaladas silenciosas, con paciencia, remontando de nuevo en soledad, al ritmo de mi corazón y al de mis piernas, al del aire aspirado y enviado a las fibras musculares.

Sin prisas, sin premuras…, hacia esa cumbre, hacia el premio del descenso, llegues el primero, el ultimo o como si fueses el último ciclista en su rodada íntima y solitaria…, puede que como las de Enrique, ese hombre de casi 85 años con el rodé uno de estos días de agosto.

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