El bosque fascina a la manada y a mi también, les observo moverse alrededor de las matas de esparto, husmear entre las punzantes coscojas y olisquear en las entradas de las madrigueras que los conejos han excavado bajo el tronco muerto del viejo algarrobo. La corteza ya ha perdido su color y los musgos y los liquenes van consumiendo su madera lentamente y abriendo huecos por los que Cecil no duda en escurrirse.
Le veo desaparecer bajo tierra y me tumbo sobre la hojarasca esperando a que termine su inspección, le escucho gruñir en el tunel y unos instantes despues se asoma y me dice.
- Limpio, no hay conejos, vamos a otra toponera.
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