Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 15 de febrero de 2009

POR FIN, UNA RUTA DE MONTAÑA.









Este invierno está siendo duro, llueve, los vendavales han matado a niños, la nieve colapsa algunas ciudades, olas enormes baten las costas del norte y las flotas permanecen amarradas, los pescadores no pueden faenar y las nubes cubren el sol..., ese sol que me anima y que me gusta sentir sobre mi cuerpo, que me gusta ver como inunda la cocina del chalé de mis padres, al pie de la Sierra Calderona. Me da vida, estas semanas no están siendo de las mejores, la crisis me golpea, casi no tengo trabajo y los problemas familiares se agravaban y caen sobre mi espalda, sobre mi mente..., pero lo peor es que yo no los causo, mi vida es austera, sencilla, sin mayores pretensiones que la de ir salvando un día tras otro, pensando en los meses que quedan por delante, haciendo previsiones, tratando de dirigirme con cautela y aplomo..., pero de poco me sirve, de bien poco. Pero hoy sábado he podido salir con la Primigenia, también conocida como la Bicipalo. Ha sido una ruta en solitario, con frío y con un viento que empezaba a aullar cuando cubría los kilómetros de vuelta.
Confieso que me he sentido solo, ayer estuve intercambiando mails con Mónica, una amiga “bicimontañera”, que pilota una Trek Fuel full carbon, ella es rubita, de bonitos ojos y de carnosos labios. También hablé por móvil con Santi, mi colega y me dijo que igual quedábamos..., y la verdad es que hoy pedaleé animoso hacia el aparcamiento de Porta Coeli, con frío y con el cielo despejado, pero velado por algunos cirros, por algunas finas placas de hielo adheridas al firmamento. En el horizonte, sobre el mar, resplandecía un sol débil, puede que fatigado después de tanto temporal, de tanta lluvia..., que emergía de un mediterráneo plomizo y aplanado, en la playas, con las primeras ráfagas del viento del norte, helador y seco.
Me dejé caer por el aparcamiento de Porta Coeli y lo encontré lleno de coches, pero no vi a nadie conocido, no vi a Mónica ni a Santi...,y bueno, di media vuelta y comencé a remontar hacia el barranco de Vigueta, a solas y algo desanimado.
La pista es ancha, blanquecina, se alarga recta y con bosques de pinos a los lados..., ruedo sobre ella a la sombra, sin oír más respiración que la mía, escuchando el gruñido de las ruedas sobre la tierra y dejando a mi derecha el desvío hacia Revalsadores, después de ganar un repecho y adelantar a tres ciclistas que subían resoplando. Pongo el plato grande y doy unas pedaladas, las sombras oscurecen un poco más el camino, tengo frío y echo miradas fugaces al bosque de coniferas que crece a mi alrededor. Voy sorteando los badenes, aún escucho las conversaciones de los bicimontañeros a mi espalda pero poco apoco me voy alejando, volviendo a quedar a solas y encarando las primeras rampas del Portixol. Unas curvitas y empiezo a subir, a jadear y a mirar a mi derecha, veo el fondo de los valles, de las torrenteras, el perfil de las serranía, el monte bajo que lo cubre, percibo el silencio, la soledad de la Sierra Calderona en invierno...,











me me siento raro, no estoy gozando, no me siento receptivo. Hoy me había hecho ilusiones de socializarme un poco, de plantarle dos besos en las mejillas tibias de Mónica..., pero aquí estoy, escalando a solas, pedaleando entre las casitas levantadas en este rinconcito precioso de la sierra, a 0 grados y rodando sobre una pista rojiza y húmeda, a la sombra y como siempre, aspirando el aroma de la leña quemada, ardiendo en alguna chimenea.

Saludo a otros tres ciclistas y sigo a mi ritmo, a mi izquierda veo el agua cristalina estancada sobre el fondo pedregoso del barranco, no es profundo pero me encanta verlo y saber que está ahí, esa agua tan escasa en el resto de la serranía.

Aquí la pista se estrecha y sigue ascendiendo, afloran esquinas y lajas de rodeno que hacen oscilar las suspensiones, se levantan las paredes de la montaña, oscuras y cubiertas de liquen, se ciernen sobre el camino, las ramas de las zarzas cuelgan espinosas, como delgados brazos que tratan de impedirte el paso...., dejo la Font de la Gota a mi derecha y pedaleo, suspiro y miro hacia delante, virando a derechas y atravesando el vado, que después asciende bruscamente, busco la trazada y remonto volcado sobre el manillar.

Dejo atrás la vaguada pero afronto otra rampa a izquierdas. Por un momento el sol me alcanza y miro hacia abajo, hacia lo que acabo de subir y lo veo hermoso, tantas veces visto y tantas veces olvidado, cuando llego a casa y la realidad de la familia y del trabajo, me ciegan. Realidades que vuelven a perturbarte, a asfixiarte..., veo las pozas de agua estancada, las marcas de las corrientes durante las lluvias y sonrío pensando que si viviera en estas montañas como un eremita, me bañaría en ellas, bebería de su agua..., como lo debieron hacer las gentes que habitaban esta sierra, sus barrancos y collados, sus colinas y sus pocos prados..., personas como las que levantaron la ruina que descubro a mi izquierda, casi cubierta por la vegetación.

Muchas veces vemos esos restos y creemos que siempre han sido eso, restos, ruinas, vestigios..., que jamás fueron habitados y no es así. Ahí se vivieron ilusiones, momentos tristes y de sacrificio, de alegría y de descanso. Mas arriba hay otro caserón, no está en ruinas, es mas, ver sus esquinas a escuadra sobre sillares de rodeno extraído de estas mimas montaña, hipnotiza. Una vez me acerqué y pude ver las estancias inferiores, debieron ser corrales o caballerizas, aún se podían contemplar por los angostos ventanucos los comederos para el ganado. Imagino que la vida doméstica se desarrollaba en el piso superior y sobre esta misma pista por la que asciendo entre jadeos y en solitario, subiendo por el fondo del valle hacia las cimas que ya distingo iluminadas por el sol..., pero en soledad y en silencio, algo así como cuando termino estas rutas del sábado y regreso al chalé. Nortón y Mia me reciben como siempre, entre saltos, lloriqueos y carreras. En esos momentos no hay nadie en la casa salvo ellos mismos, tampoco están los vecinos ni mi sobrino “okupa”. Guardo la Primigenia en una caseta trasera y me ducho. Mia se encarama sobre la ventana del cuarto de baño y solloza, gimotea mientras dejo durante unos instantes que el agua casi hirviendo se derrame sobre mi cuerpo, pero no demasiado rato. Después me doy el paseo con los bichos y regreso, mientras les preparo la comida pongo una cafetera de una sola taza y salgo a la terraza, a tomarme ese torrefacto manchado de leche en tacita de porcelana, pequeña y delicada, a solas, sin compartir con nadie, salvo con ellos, con los chuchis. Pero el viento ya sopla fuerte y frío, me cobijo en el lado que da al sur y veo el rincón de mi padre vacío, me siento y miro lo que el veía durante todas las mañanas del verano pasado, del verano de mi vida pasado aquí, al pie de la Sierra Calderona.


En este rincón siempre da el sol y se contempla el pequeño campito en el que crecen tres naranjos, un limonero y una joven olivera, también se ve la piscina rodeada por el piso de rodeno gris y la parcelita de césped donde yo solía estirar y contemplar las nubes bocarriba cuando regresaba de la ruta..., de eso hace ya años, más de cinco. Y ahora contemplo ese campito repleto de hierbas y no digo “malashierbas” porque esa es una definición tan absurda como humana, observo el agua de la piscina verde y sucia, con algunos plásticos que el viento a arrastrado flotando sobre ella, veo el césped repleto de macetas de plástico mordisqueadas, de hojas de palmera secas que los perros han esparcido, veo los restos de una celosía de plástico y los restos de una podas sin recoger. Es la huella de ese sobrino que se instalo aquí, pidiéndome las llaves porque decía que no podía convivir con su hermano y su madre. Y yo estoy fatigado de tener que luchar en tantos frentes, quiero que me dejen en paz, que salgan de mi vida si es necesario..., y mientras sorbo de esa tacita y acaricio el lomo de Mia, comprendo el porque de esas ruinas, de esas casas abandonadas, del olvido y del silencio en medio de esos restos que antes albergaron vida. Son familias que se disgregan, padres y madres que fallecen, enemistades entre hermanos y hermanas, migración hacia la ciudad o hacia otras formas de vida, hacia el consumismo, hacia el dinero, hacia la destrucción del patrimonio..., y siento que mi vida esta llegando al final de un ciclo, este abandono me angustia, siento cierta tristeza, miro hacia el rincón donde mi padre solía desayunar al sol este pasado agosto y no veo nada..., bueno si, el maravilloso sol invernal y las idas y venidas de Norton. Miro hacia las montañas y las veo nítidas y despejadas, barridas por el viento del norte, que allí arriba aullaba por encima de las cumbres, por encima de los pinares...,yo jadeaba allí arriba, en esas montañas que ahora veo y puede que aún este allí y que todo esto sea un espejismo. Miro la tacita y sobre la pequeña superficie se forman ondas, olas impulsadas por mi respiración acelerada remontando el barranco de Vigueta..., respiro un poco, me enderezo para relajar los lumbares y trazo las curvas cerradas, recuperando algo de aliento, pero vuelvo a inclinarme hacia delante y a ensanchar los pulmones con una potente inspiración. La pista trepa y se resquebraja en un canchal de rodeno, entre piedras sueltas y otras que emergen descarnadas lluvia tras lluvia, avenida tras avenida..., voy pedaleando por la trazada buena, equilibrando con el cuerpo y sin dejar de batir los pedales, me paso a la derecha, atravieso el pedregal y vuelvo a acelerar. Las ruedas pasan por encima de los cascotes húmedos y rojizos, se hunden los amortiguadores y mi corazón bombea encabritado, sigo cuesta arriba y poco a poco salgo del suelo roto. Recupero un poco de resuello, llaneo unos pocos metros y virando a izquierdas encaro las últimas subidas duras. Miro a mi izquierda y el valle que esconde la pista, que cubre el estrecho barranco con su vegetación..., se extiende ante mis ojos y sonrió lleno de satisfacción, de calma..., voy aflojando, echo pie a tierra y antes de que se me empañen las gafas tiro una foto con el móvil, escucho los latidos del corazón en mis orejas, en mis sienes, vuelvo a montar y sigo subiendo, ya bajo el sol y de cara a un viento que sopla frío y gélido a casi 750 metros de altitud.






















El camino se eleva y gira bruscamente a derechas, se agrieta en surcos profundos que trazan el mismo viraje, me voy abriendo y encaro la rampa, pierdo velocidad y tengo que levantarme para salvar las roderas y el desnivel..., unos resoplidos y vuelvo a sentarme, el viento de cara me provoca un escalofrio y sigo remontando ya bajo el sol y viendo por delante los pinares que cubren las cimas..., la profundidad del valle ha quedado atrás pero la pista aún sigue ascendiendo, me cruzo con un ciclista, nos saludamos y unos metros después atravieso el charco de siempre. Voy bajando piñones y en el cruce giro a derechas, pedaleo algotas relajado y vuelvo a mirar hacia el barranco por el que he subido, distingo la pista y me siento bien, satisfecho de haber circulado por ella en silencio, sin erosionar nada, apenas dejando un rastro sobre el barro..., sigo observando estas montañas, su quietud, su orografía su aspecto bajo el sol, que día tras día va ganando altura, sus laderas, sus pendientes y sus umbrías. Observo su aparente inmovilismo y una naturalidad primigenia. No distingo obras de homo, tan solo el trazado de ese camino serpenteante y roto por el que he subido. Es la naturaleza, la serranía tal cual permanece por si misma, sin gestores ni técnicos medio ambientales, sin ingenieros de caminos ni brigadistas..., mírala, con sus claros y sus sombras, con los alcornoques ocupando su nicho en unas montañas dominadas por las coniferas.

¿Por qué estoy aquí...?, ¿por qué contemplo estos parajes..., que al anochecer me aterrarían o no...?, no hay edificios ni bares en los que tomar un café y un bocadillo, no hay personas con las que hablar, no hay ruido, solo el zumbido de un viento que me estremece, hay soledad y frío..., y hermosura, serenidad, la calma de lo inmóvil, de lo que no puede defenderse de un fuego ni de la lluvia, de la nieve o de un viento huracanado, de la sequía o de las barrancadas durante las tormentas.

Y sigo mirando, pedaleando tranquilo, apartando los ojos del camino y volviéndolos hacia ellas..., las contemplo y me siento mal, no soy capaz de comprenderlas, de asimilar en profundidad lo que veo. Llevo años intentándolo, a veces me aproximo..., pero cuando regreso a la civilización de homo me olvido, la realidad oficial me obliga a pensar y a adaptarme al entorno de hormigón y falsedad que me rodea, a la dinámica artificial y desquiciante de nuestras vidas en las urbes.








