Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 28 de marzo de 2010

NACER, VIVIR Y MORIR EN MI CALLE.... en "Diario de Homo".


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                                              Dos de mis hermanas y yo, el edificio con el tejado a dos aguas
                                             era la fundición y la finca que se alza junto a ella, la nuestra.                                                                                 
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  Nací en mi calle, en la calle Pintor Goya de Valencia, en el número 30…, eso lo se, me lo dijeron mis padres y lo viví yo mismo mientras crecí en ese piso de alquiler pero nuevo. Lo estrenaron ellos y ahí vivimos hasta el ictus de mi padre.

                                    Ese soy yo, montado en aquel caballo..., aún lo recuerdo, recuerdo
                                 la imagen pero desde luego no lo que sentía.


  No se donde moriré, puede que de muerte súbita en cualquier momento y en cualquier lugar, puede que me estrelle con Run-run, puede que me atropellen cuando pedaleo con la Flaca sobre el asfalto, como a un perro o como a uno de esos graciosos, tímidos e introvertidos erizos que por estas fechas comienzan a cruzar las carreteras de las Tierras Altas y que son atropellados, reventados…, instantes después las urracas picotean las vísceras y levantan el vuelo cuando se acerca algún coche. Puede que muera despeñado con la Bicipalo por algún barranco de la Calderona, de esa serranía de la que nunca salgo y que ya inundó mis horizontes desde la niñez, aquellas Montañas Azules, aquellos volcanes inclinados, como dormidos que Joa me descubrió…, o puede que muera de cualquier enfermedad en mi propia casa de la calle Goya o en la sala de cualquier hospital, pero también cercano al barrio, a mi calle a ese mundo al que ella se asomó como el decorado de una novela, murmurándolo entre sus finos labios.
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                                             Mi hermana pequeña..., hace bastantes años, asomada
                                             a ese balcón desde el que observabamos casi a escondidas.                            
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   A esta calle que solía contemplar desde el balcón, una auténtica jungla de macetas, de plantas y flores, de olores agradables, incluso olía a café densamente. Aquel aroma emanaba desde un tostadero que alzaba sus chimeneas frente a ese balcón que convertí en mi atalaya y en mi sala de juegos. Desde allí arriba observaba la calle, buscaba a mis amigos y cuando los veía bajaba a jugar a las chapas o al futbol, a montar en bici o a tirar petardos en Fallas.
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                                   De nuevo mis hermanas y yo, tras ellas el Dauphine de mi  padre , era
                                   uno de los pocos coches que aparcaban en la calle.                                             
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   Recuerdo la luz, el sol cayendo a raudales en medio de una calle con muy poco tráfico y de viviendas de dos alturas, normalmente en las plantas bajas se abrían los negocios, desde las tres carpinterías que coexistían con la de mi padre, un ultramarinos, un taller de mecánica de coches, unos talleres de matricería, una fabrica de juguetes y hasta una fundición de hierro y acero. La imagen del hierro al “rojo vivo” se va diluyendo lentamente en mi mente, entre mis recuerdos ya revueltos y confusos de aquella niñez que jamás salió de los confines del barrio, de las esquinas familiares, de las casas de los vecinos que conocían a mis padres.
    Frente a la fundición se alzaba una fabrica de vidrio…, la recuerdo en ruinas, en una ruinas tentadoras a las que jamás me atreví a entrar…, realmente me atreví bien poco en esa niñez callada y ensimismada, solo me atreví a robar un chicle “Bazoka” de una papelería que también vendía chuches. La mujer hacia ganchillo detrás del mostrador y sin apartar los ojos de las agujas murmuró sin inmutarse.
    - Haz el favor de dejar eso.
