Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 19 de agosto de 2011

8ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

Paul, los perros flacos y Flecha Negra.

Escuchó los agudos chillidos, alzó los ojos y volvió a ver a los bandos de vencejos. Volaron hacia las copas de los chopos y se elevaron veloces…, pensó en ellos y no terminó de imaginarlos volando y durmiendo al mismo tiempo, no podía entenderlo, eso solo podía ser un embuste de ese niño.

Llegó hasta la sombra de la chopera y percibió unos olores distintos, un fresco agradable y el murmullo de un riachuelo que corría casi cubierto por una vegetación de ribera que se volcaba sobre sus aguas, temerosas de que se pudiera quedar seco, como adorando a la cristalina corriente que discurría sin prisa..

Descubrió una senda a su izquierda, vio huellas de perros en la arena y se internó por ella, algunas espinas rasgaron la piel de sus antebrazos y de sus piernas, pero siguió caminando hasta que uno de esos perros volvió la cabeza hacia él. Sintió algo de miedo y el animal agachó la cabeza, escondió la fina cola entre los cuartos traseros y trotó alejándose, como flotando entre los claros y oscuros que formaban los primeros rayos del sol, entre las sombras de los arbustos y de los chopos.

Siguió moviéndose y al final de la senda descubrió un claro, al resto de la manada y al niño, estaba llenando unas botellas de agua de una pequeña fuente.

Como en la noche anterior, los animales giraron sus cabezas hacia él, aquellos ojos oscuros le observaron, también los del niño que guardaba las botellas en esa bolsa de pelo entre pardo y rojizo, vieja y con mataduras.

- Hola…, yo me llamo Paul, algunos me llaman el Niño Cazador, pero yo no cazo, cazan ellos… -y miró a los perros flacos sonriendo, con ternura y acariciando la cabeza de uno de ellos- esta es Churria, es la mejor, mi madre dice que es la matriarca y que viene de un linaje mítico, aunque ella no es la madre de ellos, pero si del Niño Cazador, que es ese de ahí… -señaló a otro lebrel también bardino, de aspecto fibroso y con una oreja en roseta y la otra enhiesta- ya tiene dos años pero parece un cachorro, solo quiere correr las liebres, casi nunca las mata. Y esos son Esquivo, Miedoso, Huidizo, Llorica y Vago…, acércate, no hacen nada pero alguno te olerá.

Alberto dio unos pasos hasta quedar muy cerca de ellos, los podía ver bien, incluso las cicatrices que algunos de ellos tenían en el cuello, como si algún collar le hubiese apretado demasiado, como si hubiesen estado atados durante días y semanas.

- ¿Qué les ha pasado en el cuello…?.

Paul miró esas cicatrices y arrugó la frente.

- Tu no eres de aquí, ¿verdad…?.

- No, soy de Madrid…, oye, eso que me has dicho antes es mentira ¿no…?.

- ¿El que…?.

- Lo de que los pájaros esos, los vencejos…, que duermen volando.

- Es verdad…, pero me tengo ir a darles el paseo, si no luego hace demasiado calor.

- ¿Puedo ir contigo…?

Paul se encogió de hombros y movió la barbilla hacia el río.

- Hala, pues vamos…, lo de los vencejos es verdad.

- Es que no puedo entender que puedan volar y dormir, yo cuando duermo no hago otra cosa.

- Yo si…, yo sueño muchas noches que soy un galgo o un vencejo.

Soltó una risa, apartó unas espadañas con el bastón y saltó al río, se hundió casi hasta las rodillas y los galgos le siguieron, hundieron sus finas patas en el torrente y sus profundos pechos en quilla fueron apartando las mansas aguas del riachuelo.

- ¡Me voy a mojar…¡ -voceó Alberto incapaz de moverse.

Paul se encaramó entre los juncos a la orilla, los galgos le siguieron, atravesaron la vegetación, y desaparecieron a través de ella.

- ¡Luego hará calor y te secarás…¡

Alberto dudó pero saltó y sintió como el agua calaba sus zapatillas, sus calcetines y sus pies, se movió con cierta angustia y cuando llegó a las espadañas se encontró con la mano de Paul, se sujetó a ella y salió del riachuelo.

- Gracias.

- Vamos a ver si corremos alguna rabona, mi madre quiere que llevemos una a casa para hacerla al ajillo.

