Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 11 de abril de 2009

El jaque a la Reina no se avisa.

Mi padre y yo, reviviendo aquel gesto, hace mas de treinta años, ante el mismo tablero, con las mismas fichas...


Don Adolfo dejó escapar el humo de la pipa por su nariz aguileña, la aromática nubecilla se extendió sobre el tablero de ajedrez, entre las piezas, entre los peones, entre los alfiles y los caballos y fue elevándose hasta envolver el rostro del joven estudiante.

Le gustaba aquel olor, una agradable mezcla de madera quemada y de ese tabaco con el que el profesor cargaba ceremoniosamente, la pipa del color de la caoba..., lo aspiró y miró a su tutor durante unas décimas de segundo antes de mover su mano derecha hacia su alfil negro, tomó la pieza con tres dedos, con su joven corazón latiendo aceleradamente..., voló sobre el tablero, hacia la reina de Don Adolfo..., entre las aristas de los escaques, en una mortal diagonal que terminó fulminando a la dama blanca. Retiró la pieza y el alfil quedó en su lugar..., suspiró y dejó la reina muerta fuera del tablero.

Las enjutas mejillas del maestro se contrajeron, una brasa rojiza fluctuó en la cazoleta de la pipa y el humo escapó de entre sus finos labios cuando miró al mediocre alumno que acaba de herirlo de muerte.

- Bonache..., no me ha avisado del jaque a la reina.

- El jaque a la reina no se avisa..., Don Adolfo -murmuró el alumno.

El maestro dio otra chupada a la pipa y meneó la cabeza, después miró hacia el resto de la clase.

- Si, si..., me ha matado la reina..., pero aún no se ha terminado la partida.

El alumno sonrió tímidamente, sin apartar los ojos del tablero, escuchando los murmullos de sus compañeros, alguna risa..., ellos sabían que Don Adolfo iba a perder, el profesor no podía imaginar que ese alumno distraído y gris, que suspendía las matemáticas y la física y otras tantas asignaturas más..., se defendía bien jugando al ajedrez, tampoco sabia que era capaz de tramar combinaciones o celadas como en la que acababa de caer y de la que no se iba a recuperar..., aquella fue una victoria épica, un momento que le haría sonreír con apenas quince años y escribir unas líneas unos 28 años después.

El tablero de ajedrez y sus fichas llegaron con los Reyes Magos de Oriente..., debió de ser en el comedor o en la salita de las otra casa y mi padre me enseñó a jugar. Recuerdo que jugaba contra él..., pero poco mas, intento visualizar aquella niñez, trato de rescatar algunos detalles y logro revivir una sensación que me invadía cuando comencé a ganar alguna partida a mi padre. El sonreía complacido y yo también, hasta que llegó un momento en el que empecé a intuir que se estaba dejando ganar, a partir de ese momento viví una etapa en la que no sabía si se dejaba o si era yo quien le ganaba..., y acabo de darme cuenta de que esa sensación, de que esa percepción o sospecha me sigue acompañando y lastrando mi vida y lo que acontece a mi alrededor.

Pero llegó un momento en el que empecé a ganarle con claridad y contundencia, él solía quejarse y a arrugar el entrecejo cuando le tendía una celada y caía, entonces decía que esa jugada no valía y repetía con otra.

También rescato de entre aquellas visiones a mi amigo y vecino, Vicentin Boluda, el vivía en la puerta 7 y yo en la 6, subíamos y bajábamos cada dos por tres, sobretodo en Reyes, a enseñarnos los regalos y a compartirlos. El también sabia jugar al ajedrez y echábamos una partida los sábados por las mañanas..., y siempre me ganaba, apenas si le aguantaba ocho o diez jugadas, siempre me hacia el famoso mate Pastor, con alguna leve variante cada sábado y nunca me daba la revancha en ese mismo día..., pero en algún momento descubrí eso, que siempre me ganaba igual y en el fondo me deprimió, me di cuenta de mi poca elasticidad mental. Para mi, el mate Pastor solo se podía hacer de una forma, solo así lo podía reconocer, en el momento Vicentin alteraba el orden de las jugadas yo era incapaz de reconocerlo, mi mente no era capaz de analizar, era como si tuviese que aprender cada jugada, una por una..., algo parecido a lo que le pasa a los autistas que tienen graves problemas de aprendizaje, es normal que estas personas aprendan a vestirse por si mismos, a calentarse la leche en el microondas..., sin embargo, si les dices que calienten un vaso de agua o de caldo, no saben. Aunque la mecánica sea la misma son incapaces de generalizar. Algo parecido me pasaba a mi y confieso que me sigue pasando en muchas cuestiones..., pero llegó un sábado en el que Vicentin pretendió hacerme mate con la jugada de siempre..., fui capaz de reconocerla, de evitarla y poco después, liberado de aquella losa vergonzante..., de ganarle esa mañana y el resto de los sábados hasta que dejamos de jugar. No me ganó nunca más.