   Dejé el chicle, retrocedí enrojeciendo, perdiendo el aliento y salí corriendo de allí avergonzado, casi humillado y preguntándome como mi amigo Juan Antonio hacia para robar aquellos chicles sin que nunca le viesen…, corrí, corrí y corrí hasta mi calle, entonces me di cuenta que nunca jamás podría volver a entrar en aquella papelería. Volví a hacerlo cuando cambió de dueña, pero la primera vez que volví a entrar temí que la nueva propietaria tuviese una foto mía debajo del mostrador que dijese “SE BUSCA, por ladrón de chuches”.
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     Como restos de diamantes. Niños tumbados en mitad de la calzada.
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 La vieja y ruinosa fábrica de vidrio estaba a pocos metros de mi calle, frente a la fundición. Yo siempre me quedaba en la puerta, viendo como mis amigos mas lanzados desaparecían entre aquellos cascotes después de saltar los muros. También recuerdo a mis hermanas mayores entrando en aquel lugar y regresando con restos de figurillas de cristal, algunas deformes por el calor y otras que reflejaban la luz y la descomponían en brillos hermosos…, creo que eran las piezas que adornaban las lámparas, pequeñas tallas en forma de diamante. Mis hermanas me hacían creer que lo eran y que entrar allí era peligroso porque había que bajar a un sótano oscuro y con el suelo lleno de alquitrán. Jamás supe que era, pero a veces salían con sus zapatillas manchadas con algo oscuro y pegajoso. Nunca entré en aquella fábrica…, junto a ella se levantaba la casamata de un enorme transformador, mis amigos también se atrevían a rondarlo, a manipular las rejillas de las ventanas aunque al final todos nos conformábamos con acercar las orejas y escuchar aquel potente zumbido.
    Nos tumbábamos en mitad de la calle, sobre el asfalto, con la mirada fija en la chapa y aumentando la presión paulatinamente del dedo índice sobre el pulgar que lo retenía hasta que la presión hacia resbalar la uña sobre la yema y terminaba golpeando el canto dentado de la chapa de Pepsi…, el disco se deslizaba entre las líneas de tiza que delimitaban el circuito, rebasa a las otras chapas y quedaba en cabeza del pelotón…, recuerdo que sonreía y me levantaba mientras inconscientemente me limpiaba las rodillas, pero sin apartar la mirada del resto de mis amigos.
   Aquella chapa de Pepsi tenía en su interior la imagen de una liebre, era la Liebre de Marzo, por aquellos años yo no entendía de galgos ni de rabonas, pero si sabia que las liebres eran rápidas, por eso me gustaba aquella chapa, aunque era muy endeble y demasiado ligera, resbalaba con mucha facilidad y a veces me salía por poco del circuito y tenía que volver a la cola del pelotón.
    Jugaba bien a las chapas, tan bien que no me di cuenta de los años iban pasando, de que cada vez había mas tráfico, de que algunos de mis amigos ya habían empezado a fumar y se limitaban a vernos jugar sin agacharse. Solo durante el verano, cuando el Tour de Francia animaba las tardes volvíamos a jugar a las chapas, hasta que a alguno de mis amigos le regalaron unos ciclistas de plástico decorados con las banderas de los países que participaban en la carrera francesa. Entonces comenzó a jugarse de manera distinta, ya no se dibujaba un circuito sinuoso con tiza en medio de la calzada, ahora se trazaba un anguloso recorrido utilizando los bordes de las losetas octogonales que cubrían las aceras y se lanzaba un dado para ir avanzando, se contaban las losetas y así se jugaba. Aquel fue mi final, el final de una época…, simplemente porque para comprar aquellos ciclistas había que salir fuera de la calle, fuera del barrio…, los vendían cerca de la Finca Roja, un edificio muy conocido de la ciudad…, pero demasiado lejos para mi.
   Las ultimas carreras de chapa se jugaron, imagino que en Fallas, cuando se cortaba la calle y cuando nos juntábamos algunos de los chavales que tampoco conocíamos mas mundo que el de confines de la calle Goya. Uno de aquellos fue David, al que apodaron “El Gordo Paliza”, David no era del barrio, pero en una de aquellas plantas bajas vivían sus abuelos y él los visitaba por las fechas señaladas, en Fallas, en Semana Santa, en el verano. Era un crío gordito, claro de piel y listo…, tan listo que de su boca oí por primera vez la palabra dictadura. Me callé y escuché, David habló serio, arrugando su joven entrecejo de unos 10 años, imagino que repitiendo lo que escuchaba a sus padres.


    Cuando se fueron los niños.

