Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 8 de febrero de 2009

2ª PARTE DE "DOCE HORAS DE MI VIDA"

Él me mira sonriendo y me lanza un bocado, una dentellada postiza, sonrío y con mi pie izquierdo empujo el suyo hacia dentro, poco a poco lo voy bajando y se sienta en la cama. Retiro la camisa del radiador y le voy pasando las mangas, primero por el brazo inerte, por la espalda y después el otro brazo. Se sienta y él mismo se va pasando los botones con una sola mano, con la izquierda. El de la garganta le cuesta, no lo consigue y trato de ayudarle. Estoy sentado a su derecha y de medio lado trato de deslizar el dichoso botón por la estrecha ranura, pero tampoco puedo y empiezo a resoplar y a soltar palabrotas, mi padre se ríe y al final me rindo.

- A la mierda, pues sin botón.

Aún se ríe más y le digo que se levante para poder ponerle el chaquetón. Otra vez el mismo proceso que con la camisa, pero los botones son mas grandes y fáciles de cerrar.

- ¿El señor va a intentar poner un huevo...? -le pregunto.

Niega con la cabeza y termino de subirle los pantalones, le pongo las gafas y me señala el cajón de la mesilla de noche, lo abro y veo su dentadura inferior, se la doy y el mismo se la pone en la boca, chasquea un par de veces y sonríe.

- Nunca te acuerdas... -me reprocha con su vocecilla.

-Joder que no me acuerdo..., es que no me das tiempo a terminar de hacer las cosas.

- Pero no te enfades.

- ¿A estas alturas me voy a enfadar por eso...?, siempre ha sido así.

Su mano izquierda se aferra a mi derecha, yo estoy a ese lado, los dos de pié y él algo encorvado y con su pierna derecha un poco desplazada hacia delante. Percibo la presión de sus dedos en mi mano y durante décimas de segundo los observo cerrados sobre los míos..., podrían ser los delicados dedos de un niño envolviendo los de su padre, aprendiendo a caminar junto a él, protegiéndose tras sus piernas..., pero son los de un anciano, cubiertos por una piel quebradiza, sin elasticidad, cubierta con algunas manchas oscuras y en la que afloran pequeños moratones..., una leve presión, un pellizco, es suficiente para romper sus capilares y provocar una pequeña hemorragia, que la medicación anticoagulante, que toma diariamente convertirá en una alarmante mancha violácea.

Alargo mi brazo izquierdo y alcanzo la silla de ruedas, la hago girar y la coloco frente a nosotros. Me cambio de posición..., bailo ante mi padre una curiosa coreografía, una pauta de movimientos suaves, unos pasos desarrollados después de cinco años atendiéndole. Le suelto, permanece unos segundos en equilibrio, paso ante él, le toco en un hombro, me libero de su mano y le hago girar ante la silla..., mis largas piernas se mueven a su alrededor, se flexionan y reviran en esa danza íntima que se repite día tras día.

Lo siento conteniendo su peso, repartiendo la presión entre los cuadriceps y los músculos lumbares, me agacho frente a sus pies y los encajo en los estribos, vuelvo a levantarme y hago girar la silla por completo en el estrecho espacio de la habitación, paso rozando la esquina y mi padre aúlla..., pero tengo medido el movimiento y las puntas de sus zapatos pasan rozando la pared, encaramos el pasillo en penumbra y empujo las silla.