Y frente a aquel tablero, frente a esos 64 cuadrados de chapa de nogal y de pino, perfectamente recortados y cubiertos por una espesa capa de barniz transparente..., vuelvo a ver el rostro de algunas de las personas contra las que jugué. Veo a mis primos, a Adrián, a Carlos..., un muchachote mas alto que yo, que ojeaba las cotizaciones de la bolsa a los doce o trece años, inteligente y futuro profesor en la universidad, también futuro ciclista. Yo no sabia que era aquello de la bolsa..., pero no me ganaba al ajedrez, tampoco Ángel, el marido de mi prima Trini. Aquel joven representaba la formación universitaria, la intelectualidad en el seno de la familia, en el pueblo natal de mi madre, en Vinalesa, incluso puede que su barba recordase al mismísimo Fidel Castro o al Che Guevara..., cuando en verano se la recortaba. Ángel también solía fumar en pipa, vestir bermudas y calzar sandalias. Aquellos domingos de paella bajo el algarrobo del antiguo chalé de mis padres, a las faldas de la Sierra Calderona..., disertaba con naturalidad y mis tías le escuchaban gozosas, embelesadas..., después echábamos un ajedrez. Prendía su pipa, cruzaba sus piernas relajadamente y mientras paladeaba el café, yo le ganaba..., era mi pequeño momento de gloria, todos sabían que solía suspender bastantes, pero aquella habilidad mía para moverme entre los caballos, los alfiles y los peones..., lavaba mi imagen.

Pero fue en otras Navidades, debía cursar por entonces 6º u 8º de la EGB y era el ultimo de día de clase, los profesores solían relajarse, la clase se distendía y la dedicábamos a charlar, a jugar o a dibujar..., cada cual a su aire pero sin alborotar. Los profesores lo dedicaban a adelantar su trabajo, a evaluar los exámenes, al papeleo o a invitar a los alumnos aventajados a echar unas partidas de ajedrez. Era lógico, solo los que sacaban buenas notas o no suspendían ninguna podían ser capaces de jugar al ajedrez, un juego para inteligentes, de sesudos..., no para alumnos grises y distraídos, de pocas luces y futuros poco brillantes.

Don Adolfo entró en la clase con el tablero bajo el brazo y mis ojos destellaron. El maestro era un hombre delgado y de piel muy oscura, de cabellos negros y peinados con la ralla a un lado, siempre largos y rebeldes. El flequillo solía desprendérsele durante sus airosas explicaciones de matemáticas o física en la pizarra. Por entonces aún se escribía con esas barritas de tiza cuadraditas que iban envueltas en paquetitos de papel azul y blanco. Don Adolfo ojeaba el libro sentado de medio lado y cubriéndose la boca con la mano derecha, de entre sus dedos asomaba casi siempre un cigarro marca Sombra, después bajaba de la tarima y comenzaba a garabatear en la pizarra las fórmulas que tratábamos de resolver o desarrollar, el desarrollo de las raíces cuadradas o de cualquier problema que tratase de explicarnos. Al final la pizarra estaba repleta de números, rayajos y flechas que nos indicaban donde empezaba la resolución del problema y donde terminaba, mientras tanto, algunas veces se quedaba quieto, daba una calada al Sombra y volvía a cubrirse la boca con la mano mientras pensaba, con la misma mano que sujetaba la tiza y terminaba con las mejillas tiznadas de blanco, después de la exposición su rostro quedaba como maquillado.

Ahora, en la distancia de estos casi 30 años creo que Don Adolfo era un buen pedagogo. Con su actitud nos implicaba a todos en el estudio, jamás nos dio ningún “meneo”, tan solo bastaba una mirada suya, desde su rostro de mejillas hundidas y nariz ganchuda. Hace unos años coincidí con él en el autobús, la verdad es que había engordado unos kilos que le quedaban bastante bien. Charlé con él y volví a sentir la necesidad de demostrarle que con los años había aprendido algo, aunque sinceramente, creo que no me recordaba. Me bajé en mi parada y me sentí algo desanimado..., pero volví a sonreír al recordar aquella partida.

