Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 5 de marzo de 2010

VISIONES.


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    La visión del mar.
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   Aquel horizonte inmenso y azul se  alzó frente a la ventana, se asomó al luminoso salón, creció y se llenó de destellos ante mis ojos, casi al alcance de mi mano y me asustó, me sorprendió…, durante los segundos que estuve quieto en el pasillo fui incapaz de asimilar que pudiese contemplar la belleza del mediterráneo desde el interior de aquel piso en Villajoyosa, en la casa de la madre de Joa, en el antiguo pueblecito de pescadores que la vio nacer. 


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  Vicenta, su madre, sonrió comedidamente al verme allí quieto, parado a la puerta de la cocina.
   - Es alucinante… -murmuré atreviéndome a entrar en el salón, cuando me convencí de que el mar no lo iba a inundar- ver el mar desde el pasillo de casa.
    Ella sonrió y también volvió su rostro hacia él.
   - Pues antes se veía mas, hasta que construyeron –respondió en un castellano cargado de acento, con el acento de La Vila.
   - Creo que hacia demasiado tiempo que no veía el mar.
   - A mi me gusta mucho.
      Por la tarde Joa me llevó a dar una vuelta por la ciudad, me señaló la calle donde nació y después bajamos a la playa. Volví a encontrarme con esa inmensidad y aunque había perdido el color vivo de la mañana, seguía llenando los confines de lo que mis ojos podían abarcar…, poco a poco dejé de caminar, me solté de la mano de Joa y en medio de escalofríos me acerqué hasta las piedras, hasta el agua…, tanto que una de las pequeñas olas rompió contra ellas y me salpicó.






   Volví junto a ella y lloré, Joa no se dio cuenta…, anochecía y no pudo ver el destello de mis pupilas, no dije nada para que no pudiese escuchar mi voz ahogada. Me sentí raro ante esas sensaciones que invadían mi cuerpo, mi ánimo y continué mirando el ir y venir de las olas, como se deshacían contra las piedras, como murmuraban y como parecían hervir convirtiéndose en espumarajos blancos que regresaban al mar en medio de un incesante sonido, en medio de un movimiento continuo.  
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    - Cariño…, el mar se mueve…, las montañas no…
   Habia visto el mar desde las cimas de la Calderona, en la distancia, pero hacia décadas que no lo sentía, que no podía tocarlo, que su visión plana no desbordaba mis ojos…, creo que sentí la vida bajo sus aguas, en ellas mismas, sentí una extraña inspiración, algo así como la que debieron sentir artistas y escritores cuando crearon sus obras a orilla de las aguas, a orillas de las arenas o de los acantilados agrestes y ruidosos. Puede que la misma inspiración que sintieron esas personas de las furgonetas que habian aparcado a pocos metros de las aguas…, la inspiración de ir a morir junto al mar huyendo de los fríos de esa Europa que fue glacial.
    - Estos llevan aquí desde las Navidades –dijo Joa señalando con su barbilla hacia un vieja furgoneta Peugeot transformada en autocaravana. 
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     A través de una ventanilla pudimos ver una taza de plástico como suspendida en el aire, alguien tomaba un café o una infusión dentro de esos hogares rodantes, pequeños, íntimos y libres. Una pequeña Camry miraba el mar como asustada, pequeña, demasiado pequeña para ser un hogar. El asiento del inexistente acompañante estaba repleto de perchas con ropas tendidas y un par de cascos de ciclista ocupaban el estrecho salpicadero.
   Seguimos caminando y al día siguiente salimos muy pronto hacia Gata de Gorgos, Joa tenia carrera oficial de montaña y miraba nerviosa como las primeras gotas de lluvia caían contra el parabrisas, yo miraba por las ventanillas y volvía a descubrir los artificiales perfiles de Benidorm, sus torres, el cemento abocado al mar bajo un cielo gris, entre unas neblinas que se encaramaban contra las serranías costeras, contra el talud erosionado y reseco de Terra Mitica, contra los pétreos perfiles del Monduver, del Montgó, del Penyal de Ifach, del Puig Campana…, de esas montañas que Joa había escalado y que formaban parte de ella misma, de su alma, de su sentir…, yo no corrí los 21 kilómetros, caminé unos diez y la esperé en la meta para poder recibirla entre mis brazos…, estaba caliente y húmeda, después subiría al podium.




