Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 9 de julio de 2011

2ª entrega de "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

La merienda.

Recordó la voz de su madre y el ruido del somier cuando se sentó en la cama.

- La abuela ya te ha preparado la merienda.

Se quitó la almohada de la cabeza y la vio sonriendo, recordó que le preguntó porque habían ido al pueblo si no era invierno, si no estaban en Navidad.

- Bueno, tu abuelo es una persona querida y respetada aquí en el pueblo, saben que es una persona integra…, ¿sabes lo que es una persona íntegra…?.

Negó con la cabeza, era la primera vez en su vida que oía esa palabra, ella le explico su significado y después escuchó a su madre atentamente, en el pueblo y en los alrededores estaban robando galgos.

- La gente de aquí sabe que tu padre es guardia civil y que tambien es una persona íntegra…, quieren que les ayude.

- ¿Qué aquí no hay guardia civil…?.

- En el pueblo no y de todas formas…, ocurrió algo hace mucho tiempo y por aquí pasan poco.

Noches de hospital, a solas con su padre, recordando junto a él.

Alberto oyó la puerta, percibió la luz del corredor a través de sus parpados vencidos y reconoció los pasos de una de las enfermeras. Abrió los ojos y la observó manejando los goteros a la tenue luz de una lamparilla, inyectando una dosis de heparina y dedicándole una sonrisa.

- Buenas noches, está tranquilito… -murmuró la auxiliar.

- Si, ahora dormirá durante unas horas, después se despertará a mitad de noche.

La enfermera salió de la habitación y Alberto decidió bajar a fumar un cigarrillo. Recorrió los pasillos de color crema, se cruzó con personas que cuidaban a los enfermos, con otras enfermeras, escuchó retazos de conversaciones en voz baja y bajó las tres plantas en ascensor.

Al atravesar el vestíbulo echó una mirada a las maquinas expendedoras de agua, de comida embolsada, de bebidas en envases de cartón metalizado. Observó las fotografías, la expresión de los modelos, eternamente sonrientes y refrescados, jóvenes y transmitiendo una sensación de felicidad permanente con tan solo beber agua de esa botella o el zumo de frutas tropicales que el fabricante vendía como fuente de salud y bienestar.

Cabeceo y vio como un muchacho sacaba uno de esos zumos, al agacharse pudo verle los calzoncillos por encima de un pantalón vaquero demasiado bajo, también observo el móvil en una mano y arrugó el entrecejo…, sintió que ese joven era el producto de su propia imaginación, de su creatividad, de su capacidad para diseñar exitosas campañas publicitarias, de su tremendo potencial para crear mundos ficticios en los que las personas que consumían esos productos se sentían satisfechas y plenas.

Encendió el pitillo fuera del recinto hospitalario y dejó escapar el humo hacia el perfil de la ciudad.

La noche había llegado refrescando ligeramente el ambiente, el tráfico no cesaba en la avenida y las fachadas se iluminaban, la vida continuaba en cada uno de aquellos hogares, en cada uno de esos automóviles que pasaban ante sus ojos y casi que también en las vallas publicitarias con iluminación propia. Parecían tender una mano, calida y amiga que te llevaría a esos otros mundos creados por el mismo, por Alberto, unos paraísos en los que los ancianos no perdían la memoria y en los que jugaban con sus nietos con mas vigor y entusiasmo que los propios padres.

Pero su padre había perdido la memoria, el sentido de su existencia, de la noción del yo, de la consciencia de si mismo, de su identidad distinta al resto de la humanidad. Sintió que él mismo también estaba perdiendo la memoria de su vida pasada y se preguntó como había podido olvidar aquel verano de los perros flacos, como se había alejado de aquel verano que prometía ser el peor de su corta vida y que se convirtió en un pasaje de su existencia muy especial…, hasta que lo olvidó cuando al siguiente verano regresaron a la playa después de que el invierno en la capital le hiciera olvidar la meseta, a aquellos perros famélicos y huesudos que rodeaban al niño que parecía ser el único niño del pueblo.

Lo había olvidado hasta que su madre lo despertase en una de aquellas tormentas de recuerdos que organizaba casi todos los días desde que comenzasen los primeros síntomas del Alzheimer en su padre.

Las tormentas de recuerdos.

- ¿No recuerdas aquel verano…? –se había sorprendido su madre.

Pero ella parecía haberse apropiado de los recuerdos de ellos dos, de su marido y del hijo, parecía como si la madre siempre hubiese estado pendiente y atenta de la vida de ellos dos, del marido y del hijo…, para años después recordarles lo que habían vivido.

Dejó caer la colilla, regresó a la habitación y durante unos instantes observó a su padre bajo la tenue luz, escuchó su respiración algo forzada, débil, distinguió las arrugas como mas profundas que nunca, auténticas líneas negras y profundas que podían hundirse hasta los mismos huesos, como valles resecos y muertos en un paisaje desértico y abandonado, como las laderas que alguna vez fueron fértiles y boscosas, forradas de pasto y que años después declinarían yermas y mortecinas, como malas tierras, como areniscas sin nutrientes.

Volvió al sillón reclinable, enderezó el respaldo y abrió su portátil. Decenas de correos ocupaban la bandeja de entrada, ocupaban su mente, su energía, su tiempo, su atención…, minimizó y fue a buscar las nuevas imágenes que había escaneado.

Las viejas y escasas fotografías que su madre había conservado de aquel verano aparecieron retroiluminadas, como mas vivas y mas intensas…, y se reconoció en pantalones cortos, reconoció su rostro entre temeroso y emocionado en medio de todos esos perros flacos que miraban a la cámara con las orejas pegadas a sus afilados cráneos, con sus ojos oscuros mirando al objetivo fijamente, como implorando algo, casi llenos de tristeza o de timidez y todos ellos bardinos, de color marrón y negro, atigrados, como formando parte de aquella meseta…, todos iguales, todos de una estirpe, todos del mismo linaje.

- Linaje… -murmuró Alberto en la habitación de hospital- esa palabra le gustaba mucho a él…, al Niño Cazador.

Su madre se había preocupado de anotar al dorso de las fotos algunos comentarios y en otra de ellas, en una en la que aparecía su amigo, envuelto por los mismos perros, había escrito;

“El Niño Cazador y sus galgos, en el pueblo le llaman así pero se llama Paul, su madre es soltera”

Recordaba esa reseña y buscó esa foto con el ratón digital, la encontró enseguida, Paul, el Niño Cazador no miraba al objetivo de su madre, los perros tampoco, había girado la cabeza unas décimas de segundo antes de que oprimiese el disparador y ellos le habían imitado. En la imagen se podían ver esos perfiles de hocicos alargados, aguzados y que miraban hacia las suaves lomas, hacia los barbechos, hacia los campos abandonados, hacia la meseta y sus inmensos llanos, hacia la Mancha.

Suspiró y volvió a recordar ese primer día del verano en el pueblo.

No hay comentarios: