Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 5 de agosto de 2011

6 ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

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Los vencejos al alba.

El sueño le venció después de ese primer día en el pueblo, esa noche soñó con el viaje, con aquellos campos de paja, con aquellas planicies que había visto desde la ventanilla del coche de su padre y después despertó de una forma natural, despertó en el momento en el que los vencejos descendieron de las alturas con el alba.

Las aves fueron las primeras en despertar en sus alturas, en dejar el sueño en movimiento, batiendo sus alas sin dejar de dormir hasta que esa luminiscencia comenzó a despuntar tenuemente, pero suficiente para que ellos plegasen sus alas, para que dejasen de batirlas, para dejarse caer con un planeo ajeno a la vista de homo, salvo para ese niño que sonreía mirando hacia el cielo rodeado por sus perros flacos.

- Ya bajan… -murmuró el niño y sonrió.

Descendieron por oleadas, por bandos, chillando y aleteando, atravesando la callejuela y volviendo a lanzar sus gritos agudos y densos. El sonido rebotó entre las paredes de piedra y penetró en sus oídos…, Alberto despertó y durante unos segundos no oyó nada, se sorprendió de no oír a los vecinos, de no oír alguna televisión a todo volumen…, hasta que volvió a escuchar esos gritos, esos chillidos y se asomó a la ventana. Un escalofrío le erizó la piel al sentir el fresco del amanecer, justo antes de que los chillidos sonasen frente a su cara. Los vió tan cerca que incluso pudo ver sus pequeños picos, sus amplias comisuras, los ojos negros, las patitas muy pequeñitas…, a una velocidad de vértigo, incluso pudo percibir el silbido que provocaban todas y cada una de sus pretas y negras plumas, el desviar el aire a tan solo unos palmos de sus ojos.

- ¡Son vencejos, duermen en el aire y nunca se paran…¡

Otra vez la misma voz y de nuevo el mismo niño rodeado de aquellos perros flacos que volvieron a mirarle desde sus cabezas estrechas y alargadas.

- ¡Eso es mentira, si no se paran no pueden dormir…¡ –replicó Alberto desde el ventanuco y vió como el niño se encogía de hombros, como acariciaba la cabeza de uno de aquellos perros. Todos eran marrones y con rayas negras que caían desde los huesudos lomos y que se alargaban entre las costillas que emergían bajo el pelaje, las colas caían tras las altas patas traseras, estrechas, finas como látigos relajados.

- Me lo dijo mi madre, mi madre es veterinaria y sabe de animales…, pero tu cree lo que quieras…, mira, ahí vienen otra vez, el que va delante es Flecha Negra, es el macho mas viejo, viene todas las primaveras.

Alberto negó con la cabeza y arrugó el ceño, después apuntó con su dedo índice a la sien y dio vueltas sonriendo…, hasta que volvió a escuchar los chillidos de los vencejos y los vió llegar, surgir por encima de las tejas, inclinarse colocando las alas en paralelo a las fachadas y volar de nuevo ante sus ojos a la velocidad de un relámpago…, el niño de los perros flacos imitó el chillido y las aves respondieron hasta de volver a desaparecer por encima de algunas desvencijadas antenas de televisión.

- Hala vámonos.

Los perros se movieron cansinamente en torno al muchacho y se fueron calle abajo, los observó durante unos instantes, le extrañó la bolsa del niño y que caminase con un bastón en su mano derecha. La bolsa era de costado y de pelo corto, de cuero y vieja.

Volvió a la cama y se quedó con los ojos abiertos, despejado, sin sueño, volvió a escuchar el revuelo de los vencejos y se levantó de un salto.

Alberto bajó las escaleras pisando con cuidado sobre los estrechos escalones. El comedor olía a leña quemada, aunque el hogar estaba apagado, aquel aroma parecía impregnar aquellas paredes ligeramente irregulares, a aquellos muebles de colores oscuros y sobrios…, eran olores distintos, colores distintos, sonidos distintos…, todo era distinto al verano de la playa.