    Poco a poco y sin que yo lo percibiera las calles se fueron quedando desiertas, el ultimo circuito de chapas dibujado con tiza sería borrado con el paso de los coches y por el barrio se empezó a escuchar el petardeo molesto y ruidoso de las motos de cros de 49 cc a escape libre. Las bicicletas desaparecieron con los niños y año tras año los coches fueron aumentando hasta ocupar todas las plazas de aparcamiento, los viejos edificios de dos plantas se fueron vendiendo y demoliendo, cerraron todas las carpinterías menos la de mi padre, cerró el taller de matricería, también el de mecánica, la fabrica de curtidos, el tostadero de café y la fundición, clausuraron el transformador y finalmente se derribó la vieja fabrica de diamantes y de aventuras…, pero fue algo lento, como la Vida misma y los niños aún vivimos nuestra infancia jugando en la calle, jugando a los cromos o a pillar. Recuerdo vividamente a Manolín, otro de los amigos de la calle que aún sigue viviendo en el mismo piso de sus padres y con él que prácticamente me cruzo todos los días…, y sigue cojeando, balanceando su cuerpo con cada zancada y a veces con la mirada extraviada, otras fumando apoyado en la barra del bar y mirando fijamente las estanterías repletas de bebidas alcohólicas.
    Manolín nació sin ningún problema en sus piernas pero sufrió la fatalidad de una equivocación médica o por lo menos es lo que siempre se dijo en la calle, es lo que siempre se murmuró y es lo que siempre he creído. Fue un practicante, aquellas personas que te visitaban en casa y te ponían vacunas…, una de aquellas agujas debió alcanzar un tendón y la pierna de Manolín se contrajo para siempre…, y creo que así le conocí, cojeando y riendo, jugando a “pillar”, un juego que se basaba en correr y correr, en la velocidad, en la agilidad de las dos piernas…, pero…., ¿como podía jugar a “pillar” un jovenzuelo que cojeaba…?. Manolín se adaptó a sus condiciones y lejos de quedarse quieto viendo como nosotros correteábamos ente los coches y sobre las aceras se unió a las correrías, al griterío, a las risas…, de una calle en la que aún jugaban los niños.
   Manolín apenas si podía dar tres zancadas sin perder velocidad, por eso, cuando adelantabas tu mano para agarrarlo, él se inclinaba a un lado súbitamente, te hacia una finta, un regate o se colaba entre los paragolpes cromados de dos SEAT 850…, desaparecía ante tus propios ojos y la mano se cerraba en el vacío. Volvíamos a correr hacia él y volvía a retorcerte la cadera con otro quiebro…, a un lado y a otro, apoyándose en la pierna mala o en la buena, riendo y tratando de zafarse de alguna mano que lo había enganchado “in extremis”…, corríamos, jugábamos al futbol, rodábamos con nuestras BH, con las Orbeas o con las Torrot…, hasta que fuimos creciendo y terminamos por desaparecer, por dejar las calles vacías y silenciosas. También dejaron de oírse las voces de nuestras madres llamándonos para cenar desde los balcones o silbando como hacia mi padre.
    - Espera, espera… -solía decir cuando me parecía oír el silbido- es mi padre.
    Y salía corriendo como un perro fiel hacia el portal, a veces la llamada era para que subiese a cenar o a comer y otras para lanzarme la merienda desde el balcón…, era habitual vernos jugar sujetando el bocadillo en una mano y dando patadas al balón o pedaleando, al final siempre se abría por los extremos y la “mezcla” terminaba cayéndose.
 
