Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

13ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

Un beso, un susurro y el despertar

Un nombre, alguien susurraba un nombre, sentía como un leve viento, agradable y cálido, un aliento, el olor de una piel. Despegó lentamente los parpados y vio a una mujer sonriéndole, rozando sus cejas, deslizando las yemas de sus dedos sobre su frente.

- Buenos días, cariño…, ¿algún día volverás a dormir como todo el mundo, en una cama y no tirado en el viejo sofá de las visitas…?.

Alberto parpadeó y continuó observando a la mujer que no dejaba de sonreír desde unos labios finos y hermosos, dibujados en un rostro de piel oscura, bronceada, de cejas sinuosas, de barbilla estrecha…, era Alejandra.

- Espero que si, cariño, voy a tener que hacer una cura de sueño.

- Mejor una cura de hábitos de sueño…, venga, vamos a desayunar que Elena quiere contarte algunas cosas.

- ¿Ya…?, ¿tantas cosas han pasado esta noche…? –bromeó Alberto levantándose de la mano de Alejandra.

Volvió la cabeza y echó una mirada al sofá, un modelo bañera que ya estaba en el primer piso que alquilaron y que de una manera o de otra siempre acarrearon en las sucesivas mudanzas.

- Si pudiese hablar… -bromeó Alberto- cuantas cogorzas se han dormido ahí.

- Y lo que no eran cogorzas.

Alberto sonrió, la sujetó por la estrecha cintura y la besó en los labios, rozó sus mejillas contra las de ella y sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, se apretó contra ella, jadeó y cerró los ojos tratando de percibir por otros sentidos, por otras vías y sintió deseos de llorar, de no olvidar jamás el olor de Alejandra, el sabor de su piel bajo sus besos, bajo su lengua, de no olvidar jamás esa intimidad, la sensación de fusión que surgía de sus dedos entrelazados, la respiración anhelante de ella en sus oídos, el movimiento de sus caderas, el sudor de ella resbalando sobre él, de no volver a olvidar jamás, de no olvidar nunca.

- ¿Qué te pasa hoy que me miras tanto…? –susurró Alejandra. Alberto yacía desnudo junto a ella y recorría su cuerpo con la mano, seguía esa caricia con sus ojos y se recreaba en el pubis, en los huesos de las caderas, el la depresión que formaba en la cintura estrecha, en la delicada piel del pecho, en el pezón oscuro y abultado.

La miró y Alejandra percibió un brillo húmedo en sus ojos.

- Quiero que este momento deje una huella en lo mas hondo de mi memoria, tan hondo que no lo pueda olvidar nunca.

Y los mismos dedos que habían explorado el cuerpo de Alejandra tantas veces, rozaron sus labios, sus mejillas, su nariz, el contorno de sus ojos, su frente…, enviando impulsos nerviosos desde las yemas hasta el cerebro, de una neurona a otra en medio de una complicidad surgida de las emociones, del amor, del cariño, del miedo a olvidar. En medio de un deseo y de un anhelo que buscaba el camino, entre las sinapsis, entre la red compleja y laberíntica de conexiones para poder guardar ese momento en un lugar secreto de su mente, ahí donde nadie pudiese fragmentarlo o robarlo, donde la enfermedad no llegase, ahí donde pudiese evocarlo una y mil veces hasta el ultimo momento de su vida.

No hay comentarios: