Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Saltando al abismo a lomos de una Zing Darkside. Como Dios. No pude mentirle..., en "Run-run Zing, diario de una pequeña custom 125".


Fui soltando la maneta, la Zing se movió, dió un tirón y enmudeció..., suspiré, apreté la maneta del embrague, le di al botón de arranque con el pulgar derecho y la gasolina volvió a incendiarse en la cámara de combustión. Arrancó enseguida con un curioso sonido, entre sordo y metálico, miré hacia los cuatro carriles de la avenida, los vi despejados, vi de reojo al adolescente que observaba mi primer vuelo sobre la pequeña custom 125, aceleré un poco, fui soltando el embrague, percibí como me movía, coloqué el pié derecho sobre el estribo, aceleré un poco más..., empecé a rodar y el vencejo desplegó sus alas, apenas un segundo después de saltar del hueco abierto en la fachada del edificio, las batió nerviosamente y dejó da caer, empezó a remontar, se elevó ante las ventanas, ante los balcones, pasó como una sombra negra y vivaz ante el rostro del hombre que miraba desde una de esas ventanas, lanzó su chillido agudo y alborotador y atravesó el mar de antenas de televisión que llenaban de púas y cables las azoteas de esos mismos edificios sobre los que volaba por primera vez en su vida, se inclinó un poco, enfiló la calle como lo había visto hacer desde el agujero, aceleró y volvió a lanzar su trino, agudo y penetrante, el mismo que llenaba de alegría esas mañanas de la primavera y que llenaba de desconfianza a los lugareños de los pueblos serranos..., unas aves casi diabólicas, sus gritos les recordada a la risa de las brujas a lomos de las escobas o cuando danzaban excitadas en los aquelarres.

Bajé de la acera como ese vencejo, aceleré en primera como ese vencejo y me quedé paralizado durante unos segundos, la Zing se aceleraba ruidosamente, sentía unas desagradables vibraciones en mis rodillas desnudas, sentía un intenso calor emanando de las aletas del cilindro y el motor sonaba a hojalata..., con la puntera de la zapatilla empujé la palanca del cambio hacia arriba..., como había estado haciendo mentalmente durante mas de un mes, volví a acelerar, subió de vueltas en vacío al no soltar el embrague y mi mundo se vino abajo..., no fui capaz de desplegar las alas, nunca las había batido, nunca había montado en moto ni me habían interesado lo mas mínimo... y me precipitaba al vacío, a un inmenso socavón que se abría en medio del asfalto de Cardenal Benlloch.

Sentí como la angustia ascendía desde mi estomago revuelto, como palidecía y como me invadía una congoja profunda, un desanimo asfixiante..., deseé saltar de la Zing, dejarla allí tirada y correr hacia ese hueco que había abierto en la pared del decorado en el que, hasta ese momento se había desarrollado mi vida, deseé volver al Show de Truman, a “mi mundo”, como decía Joa, en el que solo cabía la Bicipalo y la Flaca, en el que solo existían las rutinas que durante siete años había fabricado a mi medida como los guionistas fabricaron y crearon el mundo de Truman.

