Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

11ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

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El dolmen y las estrellas fugaces.




- ¡Mira otra…¡ -señaló excitado Paul.
La mirada de Alberto se perdió en aquelcielo nocturno infinito, en aquel firmamento repleto de puntitos blancos oazules que parecían parpadear o temblar…, pero aún vio como ese trazo luminoso surgía de las profundidades del universo y se movía en medio de esa noche infinita bajo que la dormía por primera vez. Apenas duró unos breves instantes y su camino luminoso, su rastro se apagó, la bóveda del cosmos volvió a quedar tranquila y serena allí arriba, repleta de estrellas y de planetas, de galaxias y constelaciones, del pasado y del futuro de homo.
Siguió mirando hacia arriba desde el saco de dormir que le habí aprestado la madre de Paúl y sin terminar de creer que no hubiese ningún techo sobre su cabeza, que no hubiesen paredes a su alrededor que le protegiesen del miedo a la oscuridad, del frío, del calor o de la lluvia. Sin terminar de creer, que según les había contado la madre de Paul, ese mismo cielo y esas mismas estrellas eran las que habían contemplado los hombres que cuatro mil años antes también estuvieron allí, en ese mismo cerro, colocando esas piedrasque parecían formar una mesa de tan solo dos patas. Eran piedras grandes, tan grandes que tanto Patricia como Paúl y él mismo cabían debajo tumbados, pero encogiendo las piernas…, y nadie las había movido en todo ese tiempo.
Alberto incorporó medio cuerpo, miró a su alrededor y la oscuridad le angustió, el cielo se cortaba en el horizonte y la meseta les rodeaba oscura y negra, sin una sola luz, apenas podía distinguir los sacos de dormir de la madre de Paul y de su nuevo amigo ya los perros flacos ni los veía. Buscó a los galgos en esa oscuridad y apenas si distinguió unos bultos enroscados contra si mismos que de vez en cuando suspiraban y que en algunos momentos movían las patas nerviosamente, como soñando, como reviviendo las carreras tras las liebres. Volvió a mirar hacia el firmamento y distinguió algo que volaba, una sutil sombra que ocultaba durante décimas de segundos las estrellas, que dibujaba sus perfiles alados sin emitir ni un solo sonido y que pasó sobre su cabeza, tan cerca que aún pudo distinguir el vientre claro de la fantasmal ave.
- Es una lechuza –siseó Paul.
- No hace ruido al volar.
- Las aves nocturnas no hacen ruido al volar, dice mi madre que tienen en las alas plumas en forma de pelos.
- Ah.
Alberto volvió a tumbarse y escuchó a otro de los galgos rebullir…, siguió escuchando y oyó como el croar de algún sapo, la llamada de otra ave nocturna, la respiración de Patricia…, y cerró los ojos, sintió algo de fresco en la cara, como una tenue brisa solitaria que se moviese confundida entre los llanos a oscuras y se arrebujó en el saco. Cerró los ojos y las imágenes y las sensaciones del día comenzaron a sucederse en su mente, desde los vuelos de los vencejos al amanecer, como todas las mañanas, desde que llegase al pueblo hasta revivir el roce del viento contra su rostro cuando la madre de Paul les dio un divertido paseo en su Citroen “dos caballos” descapotable. Pero había otra imagen quesurgía con fuerza, con calor y con una persistencia que le ruborizaba…, el cuerpo desnudo de la madre Paul rodeado por los galgos jadeantes, después del largo paseo de las mañanas, empapada por el agua que manaba desde una ducha al aire libre, riendo y buscando una toalla con calma y naturalidad, como si no le importase que los dos muchachos casi adolescentes la hubiesen sorprendido así, mostrando esa desnudez que emergía bronceada, delgada y vibrante, con el fondo amarillo de una meseta que también parecía contemplarla desde el silencio roto por el canto chirriante de las cigarras desde las encinas.
Alberto abrió los ojos en mitad de la noche manchega, miró el cielo y solo esa visión fue capaz durante unos instantes de hacerle olvidar aquellos pechos de oscuros y amplios pezones, las largas piernas tan musculadas como las de Churria, la cintura estrecha, los brazos tensos, marcados…, tan solo la noche y la infinitud de su negrura le hizo olvidarla durante unos momentos, sintió una especie de congoja, de emoción, sintió como su garganta se estrechaba y escuchó gimotear a uno de los galgos…, recordó las palabras de ella, de la madre de Paul cuando les hablaba mientras caía la noche, mientras moría la tarde encendida con un sol cobijándose en las inmensas planicies y mientras el pequeño fuego que habían prendido para calentar la liebre al ajillo, se iba apagando.
Patricia hablaba mirando esas brasas, mirándoles a ellos, acariciando los largos cuellos de los galgos que deseaban ser mimados por ella. Les hablaba del fuego primigenio, de cómo el aroma de la leña quemada le provocaba oleadas de sensaciones y emociones, les dijo algo que Alberto no terminó de entender, les dijo que ese olor estaba retenido entre nuestras neuronas, en lo mas profundo de nuestro ser, entre las estructuras de los cerebros que la evolución retuvo en nuestro linaje…, y que por eso el fuego siempre estaba presente en los festejos populares de todos los pueblos de el mundo, el fuego era para los hombres la vida como el sol era la vida para el planeta Tierra.
Volvió a cerrar los ojos y ella regresó, volvió la luz del atardecer mientras caminaban por los campos de paja, entre las parcelas baldías, ya sin cultivar, abandonadas por homo, como les contaba Patricia, a él y a su propio hijo. Alberto le echaba miradas furtivas, entonces dejaba de oír la charla de Paul y se quedaba embelesado contemplando el caminar garboso de Patricia, el movimiento de las caderas que asomaban desnudas por encima de la cintura del pantalón vaquero cortado a medio muslo y con el camal recortado a flecos, las piernas que vibraban con cada paso, los gemelos que asomaban por encima de las Chirucas, a los galgos que iban y venían, que les rodeaban y que danzaban entre ellos flacos, delgados y fibrosos, con esas zancadas elásticas y al tiempo como desmañadas.
Imágenes que continuaban sucediéndose mientras Alberto se dormía con el cosmos mirándole desde el origen del todo, de los tiempos, del mundo, de la vida…, recordando de nuevos las extraordinarias cosas que Patricia les había contado. Les había dicho que muchas de esas estrellas ya no existían, que realmente estaban viendo el pasado, la luz que aún no había llegado a extinguirse como si estuviesen en una maquina del tiempo que solo pudiese mirar hacia atrás, como el eco de un grito que se extendía sin que nadie gritase ya.
Y volvió a ver a Patricia parándose a pocos metros del dolmen, de esas piedras que surgían en la reseca y polvorienta tierra de la meseta, vio las siluetas de los galgos perfilándose contra la línea del horizonte y sin saber porque alzaría la cabeza hacia el cielo vespertino, en ese momento algunos vencejos volarían elevándose en silencio, sin lanzar esos excitados chillidos que despertaban el pueblo casi antes de que el sol brotase de la meseta. Se elevarían y desaparecían con las últimas luces de ldía.
- Ahí va FlechaNegra –murmuraría Paul…, y Alberto le creería, después el día iría perdiendo esa luz intensa, la tarde iría dejando paso al ocaso, a esa calma que llegaba con las palabras de esa mujer que parecía haber estado junto a los hombres que decidieron alzar el dolmen ahí, en esa suave colina y que decía, mientras las llamas calentaban la liebre al ajillo, que hubo un tiempo en el que la tierra que les rodeaba estaba repleta de árboles y pastos, de extensos pinares que desaparecieron cuando llegaron unos fríos muy intensos, ella habló de la ultima glaciación que llenó la península ibérica de unas nieves y hielos casi perpetuos, aquel frío arrasaría los bosques y los pastos entre los que llegaron a existir manadas de mamuts, de bisontes y de rinocerontes lanudos…, después cenó la liebre que los perros flacos habían cazado junto a Paul y siguieron charlando mirando hacia la noche, esperando la llegada de las estrellas fugaces desde los confines del universo.
Fue una claridad, algo que parpadeó en el firmamento y que despertó a Alberto y alos galgos, les escuchó gruñir, lloriquear y un trazo amarillo iluminó el cielo, llenó la meseta de sombras y luces fantasmagóricas que llegaron desde una estrella fugaz que ardía allí arriba, que se envolvía en fuegos al rozar la atmósfera y que dejaba un rastro incandescente mientras un profundo silbido se unía al aullar de los lebreles que alzaban sus largos cuellos hacia el cielo, hacia la noche iluminada, alrededor de un dolmen que parecía atraerlos como a guardianes de alguna puerta que condujese a otros mundos, a otras percepciones, a respuestas, al lugar desde el que llegaba aquella bola de fuego que poco a poco se fue consumiendo hasta convertirse en un polvo cósmico que lentamente y como una llovizna de partículas cargadas de vida, de esencias…, fue posándose sobre la meseta, sobre ellos mismos.
- ¿Lo habéis visto…? –susurró Patricia- eso ha sido un bólido.
Poco a poco los galgos se fueron calmando,se acercaron a Patricia y buscaron sus caricias, después se movieron hacia Alberto, se rozaron contra él, no supo quienes eran, pero sintió el áspero pelaje, el olor peculiar, el calor de sus cuerpos huesudos y estrechos.
Regresó la calma, el silencio, el canto de algunos grillos…, y justo antes de caer rendido recordó la pregunta dePatricia.
- ¿Nunca has dormido al raso, Alberto…?, te gustará.