Veo que ladea un poco la cabeza hacia su izquierda y levanta la barbilla y lamano, mirando hacia la pared, hacia el velero que navega, ligeramente escorado y con todo el trapo hinchado con el viento. Mira hacia los galeones desarbolados con las andanadas, envueltos en el humo de los cañonazos, entre el velamen en llamas. Mira hacia la noches sin viento y con luna, hacia otro velero que permanece al pairo entre una luminiscencia extraña..., a mi me recuerda a los fuegos de San Telmo, como sutiles brasas amarillentas o verduzcas fluctuando sobre los mástiles impregnados en salitre marino..., los dos miramos los óleos que el pintó a paleta, le gustaba esa técnica. Cabecea y me señala con un gesto hacia delante

Sigo empujando la silla, pasamos ante las habitaciones de mi madre y de mi hermana Mónica, giro a derechas y la claridad del día entra por las ventanas del salón comedor, otro giro a izquierdas, encajo los estribos entre la puerta, rozo las molduras, las hojas se estremecen y saltan algunas astillas, pequeñas briznas de madera que nadie ve..., es una secuencia fuera de plano, que no percibimos en el momento, solo cuando vemos que la puerta tiene marcas, rozaduras..., pero me da igual, por todas la casa hay marcas de la silla de ruedas.

Mi padre levanta la mano derecha, es la señal de “alto”, le gusta entrar en el salón por su propio pié, es un acto de dignidad. Le acerco el andador, pero lo coloco a mi espalda, yo ya estoy frente a él, vuelvo a flexionar las piernas, lo sujeto por las axilas y basculo hacia atrás, se levanta y busca la maneta del andador. Se sujeta y yo me aparto a cámara lenta, en armonía pese a mi metro ochenta y a mis largas piernas. La encojo, pivoteo haciéndome a un lado pero sin dejar de sujetarle con un solo dedo. Ese leve apoyo me asegura de que no va a perder el equilibrio y me invade una extraña satisfacción, soy capaz de repetir esos gestos a su alrededor, de moverme en torno a él sin que nadie me lo haya enseñado, sin que ninguna enfermera y sin que ningún fisioterapeuta me haya dicho como hacerlo. Es el aprendizaje por la experiencia, por la observación..., y repito esos gestos, incluso los exagero en nuestra intimidad, quizás porque jamás he sido un tío armonioso y elegante, puede que porque nunca haya bailado y porque ya camine algo encorvado. Pero se que esto lo hago bien, como el que baila ante un espejo, a solas, sonriendo, pero incapaz de hacerlo en publico.

Y mi padre queda solo ante el andador. Esboza una sonrisa desde su rostro viejo pero aún vivaz y expresivo, de labios muy finos, como líneas estrechas. Su brazo derecho pende como siempre de un hombro demasiado laxo, al no ejercitarlo pierde el tono muscular y la articulación en si se queda desprotegida, los tendones y fibras se han debilitado y un gesto brusco podría dislocarlo, por eso, cuando lo levanto, tiro del izquierdo y solo uso su parte derecha como equilibrante. El también esta ligeramente encorvado, algo encogido y ejercita sus piernas haciendo unas leves flexiones, ahora suelta su mano izquierda, la que le sujeta al andador y queda en equilibrio por si mismo, sonriéndome, sonriendo a un publico imaginario, incluso puede que esté recordando a ese publico de jovenzuelos que le jaleaba cuando de aprendiz hacia equilibrios en lo alto de los armarios que se montaban en la carpintería del señor Noverges.

(En www.olocaudigital.com describo este pasaje en un articulo titulado “Retrato de un viejo ebanista”, si no esta en la pagina principal podéis buscarlo en la ventana Pedro Bonache, creo que es un articulo muy emotivo)

Pero en el comedor del piso solo estamos él y yo, observa los cuadros que decoran las paredes, cabecea y esa sonrisa se va diluyendo lentamente en un gesto de esfuerzo cuando vuelve a sujetarse y comienza a moverse hacia el sofá, avanza la pierna izquierda, carga su peso en ese lado, el bueno y después levanta su cadera derecha para liberar de presión el zapato de ese lado, entonces gira un poco la cintura y consigue despegar del suelo el zapato, lo mueve da un paso y de nuevo comienza el ciclo de otro nuevo paso..., su cerebro reorganizado vuelve a enviar las ordenes desde las neuronas a los fláccidos músculos de su pierna derecha. Son neuronas que se tuvieron que reordenar tras el ictus, esa pierna quedó paralizada y día tras día se fueron creando nuevas sinapsis hasta que ese fascinante órgano, logró desde la oscuridad de la bóveda craneal abrir un nuevo camino para que sus impulsos eléctricos llegasen hasta la pierna inerte.

