Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

lunes, 2 de abril de 2012

LA MESA DE LA MATANZA (Fragmento de "El verano de los perros flacos")


La mesa de la matanza.

- No entiendo porque tenemos que preparar nosotras el café… -siseó Lucia, asomando la cabeza desde la cocina hacia el salón- y míralos, mamá, se han sentado en el viejo sofá ese, que seguro que las perras duermen en él…, y están fumando, y esta cafetera, por Dios, seguro que lleva años sin lavarse.

Era una vieja cafetera de aluminio, una Oroley auténtica y con sus típicas facetas planas impregnadas de pátinas oscuras. Las lenguas del gas azulado habían tiznado de oscuro la base y el café supurando por la junta había resbalado hasta hervir, hasta caer sobre las llamas después de dejar un rastro negruzco que poco a poco había quedado impreso sobre el metal.

- Y luego, tanto rollo con las galguerias esas y no son mas que pastelitos –continuó protestando Lucia.

- Cállate que nos están mirando –dijo Alejandra.

Atis las observaba desde el umbral de la puerta.

- Seguro que tienen pulgas y bichos de esos que chupan la sangre…, y ¿os habéis fijado…?, el Matías ese ha entrado sin llamar y nos ha mirado las piernas, paleto.

La galga se acercó a las bancadas de piedra y alzó el hocico olisqueando el plato en el que habían colocado los dulces. Lucia cogió uno, se lo acercó y Atis lo engulló, se relamió y salió de allí con un divertido trote.

- ¿Nosotras lo tomaremos aquí o que…? –insistió Lucia.

Elena entreabrió los labios pero vio a su madre dar un paso hacia Lucia.

- ¿Ya has terminado de decir estupideces…? –preguntó Alejandra en voz baja y sin apenas abrir los labios, con sus ojos clavados en las jóvenes pupilas de su hija- no estas en tu casa, ni siquiera en tu ciudad, nos han invitado sin conocernos y Paúl nos ha abierto su casa y su corazón, ¿o es que no te has dado cuenta?, estamos aquí porque tu padre necesitaba volver para poder recomponer su vida y sus sentimientos…., no estamos haciendo turismo rural, para eso nos habríamos ido a un puto hotelito en la sierra, ¿lo vas entendiendo…?. Aquí las cosas se hacen de otra manera, hay otra cultura, otras costumbres y otras formas de vida que tu no tienes derecho a cuestionar. No trates de imponer tus costumbres ni de pensar que aquí la gente te va a reír las gracias de ciudad, observa y aprende, la vida no siempre fue como tú y tu hermana la conocéis.

El líquido oscuro y denso comenzó a ascender por la torreta, por el surtidor y empezó a gorjear, a supurar aromático y oloroso, dejando escapar unos vapores que pronto impregnaron la amplia cocina.

Alejandra se giró hacia Elena y señaló la cafetera con la mirada.

- Vigila el café…-ordenó y volvió a encararse con Lucia- ¿has visto está cocina…?, ¿te has fijado bien…?, ¿has visto la alacena llena de botes de cristal, las tinajas, los pucheros…?, ¿has visto los cuchillos…?, ¿ a que no habías visto cuchillos tan grandes en tu vida…? ¿y esta mesa…? –Alejandra retrocedió un paso y sin mirar fue capaz de golpear con los nudillos sobre las tablas de una mesa que ocupaba el centro de la habitación. Las madera estaba como aceitada, como empapada y repleta de pequeños cortes- aquí se descuartizaba, se despiezaba y se mataba al cerdo, a los conejos o a las gallinas…, se preparaba la comida…, para eso estaban los cuchillos, no para usarlos en las películas de terror…, y ya ves, la mesa es de madera, no es de granito ni de colorines, no es de diseño ni está comprada en Ikea…, esto es una cocina y eso de ahí fuera es la meseta…, no Madrid, recuérdalo Lucia y tu también y así podréis valorar realmente lo que tenéis en casa y la vida que lleváis, para que sepáis aprovechar la oportunidad que las otras mujeres no tuvieron.

La llanura serena escuchaba a Alejandra, un auditorio que asentía y aplaudía con el silencio respetuoso de los páramos, con el canto sutil y delicado de las alondras o con la voz áspera de las picarazas.

- O sea, que haz el favor de comportarte y aprovecha esta oportunidad para aprender un poco de cómo era la vida de esas mujeres de las que ahora os reís.

- Mamá, no nos reímos de nadie -admitió Elena- pero es que hay cosas que nos extrañan, no se…, eso de matar a un cerdo…, ¿ sabrías descuartizar y cocinar un conejo….?, nunca lo hemos visto en casa.

Alejandra cabeceó varias veces y durante unos segundos contempló a sus hijas.

- Ay, mis niñas delicadas…, hubo un tiempo en el que los conejos se compraban vivos y se mataban en casa…, y ahora vivimos una época en la que los conejos te los sirven despellejados y eviscerados…, lo próximo será que alguien los mastique por nosotros y nos lo vendan después una especie de papilla prebiótica…, seguro que vuestro padre idearía una campaña y nos convencería a todos. Si, Elena, si…., sabría descuartizar un conejo y cocinarlo. Y ahora, Lucia, coge la bandeja de las galguerias y ofrécelas primero a Matías, después a Paúl y a tu padre el último.

- Bueno, esto realmente no es una bandeja, es un simple plato y con trozos saltados.

- Lucia.

- Vale, mamá, vale.

- Y otra cosa, hija mía…, en los pueblos las puertas solían estar abiertas y la gente entraba sin llamar, daban una voz y punto.

Lucia sonrió, cogió los dulces

y salió de la cocina.

2 comentarios:

Antònia dijo...

Muy cierto, Pedro, en los pueblos las puertas estaban, y continuan estando en su mayoría abiertas, y no faltan las voces que se anuncian mientras pasan al interior.
Me gusta el discurso de Alejandra, es muy cierto. Lo has plasmado muy bien.
El psado continua presente...

Pedro Bonache dijo...

Gracias Antonia..., me interesaba transmitir ese mensaje de confianza en los entornos rurales y el propio discurso de Alejandra como madre y como autoridad ante unas hijas veinteañeras llegadas de la capital de España, de un Madrid tan distinto a ese pueblo tan pequeño que ni tan siquiera se nombra.