Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 2 de enero de 2010

LA ULTIMA PEDALADA DEL AÑO..., JUNTO A JOA.

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El año, ese concepto de tiempo, de espacio…, que utiliza homo para medir el paso de los momentos, de los días, de las semanas, el numero de noches o de amaneceres…, se ha ido consumiendo, casi como languideciendo en una ultima semana corta, sin demasiado algarabía en la calle, sin demasiados Papa Noel colgando de los balcones, sin demasiadas luces parpadeantes decorando esos mismos miradores, sin alfombrillas rojas decorando la entrada de los comercios del barrio, con pocas comidas de empresa en los bares que frecuento para tomar café…, realmente distinto a ese ultimo día del año pasado. Recuerdo que salí con mi amigo Santi, él que a veces firma los comentarios como Zapa, hicimos carretera, subimos al Oronet y regresamos a Valencia…, esta vez he amanecido junto a Joa, en su cama y sintiendo su respiración frente a mi rostro, contemplando su sonrisa y percibiendo el roce de sus dedos sobre mis sienes…, el sabor del café y de las tostadas un ratito después y el viento contra mi rostro, cuando montaba sobre Run-run hacia las Tierras Altas, con la caña de la horquilla nueva asomando por la mochila y con el tiempo justo de dar un paseo a Norton y a Mía, con el tiempo justo de montar la suspensión en la Bicipalo…, mientras Joa llevaba a Perdido a una residencia canina de Puzol para dejarlo durante los tres días que iba a durar su travesía por el Pirineo…, después de dar la ultima pedalada del año remontando sobre Camino hacia el mirador del Monte Armenia…, conocido como Revalsadores, la segunda cota mas alta de la Sierra Calderona después del Gorgó.

Terminaba de ajustar las zapatas de los frenos en V contra las llantas cuando ha llegado al chalet, como siempre, Mia y Norton se han abalanzado sobre ella, saltando y gimiendo, manchándola con sus patas.

- Carinyet…, ahora mismo me cambio de ropa.

Ella me ha visto desvestirme, desnudarme ante su sonrisa…

- Anda, ponte pronto la ropa no vaya a ser que…

He arqueado las cejas y me he puesto el maillot largo, las zapatillas, el casco, las gafas…, y hemos dado las primeras pedaladas de nuevo sobre la vía de servicio, contra un viento que empezaba a soplar con fuerza desde el norte, no demasiado fresco, pero molesto aunque capaz de empujar y disipar las nubes que habían cubierto el cielo desde el amanecer en el viejo ático de Joa.

Los neumáticos se han hundido pronto en los grandes charcos que se forman en la pista que atraviesa la Masia de la Torre, una gran explotación de cítricos que ya se ha vendido a la especulación urbanística, miles y miles de metros cuadrados que el ayuntamiento de Serra a recalificado de suelo agrícola a suelo urbanizable, rabiosamente urbanizable con mas de 4.500 chalets, con campo de de golf, con hotel…, a pocas decenas de metros del supuesto Parque Natural de la Sierra Calderona y dentro del área de protección de la cartuja de Porta Coeli…, pero realmente no pensaba en eso mientras rodábamos hacia Revalsadores, hacia el Monte Armenia, como gustaba llamarlo a los monjes de esa cartuja centenaria. Pensaba en la luz de un sol que aparecía y desaparecía, pensaba en el día festivo que me había tomado olvidándome del trabajo, de la crisis, de mi padre, de sus quejidos, de sus lamentos…, era tan distinto a ese último día del año pasado.

No estaba rodando sobre asfalto con Santi…, rodaba sobre tierra con Joa, ascendía por el camino del Campillo algo más lento de lo habitual, con las piernas algo cansadas y poco hábiles, sin el brío y la chispa de unas semanas atrás…, pero seguía ascendiendo sin encontrarme con ningún ciclista, ya con el sol demasiado alto, a medio día y luchando contra el viento cuando encaraba las rojizas rampas que atravesaban unas preciosas vetas de rodeno antes de girar a derechas hasta alcanzar el cruce de la pista que llega desde la Font de l´Abella.