Mi respiración apenas si suena en medio de los soplidos del viento..., dejo de pedalear y paro, saco un pie de la cala y me apoyo ante un alcornoque ennegrecido tras el incendio de los años noventa, una enredadera trepa por su corteza de corcho viejo y que aún conserva la marca de un antiguo corte, imagino que dado por los viejos moradores de estas tierras altas, cuando vivían de ella y recolectaban ese corcho y los frutos silvestres, sus plantas aromáticas y medicinales, que recogían las nieves o el esparto para sus alpargatas, para sus cestas..., pero no veo a nadie, no escucho el paso de las caballerías o el de los braceros, percibo ese rumor del viento, su ulular peculiar al atravesar las agujas de los pinos, al rozar contra los peñascos, el deslizarse entre los cortados..., sonidos primigenios, los sonidos que poblaban la tierra entre los aullidos, entre los barritos y los mugidos de los ungulados, entre los truenos de las tormentas, entre los trinos de las aves y entre los gritos de los primeros primates, saltando de unas ramas a otras en medio de esas selvas, en la que vida estallaba en diversidad, en variedad, en riqueza biológica..., los sonidos de una vida que comenzaba a fluir, los sonidos que precedieron a las primeras silabas, a los primeros balbuceos del lenguaje humano..., sigo escuchando el viento y nada mas, solo eso..., hasta que empujo el pedal y encajo la zapatilla, clank..., suena la cala y sigo pedaleando hacia el paso entre las Peñas Altas, no queda casi nada, solo algunas rampas repletas de rodeno que poco a poco voy cubriendo con el aire de cola, de nuevo a la sombra hasta que alcanzo el alto y el sol se asoma entre los dos peñascos que flanquean la cima.

No paro y la cadena se encarama sobre el plato grande, levanto la cabeza y las vistas vuelven a hacerme sonreír. Distingo el trazado de la pista por laque voy a bajar y de nuevo el relieve conocido de la serranía, sus lomas, sus pinares, las colonias de alcornoques de un verde mas oscuro y casi de tono mate, los hondos, las suaves gargantas, los cortados de un color marrón que durante el atardecer resplandecen ardientes o que se difuminan cuando las brumas y las nubes bajas se abrazan a ellas..., me lanzo dando unas pedaladas y la Primigenia se acelera, vuelvo a notar los impactos de los baches y de las piedras en el manillar, percibo las vibraciones contra los muslos sujetos a la punta del sillín y mis dedos presionan sobre las manetas de los frenos..., voy enlazando las curvas, perdiendo altura, dando pedales en alguno de los pocos repechos que quedan por salvar.
Rebaso la Font del Poll, me cruzo con algunos ciclistas que están subiendo y continuo pedaleando, llaneo a lo largo de la umbría del Collado de la Moreria y vuelvo a encontrarme con los restos de los desmontes, aun me siguen sorprendiendo los nuevos perfiles de las laderas y dando cierta peno los enormes troncos de los pinos que aún se acumulan en los lados del camino...,











miro al frente y el Camp de Turia reaparece un poco mas próximo, azulado, con los penachos de algunos fuegos flotando hacia levante y en apariencia lejos, pero muy cerca, cada vez mas cerca, giro tras giro de las ruedas, pedalada tras pedalada..., distingo puntitos blancos, construcciones entre manchas verdes, casitas, chales en los que alguien puede estar tomándose un cortado, un café..., al sol de alguna terraza, puede que acariciando el lomo de alguna cariñosa perrita, ante la mirada siempre lastimera de un galgo bardino que también quiere que le acaricien..., como Charly. El descenso de las cumbres había terminado y pedaleaba algo cansado y con hambre, callado, ya estaba al lado de ese chalé y daba la última vuelta entre los bosquecillos y caminos que serpentean a las faldas de la sierra. Al salir de un repecho me encontré con ellos, con tres chuchillos que paseaban felices entre una pareja ya mayor. Me llamó la atención un pinsher y paré, charlé un rato con los dueños y me quedé mirando al perrito.

- ¿Me puede hacer una foto con él...? -pregunté al hombre.

- Claro que si..., ahora te lo cojo..., pues a este lo encontramos en la estación de autobuses de Valencia, abandonado y con heridas en el cuello, como si lo hubiesen querido ahorcar..., toma...

Sujeto al perrito y noto su corazón sobre mi antebrazo, le paso el móvil y trato de posar. Escucho el chasquido del diafragma virtual y sonrío..., bueno, por lo menos, al final he encontrado a alguien y me han hecho una bonita foto.
- Gracias..., voy a ver su doy esta última vuelta que ahora me toca pasear a los míos.


































































































































































































6 comentarios:

Angela dijo...

Bonito paseo, suerte que sabes y puedes disfrutar de esas cosas...lo demás no vale la pena...solo hay que dejarse llevar.
Saludos y te voy leyendo...a veces

Pedro Bonache dijo...