Don Adolfo fue ganando a todos los compañeros que se acercaron hasta la tarima elevada a jugar esa partida de ajedrez, yo estaba cansado de levantar la mano, de mirarle deseando jugar..., pero no me elegía, veía como sus ojos oscuros pasaban ante mí y señalaban a otro de sus alumnos..., al que volvía a ganar con rapidez. Fue casi al final de la hora, mientras recargaba la pipa, me miró y me señalo con su huesudo mentón el tablero. Imagino que pedí jugar con negras..., eso reflejaba mi falta de iniciativa. Ahora con el paso de los años lo voy viendo claro..., Don Adolfo salió con el peón de Rey y yo imagino que repliqué con la misma jugada..., no recuerdo mas, solo que a eso del medio juego vi que unos de mis alfiles apuntaba hacia una de sus piezas, tras ella se guarecía su Reina. Debí de sentir esa falta de aliento que aún me asalta cuando me enfrento a algo que me desborda o que me excita en exceso. Tramé aquella celada y le ofrecí distraídamente una pieza, la puse a tiro de la que defendía su reina. Don Adolfo “picó”, comió mi pieza confiadamente y mi alfil se abalanzó sobre el cuello de su reina.

- Bonache..., no me ha avisado del jaque a la Reina.

- El jaque a la Reina no se avisa..., Don Adolfo -murmuré.

Perdió y a los pocos días avisó a mi padre, le dijo que después de aquella partida había llegado a la conclusión de que yo era un vago redomado, un perezoso que no aprobaba porque no estudiaba, porque tonto no era, solo un muchacho inteligente podía jugar así. Cuando mi padre me lo contó me sentí un poco reconfortado, pero sabia que Don Adolfo estaba equivocado, para mi el ajedrez era un simple ejercicio de memoria y de predicción del comportamiento, mas de predicción que de memoria..., pero los problemas de física, las matemáticas y la gramática se me seguían haciendo cuesta arriba.

Y en BUP continué jugando al ajedrez, ganando a mis amigos hasta que uno de ellos..., joder, del que recuerdo los apellidos, pero no el nombre. Pareja Mohorte, se llamaba..., empezó a aprender de sus derrotas con rapidez, se preocupó de comprarse libros sobre aperturas, de estudiarlos y de aplicar lo que aprendía y memorizaba contra mi. Y le resultó, en unas pocas semanas Pareja subió su nivel salvajemente, comenzó a desarrollar una capacidad de juego netamente superior a la mía, ante mis propios ojos, ante los de mis amigos y a ganarme con relativa facilidad. Pero aún así, sabiendo que mi amigo me había superado de largo, seguimos jugando partidas, incluso formamos parte de un equipo de ajedrecistas, cincuentones y desalentados en medio de un club ya algo envejecido y cansado. Jugaban en un rinconcito del casino Musical de Mislata, un pueblo de Valencia lindante al casco urbano de la capital y que verdaderamente se confunde con la misma ciudad.

Imagino que mi padre me debió enviar a Mislata a cobrar a algún cliente, me volví caminando y por casualidad miré a través de las ventanas de una especie de bar, descubrí un tablero de ajedrez con las piezas colocadas y a dos personas de edad dispuestas a sentarse. No recuerdo que pasó a continuación pero unos días mas tarde me animé a entrar y descubrí uno de esos locales enormes, de techos altos, decorados con cenefas y placas de yeso pintados en tonos crema, con una barra alta, puede que rematada con una piedra de mármol blanca..., a la derecha, frente a ella se repartían bastantes mesas en las que los socios jugaban a las cartas o al dominó, otros se sentaban esperando a que alguno de los jugadores se retirase o simplemente tomaban una copa, un café o un cortado, charlaban, reían..., y en un rinconcito mas a la derecha, nada mas entrar se abría el exiguo espacio del club de ajedrez. Por allí siempre andaba un jubilado de peno cano y pocas palabras, serio..., y de nuevo ese vacío en mi memoria, no recuerdo como me presenté ni cuantas partidas jugué, pero si recuerdo que se lo comenté a mi amigo Pareja y pronto nos hicimos socios. Pronto nuestro juego llamó la atención de los pesos pesados del club, entre ellos estaba Manolo Cerdá, un vecino mío, unos 25 años mayor que yo, alto y estrecho, de pelo muy claro y de carácter tranquilo y afable, se alegró de verme por allí y de que jugara al ajedrez. También logro visualizar a otro de aquello adultos que nos acogieron en el equipo que lucharía por ascender de categoría, se apellidaba Roldan y era corpulento, sin pelo, solía vestir de oscuro, con una americana de cuero negro y siempre con una mariconera también de piel bajo el brazo.

