VISIONES..., la continuación.

 

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   Paramos y contemplamos aquellos horizontes…, montañas y montañas que se extendían hasta confundirse con las cumbres de la sierra Calderona.
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   Observé aquella inmensidad, aquella amplitud de visión y traté de obtener respuestas, de ver mi vida y mis circunstancias con la claridad que me otorgaban las alturas, las cimas alcanzadas pedalada tras pedalada junto a Joa…, ella decía encontrarlas con aquellas ascensiones, aquí en la Sierra de Espadán, en la sierra Calderona desde el Topero, en el Pirineo o en el Kilimanjaro.

    - También busco respuestas…, para no sufrir con lo nuestro –murmuré.

    Ella sonrió y miró hacia el Bellota, vimos la pedrera que desciende desde una de sus caras, podría ser la este.

    - Los “misjueves” y yo hemos bajado alguna vez por ahí…, es tremenda – susurró Joa.
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   Continuamos rodando por la pista, acercándonos al pico, pasando bajo esa pedrera y salvando rampas que surgían en cada curva, pensando que ya tocaba el descenso por la pista que serpenteaba a nuestra izquierda…, pero cuando ya había engranado los 44 dientes aparecía otro repecho y volvía al plato mediano.

    Al final la pista empezó a inclinarse y atravesamos ese universo de montañas que desde las estribaciones del Bellota parecían infranqueables, terminamos saliendo al asfalto y unos kilómetros después paramos junto a mi ranchera…, Joa me había conducido por la Sierra de Espadán, me había enseñado otros caminos, otras pistas, otras montañas, otras vistas…, como lo había hecho unas semanas atrás, cuando la nieve de la gran nevada sobre la Calderona comenzó a fundirse, entonces me condujo hacia una Calderona oculta para mi hasta entonces, me condujo a la cima del Gorgó…, una cumbre que desde mi infancia había contemplado imaginando que era un volcán dormido y tambien me condujo hasta el Topero…, y entonces murmuró.

    - Con estas vistas ante ti es imposible no saber lo que deseas.

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  Una Calderona oculta bajo las cumbres del Gorgó y el Topero.

     De nuevo pedaleábamos bajo un cielo grisáceo, bajo un cielo apagado, sobre una tierra aún húmeda, empapada, ante unos verdes tímidos, con pocas flores, sin aparente vida y con algunos islotes de nieve, cuando alcanzamos el refugio de Tristán, ascendiendo por el Campillo y el Poll.

   Nos desviamos a la izquierda al poco de comenzar el descenso hacia el cruce con la cuesta de la Jabonera o hacia el camino viejo de Segorbe.

   La pista volvió a remontar bruscamente, a buscar las faldas del Gorgó, a trazar curvas que poco a poco nos hacían ganar altura hasta que paramos y desmontamos.

    - Creo que no hará falta esconder las bicis, por aquí no pasa mucha gente –comentó ella.

    - Poco cuesta dejarlas ahí detrás de alguna coscoja.

  Camino y Bicipalo quedaron ocultas tras una de esas matas recias y compactas y Joa se encaminó por una sendita ascendente repleta de cantos pequeños y de gravas que poco a poco fue elevándose y llenándose de cantos mas grandes de rodeno, de lajas rojizas desprendidas por la erosión provocada por las lluvias y las heladas a casi novecientos metros de altitud.

   El pico que desde mi niñez había contemplado azulado y en una distancia insalvable, inalcanzable…, me enseñaba su rostro de rodeno bulboso, rocoso y repleto de liquen verde, de un verde pálido. Una faz pétrea desconocida, la mayor altura de la Calderona coronada de mano de Joa, a pié, siguiendo su paso de gacela, el paso de una experta corredora de carreras de montaña.... hasta que se detuvo y miró hacia el vacío.

    - Desde aquí son mejores las vistas…, el pico está repleto de pinos –comentó mirando entonces hacia la cima, a unos pocas decenas de metros senda arriba.

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   Me asomé a una enorme roca de rodeno y de nuevo, otro mar de montañas se abrió ante mis ojos, miré y jadeé, traté de que mi organismo se llenara de aquel espacio, de aquellos paisajes, traté de alimentarme como lo hacia Joa, quise que me hipnotizara…, y separé los brazos como intentando saltar, queriendo volar, anhelando algún saber, algún conocimiento…, algo parecido a lo que sentiría unas semanas después a las faldas del Bellota en Espadán y también junto a ella, junto a Joa…, la mujer que se alimentaba de los espacios abiertos, de las montañas, de la nieve, de las cumbres.

   - Venga, vamos a la cumbre –me animó.