Sintió algo de hambre y se asomó a la cocina, su abuela estaba allí, colocando unos pequeños leños en el interior de una robusta cocina de hierro fundido, tras ella vió otra cocina mas moderna, mas parecida a la que tenían en casa.

- Buenos días, cariño… -murmuró la abuela- hijo, es que en esta casa sobra el dinero y por eso tengo dos cocinas… -rió la anciana, era bajita pero de pantorrillas fuertes y aún esbeltas, su pelo se rizaba oscuro y espeso sobre una frente ya arrugada bajo la que chisporroteaban dos ojos oscuros atentos y algo escondidos bajo los viejos parpados- no te creas lo que te he dicho, en esta casa no sobra el dinero, pero es que yo aprendí a cocinar con estas cocinas de leña y me recuerda a cuando era moza, que lo fui. ¿sabes…?, cuando quieras te caliento la leche, ahí tienes tu Cola-cao y unas magdalenas que hacen aquí en el pueblo, no te sabrán igual que las que te tomas en Madrid, eso te lo advierto.

- Las probé en Navidad y estaban muy buenas.

- Oye niño…, ¿y que haces levantado tan pronto…?, tus padres aún duermen.

- Me han despertado los vencejos.

Recordó la expresión de su abuela, se quedó quieta durante unos instantes, observándole como si hubiese dicho algo malo, después la vió poner a calentar el cazo de la leche encima de esa cocina que empezaba a desprender ese aroma tan especial y ese sonido tan curioso del fuego.

- ¿Y como sabes tu que son vencejos…?.

- Me lo ha dicho un niño que iba paseando con unos perros muy raros, se les veían las costillas y tenían las cabezas alargadas, yo creo que no les da de comer.

Aquella risa de la vieja mujer, una risa contenida, un suspiro.

- Vaya, ya has conocido a Paul.

- Si, pero creo que es un mentiroso, dice que esos pájaros duermen volando y eso no puede ser.

- Yo tampoco se si duermen volando, pero si te lo ha dicho Paul es que es verdad, es un crio que no se mete con nadie, él va a la suya, va con sus viejos galgos y eso, no se mete con nadie.

- Se llaman así esos perros, ¿galgos…?.

- Si, así se llaman y son así, flacos y secos como Rocinante…, pero Alberto, ¿es que allí en Madrid no os enseñan nada…?, anda desayuna y vete a buscar a Paul, distráete que luego hará calor.

- Antes tengo que hacer dos páginas del cuaderno de verano.

- Vete con Paul y disfruta de estos días, que la cara que traías ayer no era de gusto, y no te preocupes por el cuaderno ese, ya se lo diré yo a tu padre…, aunque vas a aprender mas con ese crío y sus perros que con los libros.

- Pero es que no se donde está.

- Dale la vuelta a la casa hacia la derecha, baja hasta que se acaba la calle, pasa los corrales y los verás enfilado hacia el río entre los barbechos, siempre llena la cantimplora en la fuente la Zorra, que está ahí, al lado del rio, pero casi no se ve.

1 comentario:

veritas dijo...

Ayer me entero de que por fin está tomando cuerpo una buena novela. Buena, porque la escribe una persona sensible, buena porque es fruto de la mente de una persona inteligente... sin más vueltas, una buena novela. Estoy ansiosa de empezar como se debe, por el principio, como todo en la vida, para sentar unas buenas bases y no perderme en el camino. Así que pospongo la lectura a luego, cuando descanse de mis tantas horas de trabajo nocturno. Niño cazador, me tienes en ascuas!!!! Desde mi estado de sopor te animo a continuar. Tú tienes la valentía que me falta, la sensibilidad de la que tantos adolecen, la capacidad de perdón que pocos conocen, el don de poder sufrir sin que tu expresión, tus gestos, lo denoten. Si me gustó tu libro, que leí de un tirón, casi, no quiero pensar en lo que puede ser capaz de crear, ahora,una mente más madura, si cabe.Solo puedo brindarte mi apoyo y espero que te sea de ayuda, si en algún momento tu vitalidad decae. Besos y no quiero ser negrera, jaja, pero en cuanto empiece... como te lleve la delantera... querré más. Así que a seguir escribiendo!!!