- ¿Qué es una rabona…?.

- Una liebre…, que no es lo mismo que un conejo.

- Eso ya lo sabía, la liebre corre más.

- El matacán corre mas que la liebre –replicó Paul sin dejar de caminar ayudándose con el con el cayado y acariciando la cabeza de Churria cada vez que la galga se rozaba contra sus jóvenes piernas, a Paul le gustaba aquel tacto, el calor que emanaba de aquellos cuerpos, su propio olor a perros flacos, a perros mesetarios.

- ¿Y que es un matacán…?.

- Un matacán es esto.

Se golpeó la bolsa de costado y sonrió.

- Me la regaló el hombre de tierra, me dijo que era de él y que su madre se la hizo con los pellejos de cuatro matacanes hace muchos años, me dijo que Churria era de del linaje de su perra que también se llamaba Churria y que tenia un cachorro que también se llamaba Niño Cazador y que este Niño Cazador, el mío es igual al que él tenia y que por eso el señorito lo colgó, porque jugaba con las liebres y no las mataba.

Paul casi trotaba, Alberto había comenzado a jadear junto a él y la manada les envolvía en un galope suave, ligero, sin esfuerzo.

La meseta bailoteaba ante los ojos de Alberto, el sonido de las zancadas de los lebreles y de sus pisadas se mezclaba con el de su respiración, sentía como sus tiernos pulmones se llenaban de un aire seco, ya tibio, pero puro y lleno de leves aromas que los primeros rayos de un sol robaban a las matas aromáticas evaporando la escasa humedad que había dejado la noche.

Y entre ese rumor escucharon los chillidos de los vencejos, vieron el bando sobrevolarles y de nuevo elevarse hacia un bando mucho mayor que volaba en medio de un cielo inmenso.

- Ese era Flecha Negra…-murmuró Paul volviendo a caminar- todos los años viene desde África.

Alberto descubrió unas lágrimas en los pómulos del niño y volvió a mirar a las pequeñas y rápidas aves que se alejaban y se perdían en ese espacio infinito que iba variando de color según el sol se elevaba más y más sobre ellos.

- No se como lo puedes diferenciar, a mi me parecen todos esos pájaros iguales.

- Yo tampoco lo se, es algo que me viene y ya está. A veces los miró y no siento eso y a lo mejor después, vuelven a pasar y entonces me viene y lo se…, vamos por aquí.

Se salieron del camino y comenzaron a atravesar un campo en barbecho, Alberto vio como sus zapatillas se iban manchando de tierra y polvo, del mismo que levantaban los galgos alrededor de ellos, del mismo que levantaba un tractor a unos cientos de metros de ellos, se escuchaba el sonido del motor en medio de aquel silencio, entre los jadeos de los galgos y del grito del Paul.

- ¡Ahí va Churria, ahí va….¡ -y Paul salió corriendo hacia delante, como hacia ningún lugar hasta que Alberto vio como la galga vibraba tensando su cuerpo de cuero y pellejo, vio como salía disparada hacia una liebre que corría volando sobre la meseta, vió como la columna vertebral de la perra se encogía y se extendía como un látigo que restallaba frenético una y otra vez. Vió como el hijo de Churria salía tras su madre, tras esa rabona que quebró a derechas, provocando que las patas de los galgos desgarraran la tierra derrapando, levantando una polvareda, una nube de polvo que los envolvió durante unos breves instantes hasta que surgieron de ella como de las entrañas de la misma meseta.

Se quedó quieto observando aquella escena, junto a los dos galgos que andaban distraídos, los otros tres también corrían pero no tenían la potencia de la madre y el hijo.

Los seguía viendo, cada vez se alejaban mas, giraban a un lado y a otro, el polvo se levantaba en medio de la carrera, distinguía como aquel puntito marrón volvía a cambiar de dirección, pero Churria y el Niño Cazador siguieron rectos, siguieron corriendo hasta que poco a poco fueron aminorando desconcertados.

Paul movió el cayado desde lo alto de una suave colina y Alberto corrió hacia él, al poco descubrió a los lebreles acompañándole y se sintió bien.

Subieron la pequeña loma y Paul señalo con el palo.

- Ha cogido un perdedero y la han perdido.

- ¿Qué es un perdedero…? –preguntó Alberto tratando de recuperar el resuello.