Permanezco a su lado, le sigo lentamente, veo como va girando ante el sofá, como recula hasta que sus piernas lo tocan..., me acerco y le quito el andador, le trabo el pie derecho con el mío, los sujeto por la axila y lo voy sentando, flexionando mis piernas, ligeramente mis lumbares..., hasta que se sienta. Le coloco el cojín en la nuca, él mismo se levanta el brazo paralizado y le pongo otro cojin bajo él, así se puede masajear los dedos y el hombro no se le descuelga más. Cubro sus piernas con una mantita a cuadros rojos y azules y aparto el brasero eléctrico..., la posibilidad de un incendio me tortura y me angustia, mas que nada porque mi padre no podría escapar. También me persigue su absoluta indefensión, por eso cierro con llave cada vez que salgo de casa, mis padres se quedan solos y de nuevo los pensamientos negativos me invaden. Si alguien entrase a robar sería un desastre o a estafarlos, mi madre ya tiene lagunas mentales y me he dado cuenta de que es muy fácil engañarla. Son mayores, mi padre inválido y mamá debatiéndose entre la demencia senil y el Alzheimer. Pero parece que la medicación las va manteniendo a raya, aunque cada día que pasa emerge alguna señal que te indica que sus neuronas van muriendo, que esas sinapsis prodigiosas se van apagando, que su actividad cerebral se va desorganizando..., y uno es testigo de todo eso, surgen las preguntas, los interrogantes...

Le doy el mando a distancia y regreso a la cocina a prepararle el vaso de leche con Colacao. Lo caliento en el microondas y la magdalena se hunde en la leche chocolateada, vuelvo al comedor y saco sus pastillas. Un protector de estomago y otra para la tensión arterial, se las pongo en la boca y después una cucharada de sopitas.

- ¿Cuántas has puesto...? -me pregunta.

- Una, que son muy grandes y no es bueno que tomes tantas magdalenas.

Cabecea sin apartar los ojos de la televisión, va cambiando de canales, bastantes con esto del TDT..., le voy dando cucharadas, en pie, a su lado..., y vuelvo sentirme mal..., mi padre ni siquiera puede paladear esa cucharada de magdalena y Colacao, conforme traga le preparo otra y así hasta que acaba, bueno, en el camino yo me tomo alguna de ellas y él se cabrea. A veces mi madre me ve hacerlo, eso de comer de la misma cuchara de mi padre y dice, moviendo la cabeza “es que no te da asco nada...” y yo pienso en mis perros. También me recrimina de vez en cuando, ella, mi mamá, que no me ponga guantes para limpiarle las heces cuando hace de vientre. A estas alturas ya no me importa, la verdad, es algo que se supera, incluso a veces me quedo mirando el “pastel” muy cerca de mis ojos..., realmente forma parte de nosotros, son los restos de todo el proceso digestivo y depurativo.

Recojo los posos de chocolate por disolver que han quedado en el fondo del vaso, se los doy y echo una mirada por la ventana, sonrío comprobando que el sol da de lleno en los edificios del otro lado de la calle..., bien, bien, hoy puede que me lo pase bien con la Flaca, ya tengo ganas de que llegue la hora de comer para despues irme con ella al camino de las Canteras, la ruta eterna, pero siempre hermosa y placentera.

Mi padre sigue cambiando de canales, utiliza el pulgar izquierdo y a veces se equivoca de tecla y la tele se queda sin voz o cambia el formato de la imagen o se sale del sistema digital y regresa al analógico..., muchas veces se le cae al suelo y si no hay nadie en ese momento, se queda ahí, junto a sus pies.