2 comentarios:

veritas dijo...

he terminado solo ahora la lectura de algunos capítulos atrasados!!! Me ha encantado el último!!! Besos y sigue con esto, sensibilidad que si bien aparentas, la das toda cuando escribes... Besos y dulces sueños arropados por las lechuzas...

joa dijo...

Casi todos los veranos, desde hace diez, he visto la lluvia de estrellas desde mi saco de dormir. La primera bajo el cielo de Extremadura, después de una de aquellas excursiones con Camino, la primera noche... Al año siguiente en la Serra de Gerês (Portugal), con ella como cabezal. El verano de la primera lesión subimos en coche a la Nevera de Castro (la que fuimos en Espadán) y nos acostamos en la repisa.
Mi hermano (físico teórico) y mis amigas matemáticas me enseñaron a "leer" el cielo en las primeras travesías, cuando yo pasaba tanto frío que nunca llegaba a aprenderlas. Luego continuó mi ex-pareja. Todos los años comprábamos la guía del cielo y llevábamos el planetario colgado en la mochila. Entre unos y otros me fueron contando el origen del universo, lo de las sociedades que se convierten en ingobernables, muchas cosas que aprecen en este relato y que aprendí, como Alberto, compartiendo a cielo abierto. También descubrí que no era la única mujer que había compraba la guía del cielo y había cruzado el país para estrenar una bici... Fue mi último relato... Hasta ayer, que empecé otro basado en "la manada" de las tardes ¡Qué casualidades!