- La liebres tienen caminos que solo conocen ellas, cuando las persiguen enseguida los buscan y entonces se pierden de vista y cuando los perros dejan de verlas se acabó, las pierden.

- ¿Y no las pueden oler ?.

- Los galgos cazan de vista, no tienen buen olfato. Dice mi madre que cuanto mas veloz es un animal menos olfato tiene y mas vista…, mira, ya vienen.

Churria y el Niño regresaban con las estrechas mandíbulas abiertas y con las lenguas colgando por encima de las muelas carniceras.

- Hala vamos, que si no cazamos no comemos.

- ¿Si…?.

- No, es broma, a mi me gusta mas el jamón serrano en bocadillo.

- A mi también.

- Tienes sed

- Si.

Abrió la bolsa de piel y sacó una botella de plástico, bebieron y continuaron campo a través.

A veces pisaban sobre la paja y otras caminaban sobre la tierra dura de la meseta. Caminaban hacia unos horizontes siempre planos o con lomas que se alzaban tímidas y ralas, de vez en vez surgían hileras de piedras, como ribazos o lindes, a veces otros montones de piedras que sujetaban alguna cruz de hierro oxidada. Se movían bajo el sol y entre los galgos, entre los perros flacos que los acompañaban con las cabezas gachas y los rabos caídos, con las orejas pegadas a unos cráneos que después de los ojos se estrechaban, se afilaban hacia unos hocicos como puntas de lanzas.

- Aun no me has dicho lo que es un matacán –dijo Alberto.

- Los canes son ellos…, los galgos y un matacan es una liebre que corre tanto que les revienta el corazón y los mata.

- ¿Y porque siguen corriendo…?.

- No se…, no saben hacer otra cosa mas que correr y matar liebres, no les pidas mas.

Alberto miró a los perros flacos, ya sabia distinguir a Churria y a el Niño, se movían los primeros, a unos metros por delante de ellos, otro de los bardinos trotaba con la cabeza muy gacha y mirando de medio lado, con el rabo entre las patas traseras, ese debía de ser Huidizo…, pensó Alberto, y miró al que podía ser Esquivo, durante todo el paseo algo distanciado y por detrás. Vago trotaba como si cada zancada fuese la última y estuviese a punto de dejarse caer a sestear y Llorica que seguía a Paul y lo miraba continuamente alzando el aguzado hocico. Cuando lo hacia se estiraba la piel del cuello y la cicatriz del lazo surgía cruel e inhumana.

- ¿De que son esas marcas del cuello…?, - volvió a preguntar Alberto.

- Pues eso…, que cuando empiezan a correr poco o se hacen mayores y están cansados de correr a las liebres pues eso, los ahorcan en los árboles.

- ¿Por correr poco…?, en Madrid hay perros que no corren, perros viejos y nos los ahorcan por eso…, entonces, ¿tu has salvado a todos estos perros…?.

Churria había acercado su cabeza al costado de Paul y el niño removía su pelaje duro y corto con los dedos, la perra rozaba su costillar contra él muchacho y se movían al mismo ritmo. La manada les envolvía, se movían en medio de aquel espacio árido, amarillento y con trazas ocres, entre verdes muy apagados, entre arbustos pegados a la tierra, ente matas que dejaban escapar sus aromas al paso de los niños y los perros flacos y bajo un sol que seguía ascendiendo y que poco a poco acortaba las sombras de la partida de caza.

Una luz que caía sobre una meseta sin reflejos, sin destellos, sin olas, sin la sal marina impregnando la atmósfera, sin la luminosidad de aquel mar que Alberto echó de menos en ese mismo momento.

Recordó la línea de la playa, los rompientes de rocas en los que algunos pescadores pasaban horas y horas, recordó la vida que se podía ver a através de las aguas transparentes, la vida que contemplaba desde sus gafas de buceo cuando se sumergía a pulmón a buscar cangrejos…, y se sintió aburrido, cansado, sediento. La tierra que le envolvía le pareció muerta, sin vida, muda, vieja, como si la vida se hubiese alejado de ella, como si la vida se hubiese marchado a otro lugar.

- ¡Ahí va Churria…¡ -gritó Paul.

Y la vida surgió de entre aquellos perros flacos, la vida surgió de entre esa tierra y arrancó ante sus ojos. Alberto vio a la liebre acelerar en línea recta y apenas un segundo después vio a Churria saltar catapultada hacia ella.