Allí mismo he echado pié a tierra y he esperado a Joa, he observado esos horizontes azules tan conocidos del Camp del Turia, las sierras de Utiel y Requena, ya sin atisbos de las nevadas que las cubrieron hace siete días y entornando los ojos tras las gafas de sol cada vez que se apartaban las nubes desgajadas y lanzaba sus rayos contra una serranía que florecía y helaba al mismo tiempo, mañana tras mañana, tarde tras tarde, ocaso tras ocaso.

- Uf…, como me está costando hoy…, no podemos saltarnos ni un “nuestrossabados” más…-ha murmurado Joa parando a mi lado.

- A mi también me está costando mas de lo normal…, y encima con este caloruzo.

- Yo voy empapada.

He observado como Joa bebía agua y he pensado en su frase, “nuestrossabados”, ella bautizó así aquellas primeras salidas de los sábados, que se fueron sucediendo una tras otra y siempre con el mismo final triste y melancólico…, cada uno en su ranchera, mirándonos por los retrovisores y preguntándonos porque no podíamos continuar juntos hasta la cena, hasta la noche, hasta el siguiente amanecer. Llegó un momento en que la relación se rompió, a principios de octubre, cuando las perspectivas de futuro se limitaban a los sábados y a las visitas entre semana…, siempre mirando el reloj…, no se, pero algo cambió…, si cambió…, como este ultimo día del año, aunque sea el año de homo y sus acotaciones del tiempo y del espacio, tan distantes a los cambios naturales de la naturaleza, a sus ciclos, a sus estaciones, a sus ritmos.

Antes del ictus de mi padre, solía subir a Revalsadores el primer día del año, a solas, con la bici de montaña…, me sentaba bien y me sentía bien, pero todo cambió tras el infarto, me empezó a dar igual, empecé a considerarlo un gesto prescindible, una banalidad, una tontería…, hasta este ultimo día en el que vuelvo a pedalear hacia Revalsadores, hacia el monte Armenia y sabiendo que no estaré a solas, sabiendo que tomaré una copita de mistela junto a Joa…, aunque ahora pedalee a solas hacia el cruce de la cuesta que asciende desde la cartuja de Porta Coeli hacia la ultima rampa que corona el Collado de la Morería.

Joa sube a su ritmo, yo al mío…, algo mas lento de lo habitual pero tampoco me preocupa…, al final he llegado al collado y al rato Joa, nos hemos dejado caer por la suave pendiente que conduce hasta la Prunera y de allí hacia la Font del Poll, en solitario, viendo un monte callado, austero y batido por las ráfagas de viento, una montaña que se iluminaba y se apagaba con el navegar continuo de las nubes…, algunas pequeñas y otras grandes como buques, como navíos de quillas húmedas que soltaban algunas cortinas de agua, como velos que se precipitaban, que se descolgaban en esos horizontes grisáceos, azulados o destellantes en los claros.

He virado a derechas en el cruce con la fuente, jadeando levemente y he ido remontando hasta alcanzar la falda de Revalsadores, he vuelto a esperar a Joa y cuando la he visto encarar ese ascenso me ha gritado.

- ¡Ves subiendo cariño, no me esperes que voy bien…!.

Le he enviado un beso y he tirado cuesta arriba, volviendo a jadear, a inclinarme hacia delante…, dando pedales, subiendo poco a poco, de nuevo en solitario pero sabiendo que Joa pedaleaba a mis espaldas, tenaz y decidida como siempre, como el primer día que la conocí, como es ella misma, llena de vida, de ilusión y de pasión por la montaña, por los espacios abiertos, por los retos…, he resoplado en la ultima decena de metros y el viento ha removido las bajas coscojas, ha zumbado entre las copas de los escasos pinares que pueblan la cota y ha barrido el altiplano a unos 800 metros de altitud sobre un mediterráneo que he descubierto a mi izquierda, mas allá de la cima cubierta de matojos recios y leñosos, de la cima rala y barrida por el mismo viento que me ha provocado un escalofrío.