Verde, verde, verde..., era una luz intensa que acababa de iluminarse bajo una visera gris..., era el semáforo ante el que había logrado pararme, no se como..., verde, verde... ¡tenía que arrancar otra vez...¡, con la suela de la zapatilla pisé la palanca del cambio al tiempo que embragaba, percibí un “clanck”, un leve tirón, aceleré, comencé a moverme, aceleré un poco mas, solté la maneta y de nuevo las vibraciones se trasmitieron a mis rodillas, a mis piernas..., las mismas que pedalearon durante los 82 kilómetros de la Matahombres, las mismas que me llevaban todos los fines de semana por las pistas forestales de la Sierra Calderona, las mismas que en esos momentos se pegaban al enorme deposito de la Zing, aterradas, petrificadas, confundidas..., pero que fueron capaces de mover el tobillo izquierdo, de colocarse por debajo de la palanca del cambio y de empujar con la puntera hacia arriba para engranar la segunda. Solté suavemente el embrague, aceleré y la moto volvió a empujar mientras oleadas de turismos y de scooters me adelantaban por la izquierda y por la derecha..., ya sentía algo de viento contra mi rostro, el sonido del trafico me envolvía junto a las vibraciones de la pequeña custom 125..., y recordé que tenía que poner gasolina, ¿gasolina...?, ¿dónde, donde...?, y llegó una rotonda de varios carriles, fui virando sin tumbar, recto como un palo, tenso, agarrotado y recordé que había visto una gasolinera a la derecha. Miré por el retrovisor, puse el intermitente, conseguí colocarme en el carril de la derecha y vi el porche de la gasolinera, frené un poco con el de delante, apreté la maneta del embrague y logré parar frente a un surtidor de sin plomo, resople, busqué el punto muerto con la puntera con los ojos clavados en el indicador verde de “neutro”, por fin se encendió y paré el motor, relajé la piernas y me agaché para buscar la “pata de cabra”, traté de colocarla y se escapó tirada por el muelle de retroceso, volví a intentarlo y volvió a escaparse ruidosamente.

- Tiene que tumbar la moto -murmuró el empleado de la gasolinera..., me volví hacia él, rondaría los cincuenta años y era de piel morena, delgado, con el rostro enjuto y de pelo negro. Sostenía la manguera y esperaba ajeno al drama personal que estaba viviendo desde que me había montado encima de la moto.

- Es que si la tumbo se me cae..., es que me la acaban de dar.

- Ya..., pero tiene que tumbarla.

Cabeceé, desmonté, me coloqué a la izquierda de las custom, volví a extender la “pata”, dejé que la moto cayese un poco hacia ese mismo lado, noté como los 150 kilos se vencían hacia mis rodillas, me sentí angustiado y finalmente la moto quedó apoyada en la “pata de cabra”.

- Tranquilo que no se cae... ¿cuánto echamos...?.

- Eh..., cinco euros, pero espere un momento que no tengo claro como se abre el tapón...-confesé sonriendo..., el hombre no lo hizo, continuaba observándome con la manguera en la mano- ah, ya está.

Tardó muy poco, le pagué y conseguí colocar el tapón cromado sobre el depósito negro, me monté y al enderezarla, la “pata” saltó otra vez, apreté el botón de arranque y volví a percibir el sonido y las vibraciones entre mis piernas..., el “clank” al engranar la primera y el peso de los casi cinco litros de gasolina que se movieron chapoteando en el deposito, noté como había cambiado la inercia lateral de la 125 y me asomé a la rotonda, esperé a no distinguir ningún coche en el horizonte y aceleré, cambié a segunda, fui trazando a derechas, recorrí, parando y arrancando la Alameda, poco a poco, pilotando con calma pero casi sin respiración, sintiendo las sienes apresadas por el casco, sintiendo su peso contra mis cervicales y de nuevo el viento contra mi rostro cuando salí en primera y me vi tumbando a derechas, trazando la curva de los Viveros, con el cauce del Turia a mi izquierda y un autobús persiguiéndome por su carril, por mi derecha.

Vi la esquina de la calle Alboraya, deseé girar hacia ella y plantarme en casa de Joa..., miré por el retrovisor y volví a descubrir la inmensa cabina del autobús.

- ¡Jodeerrrr...!, -protesté incapaz de girar, “enrosqué” el puño y la moto aceleró, siguió recta, sacándole unos metros y descubrí la fachada de la Escuela Oficial de Idiomas..., Joa estaría apunto de salir de clase de Portugués..., puse el intermitente de la derecha, reduje una marcha, embragué y paré sobre el carril-bus, quité el contacto, tumbé la moto un poco y encajé la “pata” a la primera, suspiré y con una extraña sensación en las piernas busqué la bici de Joa entre las que estaban aparcadas sobre la acera. No la encontré..., me encontraba aturdido, extraño, ajeno y distante a esa máquina negra y cromada que alguien había aparcado en medio del carril-bus.