Paul buscó con la mirada a Niño Cazador, estaba tras ellos, algo lejos, despistado y orinando sobre unos matojos, Alberto también lo vio, pudo contemplar como las patas traseras le impulsaron, vio como sus orejas desaparecían pegadas al cabeza y como el animal volaba hacia él.

Era una visión de frente, podía ver los dos ojos oscuros y como las cuatro almohadillas caían una y otra vez sobre la tierra reseca y endurecida, emitiendo un sonido sordo y rápido que fue aumentando de intensidad hasta que le alcanzó.

Alberto se quedó quieto viéndolo llegar, deseando que el perro no chocase contra él, se quedó inmóvil sin dejar de mirar esa galopada, sin dejar de percibir todos los detalles de las decenas de músculos y tendones que vibraban con las zancadas, con la extensión y contracción de esas fibras.

Pudo sentir como los pulmones hinchados del Niño Cazador le rozaron las rodillas, algunos pelos se quedaron pegados a sus piernas y lo vió alejarse con unas zancadas que arrancaban el polvo a la meseta. Esquivó y rebasó al resto de la rehala y poco a poco fue acercándose a su madre, volando sobre esos llanos silenciosos y como muertos.

Paul corría hacia las suaves lomas y Alberto echó a correr tras los perros flacos, los horizontes volvieron a bailar ante sus ojos, volvió a jadear y el mismo polvo que levantaban los galgos comenzó a pegarse a su piel.

Flecha Negra se inclinó y comenzó a perder altura, a descender a una velocidad de vértigo, a picar sobre los niños, a sobrevolarlos sin que ninguno de ellos se diese cuenta. Volvió a batir sus pequeñas falcatas y se elevó de nuevo hacia el cielo infinito…, mientras Churria cerraba las mandíbulas en el vacío unos momentos antes de que la liebre fintase a izquierdas, los caninos, la mordida en tijera, rozaron el lomo tenso y ardiente y la rabona volvió a acelerar, pero otra silueta surgió a su espalda, galopando, corriendo sin apenas tocar la tierra, volando como ella lo hacia impulsada por sus poderosas patas traseras.

Alberto coronó el suave repecho y descubrió a el Niño Cazador corriendo, pudo distinguir la silueta de la liebre tan solo unos pocos cuerpos por delante de él, tras ellos corría Churria y el resto de los lebreles. Buscó a Paul y lo vio a su izquierda, también corría y saltaba las pequeñas matas como uno de ellos, como uno de sus perros flacos…, después sintió que sus pies se trababan en un matojo duro y espinoso, desaparecieron los horizontes, sintió como sus manos resbalaban entre las piedras y después el golpe en sus cara, el sabor del polvo inundado su boca y sintiendo aquella tierra inmensa en su garganta, en sus fosas nasales, enturbiando su visión, oscureciéndola durante unos instantes hasta que fue capaz de sentarse…, escupió varias veces, tosió y lloriqueó.

La saliva sanguinolenta cayó sobre la meseta y poco a poco fue penetrando en ella, alzó la cabeza y los vio llegar, Paul sonreía y los galgos trotaban junto a él, los vió enormes, estrechos, con las cabezas gachas y las lenguas colgando entre sus colmillos.

Churria se detuvo muy cerca de él, el perfil animal de la perra, ese perfil afilado y ancestral se acercó al perfil humano de Alberto, percibió en su cara el aliento caliente de la galga, casi lo sintió entrando en sus mismos pulmones y después aquella lengua limpió los chorretes de lágrimas que habían resbalado por sus jóvenes mejillas, limpió la sangre de la piel desgarrada y se relamió.

- Si que dan mas, Paul, no solo corren –murmuró Alberto.

- Ya.

La mano de Paul volvió a aparecer al alcance de la suya, se levantó en medio de los galgos y vio la liebre colgando de las mandíbulas del Niño Cazador. Sin saber porque se acercó a él, tocó la rabona y el lebrel aflojó la mordida. Alberto la cogió y sintió como el pequeño animal ardía, sintió el pelo áspero y duro, aquellos ojos, las orejas largas y la sangre que manchaba sus dedos, su mano. Nunca había visto una liebre de cerca, nunca la había tocado, ni siquiera un conejo.

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