Que bueno Angela, tenerte por mi prehistorico blog. Yo también pienso leerte, la verdad es que tu espacio rezuma dinamismo y sensibilidad, ganas de vivir y de gozar. Yo andaré por aquí, buscando a las ciervas y a los mamuts..., tratando de construir esa realidad que solo parece existir en nuestras mentes...,pedaleando, caminando,paseando con mis chuchis y letendo a personas como tu.
Un saludito.

María Hernández dijo...

Hola Pedro:

Soy María...la "alusionada" del blog de Punset.

Ante todo, ahora comprendo lo de bicipalo, jeje, pensé que eras una especie de "picapiedra" con un "troncomóvil", pero ya veo que se trata de tu bici...palo.

He venido a ver si me ofrecías una tacita de ese café Saimaza que tanto te gusta (a mi me da igual...si es café) y enterramos las hachas de "pedernal" (que no de hierro) y nada de invitar a mi ex-marido, que lo de enseñarle Punset al chiquillo es cosa mía nada más.

A cambio del café te voy a dar una noticia: Mercadona está eliminando muchas de las marcas que antes ofrecía a cambio de sus propias marcas. Es decir, apresúrate en hacerte acopio de tu café, porque seguro que desaparece del todo. Eso sí, "hijo mío", antes de comprar camiones de paquetes de café, mírale la fecha de caducidad, jeje.
Y no es broma, eh?...lo están haciendo en todas partes. Yo vivo en Tenerife y también están desapareciendo muchos productos de marca dejando solo los suyos.
Bueno, Pedro..un saludo y ...pelillos a la mar, si?.

María Hernández dijo...

Hola Pedro, soy yo otra vez, María:

Se ve que volvimos a coincidir en algo, yo te escribía aquí y tú en mi blog, pero no había visto el comentario, hasta que no llegué del trabajo.
Curiosa coincidencia la del post "Ser agradecido". He ido en su busca y lo he leído.
Otra coincidencia más, mi madre, como tu padre, también es artesana, pero del ramo textil. Hace "calados canarios" que es una especie de bordado en deshilado, muy complicado y de una belleza antigua. Yo, apenas, he hecho algunos pinitos, pero enaltezco sus trabajos, porque no dejan de impresionarme.
Espero que ya que hemos enterrado el pedernal, me sigas visitando en el blog...yo haré lo propio en el tuyo.
He leído como te ocupas de tus padres; reconozco muchos de tus quehaceres. Mi abuela materna estuvo 8 años en cama, viviendo con mis padres y sé de buena tinta el desgaste que supone ocuparse de todo. Creo que esa T en los listones traseros de tu padre han servido para que hoy estés ocupándote de ellos. Como dijiste en el blog de Punset...el trabajo de padre empieza desde la niñez.
Un saludo, Pedro.

Noe SLopes dijo...

Hola
Estoy aqui otra vez.
La crisis nos afecta a muchos, en mayor o menor escala. Yo estoy en paro desde hace meses y algunas veces me como el coco y para no dejarme abatir, salgo en mi bici, para quitar de mi cabeza todas las presiones.
La bici tambien me sirve para desconectar de cosas tristes, que me oprimen el corazon. Algunas veces me pongo a mirar los blogs de los "angeles" y veo tantas crueldades que mi corazon se empequeñece. Menos mal que tambien veo cosas que me alegran el corazon, como tus paseos con tus niños y tantos otros casos de amor a los animales.
Un abrazo de animo y sigue disfrutando con la bici, aunque sea en solitario. Yo soy experta en rutas solitarias y he aprendido a disfrutarlas mucho.

Anónimo dijo...

jo, Noe..., cuanto tiempo sin somarte por aquí, no es reproche, ¿eh poderosa pedalista...?, ah, mi colega santi y yo hemos llegado a la conclusión de que somos dos auténticos globeros, de hecho yo de presidente y el de secretario...,despues de ver tus numeros de enero.
Lo del paro es jodido..., pero a mi me empieza a angustiar el tiempo que podré vivir de mi trabajo y a mi aire mas o menos bohemio, es un trabajo casi extinto..., pero bueno, al final me tendré que reciclar ¿no?.
Bueno, bueno..., sigamos pedaleando Noe, paseando con los "niños", viendolos correr y esperemos a que llegue la primavera, ya está ahí, chiquilla.
Un beso..., que estas que te sales, tía..., ah y vaya con las tres horitas de rodillo, ya te dije una vez que me daba miedo verte encima de él.