Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 13 de febrero de 2011

THE SNOW WALKER, (Perdidos en la nieve)

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No recuerdo el estreno de esta película en el año 2003, ciertamente tampoco estoy muy atento a los estrenos, aunque suelo prestar atención a las películas que hablan de la naturaleza, de la prehistoria, de la relación del hombre con su entorno natural, podría citar la famosa Avatar, que no he visto, o Entrelobos, de la que ya he hablado, pero Perdidos en la nieve la vi de casualidad, mientras mi padre saltaba de un canal a otro. Vi fugazmente uno de los fotogramas y grité.

- ¡Quieto ahí…!.

Fue un visionado entre anuncios y entre las malas caras de mis padres que se aburrían, aunque al final, la joven inuit Kannalaq lograría despertar el interés por ella y por el joven Charli, un piloto mujeriego, temerario y vividor que entre ruta y ruta sobre los gélidos y desiertos espacios del Ártico, se desvía para comerciar con bebidas, con chocolate o con el marfil de dos impresionantes colmillos de león marino.

Mis recuerdos eran vagos, ni siquiera sabia con certeza el titulo de la película pero deseaba volver a verla, así que empecé a buscar y al final la encontré, Joa se ofreció a descolgarla de Internet y quedamos una tarde para verla en su ático…, y valió la pena.


The sonw walker, (Perdidos en la nieve).


Los primeros minutos de este largometraje dirigido por Charlie Martin Smith , nos muestran el interior de un bar atestado de gente, nuestro aviador juega al billar mientras un esquimal se mueve algo mareado intentando vender un pedazo de piel decorado con un dibujo…, hasta que tropieza con Charly, se cruzan las miradas y continua la partida.

Los minutos se irán sucediendo, las imágenes van construyendo con habilidad a ese aviador lleno de vida, que monta sobre una Harley, que le encanta volar en su avioneta y que desata las envidias de algún compañero, al tiempo que es admirado por un joven mecánico y por el propio dueño de la empresa de portes aéreos, que incluso le permite que se salga de las hojas de ruta para poder hacer algún que otro trueque.

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Y será en uno de esos amerizajes de contrabando cuando conoce a un pequeño clan de inuit, un anciano se dirige a él y le pide que lleve a su hija al hospital. El aviador se niega una y otra vez hasta que el hombre le ofrece dos colmillos de león marino, finalmente acepta y la muchacha, llamada Kannalaq monta en la avioneta, despegan y desde las alturas contemplan la carrera de una manada de renos, también la enorme extensión de una tundra repleta de pequeños lagos, de manchas de tierra verduzca, de pequeñas dunas de piedra gris…, hasta que el indicador de presión de aceite comienza a variar bruscamente. Es un plano muy corto…, después la explosión de las mangueras y la lluvia de aceite sobre el parabrisas.

Gritos, cólera, furia, rabia.

Charlie maldice en voz alta y el aparato comienza a perder altura, a dejar un rastro de humo blanco. El aviador vocifera una y otra vez mientras tira de los mandos hacia él tratando de levantar el morro de la avioneta, tratando de amerizar sobre el agua o de aterrizar sobre las dispersas manchas de tierra firme. Una y otra vez se eleva y cabecea hasta que se estrellan, hasta que el motor hunde de sus aspas en las frías aguas del Ártico…, durante unos segundos se hace el silencio hasta que el piloto recobra el conocimiento y vuelve a gritar, a maldecir en medio de una soledad en la que se pierde su ira, sus voces airadas, sus maldiciones.

No hay montañas ni valles que formen ecos, después de cada voz solo se percibe el silencio el tenue chasquido de las gotas de lluvia.


La calma de Kannalaq, como si la inuit formase parte de la tundra.

Charlie tratará de reparar la radio después de sacar de la avioneta algunas provisiones , botellas de Coca-cola, latas de conservas y algunas tabletas de chocolate, también una liviana carabina del calibre .22 con la que tratará de cazar algunas aves acuáticas.