Recuerdo la nevada de hace bastantes años…, desde el chalé podía ver la montaña cubierta, envuelta en nubes, pero allí abajo lucia el sol. Monté en la bici y pedaleé hasta allí, a medida que ascendía percibía como la temperatura iba bajando, me encontré con algunos grumos de nieve en las cunetas de la pista, poco a poco la luz de sol se iba enfriando, filtrando por una neblina que lentamente me empapaba, que formaba nubes de vaho ante el pasamontañas y que terminó por velar todos los colores, incluso mi visión cuando la ventisca me sorprendió en un altiplano nevado y ventoso, sin sol y acribillado por la cellisca. Agachando la cabeza llegué hasta las terrazas y me di la vuelta enseguida, con los neumáticos embarrados y tiritando. Bajé con cuidado sobre los surcos abiertos en la nieve, fui perdiendo altura y volví a encontrarme con el sol, con la tierra humeda pero no helada y cuando llegué al chalé me volví a mirar a ese cima en la que acaba de estar. Seguía cubierta, pero distante y silenciosa…, yo había estado allí arriba y volvía a estarlo, sonriendo ante una Joa que cubría los últimos metros sonriendo y desmontando junto a la Bicipalo.









- Mi cariño…

Nos abrazamos, nos dimos unos besos en la solitaria montaña y una botella de champán surgió de su mochila.

- ¡Ostras Pedrín…!, ¿pero no habías traído la “misteleta”…?-le pregunté.

- Me dijiste que champán.

- Ah…, pues vale.

Nos guarecimos en uno de los pequeños refugios que hay bajo las terrazas y brindamos hacia un sol que aparecía y desaparecía, que se apagaba tras los nubarrones y que volvía a brillar, a destellar, a llenar de tonos azulados los horizontes que contemplábamos entre trago y trago, entre trufas de chocolate y burbujas doradas. Con la orilla del mediterráneo como a nuestros pies, contemplando la curva del golfo de Valencia, la mancha estañada de la Albufera, las montañas de Cullera…





- Coños cariño…, que nos hemos chupado la botella entera.

- ¡Ay va, si es verdad...! –se sorprendió Joa- yo que pensaba dejar lo que sobrase con una notita…, para que otros brindasen.

- Uf…, madre mía…, pero si yo no bebo champán.

- Pues esa botella esta vacía…, je, je, je.

Nos levantamos, salimos de refugio y sentí como si el viento moviese la terraza cubierta de losas de rodeno, como si fuésemos una de esas nubes empujadas por las rafagas, como si navegásemos en un mar de montañas, como si la proa del navío imaginario se elevase sobre la cresta de una inmensa ola de casi 800 metros de altitud.








- Joder…, que pedo he pillado…, bueno en este momento lo adecuado sería denominarlo “pedal champanero” , ¿no cariño…?.

Joa soltó unas carcajadas y me abrazó.

- Que gracioso estas un poco mareado… -me confesó susurrándolo con sus labios pegados a mi oreja.

Sonreí bizqueando ante su rostro muy cercano al mío y sentí une escalofrío.

- Ay…, que me estoy enfriando… -balbuceé.

Joa volvió a reír y empezamos a recoger los restos del banquete…, escasos, realmente escasos, tan solo una botella de champán vacía y los pequeños envoltorios de las trufas de chocolate. Lo echamos al contenedor y nos colocamos las chaquetillas, los cascos, los guantes, el pasamontañas que le regalaron a Joa en la K-25, una prueba de carrera de montaña, a nivel nacional que se corrió en Serra y en la que Joa se aupó al tercer puesto de la categoría de veteranas.

- Jodeeerrrr…, a ver quien pedalea ahora… -protesté tratando de encajar las calas en los pedales automáticos.

- Pues nosotros.

Montamos y empezamos a remontar el repecho que subía hasta el lomo del monte…, resoplé y dejé la boca abierta, aspirando el aire puro y fresco de la cima y como tratando de expulsar el alcohol que circulaba por mi sangre, sus vapores, ese aliento que enseguida se disipaba empujado por el viento…, jadeé y continué moviendo las bielas, escuchando las turbulencias de las ráfagas alrededor de mis orejas y sintiendo como si la horquilla flotase…, sonriendo cuesta abajo, lanzándome en picado, frenando y girando a izquierdas, volviendo a pedalear y de nuevo sonriendo, percibiendo los rebotes de la suspensión delantera nueva y frenando en el cruce.