     Nacer y vivir en mi calle.
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     A veces Manolín se para en la carpintería y me cuenta un chiste mientras fuma, casi siempre a primeros de mes, a mediados ya se queda sin dinero, su paga por minusvalía apenas le alcanza… y hace algún tiempo me dijo entre risas.
    - Pedro…, yo creo que tu nunca has salido de la calle…, naciste en el 30, ahora vives en el 25, trabajas en el número 9 y tuviste el rollo con Inma en el 13…
   - Si…, yo también lo pienso.
     Y echamos una ojeada a la calle…, Manolín vuelve su cabeza hacia el solar en el que se ha convertido una de las viejas viviendas de dos plantas que quedaban en la calle. La casa de uno de sus mejores amigos, una casa emblemática…, la casa de su amigo Julio “El Chino”.
    - Es la misma calle pero ya no es igual que la nuestra, ¿eh Pedro…?.
   Manolín respira ruidosamente, pierde el resuello si camina algo deprisa y antes de salir de los bares pasa las manos por las ranuras de las tragaperras o de las máquinas expendedoras de tabaco…, buscando monedas, algún euro olvidado o algunos céntimos despreciados.
   Mi amigo tiene razón, ya nada es igual de cómo lo recordábamos, ni siquiera nosotros dos somos los mismos después de que durante más de 40 años nuestras células hayan ido reproduciéndose, reparándose, muriéndose y volviendo a replicarse miles de veces, miles y miles. Ya no hay niños en la calle, solo coches aparcados y nuevos edificios ahí donde estaban las casas bajas…, solo veo niños cuando caminan cogidos de las manos de sus madres hacia la vieja cárcel modelo de mujeres convertida ahora en colegio público, no se ven niños rodando en bicicleta, veo a inmigrantes latinos o europeos pedaleando por encima de las aceras, tampoco veo a las madres asomadas a los balcones. Mi padre tampoco silba y mi madre ya no nos prepara a mis hermanas y a mi aquellos bocadillos que volaban desde el tercer piso hasta la acera cubierta de losetas octogonales…, ellas, mis hermanas tampoco son aquellas crías desgarbadas que correteaban de aquí para allá.
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     .
                                             Restos de aldabas y tiradores que aún abrillantan en la ultima
                                            de las casas bajas habitadas.                                                                                                                          .
                                              Otra de las viejas casas, ya vendida y esprando a las
                                              excavadoras.                        
                                             

   Y yo sigo aquí, en la calle, viviendo en la calle, trabajando en la calle y tan solo alejándome por los caminos de la sierra Calderona con la Bicipalo durante los fines de semana, siempre por sus pistas, sin llegar a pasar a las serranías cercanas, sin salirme de los caminos que conozco…, en una especie de bucle perpetuo, como aquel homínido que jamás salió de la cuna africana, como el ultimo habitante del pueblo que mira el cielo cuando los días se alargan, cuando florecen los gamones o los nazarenos y espera que los vecinos regresen por la Semana Santa o cuando los campos de forraje amarillean por el estío. Les espera para preguntarles que hay al final de la carretera, de las lomas distantes…, aunque a veces no desea preguntarles nada porque siempre estuvo allí, para bien o para mal.
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10 comentarios:

Josep Julián dijo...

Este relato de tu infancia me ha hecho recordar la mía, en una calle similar en la que pasaban cosas parecidas. Los juegos en las calles desiertas de coches, las meriendas volando desde la ventana, la llamada de las madres para la cena.
En mi caso un aserradero de traviesas con brea que se metía por todas partes, una masía que se había quedado atorada por el resto de las casas de la calle que antes fueron sus campos. Los primeros coches de los más pudientes, un taller de galvanizado (el taller de Alfredo) con su ruido machacón que todavía funciona justo enfrente de la casa de mi madre.
Lo mismo, pero diferente.
Un abrazo.

Pedro Bonache dijo...

Hola Josep..., da la sensación de que a veces los recuerdos entre personas son calcados, sobretodo los de la niñez y a veces tambien sirven para descubrir aspectos que hoy en día nos parecen imposibles, por ejemplo el hecho de vivir pared con pared con una fundición.
Un saludo Josep.

Mª Carmen Callado. dijo...

Buen paseo por el recuerdo. La vida de niños se nos queda marcada indeleblemente en la memoria. Ellos crecen a nuestro lado como el cuerpo y las ansias. Me has recordado el chicle "bazoka" rosa y grande que yo tintaba masticando minas de los lápices de colores. Me pasa algo muy parecido a ti cuando muchas veces me sorprendo viéndome entre mis juguetes y de la mano de mi abuela llevándome a la escuela a la que nunca quería ir. Muchos viajes hacia la inocencia me hacen recordar que los niños de antes creo que éramos más felices desde nuestro mundo lleno de juegos y la conformidad desde lo que teníamos que era casi nada comparado con lo que hoy tienen los chiquillos pero que no saben disfrutar del todo.

Pedro Bonache dijo...

Hola Lara..., he pensado en esa infancia, en aquella educacion y en los mismos entornos fisicos donde jugamos y nos criamos..., son tan diferentes a los de ahora, no se, imagino que eso provocrá una sociedad distinta cuando los niños actuales ocupen los puestos de poder o la simple masa social. Creo que las vivencias marcan los momentos sociales por eso vamos derivando hacia otras formas de vivir, ver y sentir..., según los patrones de nueestra infancia.
Un besete.

Jose Ramon Santana Vazquez dijo...