- Coños..., pero si la he dejado ahí en medio.

Eché una ultima ojeada y volví a montar, arranqué con el botón, miré por el retrovisor, engrané otra vez primera y rodé hacia el puente de Canpanar..., cambiando, acelerando, frenando..., volviendo a cambiar, mirando los retrovisores, mirando al frente, previendo los movimientos de los coches, del tráfico, de la circulación que me envolvía..., volviendo a frenar y tumbando ligeramente a izquierdas, acelerando un poco, cruzando el puente y girando otra vez a derechas, ya por mi barrio, pero a cubierto por el casco tipo años veinte y sobre una custom 125..., no sobre una bicicleta, no sobre la Flaca.

Reduje a segunda y recé para que no hubiesen peatones sobre el paso de cebra de mi calle, me fui acercando, apreté levemente el embrague mientras tocaba el freno delantero..., y tuve que parar embragando, eché el pie derecho al suelo, esperé a que pasara un hombre que porteaba dos bolsas de Mercadona al limite de su resistencia. Volví a meter primera, volví a escuchar ese chasquido metálico en medio del sonido del motor y del mismo escape, fui soltando el embrague, acelerando ligeramente..., volví a moverme, aceleré un poco mas y remonté el repechito que se alza al principio de mi calle. Volví a desear que la zona de carga y descarga estuviese despejada..., y lo estaba, fui parando, desplegué la “pata de cabra” frente a la carpintería y la moto quedó apoyada, ligeramente inclinada a la izquierda, quité el contacto y desmonté.

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Me moví con torpeza hasta la puerta de mi taller, abrí y ya dentro me quité el casco. Seguí sintiéndome aturdido y como si un anillo me oprimiese las sienes, confundido, es posible que arrepentido, extraño, desencajado, desilusionado..., como avergonzado ante ella, ante una moto que acaba de comprar impulsivamente.

La observé ahí fuera, esa misma moto que había estado viendo en el catalogo y en la web de Kymco, en otras paginas que había visitado para saber más de ella, esa pequeña custom 125 de aspecto pretencioso, con apariencia de rebelde “café-racer”..., estaba ahí fuera, frente a mi carpintería, en mi calle..., en el mismo barrio en el que vi como mis amigos dejaban sus bicis, sus BH, sus G.A.C, sus Torrot, sus Orbeas..., para subirse encima de los Vespinos, primero y después sobré aquellas Puch TT, amarillas, con ruedas taquedas y altas suspensiones de 49 cc, los mas osados montaban sobre las Cobra de 74 cc, también de Puch..., recuerdo perfectamente aquellos depósitos amarillos, cortos y cuadrados de las 49 y alargados y estrechos los de las Cobra..., yo jamás conduje ninguna, tampoco la Bultaco Metralla de mi primo Adrián, era negra y dorada, años mas tarde me recordaría a la Ducatti desmodromica de Ricardo, un colega de correrías nocturnas que en verano subía su estrecho y liviano cuerpo. Ricardo no pesaría más de 55 kilos y atravesaba el puente sobre el cauce del Turia para irrumpir atronando en la zona de Canovas, riendo y paseando aquella maquina retro entre los pijos de la city.

Joa vino una hora mas tarde, ya había metido a la custom..., que por esos momentos ya empezaría a llamar Run-run. Nos abrazamos, ella reía y se acercaba a Run-run, le parecía enorme, muy larga y aparente. Me miraba y a saltitos se me acercó para volver a abrazarme, me dio mas besitos y me miró.

- Cariño..., veo la ilusión en tus ojos.