Las imágenes se van sucediendo en la pantalla y se queda en un canal local que emite películas bastante antiguas..., el sonríe y deja el mando a su izquierda, junto a su pierna. A veces me siento junto a él y veo un poco de esas películas americanas de los años cuarenta, en blanco y negro, auténticas joyas del cine y que mi padre visiona emocionado, es una forma de regresar a su juventud, a aquellos domingos en los que con unas tristes pesetas en los bolsillos disfrutaban de una manera sencilla..., a mi también me gusta ver ese cine de vez en cuando, descubro unos guiones brillantes, unas puestas en escena mas tranquilas y unos actores con verdadero peso especifico en la pantalla, no hay efectos especiales ni secuencias vertiginosas..., eran auténticos maestros, aquellos directores junto a los olvidados y huidizos guionistas.

- Voy a ver a la mamá.

Él asiente, cojo la silla de ruedas, la dejo en el recibidor y recorro el pasillo en penumbra, abro un poco la puerta de la pequeña habitación y noto el frío haciéndome cosquillas en la nariz. Ella está tumbada de medio lado, cubierta por las mantas.

- ¿Cómo estas, mama...?.

Se da la vuelta y asoma sus ojillos achinados.

- No he dormido en toda la noche..., y ahora que me iba a dormir mira quien ha venido...

Separa un poco la colcha y descubro al pequeño Cecil hecho un ovillo entre las pierna de mi madre, como si lo acabara de parir.

- Vaya, no sabia que tenía un nuevo hermano.

- Eso digo yo..., ¿ya has levantado al pare...?.

- Si, pero tranquila, esta viendo la tele y dentro de un rato volveré a subir..., duerme un rato más si quieres.

Dice que si que con la cabeza y vuelve a taparse, durante unos segundos observo la habitación y me invade cierto desasosiego. Es un dormitorio pequeño, tiene un mueble cajonero a la derecha, un armario empotrado a la izquierda y la mesilla de noche, la ventana junto a la cama y nada más..., es lo único que se pudo hacer al mudarnos tras el infarto cerebral de mi padre. Dejamos el viejo piso de alquiler sin ascensor, una de mis hermanas pasó a vivir en él y nosotros a este mío de noventa metros. En el otro mi madre disfrutaba de una habitación doble de matrimonio, luminosa y cálida. Un enorme armario de estilo clásico llenaba una de las paredes, en una generosa cómoda guardaba su ropa íntima y en un armario empotrado, algo mas de ropa, carpetas, bolsos..., sus cosas personales. Muchas veces la veía coser en aquella habitación, ropa para mis cuatro hermanas o cortinas para la casa..., y ahora duerme ahí, entre unos muebles que ella no eligió, con un visillo calado, que ella no tejió cubriendo la ventana y con un pinsher miniatura entre sus piernas..., puede que lo único agradable y tierno que le ha pasado en los últimos meses. Mi madre jamás nos permitió tener perros o gatos, su oposición era feroz e inapelable, no había lugar a la insistencia ni a los lloriqueos o pataletas..., un pellizco o una mirada suya era suficiente para dejar de hacer tonterías. Y yo no terminaba de comprenderlo, encontraba diferencias cuando subía a jugar a casa de mi amigo, yo vivía en la puerta 6 y Vicentin en la 7, ellos tenían perro, siempre habían tenido. Y sin embargo, ahora, treinta años después, mi madre descubre el placer de la compañía de ese pequeño diablillo de color marrón clarito.

Cierro la puerta y me asomo al comedor, vuelvo a asegurarme de que el brasero está lo suficientemente alejado de la manta que cubre las piernas de mi padre y me despido.

- Bueno papa, me bajo, dentro de tres cuartos de hora vuelvo a subir.

El afirma con la cabeza, luego me mira.

- Pero no te vayas..., que igual cago..., es que noto, burruumm, burruumm.... -me advierte haciendo girar su mano izquierda sobre su estómago.

- Vale, vale.