Pareja y yo jugamos aquella temporada en el equipo y lo hicimos bastante bien, conseguimos ascender. Nos llevaron a jugar a distintos pueblos, éramos como los cadetes, como los grumetes de un viejo velero gobernado por una tripulación ya metida en demasiados años.

Pero ese club del casino musical de Mislata no fue el único por el que nos dejamos ver mi amigo y yo. También visitamos durante un tiempo otro club, cerca de la estación de trenes de Valencia y con su fachada dando a la Gran Vía Marques del Turia. Allí se respiraba otro ambiente, mas de ajedrecistas, abundaban los tableros sobre las mesas, los relojes, jugadores que merodeaban por allí y recuerdo especialmente a uno de ellos. De nuevo otra persona que pasaría de los sesenta, de aspecto desaliñado y hablar nervioso, entre resoplidos y medias palabras. Su juego era igual de activo y vivo que sus gestos, movía las fichas como un tiro y murmuraba en voz alta lo que pensaba..., Pareja solía reírse de aquellas maneras tan poco ortodoxas y de su estilo poco meditado y casi suicida. Jugaba rápido y se lanzaba al ataque ya jugase con negras o blancas, desplegando todos sus alfiles y caballos, lanzándolos al galope contra las barricadas de peones que el contrario mantenía firmes..., la escabechina, la carnicería no tardaba en llegar y aquel hombre sacrificaba sus piezas por peones, sus caballeros por soldados rasos, sus oficiales por la tropa..., y farfullaba. “ahora el biquini...”, se refería a que después de sacrificar un alfil o un caballo se disponía a sacrificar una segunda pieza..., y añadía, “ y ahora, va el triquini...”, cuando el demencial ataque incluida el suicidio de una tercera pieza. Y el tablero se convertía en un campo de batalla desmantelado, con las líneas abiertas, con las fortificaciones humeando repleta de boquetes provocados por ese alud trepidante..., y a veces ganaba, pero otras su embestida se estrellaba contra una buena defensa y entonces apenas si le quedaban efectivos con los que poder defenderse, pero él había jugado como le gustaba jugar, sin aperturas memorizadas, sin movimientos estudiados..., muy distinto al juego de mi amigo Pareja, pero mas parecido al de mi padre. Y eso me lleva a otra memorable partida que jugaron mi amigo y papá bajo el mismo algarrobo en el que nos comíamos la paella los fines de semana, el mismo bajo el que Ángel disertaba saboreando el café.

Mi padre en bañador, sin camiseta y Pareja con pantalón corto y sentado como siempre con una pierna plegada bajo su culo..., hasta que se levantó fatigado después de lanzar un feroz ataque contra mi padre, que se defendió como pudo, intuitivamente, sin defensas aprendidas de los libros, sin nociones de la teoría de aperturas ni nada parecido, como un gato panza arriba, con tesón y sin apartar sus ojos del tablero, sin levantarse..., hasta que logró zafarse del peligro de mate y comenzó la reconquista de su terreno.

Pareja volvió a sentarse y a soplar, a cubrirse la cara con la mano y a dejar de reírse del juego simple y campechano de mi padre..., ahora era él, el acosado y en su retirada mi padre se iba creciendo..., Pareja volvió a levantarse y mi padre estalló.

- ¡Cojones Pareja..., siéntate y deja de dar paseos, coño...¡

Mi amigo volvió a reír, pero se sentó..., y volvió a levantarse después de tumbar su Rey y abandonar. Aquella partida fue épica, los dos quedaron exhaustos..., mi padre había ganado, si, y aún hoy, mas de veinte años después se sigue acordando y sonriendo.

Yo también la recuerdo sin embargo no recuerdo cual fue mi ultima partida seria contra un humano...,dejé los estudios en 3º de BUP, estuve trabajando en la carpintería con mi padre, después la mili y el ajedrez quedó en el olvido, hasta hace unos siete años, cuando compré un programa de ajedrez y lo cargué en el portátil. Jugué bastantes partidas en el modo amistoso y me sorprendió su potencia y su lógica. Era un juego muy distinto al de esos primeros programas a los que se ganaba con cierta facilidad, pero este era distinto, me gustaba jugar con él y tuve que volver a ojear los libros de aperturas. El modulo Júnior 7 del Finson ajedrez, jugaba sin vacilaciones, incluso me dio mate unas cuantas veces, pillándome por sorpresa. Aquellos mates me dejaban seco, inmóvil ante la pantalla del portátil, pero a veces era yo quien ganaba, quien imponía la psiquis humana a esa memoria electrónica, al procesador, a su banco de datos..., hasta que programe partidas a tiempo limitado, ahí cambió todo. Decidí probar con partidas a 30 minutos y se desencadenó la furia de la máquina.

Recuerdo que tardaba mucho en responder a mis jugadas, bastante tiempo, pero cuando echaba una ojeada a la ventanita que aparecía en la esquina inferior derecha de la pantalla y veía a la profundidad que trabajaba, se me helaba la sangre. A mas de 30 jugadas de profundidad no había forma de defenderse cuando después de posicionarse parsimoniosamente comenzaba a presionarme de forma brutal, inapelable. Aquello me descubrió algo, ahí donde yo me encontraba atascado, quieto, agazapado entre mis líneas, casi sin respirar por miedo a que la máquina me escuchase como un “Terminador” implacable..., ahí donde yo no veía nada..., ella lo veía todo, mucho mas allá de las conexiones que mis neuronas lograban activar ante ese tablero de ajedrez retroiluminado. Y llegaba un momento en el que ya no podía mover ni una sola de mis piezas sin que ella me destruyera..., algo fantástico, pero ocurrió algo, en diciembre de 2003, mí padre sufrió el ictus, el infarto cerebral..., y jugué mí última partida, pues hace ya mas de 5 años.

Pero esa facilidad de la máquina en el modo de partida rápida me hizo recapacitar, reflexionar, divagar sobre lo que supuso el ajedrez en mi vida y lo que podría suponer en la vida de cualquier persona. La máquina era capaz de jugar ahí donde yo permanecía helado, aterrado ante su ataque..., algo parecido a los que nos ocurre en la vida real cuando una situación nos desborda, cuando un problema nos bloquea, cuando nos angustia alguna circunstancia, cuando no vemos salida y sin embargo..., parece que casi siempre hay una salida, una solución, un remedio, una luz, un respiro. Pero hay que saber mirar, casi como lo haría la máquina..., meditando, analizando, viendo el problema desde distintos puntos de vista, desde distintos ángulos..., y desde luego, con distintas emociones, con distinto ánimo, con distinto deseo.

Creo que en esencia, el ajedrez nos enseña a eso, a desarrollar distintas opciones, a realizar predicciones sobre nuestras acciones, sobre nuestras decisiones y sus efectos en nosotros mismos y entre quienes nos rodean..., pero desde luego, lo que a mi me resultaba mas difícil era, de entre todas esas variantes que encontraba, de entre todas esas posibilidades..., elegir la adecuada, quizás ese es el gran anhelo de las personas, decidir lo correcto para cada momento, para cada situación..., lo idóneo, lo necesario.


4 comentarios:

Olocau.Digital dijo...

El eterno dilema del contenido para educar/enseñar y el método para hacerlo.

Cuando el contenido resulta más que aburrido y el método amarga la existencia, uno sobrevive mutando, se hace autodidacta y sigue suspendiendo tan ricamente tú!!

Ñita......Anto Ñita!! dijo...

Hace más de un mes que tu blog no se actualizaba en el mio y como no tenía mucho tiempo ni se me había ocurrido entrar en el,ahora entro y me encuentro unmontón de entradas nuevas jejeje,estaba pensando que te había ocurrido algo,no era posible que estuvieras tanto tiempo sin escribir,ya veo que no.....y que voy a necesitar un buen rato para ponerme al dia,me alegro de seguir viendote por aquí.
Por cierto,me fascina Norton,creo que me he enamorado de él jajaja

Saludos

Anónimo dijo...

Hola soy JR, nos encontramos por la Calderona hoy mismo y me anunciaste tu blogs...estoy feliz de haber encontrado a un bicipalo de verdad...un pinocho autentico...un ser humano que no conozco pero que me llena de sensibilidad. No dejes de escribir...contamos contigo.Amunt i Abaix.

Pedro, el pinocho, je,je dijo...

Me alegra que nos veamos tambien por aquí, Jr, tambien he visitado vuestro blog, pero deben haber problemas en la red porque tardaban muichisimo en cargarse, aún así me ha provocado un escalofrio descubrir que todos hacemos casi las mismas rutas, que nos fijamos en los mismos paisajes y que reimos cuando pedaleamos en manada..., espero algun día pedalear mas tranquilo y poder disfrutar de compañias como las vuestras...,aunque no almuerce,ja,ja,ja.
Nos vemos en la sierra, Jr.