- ¿Si...?, pues nada mas sacarla de la tienda he estado apuntito de devolverla..., se me ha caído el mundo encima..., pero es verdad, me está empezando a gustar verla ahí, en su hueco entre los tablones y entre los "sofanes".

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Como Dios.

Al día siguiente, Run-run descansaba en la puerta de la carpintería bajo la luz de las farolas..., terminé de ajustarme el casco mientras mi estomago se revolvía, mientras desde él ascendía una angustia y una desgana que descomponían mi rostro, ya guarecido bajo la visera ligeramente ahumada.

Activé la alarma de la carpintería, cerré y me monté a horcajadas sobre ella, di el contacto, me aseguré de que se encendía el piloto verde “N” y le di al botón de arranque con el pulgar. Una leve vibración y volví a sentir el motor bajo mis genitales, volví a percibir el sonido a flor de piel, aunque algo distorsionado por el casco Vintage, empujé con las piernas hacia la rampita de un vado..., de la misma forma que un pato despega desde las marismas correteando y batiendo las alas. Bajé a la calzada, giré la cabeza hacia la derecha y me encontré con el paso vacilante de José, con su rostro sorprendido y con una sonrisa que poco a poco se formaba en su rostro perplejo.

Mi vecino se detuvo en mitad de la calle, bajó la mirada y contempló a Run-run desde la rueda delantera hasta la trasera..., después volvió a mirarme y movió la cabeza como tratando de espabilarse, como para asegurarse de que estaba despierto, de que no estaba soñando.

- ¡Nano, nano, nano...¡, ¿eso que es...?, ¿una Harley...?.

- Pues casi, casi... -murmuré a lomos de la Darkside, sonriendo y con mis brazos posados sobre el T-bar.

- Tío..., te veo, te veo..., ¡te veo como Diosss...¡ -terminó exclamando José, un vecino divorciado que gustaba de ir a las academias de baile de salón a tender las redes.

Y se esperó a que arrancase sin imaginar que tenía el estomago revuelto, que tenía los brazos y las piernas temblorosos y que me angustiaba estar ahí, sobre la Darkside que para él lucia como una Harley..., me veía como Dios y yo volví a imaginar a Jim Carrey protagonizando esa película aunque yo seguía obsesionado con “El show de Truman”, en esos momentos había dejado de ser el carpintero gris de la calle, el ciclista cuarentón, el hijo fiel y sumiso que cuidaba de sus padres ancianos y dependientes..., era un motero, era como Dios ante los ojos de un vecindario que me había visto nacer y crecer en el mismo barrio.

- Me voy a por la chavala -anuncié.

- Como Dios nano, como Dios..., hala vete, cabrón.

Sonreí y con la suela de la zapatilla engrané primera, aceleré un poco, fui soltando el embrague y Run-run se deslizó por mi calle, cambié a segunda y casi llegando al cruce vi a otro de mis colegas en la ferretería, fui capaz de levantar la mano izquierda y saludar al tendido cual torero..., hice equilibrios sobre el “paso de cebra”, giré a izquierdas y me sumergí en uno de los túneles que corren junto al viejo cauce del Turia.

Un sonido aterrador invadió el subterráneo, intenso y molesto, penetró por el casco y me aterró..., por unos instantes creí que iba a ser arrollado por algún camión o que algún jovenzuelo había entrado a mas de 200 por hora..., pero no, era el sonido de los motores, el sonido del trafico.

Volví a la superficie, vigilé que no me cerraran por la derecha y volví a atravesar el segundo túnel, el estruendo ya no me pilló por sorpresa y fui trazando el amplio viraje tumbando ligeramente..., acercándome demasiado al muro de contención, corrigiendo y entonces acercándome demasiado al carril izquierdo, volviendo a corregir y saliendo a la altura de las Torres de Serranos.

