Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 26 de agosto de 2011

9ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

Cielos de cemento, sueños rotos.

En el aparcamiento subterráneo el cielo era de hormigón y los soles tubos fluorescentes, el polen era carbonilla adherida a las paredes y los aromas eran decenas de componentes químicos volátiles que sustituían al plomo de las viejas gasolinas.

Alberto se acomodó es su BMW blanco y le gustó el sonido de la puerta al encajarse en la carrocería, se sintió cómodo en la banqueta, a salvo entre los airbags y las barras de refuerzo, entre los circuitos del ABS y entre los sistemas inteligentes de tracción. Y al girar la llave de contacto todo continuó siendo igual de placentero, apenas si una leve vibración, apenas un ronroneo que sonaba lejano y contenido entre capas de fibra insonorizante. Llegó a dudar de que hubiese un motor ahí debajo del capó delantero…,si, todo era igual que en los mundos que el creaba, todo era igual que en la campaña publicitaria de la marca, el placer de conducir sin necesidad de llegar a ninguna parte.

La imagen mental surgió ruidosa, recordó el sonido del Seat 1430 de su padre, visualizó aquella calandra de cuatro faros cuadrados, el color marón oscuro, señorial, casi de coche oficial del franquismo y aquel sonido que llenaba el espacioso habitáculo, el peculiar ruido…, tan distante al silencioso BMW.

Se puso el cinturón de seguridad y fue maniobrando por el aparcamiento hasta salir a la calle, aceleró por la avenida y continuó sin escuchar el motor, percibió como se alzaba la parte delantera y como sus riñones presionaban contra el asiento.

Madrid anochecía al otro lado del cristal, el calor quedaba también a ese otro lado, igual que los viandantes que se abanicaban, igual que el ruido del tráfico, mientras que en ese otro mundo dentro de la berlina de lujo solo se escuchaba la voz de los distintos locutores en las distintas emisoras de radio.

Alberto tenía presintonizadas todas las cadenas en las que emitían cuñas publicarías diseñadas por su equipo de creativos o por él mismo. Tarareaba la música, afirmaba con la cabeza y tamborileaba con sus dedos sobre la fina piel del volante…, hasta que volvió a fijarse en sus manos, en las venas del dorso, en las arrugas de las falanges, en algunas manchitas…, y mas al fondo, a una profundidad de campo mayor descubrió el cuadro de mandos, las esferas iluminadas, la exquisitez de cada pieza cromada, la impresión de los números, el encaje de las piezas del salpicadero…, todo era perfecto salvo sus manos, salvo su piel.

Aún así, pese a esos lujosos acabados, la perfección de la berlina no tenía vida, pero si una tecnología capaz de lanzarlo a mas de 140 kilómetros por hora, circunvalando Madrid, sin apenas ruidos ni vibraciones, sin fatiga, sin jadear…, sin sentir nada, permitiéndole dejar volar el pensamiento hacia el trabajo o echar miradas fugaces a la urbe envuelta en una nube de contaminación y en la que miles de puntitos de luz comenzaban a brillar, parecidos a esos que destellaban a unos cientos de metros por delante, entre luces rojas que aumentaban de intensidad súbitamente.

Frenó, el capó se inclinó hacia abajo y los amplios neumáticos deceleraron el coche hasta detenerlo sobre un asfalto repleto de cristales, de objetos de plástico, de pedazos de molduras, de cd`s que destellaban con la luz acervezada de las farolas…, que crujían mientras iba avanzando lentamente, al tiempo que la guardia civil de trafico hacia sonar los silbatos y daba paso moviendo sus brazos

Los bomberos se movían alrededor de un coche volcado sobre su costado izquierdo, enseñaba la panza oscura, sucia, los entresijos de la transmisión, la línea del escape, los anclajes de la suspensión…, la cara oculta del sueño del placer de la conducción.

Siguió avanzando a paso humano, siguió observando y viendo el resto de la carrocería repleta de abolladuras, lijada contra el asfalto, golpeada y deformada, el parabrisas delantero pulverizado y unos metros mas allá unas mantas térmicas doradas cubriendo a dos cadáveres.

Su cerebro dejó de procesar las voces de los locutores, las sintonías repetitivas y pegadizas de la publicidad y recordó a su padre, a ese momento en el que todo terminó sin mas…, y se preguntó si quien yacía bajo la manta metalizada fue consciente del momento, si fue consciente del fin de ese sueño de la inmortalidad que la misma publicidad le había vendido y que la vida misma nos vendía como única forma de no perder la razón al descubrir, tarde o temprano que tan solo éramos entes biológicos surgidos tras miles de millones de años desde que el planeta comenzó a enfriarse.

Volvió a acelerar cuando rebasó a la ambulancia detenida en el carril derecho, apagó la radio y volvió a contemplar los horizontes artificiales, las luces que parecían parpadear, la bruma oscura confundiéndose ya con el cielo nocturno.

La berlina blanca se perdió entre los miles de vehículos que rodaban sobre las autovías que rodeaban Madrid, que se salían hacia las poblaciones vecinas, hacia esas enormes islas de luz y calor que poco a poco iban empequeñeciendo a medida que el bando de vencejos aleteaba y ascendía, conforme se elevaban sobre la urbe, sobre homo y el paisaje antropizado. Ascendían en silencio, batiendo las alas, buscando las alturas para permanecer en un extraordinario sueño oculto a los ojos de los hombres.

3 comentarios:

veritas dijo...

espera, aún no he empezado a leer la 8ª entrega.. pero es que luego, cuando lo hago.. me dejas sin palabras... Tienes un don sin explotar... nos embaucas en tus aventuras y nos dejas sin aliento... y esperando más...

María Hernández dijo...

Simplemente, "esencia de perros flacos".
Solo se me ocurre una palabra: SIGUE

Pedro Bonache dijo...

Debo de continuar Maria, como te decia en el chat, por ellos, por los personajes, por todas esas ideas que alborotan en mi cabeza o simplemente por el torrente de inspiración que surge cuando veo a Norton al galope.
Y por dejar ese algo, esa huella de la fugacidad de mi vida.