Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 3 de julio de 2011

EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS.

Prologo.

" El verano de los perros flacos", es un relato de ficción, una narrración inventada que poco a poco va tomando forma y que lentamente voy siendo capaz de ir escribiendo. Hace tiempo que no me apetece escribir, que no me apetece contar mis correrias con la bicipalo..., pero poco a poco me he ido ilusionando con este relato, he vuelto a sentir ese cosquilleo placentero que surge cuando sientes la necesiddad de escribir o de recrear una realidad que desearias vivir, el placer de escribir, el gozo de plasmar esas idean que van y vienen en la imaginación..., pero ante todo es un reto hacia mi mismo, es un intento mas de escribir sobre algo que desconozco, sobre la meseta, sobre los galgos, sobre la infancia olvidada. Mi deseo sería terminarla a lo largo de este verano, para mi sería algo extraordinario, sería como dar vida a eso que siento cuando veo correr a Norton, cuando veo a un anciano trasmitir su conocimiento o cuando veo a un niño ansioso de aprender, de sentir el entorno con sus sentidos.




(1) El verano de los perros flacos

Aquellos paisajes, esas llanuras amarillas, ese sol que atravesaba la ventanilla del coche de sus padres y que le quemaba el brazo…, quedarían en su memoria sin que fuese consciente en aquel momento, en aquellos primeros días verano en el que se alejaban de Madrid, pero no hacia las playas valencianas, como todos los años. Ese año viajaban hacia las tierras de los abuelos paternos. Esas que solían visitar en Navidad y en las que el frío era intenso y el viento cortante.

A Alberto no le gustaba el pueblo, ese montón de casas como de piedra que se juntaban en medio de aquellos paisajes llanos, de llanuras resecas y yermas, de horizontes ondulados, como viejos y desgastados, como dormidos, sin árboles, sin bosques y sin nada que le protegiese de aquel viento que corría por las lomas y los cerros y que envolvía su cara con miles de pequeñas cuchillas de afeitar, con miles de alfileres que se clavaban en él.

Prefería el invierno en Madrid, allí el viento chocaba contra los edificios y nunca era tan fuerte, en las esquinas podía protegerse de él y a veces nevaba.

Si, aquel verano no dijo ni una palabra desde que salieron de Madrid, tan solo miraba a los ojos de su madre cuando ella se giraba desde el asiento delantero y le sonreía, Alberto estuvo a punto de devolverle esa sonrisa pero estaba demasiado enojado como para sonreír. Entonces apartaba los ojos, miraba por la ventanilla y volvía a encontrarse con eso, con la meseta, con los horizontes abiertos…, ni rastro del mar, ni de las torres de apartamentos, ni de los atascos, ni de sus amigos y amigas que le recibían en bañador.

Su padre solía parar a la puerta del garaje y él saltaba del coche antes de que la puerta se hubiese terminado de abrir…, pero aquel verano se sintió desolado, nunca había visto el pueblo inundado de luz, nunca había sentido ese calor seco y nunca había visto tanta tierra a su alrededor a través de las ventanillas del coche. Jamás habría bajado del asiento trasero…, pero su madre abrió la puerta desde fuera y le miró sonriendo.

- ¿No vas a dar un beso a los abuelos…?.

Los recuerdos olvidados, los recuerdos perdidos.

Y aquellos recuerdos los había desenterrado ella, su madre. Alberto, treinta y cinco años después de aquel verano en La Mancha, había olvidado su infancia, aquellos trece años, la adolescencia, la juventud.

La intensidad y la dedicación a su trabajo le había absorbido de tal forma que había olvidado aquel momento de su vida, también le había alejado de sus padres hasta el día en que su madre llamó para decirle que su padre había empezado a perder la memoria, a perder los recuerdos, a perder la identidad.

El Alzheimer progresó rápido, implacable, cruel…, pero aún tuvieron tiempo de abrir los álbumes de fotos, de comer juntos y de charlar, de pasear, de hablar, de recordar esos años olvidados, de pasar días y meses junto a ellos, de recuperar un pasado que había sido real, pero que en la mente de su padre se iba disipando hasta desaparecer, hasta despojarle de su propio yo.

Pero pese a todo, la persona que reposaba en la habitación del hospital era su padre…, en aquellos momentos un anciano moribundo, indefenso, mudo y con la mirada extraviada, vacía, hueca y tan distinta a aquella mirada intensa, franca y directa, tan viva que durante esa niñez y esa infancia nunca se había atrevido a mantener. Ni siquiera cuando su físico cambió, cuando le rebasó en altura y en masa muscular, cuando se sintió capaz de retarle.

Alberto suspiró, se levantó del sillón reclinable y se acercó a la cama, acarició la piel tibia de su rostro y observó sus ojos azules, las arrugas que agrietaban la piel, los labios encogidos, marchitos, ya mortecinos…, hasta que los rayos de un sol que se ponía ya muy tarde, comenzaron a incidir en el él.

Se acercó al ventanal y sonrió, escrutó el cielo de la ciudad, los horizontes artificiales y los descubrió, habían llegado sin que nadie se diese cuenta, sin que nadie los esperase, daban las ultimas tomas del día a sus polluelos y se elevaban en bandos hasta que la noche los acogía en las alturas y dormían en vuelo hasta el día siguiente.

Hasta aquel verano Alberto no sabia que los vencejos no se posaban nunca y que dormían volando.

Volvió a acomodarse en el sillón, echó una ultima mirada a su padre y entrecerró los parpados, comenzó a recordar por si mismo aquel verano, en el que los vencejos también llegaron y que fue la primera vez que los vio, igual que a aquellos perros flacos y huesudos con los que paseaba uno de los niños del pueblo. Hasta aquel verano, Alberto siempre había creído que en el pueblo no había niños.

El mar seco.

Le sorprendió ver a su abuelo sin las ropas de abrigo, le pareció mas delgado y alto y pudo sentir el tacto áspero de aquella piel cuando le besó en las mejillas, después la piel mas suave de su abuela y aquel olor, el olor de la casa a leña quemada, al fuego que le recordaba el invierno seco y sin nieve de la meseta, de ese pueblo que en su imaginación lo veía como de piedra, como surgido desde la misma tierra que lo rodeaba, que era muy parecida al mar, pero amarillento y quieto, sin olas ni brillos, sin el rumor del agua batiendo la arena de la playa infinitas veces o rompiéndose contra las rocas.

Después de comer subió a su habitación, se hundió en ese colchón demasiado blando y vio las vigas del techo, las revueltas encaladas, volvió a bajar de la cama, se asomó al ventanuco y medio cerró sus parpados.

Las tejas ocres se sucedían unas tras otras, entre laderas que terminaban en canalones, entre pequeñas chimeneas y con algunos gatos sesteando felices, dormidos, entregados a un sopor silencioso hasta que algunos gorriones jóvenes piaban y las orejas de los mininos se orientaban hacia los polluelos…, y mas allá de los tejados, se extendía ese mar seco y desértico que le hizo saltar de nuevo sobre la cama y cubrirse la cabeza con la almohada.

5 comentarios:

Artus dijo...

Prometedor... Mucho de Bicipalo hay ahí dentro. Estaremos vigilando... jejeje.
Un abrazo, perdido...

Pedro Bonache dijo...

Artus, gracias por el comentario. Si que hay de Bicipalo, si..., pero despues hay mucho de imaginación, del deseo de contar esas historias que a veces bullen en la cabeza como pugnando por salir, sean buenas o no.

veritas dijo...

yame he enganchado, socorro!!! Pasas del pasado al presente con una soltura, consigues que no perdamos el hilo. Me encanta!!!

Tapestry Workerman dijo...

Hola bicipalo.
No tengo perdón pero sí una excusa, este pasado Julio hemos tenido un aluvión de pedidos urgentes que me ha tenido apartadísimo de todo esto del ordenador. A esto súmale las cuatro semanas de vacaciones y ésta última de aclimatamiento y cuando encuentro hueco entre los entrenamientos de los chavales y me paso por aquí, me encuentro que te has inflado de escribir... no sé si me pongo al día en los próximos meses pero lo intentaré ;) A medida que pueda, me empaparé con "El verano de los perros flacos", que por lo que he estado ojeando, va a ser toda una novela autobiográfica de intenciones... esto promete.
Reitero tus perdones con la promesa de ponerme al día después de casi mes y medio de desconexión vía wifi.
Un saludo y hasta pronto.

Pedro, también llamado bicipalo. dijo...

Por Dios Tapestry..., te echaba de menos, je, je, je, pero ni perdon ni "na", que hay Vida mas allá de la red, pero también es bueno que estemos ahí, contando y leyendo.
Pues si, me he enfrascado en esta novela, es medio autobiografica, realmente me he dado cuenta de que cuento mi vida imaginaria, lo que deseo.
Estoy ilusionado, creo que podré acabarla y que por fin todos esos vencejos y galgos que revolotean y corren en mi cabeza...,podrán hacerlo libremente en la imaginacion de quien lea lo que pasó ese verano de los perros pasos.
Un abrazo Tapestry.