Me coloqué en el carril de la izquierda y fui capaz de reducir de cuarta a tercera..., me sorprendió como Run-run retenía con tan solo soltar el puño un poco y me fui acercando al puente, al repecho atravesado por las resbaladizas franjas del “paso de cebra”. Puse el intermitente y bajé a segunda, fui soltando el embrague, inclinándome un poco, empezando a girar y viendo como el bordillo se acercaba a la rueda delantera, sintiendo como no podía girar mas, viendo cada vez mas cerca las viejas losas acercándose a la llanta..., giré un poco el puño, Run-run empujó y la rueda delantera pasó a pocos centímetros. Enderecé, aceleré un poco más, crucé el puente y puse punto muerto ante el semáforo en rojo.

Run-run y yo nos deslizamos hasta el siguiente semáforo, apoyé los pies en el asfalto y esperamos a la luz verde..., clank, el chasquido de la primera, semáforo abierto y rodamos sobre la calle Alboraya, parando y arrancando, girando a derechas a la altura de la calle Bellus y después pasando en primera entre los bolardos que protegían el paso de peatones. Rodamos sobre la acera y paramos frente a la puerta que conducía al enorme patio interior donde iba a guarecerla. Apagué las luces y la dejé al relentí mientras abría la puerta y colocaba una rustica rampa para poder salvar el escalón, después volví a montar, apagué el motor y reculé girando hasta encarar la rueda delantera con la estrecha rampita, maniobré hacia delante y hacia atrás y escuché una voz que me sobresaltó.

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No pude mentirle.

- ¿Cuánto corre...?.

Me giré sorprendido y me encontré con el rostro del niño mirando a Run-run, vi como sus pupilas se movían de un lado a otro, como sus labios se quedaban entreabiertos..., y yo le miraba a él..., era otro admirador que vestía con ropas claras y sus cabellos caían lacios sobre sus jóvenes y redondeados rasgos.

Miré el velocímetro de Run-run que indicaba hasta unos lejanos e imposibles 140 por hora, su gran deposito de gasolina, el enorme tubo de escape cromado y de nuevo al chaval..., fue entonces cuando caí en la cuenta de que la pequeña custom de 125 ocupaba toda la acera, por eso se había parado el niño..., imagino que eso debió impresionarle.

- Bueno..., pues, la verdad es que hace entre 110 y 115 kilómetros por hora.

- ¿Solo...?.

- Si, solo..., es que el motor es un 125, esta es la típica moto que se puede conducir con el carné de coche... -balbuceé dándome cuenta de que el chaval no podía saber que hacían falta permisos especiales para conducir coches o motos- y también lo que pasa es que el chasis es de una moto gorda...,pero bueno, ¿a que es muy bonita...?.

- Si..., eso si..., bueno, me tengo que ir.

- Venga, hasta luego.

Empujé a Run-run contra la rampita, el niño siguió su camino, imagino que confundido, defraudado, sorprendido..., o puede que regresando a la agobiante situación que había vivido hoy en clase, uno de sus maestros le había escrito una nota para sus padres..., y por unos instantes deseó ser ese hombre de la moto, correr sobre ella, aunque seguro que corría mas de lo que le había dicho, una moto así de larga y bonita no podía correr tan solo a cien por hora... -murmuró caminando con las manos en los bolsillos y mirando distraídamente las losetas de la acera.















7 comentarios:

celia dijo...

ufffff, que por em dones Pedrin!!.Un nou patiment!!!.Mis hermanos ya me habian contado que tenias un pedazo moto, pero tanta moto,... no me lo puedo creer.Yo no he tenido moto nunca , me dan pánico, (al contrario que mi tete,como ya sabes, que siempre ha ido montado en bici o en moto ). bueno , ten mucho cuidado y abrigate muchooo!!!un besote.

Josep Julián dijo...