El burruumm, burruumm..., es el ruido que hacen sus intestinos excitados por los laxantes, él se imagina sus heces desplazándose entre ellos, haciendo ese ruido sordo que escapa desde su tórax.

Salgo de casa y cierro con llave, bajo las escaleras trotando, girando a izquierdas, recorro el patio y ya en la calle vuelvo a mirar hacia arriba. El sol ilumina los últimos pisos, los áticos..., apaga con su luminosidad las lucecillas navideñas que decoran algunos balcones, ilumina también a los grotescos Papa Noel colgados de las cuerdas en una escalada perpetua hacia esos hogares en los que aún huele a langostino a la plancha de la noche anterior y en los que los padres amanecen desesperados porque los niños están en casa y molestan, no saben que hacer con ellos..., pero esto se acaba y el miércoles, por fin hay colegio, pero primero a la guardería aunque sea a las siete de la madrugada. No importa que las criaturas duerman tranquilas en sus casas, si hace falta se les despierta a las seis de la noche porque los papas y las mamás tienen que ir a trabajar.

Voy caminando por la acera y unos metros por delante reconozco la silueta de un vecino de toda la vida, es Juan, como “el viudo”. Anda con una pequeña bolsa de plástico colgada de su mano izquierda, un accidente de trabajo casi le amputó varios dedos, pudo salvarlos pero quedaron inmovilizados en una especie de gancho, con sus tendones contraídos para el resto su vida. Anda a un paso bastante mas lento que el mío y cargando el peso de su cuerpo de una cadera a otra, con la cabeza ladeada..., quedo a su altura y le saludo.

- Bon día, Juan

Me mira y se para.

- Ah..., Pedrín..., ¿qué has ido...?, ¿a ver al padre...?.

- Como siempre..., ahí lo he dejado, viendo la tele.

Juan aprieta los labios, ya marchitos en un rostro que envejece día tras día..., escucho su respiración, noto como su cerebro organiza las letras, las palabras que pronunciará y observo su cara, el tiempo, los años..., van deformando los rasgos de su juventud.

- Eso que tu estas haciendo..., es muy grande, muy grande... -afirma dándome golpes en el hombro con su mano garfio- eso hay muy pocos hijos que lo hagan, ¿sabes...?.

- Es lo que hay que hacer, ¿no...?.

- Los vecinos lo dicen...

- Ya..., venga Juan, voy a continuar.

- Hala, adiós.

Sigo caminando hacia la carpintería y la sonrisa que se formaba en mi rostro mientras hablaba con el vecino va desapareciendo..., desde hace unos años me pasa esto. Algún vecino o vecina me para y me pregunta por mi padre o por mi madre, después recuerdan como era él y terminan dándome ánimos y alabando lo que estoy haciendo. Mi imagen esta quedando como la del hijo perfecto, como la del hijo que asume los papeles de hija abnegada y que renuncia a su vida. Al principio me ayudaba, realmente unas de las necesidades básicas del ser humano es el reconocimiento, el agradecimiento. Pero ahora no me siento tan bien, yo no soy esa persona dulce y cariñosa, noble y sensible que todos se creen..., soy alguien lleno de vicios y de miserias, de manías y de miedos, de complejos..., en una lucha continua entre mis lóbulos frontales y esas emociones negativas, esas tendencias oscuras que mantengo a raya, con las que lucho como creo que hace muchísima gente o eso creo.

A veces me tortura esa lucha interna, bueno, muchas no, bastantes veces..., por eso me siento casi como un hipócrita cuando recibo esas alabanzas. En mi intimidad se quien soy o mejor dicho se cuantas personas soy en mi mismo, cuantas anidan en mi mente. Son esas reacciones súbitas de rabia o de cólera, que logro aplacar, contener, que estallan en mi interior pero que no llegar a aflorar, casi siempre contra desconocidos o contra mis padres, ellos son débiles e indefensos. Alguna vez, cuando mi padre me ha despertado dos o tres veces durante la noche, cuando se golpea en el estomago para poder orinar, cuando tose ruidosamente, cuando se queja en una letanía que se alarga en esa noche..., o cuando me mancha la cama de heces, en los escasos segundos que tardo en cambiarle de empapador o cuando llego al casa, abro la puerta y entro en el comedor, me ve y me dice.

- Que me cago...

O cuando los domingos me levanto a las siete de la mañana para que me de tiempo a salir con la Flaca, casi de noche, con las luces encendidas, pedaleando a solas, haciendo algo mas de 60 kilómetros a buen ritmo, para llegar a casa y levantarlo..., a veces, al pasar por el aparcamiento de Porta Coeli me encuentro con algunos colegas que van ha salir con las bicis de montaña, entonces paro y charlo un rato con ellos, me socializo un poco, interactúo con los de mi especie y regreso dando pedales mas deprisa. Cuando entro en el dormitorio protesta, levanta la voz y agita su único brazo..., he llegado tarde y en casa no hay nadie, madre duerme..., y me quedo ahí, de pie en la habitación, mirando a la pared, sin escucharle, como vacío, preguntándome quien soy realmente, cual de las emociones que conducen mi vida es la adecuada, cuanto he desaprendido y cuando aflorará el ser verdadero que habita en mi o la persona que quiero ser..., entonces respiro, cierro los ojos y noto las patitas del pequeño Cecil sobre mis pantorrillas, aún tensas de la pedalada, lo acaricio un poco y pongo la ropa de mi padre calentar, subo la persiana y le miro...

La calle esta silenciosa, no escucho el griterío de los chiquillos en el patio del nuevo colegio habilitado entre los muros de lo que fue la antigua Cárcel de Mujeres de Valencia..., casi todos los días, cuando bajo de echar un vistazo a mi padre les veo corretear, jugar tras las enormes rejas restauradas. Sobre esas mismas crecía una gigantesca buganvilla que murió con la reforma..., escucho el alboroto de sus vocecillas excitadas y me acuerdo de Pilar, mi ex. Ella es maestra de infantil y una ciclista “pura sangre” de carretera. Recuerdo una de esas mañanas de entre semana que salí con la Flaca, decidí pasarme por su colegio a la hora del recreo y la encontré en el patio, vestida con el gracioso babero y con su melena negra cayendo sobre la tela rayitas blancas y azules. La estuve observando durante unos minutos hasta que me descubrió. Mientras se acercaba una nube de niños la rodeaba, algunos lloriqueaban, la llamaban por su nombre, algunos se tragaban los mocos y todos la adoraban.

Escucho los timbrazos del telefono a través de la puerta de la carpintería, abro, atravieso el taller y cojo el inalámbrico.

- ¿Si...?.

- Soy Jaime, Pedro..., pero no te voy a hacer ningún pedido -confiesa entre risas y casi como excusándose.


2 comentarios:

Olocau.Digital dijo...

"soy alguien lleno de vicios y de miserias, de manías y de miedos, de complejos...,"

Dentro de "el grupo (la manada)" tú no tienes importancia, tú eres lo que ven los demás.

Un poco más lejos ni tú ni los demás tienen importancia, solo se ve el grupo (la manada).

Sólo cuando dejamos "el grupo" perdemos lo substancial y nos quedamos en "las cáscaras".

A mi me pareces un afortunado Pedro, hay gente que ha nacido, vive y, probablemente, morirá, en "las cáscaras", y no quiero meterle a este hecho la connotación de "mejor que" o "peor que", simplemente señalarlo.

Joa dijo...

La segunda parte es más humana todavía. No te atormentes por ser humano: todos tenemos miserias y miedos. Afortunadamente, sabes encontrar la manera de seguir disfrutando de la vida, de llevarla adelante con dignidad (la transmiten tus palabras) Describes los movimientos con tu padre igual que los que sientes sobre la bici (me gusta mucho el detalle con que lo haces)