  La senda terminó en el mismo pico del Gorgó, poblado de pinos que hundían sus raíces en el rodeno y que elevaban sus ramas por encima de nuestras cabezas. Joa tenía razón, era paradójico, desde la cumbre no se veía nada, tan solo eso, las acículas de esas confieras que nos decían.

   - Nosotras llegamos antes, pero mucho antes… -murmuró el pinar entre las voces de unos jóvenes excursionistas que habían llegado antes que nosotros. Hablaban de un grupo llamado “Gatova Libre” y defendían el senderismo libre, el senderismo por gusto y sin cobrar a nadie por guiarles entre los caminos y sendas de la Calderona.

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    Mientras bajábamos, Joa dijo.

   - Has sonreído, cuando has coronado has sonreído.

   - ¿Si…?.

   - Ajá…, si.

  Me quedé sorprendido…, me había gustado llegar hasta allí pero por alguna razón aquellos días o puede que durante ese invierno crudo y dentellante…, mis ánimos no estaban muy elevados. Me recordó a aquella tarde, extrañamente calida de noviembre, que conduje por primera vez a Run-run hasta la carpintería, en medio de una extenuante y desagradable experiencia. Joa se pasó por allí un rato después, nos abrazamos y miré a Run-run con miedo y angustia…, y ella volvió a decirlo.

   - Cariño…, se te ve la ilusión en los ojos.

   - ¿Si…?.

   Desandamos la estrecha pedrera, montamos sobre las bicis y descubrimos la Calderona oculta…, aunque Joa ya la había descubierto corriendo con los “misjueves” o en los paseos con Perdut.

   Nos desviamos a la derecha en el primer cruce con el que nos encontramos al bajar del Gorgó y la pista se tornó tan roja como ese rodeno que elevaba la montaña hasta algo más de novecientos metros sobre el mediterráneo. De un rojo intenso que aún retenía el frío y la humedad de la pasada nevada, de una tierra con apenas huellas de bicicletas pero si con la de algún jabalí que había trotado por esos caminos escondidos para la mayoría de nosotros. Unas tierras envueltas por el silencio invernal, por una calma y un mutismo que parecía emanar de las escasas ruinas que la vegetación había engullido lentamente tras el abandono de sus moradores.
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   Descubrí unos pastos verdes y mullidos, unas cumbres envueltas en brumas y en nubes bajas, en nieblas y en fríos vapores que lentamente flotaban entre los pinos, entre las rocas alrededor de nosotros mismos, que se deslizaba por esas laderas muy verdes y espesas…, como de otras regiones, como si Joa y yo pedaleásemos por las montañas asturianas en un viaje imposible a las cuevas de Altamira…, o como si ella sola pedalease por el Camino del Norte, por el Camino de Levante cuando se adentra en tierras gallegas…, era una Calderona diferente, sin ese sol cegador del verano, sin el aspecto seco y apagado del estío…, una serranía casi triste, aletargada por el frío y las nubes, como anhelante de perder altura y moverse toda ella hacia el valle del Turia, hacia un horizonte plano que aparecía ante nuestros ojos algo mas despejado, algo mas luminoso, bajo otro clima menos áspero y duro.
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     - Y aquí se acaba la pista –anunció Joa desmontando y empezando a empujar a Camino otra vez senda arriba.

     La imité y remontamos la ladera trepando junto a las bicis hasta que enlazamos con otro sendero, era el PR-7 que subía desde Olocau hasta Tristán.

    - Te voy a enseñar algo –dijo Joa.

   Volvimos a dejar solas a las bicis  y volví a seguirla sobre una cima plana y rala, sin pinos y con restos calcinados de algún incendio, con troncos estrechos y retorcidos, negros y muertos hacia ya bastantes años. Los arbustos nos arañaban los maillots largos y las calas metálicas de las zapatillas resbalaban sobre las rocas que afloraban en todo el macizo.

   - Mira… -murmuró asomándose a la cornisa que se vencía sobre una pequeña terraza en la que solo cabía un vivac, en la que solo cabía Joa cuando caminaba hasta aquí arriba a solas, dispuesta a pasar la noche en la sierra y con esas vistas ante sus ojos, con esas visiones como primeras imágenes nada mas abrir los ojos- esto es el Topero…, ante estas vistas no es difícil saber lo que una quiere.
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   Y me miró, sonrió..., podría haberla imaginado volando, planeando sobre su propia energía…, ahora mismo no se lo que habría imaginado, ya no lo recuerdo.

    Regresamos a las bicis, descendimos el PR-7, tomamos un café en Olocau y continuamos rodando hacia el chalé, hacia el claro que contemplábamos desde las cumbres…, las que volvía a ver frenando y girando la cabeza hacia la cumbre de Rebalsadores…, las nubes seguían allí, las brumas, el frió, el gris, la confusión y el pesar que iba y venia de mi mismo.

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