Eché pié a tierra, esperé a Joa y la vi llegar tarareando, sonriendo y parando a mi lado.






- Cariño…, no se que me pasa, pero he bajado de bien…

- Coño, yo creía que volaba… -le contesté- ¿tendrá algo que ver el fermento de las uvas…?.

- Ja, ja…, puede que si.

- Ostras mira…, hasta el mamut ha pillado la cogorza y ha bajado de cabeza.

Joa volvió a reir y a señalar al mamut cabeza abajo en el manillar.





- Estoy pensando, mi niña…, no creo que el Seprona ponga controles de alcoholemia en las pistas ¿no…?, igual nos inmovilizan a la Bicipalo y a Camino.

- Pero si nunca están, cariño…, van a estar hoy…, pero si estamos nosotros solos…, bueno, con ellas.

Y Joa miró al bosque, al pinar, a los arbustos, a las montañas, a los pliegues de rodeno que asomaban cubiertos de liquen verduzco, colgados sobre la Font de Berro, casi inaccesibles, lejos de homo, llenando de balcones la ladera casi vertical de la montaña…, tan cercanos pero olvidados, tan solo vistos, tan solo observados por nuestros ojos vidriosos.

- Espera que te voy a hacer una foto con esos pliegues de rodeno…, algún día escalaremos hasta él y nos daremos un baño de sol.

- Claro que si, amor.




Casi como las rapaces que despliegan las alas desde sus atalayas…, nos dejamos caer hacia esos horizontes azules, batiendo los pedales en los escasos llaneos y sintiendo el viento de costado, escuchando el rumor de los neumáticos, el golpeteo de la cadena, el impacto de las piedrecillas contra los chasis de las bicis, volviendo a atravesar los charcos y desnudándome ante ella.

- Cariño, me ducho y nos vamos.

- Casi mejor que me vaya ya -respondió ella- tengo que terminar de hacer las mochilas y después ir a casa de Gema, nos vamos con su coche…, pero aún te podré hacer la comida, ¿Qué querrás, carnecita o pescadito…?

- Carnecita, carnecita.

Cuando salí de la ducha Joa ya no estaba, los ojos de negros de Norton y los de miel de Mía me miraban inquietos…, tan solo se oían sus gañidos, los chasquidos de sus uñas sobre el suelo y el rumor del viento azotando las hojas del eucalipto, moviendo, agitando los setos de tuyas…, los podía ver a través de los ventanales de un solitario salón…, a veces luminoso, cuando el sol asomaba entre las nubes y de nuevo gris y triste cuando la tarde volvía a cubrirse, a tornarse hostil y desapacible, barrida por un vendaval que trataba de tumbarnos a mi y a Run-run…, pilotaba agachado, guareciéndome tras la cúpula, llegando a las rotondas, reduciendo, trazando y volviendo a acelerar sobre un asfalto desierto, sobre unas carreteras solitarias…, llegando a la ciudad, al barrio de Joa, comiendo con ella y ayudándole después a bajar las mochilas.

Observé su perfil tras la ventanilla de su ranchera, la vi arrancar, rodar hacia el Pirineo y desplegué la pata de arranque de Run-run, monté y volví a rodar por la margen derecha del viejo cauce del Turia, sintiendo los empujones del viento y rodando envuelto por el sonido del enorme escape cromado…, tumbé sobre el puente de Campanar, después sobre el paso de cebra de Castan Tobeñas, con calma, con aplomo…, aceleré, cambié a tercera y volví a reducir al entrar en mi calle.

Dejé a Run-run en la carpintería y subía a casa aún con la cabeza levemente embotada.

- Menos mal que has venido…, tu padre se ha hecho de vientre –anunció mi madre.

1 comentario:

Joa dijo...

De estas hermosas "banalidades", cariño, se hace mi vida. En el momento que las encuentro prescindibles (me entra el "pa qué") me siento terriblemente cansada, mucho mayor, hasta más pesada, y el virus del "pa qué" aprovecha mi apatía para ir extendiendo su morbidez al resto de los asuntos, de las ilusiones, de la vida, que también se vuelve prescindible ¡Fue precioso acabar el año así!