...traigo
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...


desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ


TE SIGO TU BLOG




CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...


AFECTUOSAMENTE
PEDRO BONACHE

ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE EL NAZARENO- LOVE STORY,- Y- CABALLO, .

José
ramón...

Pedro. dijo...

Por supueesto que me ha gustado, Jose Ramón y tambien el gesto de ponerte ahí, entre los seguidores. Cuando ocurre algo así uno sonrie y se relaja pensando que algo bueno habrá entre estos mamuts y bisontes, entre los homos y los pedales.
He visitado tus blogs y la verdad es que me he sentido desbordado ante tanta diversidad, ante tantos focos de antención y ante el enorme número de seguidores. La responsabilidad siempre me ha asustado y creo que me sigue asustando..., imagina si yo tuviese esa cantidad de seguidores, posiblemente me bloquearia..., pero bueno, ahora ya nos conocemos y es un paso mas.
Un abrazo José Ramón y gracias.

María Hernández dijo...

Hola Pedro:
Tu calle, o la mía, forman parte de ese libro que todos vamos escribiendo. Al final, ni ellas serán las mismas, ni nosotros tampoco.
Otra cosa es que las recordemos como eran o como han ido cambiando. Mientras podamos hacerlo, ese aroma que emanaba el tostadero volverá a ti, pero incluso los recuerdos se desvanecen y entonces dará igual si sólo fue una calle o una docena.
El otro día leí una noticia referida a Spandau Ballet, un grupo británico por el que yo volaba los vientos en mi adolescencia. Picada por la curiosidad, visité su página web, sus fotos, su historia y ¡caramba! si que han pasado años, por ellos... y por mí y aunque aún soy capaz de cantar, en un inglés de "garrafón", algunos de sus éxitos sin que me falle la memoria, de la chica aquella que pedía, casi de rodillas, a su amiga "grábame en casette el disco, por faaaaa" no queda casi nada, excepto el recuerdo.
Es más, imagínate lo que cambian las cosas. Antes, un amigo afortunado con equipo de música con doble platina y el último Long Play de vinilo del grupo de éxito de turno, era poco menos que dios y hoy sería un "Se busca" por la SGAE.

Nacer, vivir y morir en tu calle, no es más que nacer, vivir y morir en un sitio cualquiera, porque quien nace, vive y muere eres tú, soy yo, somos todos los que hacemos que las calles tengan vida mientras la tengamos.
Un beso grande, Pedro y a seguir "viviendo".

Pedro Bonache dijo...

"No es mas que nacer..., y morir en un sitio cualquiera", tu frase MAria me hace pensar en que no es demasiado bueno mirar continuamente hacia atrás..., está claro que lo queda de vivir está por delante y que hay que vivirlo sintiendolo intensamente. Cualquier lugar sería bueno para vivir y morir siempre que la ilusión te envuelva, siempre que la alegria te haga sonreir..., tan solo cuando decaes buscas esos lugares familiares como para refugiarte..., puede que entre los brazos de tus padres, de tu familia cuando tu mentalidad sigue creyendo en ella aunque ya sea imposible y antinatural.

Ars Natura dijo...

Hola Pedro,
he visto esta noticia y me he acordado de ti:

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Descubierto/hominido/hace/millones/anos/elpepusoc/20100408elpepusoc_4/Tes

Estos dos fósiles que han encontrado recientemente no tuvieron mucho tiempo para recordar su infancia, incluso uno de ellos no terminó de disfrutarla, a saber qué vida tuvieron...

Ñita......Anto Ñita!! dijo...

Hacia tiempo que no entraba a tu blog y otra vez me ha sorprendido gratamemte lo que has escrito.
Lo mismo que a los demás me ha venido a la mente los recuerdos de mi niñez,de mi calle,de mi familia....tan similar en algunos aspectos,y me ha embargado una especie de tristeza al recordar tan bueno momentos vividos en mi niñez y que nunca regresarán,como el entrar a esa casa y ya no encontrar a mi padre.
También me ha hecho sonreir el intento de robo del chicle,yo viví algo similar,también fuí pillada intentado hacerme con algo que no era mio,fuí mi primera vez y aquello me enseñó a no volver a intentarlo,ahora lo recuerdo con una sonrisa y me alegro de haber sido pillada......
Saludos,señor de los Mamuts.