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  La visión de la sierra bajo una nevada intima y que solo vivimos Joa y yo.
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   - ¿Nos decidimos…? –murmuré.
   Volvimos a mirar al cielo, a levantar los ojos hacia las nubes que lo cubrían, a mirar hacia las montañas de la Calderona, hacia el macizo de Rebalsadores…, una curiosa neblina lo cubría.
   - Mira la piscina –dijo Joa.
   - Joder… -protesté al observar los circulitos que formaban las diminutas gotas de lluvia que caían en el agua- venga vámonos ya…, creo que estará así todo el día.
   - ¿Paseamos ahora a los perros y vemos como evolucionan las nubes…?.
    - Bueno vale.
   Sacamos a Norton y a Mía, nos cayeron mas gotas de agua y la neblina siguió cubriendo las montañas…, después nos cambiamos de ropa y comenzamos a pedalear hacia ellas.
   Dejamos la cartuja de Porta Coeli a nuestra a izquierda y nos metimos por la estrecha pista que remontaba hacia la fuente de Potrillos. El rodeno comenzó a romperla, a aflorar en forma de lajas, de estratos rojizos y de escalones…, el bosque se acercó a ella creando un fondo de verdes apagados, de escasos matices y envuelto en el silencio que compartía con mi respiración algo acelerada, con el rodar lento de los neumáticos, trepando sobre piedra y sobre bancos de arena rojiza…, un fondo verde entre olivos y pinares, entre coscojas y algunos algarrobos, un fondo sin contrastes sobre el que comenzaron a formarse líneas blancas, finos trazos blanquecinos que se desprendían del cielo y que antes de tocar suelo viajaban hacia los cristales de las gafas de sol, recorrían un breve trecho y se posaban en mi rostro cubierto por el pasamontañas…, nevaba en silencio, tímidamente, sin estrépito, sin viento y los diminutos copos se iban acumulando en los pliegues de mis antebrazos cubiertos por la ropa marrón…, sonreí y seguí pedaleando hasta parar a los pies de la ultima rampa.
   Esperé a Joa y le pregunté.
   - ¿Qué hacemos…?, la especialista en nieve eres tu.
   Joa miró el cielo, observó las copas inmóviles de los pinos y sonrió.
   - Así se puede continuar…, mientras no llueva.
   - Pues subimos al castillo, bajamos al bar y allí decidimos si nos volvemos por carretera o subimos al cruce de Rebalsadores.
   - Creo que el carajillo de “beilis” me sabrá a gloria.
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   Y continuamos nuestra ascensión…., recuerdo que llegamos al bar San Antonio y nos apiñamos alrededor de la estufa. La madera crepitaba en su interior y del cilindro de hierro emanaba un calor denso y ancestral, después seguimos escalando en solitario pero acompañados por esa débil y agradable nevada sobre la que nadie había avisado y sobre la que nadie informaría, era una nevada para ella y para mi, era una charla entre unas montañas envueltas por la neblina y una lluvia que se desprendía de las alturas engalanada de blanco y repleta de puntitas, de estrellitas de brazos microscópicos y simétricos. 
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   Disfruté descubriendo pequeñas manchas de nieve que llegó a cuajar en el fondo de algún charco seco, sobre las ramas de algunos pinos cuando alcancé el cruce a las faldas de Rebalsadores y después me gustó el descenso y ver como la nevada se tornaba en débil lluvia a medida que perdíamos altura, viendo como las fibras de mi ropa terminaban por fundir las ultimas manchitas de nieve en mis brazos…, aún giré la cabeza y volví a encontrare con un Monte Armenia envuelto en esa curiosa neblina que realmente era nieve…, sutil, delicada, muda, intima…, para ella y para mi.
    Y el domingo amaneció despejado, sin una sola nube, con un sol que nos invitó a explorar los alrededores de la Sierra de Espadan…, otra de las serranías especiales de Joa. Ella condujo hasta el termino de Soneja y aparcó su ranchera junto a la carretera que subía hacia Chovar.
   - Iremos allí… -anunció señalando a un lejano picacho- al pico Bellota, pero pasaremos por la charca de la Dehesa…, verás como te gusta.
  Y tenía razón, me gustó. La laguna se abría rodeada de una peculiar vegetación de ribera, de pinar y coscojas, de rocas y de aromáticas.
   - Una de las teorías dice que se pudo formar tras el choque de un meteorito… -murmuró Joa- pero se supone que es por filtración desde manantiales ocultos y desde luego por la lluvia…, me gusta este sitio y picar algo bajo el pino.

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   Habíamos dejado a Camino y a la Bicipalo bajo su sombra, durante unos minutos estuvimos allí contemplando la charca, sintiendo los rayos del sol, esos que la nevada del día anterior nos había privado.
   Antes de marcharnos eché una ultima ojeada al mirador, observé la rampa de acceso y sonreí al pensar que cualquier persona en silla de ruedas podría llegar hasta allí arriba, podría disfrutar de las mismas vistas que habíamos contemplado nosotros, pero muy distintas a las que se abrían ante nuestros ojos después de tomar un café y unas barritas y salvar por carretera el puerto de Eslida.
   - Por ahí –señaló Joa.
   Dejamos el asfalto por un camino que salía a la izquierda y poco a poco la silueta y la pedrera del Bellota fue quedando mas cerca, también esas vistas, esa sucesión de montañas que se ondulaban en la distancia hasta fundirse con las cumbres de la Calderona.
   Paramos y contemplamos aquellos horizontes…, continuará.

  
   
  

  

5 comentarios:

Josep Julián dijo...

Estuve por aquí y espero a leer el final de la historia.
Un abrazo.

Pedro Bonache dijo...

Hola Josep..., realmente no hay final, son las visiones y las sensaciones que se irán sucediendo unas tras otra,

Mª Carmen Callado. dijo...

Hola Bicipalo. Tus visiones son tan nítidas que me van permitiendo estar donde la Naturaleza camina subida en dos bicicletas.Describes tan bién lo que ves y haces junto a Joa que parece que fuera al "rebufo" vuestro.
Un saludico.

Pedro Bonache dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pedro Bonache dijo...

Hola Lara, como me alegra de que hallas pedaleado con nosotros y de que te halla gustado.
Tambien me alegra que hallas dejado tu comentario, tu huella entre la de los mamuts y las ciervas.
Por cierto, tu bosque me impresionó, me dió la sensación de que era un bosque en el que nunca el viento te podria impedir leer un libro.
Un saludico.