Hola Pedro:
Ya veo que Run-run y tú os vais haciendo amigos. Ya verás que poco a poco esa amistad irá creciendo y que las aventuras que compartáis os unirán todavía más. Seguro que te dará más de lo que te pida pero esto es un camino de aprendizaje en el que tú tienes más que amoldarte a ella que al revés.
Llegará un día en que tengas algún susto espero que pequeño, eso nos ha pasado a todos, y ese es el momento en que no le tienes que coger miedo. También algún día te pondrás como un pato de mojado, no pasa nada porque venden unos trajes de agua muy ligeros. Ya verás como poco a poco vas descubriendo más y más cosas sobre todo después de que pases la primera revisión y te cambien el aceite.
Bienvenido a la cofradía de los moteros. Y sobre todo, mucho cuidado.

Pedro Bonache dijo...

Hola Celia..., la verdad es que no es un "pedazo de moto", es grandota..., menos cuando me subo y entonces parece que se pierde entre mis largas piernas, ja, ja, y tan solo de 125 cc, apenas "anda", pero me ha demostrado que soy capaz de conducirla, tranquilamente..., algo que me parecia casi imposible.
El otro dia estuve hablando con tu madre y me contó que Vicen simpre ha estado subido a algo de dos ruedas, primero en la bici, que incluso llegó a irse a dormir con ella a la cama... y despues ya con las motos..., pero se quedó de piedra cuando le dije que yo nunca me habia subido a una moto. En fin, lo que te decia Celia..., he descubierto que soy capaz de cambiar de marchas, de reducir, de ir tumbando poco a poco..., hasta que me caiga, je, je, je.
Un beso Celia.

Pedro Bonache dijo...

¿Que tal Josep...?..., de momento solo he alcanzado los 90 por hora y es curioso que hayas hecho el comentario sobre la primera revision y el cambio del aceite del rodaje, ya sabes, lleno de virutitas metalicas.
cada vez me voy sintiendo mas seguro..., y al tiempo rodando mas ligero, es decir, aumentando los riesgos quiera o no. Yo tambien espero que el susto sea pequeño.
Y ya como curiosidad, creo que circular con Run-run por la ciudad me está desarrollando nuevos reflejos y habilidades. Hoy he estado rodando con ella y la verdad es que termino algo cansado de ir tan atento y de tanto manejo del cambio..., pero lo dicho,me gusta.
Nos vemos,Josep.

Pedro Bonache dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Germán Gijón dijo...

Hola, Pedro:
¿90 por hora?
Por el trayecto que mencionas, espero que haya sido por la pista de Ademuz y bien pasada la salida de Burjasot (casi hasta L'Eliana) porque ten cuidado que el límite que ponen hasta esas salidas es de 80 kms/h. Aunque si saliste desde Cardenal Benlloch para acabar en la Alameda, la gasolinera sería la BP de la Avda. Aragón. En fin, tiempo tendrás para hacerte con ella en multitud de trayectos.
Me encantaba la cobra de 74 (mucho más impresionante que la de 49) pero habían dos más que me gustaban: la Gilera y la Rieju Marathón (motor Minarelli).
Qué recuerdos, ¿verdad?
Un abrazo.

Pedro Bonache dijo...

Hola German, para mi eran recuerdos "ajenos"..., digamos que yome quedé en tierra, ah, tambien me gustaban las Bultaco Lobito y las Ossas. Por cierto, has acertado de pleno la ruta de los 90 km, exactamente fué como la describes, a 80 hasta la salida de Burjassot y ya despues hasta esos míticos 90. Como decia Josep hay que esperar a terminar el rodaje, pero bueno, la velocidad solo la he echado en falta por el tema del trafico, en autovia resulta peligroso circular tan despacio.
Puse gasofa, esa primera vez, en la BP y estos días la estoy usando para recados administrativos,la verdad es que es un gozo eso de llegar a los sitios sin andar angustiado por el aparcamiento.
Un saludo German..., por cierto, la nueva imagen está muy bien, la impresión es radicalmente opuesta a la de la imagen anterior.