Mientras tanto, la muchacha saca un pedazo de asta y desenrolla un sedal que lanza hábilmente a uno de los lagos, pescará.

Realmente ella no está perdida, está donde nació, observa los parajes que vió en su niñez, en su infancia y en su enferma juventud.


El hombre cazador, el hombre explorador.

El piloto decide caminar hacia la ciudad mas próxima, carga con una mochila y con la carabina y comienza su marcha después de estudiar el mapa.

Sus pasos se perderán en un medio hostil, entre horizontes casi planos, entre humedales, entre lluvias persistentes que le harán tiritar de frío y en medio de un hambre que le hará disparar contra las aves migratorias en vuelo.

Finalmente su orgullo y su fuerza su hundirá entre los lodazales, perderá el cargador de la carabina y el resto de sus fuerzas tras otro chaparrón que lo deja exhausto y dormido bajo la cortina de agua. Despierta envuelto por una nube de mosquitos, con fiebre y en medio de los sueños en los que vuelve a revivir los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

Despierta alterado y corre tratando de escapar de la ruidosa nube de insectos hasta que se derrumba sobre la tundra…, unas horas mas tarde, la mano de ella acaricia el rostro repleto de picaduras.



La mujer del paleolítico, mujer recolectora, mujer cazadora, mujer chaman, mujer.

Siempre en medio de ese silencio, de los amplios horizontes…, el piloto derrotado se entrega al conocimiento de la inuit y observará paciente como ella es capaz de esperar horas ante la madriguera de un roedor para cazarlo con el mismo sedal que pesca. Comerá su carne y observará como ella es capaz de curtir la piel, de coserla y de fabricarle unas botas impermeables.

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Caminarán juntos, reirán, hablarán entre ellos…, a veces bajo la mirada del búho nival, bajo los cielos despejados o ante las extraordinarias auroras boreales.

Los días irán pasando y en uno de esos amaneceres, envueltos en brumas surgirán unas extrañas formas, hitos de piedras que se elevan, como humanos con los brazos abiertos, siluetas que aterrorizarán a los renos cuando hombre y mujer los acosen con sus lanzas en un frenesí por la supervivencia, por la carne, por la piel que de nuevo ella curtirá y trabajará, por la carne que mas tarde desecarán y que empacarán para sobrevivir en un invierno que se les hecha encima, para un invierno que terminará de rasgar los pulmones de Kaanalaq.

La adolescente tosé y cae de rodillas sobre la nieve, un enorme esputo sanguinoliento teñirá la nieve de un rojo que lentamente irá virando a rosa, que irá diluyendose como su propia vida, como su ultimo aliento.

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La soledad del ultimo camino.

Charlie despierta en la tienda de campaña que logran montar con las lonas de la avioneta y no encuentra a la muchacha, salé y sigue su rastro sobre la nieve, la llama, vuelve a gritar su nombre pero de nuevo su voz se pierde en esa inmensidad congelada.

Después reúne piedras y las va colocando hasta formar un túmulo funerario, antes de colocar la ultima laja deposita dentro los colmillos del león marino, el sedal enrollado al asta, las raederas con las que curtía la piel…, y de nuevo comienza a caminar hasta que su silueta apenas si se distingue entre la ventisca.

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Ya no queda nada del aviador mujeriego y vividor, su Harley permanece muda y quieta en el aeródromo, su funeral se celebraba mientras él aprendía a vivir en medio de una naturaleza exigente, dura, implacable. En un entorno que lo hunde en las profundidades de nuestros orígenes y que le hace descubrir los intensos lazos que nos unen a la Naturaleza, unos lazos tan densos en los que la línea entre el ser humano y lo animal se diluyen de manera hermosa y natural, de manera ancestral y primigenia.

Allí, no hay lugar para esa tasca en la que humillan al esquimal, no hay motos con la que disfrutar…, solo el hombre y el entorno, el cielo y la luna, los renos y los peces, el verano y el invierno, el fuego y la piel.

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. El libro de Farley Mowat y en su portada esos hitos que Kaanalaq erigió pacientemente.

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