Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 21 de agosto de 2010

Deseaba retozar con ellos, entre la manada..., en "DIARIO DE HOMO".


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    No entiendo el extendido placer de la ostentación, de la posesión material, del acumulo del dinero, de la riqueza…, pensaba sobre eso después de ver un programa de televisión en el que personas anónimas mostraban sus casas a las cámaras, me preguntaba de que servían 2000 metros cuadrados, decoraciones recargadas o minimalistas, estores movidos por servomotores…, después me he asomado a la terraza y me he encontrado a la manada retozando sobre la grama o tomando el sol, ajenos a la ostentación, a la riqueza económica, a la posesión material…, salvo la del nuevo hueso comunal, aún con sustancia y nutrientes suficientes para las que las mandíbulas se lo disputasen…, y he tenido una profunda necesidad de tumbarme sobre la tierra, de sentirme sobre ella, de ver y sentir lo que a ellos les hacia felices y dichosos en sus mentes animales, simples y despreciables por ser perros, que ni ríen ni razonan, que ni piensan ni sienten…, o eso es lo que dicen los etólogos, los científicos que idolatran a homo y a su psiquis y que la elevan por encima del resto de los seres vivos de este planeta, de la Tierra.
    He tendido una toalla, mi hermana Mónica me ha acercado un cojin y antes de tumbarme he observado una graciosa escena. Cecil roía el nuevo y sustancioso hueso comunal, ajeno a todo, ajeno a la atenta mirada de su hijo, Pipper…, incluso ajeno a la llegada del medio galgo, de Norton que ha comenzado a reclamar el hueso con un gruñido comedido, mirándome de soslayo.
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    - Dile que me lo de o le arreo un bocado… -murmuraba Norton perrunamente.
    He rozado su afilada cabeza con mi mano y he logrado calmarlo, pero enseguida ha vuelto a gruñir, a gimotear, a ladrar pero sin terminar de abrir sus largas mandíbulas…, entonces Cecil se ha lanzado contra Norton, el galgo ha reculado y Pipper ha surgido veloz como una centella y sin detenerse a embocado el hueso y ha corrido sobre la grama victorioso y astuto, pícaro y juguetón, pero al tiempo inexperto y cachorro.
  Cuando Cecil se ha dado la vuelta y no ha visto su hueso apenas si ha dudado, enseguida ha buscado con sus ojillos a su hijo y ha cargado contra él con un gruñido seco. Pipper ha cedido y Cecil ha recuperado su hueso del cocido y ha vuelto a tumbarse, a retozar junto a mi cabeza.
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   Yo he seguido pegado a la tierra, mirando hacia el cielo, viendo las ramas de la mimosa y parte del alero de la casa, sintiendo a Norton de nuevo tumbado a mi izquierda y teniendo la certeza de que esos cuatro perros eran, en esos momentos, los seres mas felices de la naturaleza y sin mas bien material que ese hueso que en realidad era de todos ellos.
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   He pensado en Joa, cuando se va de travesía y duerme durante días sobre su esterilla perdida en mitad de los montes, de los picos y de las cumbres…, y la he comprendido, esa necesidad suya del contacto con la naturaleza, el placer suyo de prepararse el desayuno ante un pico nevado que un rato después de saborear el capuchino tratará de escalar junto a sus amigos.
   Con la mirada en el cielo y de vez en vez sobre las ramas de la mimosa he vuelto a intentar percibir el vinculo de todo, ese vínculo con la Madre que homo ha olvidado, que homo ha enterrado bajo la tecnología y bajo las posesiones materiales, bajo los suelos de mármol de esas inmensas viviendas y entre el delirante cosmos de los regalos, de los objetos, de las estanterías repletas de recuerdos y de cachivaches inanimados y fabricados en serie…, sin valor, sin la calidez de la artesanía, sin la impronta del artesano. Y como siempre he vuelto a sentirme inútil, he vuelto a sentirme incapaz de abandonar mi condición de humano y acercarme un poco a lo animal, a lo simple, a lo sencillo, a lo natural. Pero al tiempo me ha dado miedo el dejar de ser humano, también he percibido la finitud de homo, de la vida, del tiempo en el que debería realizar mis anhelos, mis deseos mas simples y sencillos. Me ha angustiado la posible certeza de que mi vida será lineal, siempre esperando a ese día de mañana en el que el destino y las circunstancias rodarán a favor, me he visto viviendo sin entender a la naturaleza ni a sus ciclos, de nuevo me he visto con la plasticidad cerebral de un piedra a la que ni siquiera un cantero eligió para trabajar, para cincelar, para dar forma.
   Pero ellos seguían ahí, rodeándome, royendo el nuevo hueso comunal sobre la grama, correteando, percibiendo mil olores, mil rastros…, he visto el sol atravesando los tallos de la hierba, iluminándolos, como encendiéndolos, dotándoles de luz, de vida.
  Después he pensado en el otoño, en el frescor y en las lluvias, en el invierno, en el silencio que llega con los amaneceres escarchados y me he visto repitiendo mis acciones, mi vida, esperando la llegada de la primavera para escuchar a los mirlos, para saludar a los vencejos imaginando que los sueños estarán un poco mas cerca pero siguiendo sumido en la ignorancia ante ella, ante la Madre, ante su respiración, ante sus latidos en forma de estaciones, en forma de clima, en forma de día y de noche, en forma de nubes y de estrellas.
   Me he sentido como atado a una soga hecha con billetes, con dinero que tenemos que ganar para ir dando cabo, para impedir que esa soga se estreche y nos ahogue para al final, simplemente morir esperando el día de mañana.
   Al final me he levantado, he recogido la toalla y el cojin y justo he entrado en la casa cuando se emitían los últimos minutos de “Gorilas en la niebla”, justo en el momento en el que Diane Fosey era asesinada de un machetazo…, me he sumido en la congoja profunda y he roto a llorar mientras contemplaba los planos de las espesas selvas congoleñas, mientras contemplaba los rostros de esos gorilas, de esos primates que nos acompañaron en la evolución y un poco mas a salvo de homo gracias a ella.
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                       Cecil observa como llegan Norton y Mia a la ca-
                   rrera, chapoteando sobre el charco inundado con la
                      única tormenta de este verano..., el gozo de lo casual,
                    de lo entregado por ella, por la Madre.
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