Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

martes, 17 de agosto de 2010

EL MAGICO VUELO DE LAS GOLONDRINAS, EL HUESO COMUNAL, LA DIFICIL SONRISA..., en "Diario de Homo".


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  Aún sigo creyendo que el amanecer es mi momento de lucidez, de paz, de renacer…, pero esta temporada en las Tierras Altas no está siendo lo agradable que deseaba y anhelaba durante el invierno…, aún consigo levantarme pronto, a eso de las siete de la madrugada, unos minutos antes o unos minutos después, pero me levanto sin chispa, a veces con dolor en la espalda baja y con un extraño distanciamiento hacia la Bicipalo o hacia la Flaca.
   Pero el amanecer conserva la esperanza del primer café, de los saltos y gañidos de la manada que me reciben como si hubiesen pasado un año sin verme…, una esperanza que me llenó de placer durante dos días, coincidió que abrí uno de los paquetes de Marcilla torrefacto y de la torreta de la Oroley brotó un café delicioso, de un aroma y un cuerpo que me lleno de alborozo y gusto.
   Lo degusté casi apesadumbrado, porque ese sabor y esa sensación serían difíciles de igualar, me terminé la cafetera en la terraza, sonriendo al amanecer y unos minutos después contemplando el mágico vuelo de las golondrinas, o de los aviones comunes, como diría Jaime junior, el hijo de mi amigo Jaime Fabra. 
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   Sorteaban con sus vuelos acrobáticos los setos de tuyas, las ramas de la joven olivera y de la palmera, las espinosas hojas de la enorme coscoja salvaje crecida junto a la valla y mi propia cabeza, ante mis propios ojos. Llegaban piando, planeando tan cerca que casi podía tocarlas, tan cerca que el sol del amanecer atravesaba sus remeras y sus caudales y me mostraba un delicado y emotivo espectáculo de transparencias luminiscentes.
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   Volaban sobre la piscina, iban y venían…, y terminaban posándose en los cables de la conducción eléctrica, se preguntaban unas a otras que cuando regresarían a África, mientras las mas jóvenes imitaban una y otra vez el vuelo de las adultas, de sus madres, de las compañeras de bando, de las compañeras del futuro viaje, de la gran migración al continente Madre.
  Durante varios dias regresaron y durante esos días degusté el café ante ellas…, después observaba a la manada y reía ante las idas y venidas de Norton, Mia, Cecil y Pipper con el hueso comunal.
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   De vez en cuando escuchaba un “clock” seco y ruidoso en medio de la calma de la amanecida…, era el hueso comunal que alguno de los chuchos había soltado, al ratito correteaba Pipper con el hueso bien aferrado entre sus pequeñas mandíbulas, se subía a uno de los balancines y se entretenía royéndolo hasta que algo le perturbaba y ladraba, en ese momento el hueso volvía a caer ruidosamente sobre el terrazo para que Cecil lo robase sin vacilar…, para volverlo a soltar ante la presencia de Norton.
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El medio galgo se entretenía con sobre el césped hasta que el paso de algún coche le excitaba…, entonces, cuando el bardino corría la valla, mientras Pipper volvía a robarle el hueso comunal…, que igual podía reaparecer sobre mi cama, entre los pliegues de la colcha de mi padre, perdido en cualquier rincón de la parcela o sobre el sillón eléctrico que nadie usa.
   Ellos me hacen sonreír, también las tardes que los he sacado a pasear y nos hemos topado con los misteriosos chotacabras, con sus cortos vuelos entre las ramas de los pinos para volver a aplanarse contra el suelo, cubierto de roca gris, de líquenes entre verde y blancos, entre los espartos y las marchitas jaras…, durante tres anocheceres paseamos la manada y yo cámara fotográfica en la mano, pero no pudo ser, no volvimos a verlos…, pero guardé en mi retina y en mis neuronas esas visiones privilegiadas, esas imágenes que me hicieron sonreír durante unos instantes de gozo íntimo y solitario.
   Voy viendo que solo queda eso, los instantes, los momentos en los que estoy optimista, en los que me olvido de todo y solo vivo lo que veo…, después vuelvo a caer en la mueca ausente o sombría, distante y apagada…, hasta que ese conejo me vuelve a hacer sonreír…, ha sido esta mañana, pedaleaba con la Bicipalo y me ha salido por la izquierda, ha cruzado por delante y ha trepado por un terraplén de rodeno, que se alzaba rojizo y vertical, como una pared que ha escalado sin desmelenarse, sin esfuerzo, sin resbalar ni una sola vez, para perderse en el monte, para quedarse quieto y mimetizarse ante los ojos de homo.

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