- No te preocupes Jaime... -le tranquilizo- aunque la verdad es que me había hecho algo de
ilusión..., para que voy a mentir.
- A mi me pasa igual, cuando suena el telefono salto a ver si es un pedido..., pero mira. La verdad es que no se que hacer y me venido al despacho a sentarme un poco..., no se, a pensar que hacer -me confiesa en un tono aún alegre, aún esperanzado.
- Pues mira..., ya sabes lo que pienso de eso, nosotros no tenemos nada que ver con la que han liado los especuladores, los magos de la finanzas y los bancos..., creo que nosotros hemos hecho las cosas como siempre, trabajando a unos precios normales y sin enriquecernos con la jodida burbuja inmobiliaria.
- Eso está claro, Pedro..., pero la realidad es otra, hay pagos que hacer, la nave se me hecha encima y cuando salgo de aquí no veo un panorama mejor... me acerco al bar a almorzar y está vacío, las mesas desocupadas..., las pocas camareras me preguntan que como veo el asunto, noto que tienen miedo, imagino que porque si esto sigue así las echarán..., y no se como decirles que yo tampoco tengo trabajo.
- Mira Jaime..., yo tampoco se que hacer..., bueno hoy si que se lo que voy a hacer, hoy ha salido un solazo de puta madre y esta tarde me voy con la bici de carretera..., se que no es la solución, pero te lo repito, ni tu ni yo tenemos la culpa de esta crisis...,y bueno, si ahora tienes menos trabajo...,pues cierra antes y pasa mas tiempo con tus hijos, con tu mujer..., ¿o es que vas a ir a ofrecerte a las tiendas para que te estrangulen con los precios...?.
- No, no..., de salir a buscar nada, eso si que sería la ruina definitiva. La gente te aprieta con los precios y luego pretenden pagarte a los 180 días si es que tienen intención de pagar..., que esa es otra.
- Lo dicho Jaime..., tienes una mujer de bandera y un crío y una cría extraordinarios..., disfruta de ellos ahora que puedes... ¿O es que ya no te acuerdas de cuando empezamos a trabajar juntos, hace ya casi dos años..., en verano los hará, que tu móvil no paraba de sonar y tu ibas loco de aquí para allá sin tiempo para nada...?.
- Si, si..., que es verdad, pero no se lo que prefiero, Pedro, esa locura de trabajo o esta calma..., no me conozco aquí sentado en la oficina.
Escucho un pitido por el auricular, pero no es en mi telefono.
- Mira Pedro..., me están llamando..., a ver si es un pedido.
- Crucemos los dedos.
- A ver, pero bueno, ya hemos hablado un poco.
- Venga Jaime, nos vemos.
Me quedo con el inalámbrico en la mano y me siento extraño. Yo también me he sentado durante la conversación, en una silla recuperada de nuestro antiguo comedor. Las hizo mi padre y está sólida y recia como el primer día, el tapizado de polipiel ya se ha cuarteado y las cinchas de yute que sujetaban los muelles han cedido..., pero me sigo sentando sobre ella cuando me como alguna fruta o cuando hablo por telefono, sobre todo si llama Patricia, porque entonces la llamada se alarga y se alarga placenteramente. Y me siento extraño y raro en medio de este silencio, en esta soledad..., no se escucha el griterío de los niños en el patio del colegio, no llega ningún sonido a través de la cristalera del techo ni desde la calle..., solo escucho el zumbido metálico de la grúa que aún trabaja en la reforma del colegio, unos clankns, clankns..., cuando el operario la maneja desde el dispositivo remoto.
Sigo sentado y con una extraña angustia aflorando lentamente desde las circunvoluciones de mi cerebro..., nuestro brillante neocortex no puede evitar hacer predicciones, pensar en el mas allá, en los años que me quedan por trabajar..., si no muero antes y llenarme de inquietud. Sinceramente, no se hasta cuando podré seguir viviendo como lo hago..., este es un pensamiento que surge continuamente en mi mente y que me conduce a un estado anímico bajo mínimos.
Me levanto, dejo el inalámbrico en la mesa y echo un vistazo a la libreta de pedidos, esta llena de cruces rojas, de trabajo terminado pero aún no cobrado...,
...pero poco a poco a poco mis clientes, que son de toda la vida, van soltando los euros, menos una “enganchada” que tengo de 1500 que casi ya doy por perdidos. Pero peor lo tiene Jaime, hace un mes estábamos como hoy, charlando un poco por telefono cuando volví a oír otro pitido en el suyo.
- Mira Pedro, ahora está entrando un fax..., a ver si es de Salamanca...-aventuró, pero unos segundos después empezó a leérmelo en voz alta y noté como poco a poco su tono de voz cambiaba, como se le escapaba el aliento entre cada silaba, entre cada coma, entre cada palabra....
El fax era el anuncio de otra “enganchada”, 30.000euros de un cliente de Navarra que no podían pagar..., unas semanas después se de declaraba en suspensión de pagos y Jaime volvía a tener problemas para dormir, para poder sonreír.
Me encamino hacia la sierra de cinta, me pongo las gafas de protección y tiró de los gruesos radios de forja del volante superior para ayudarla en el arranque, acciono el conmutador y los imanes del motor eléctrico inducen el giro del bobinado, se hincha la tolva del aspirador y los dientes de la sierra comienzan a pasar tan rápido que dejo de verlos uno a uno, una corriente de aire esparce las motas de serrín y voy cogiendo los costados que ya tengo marcados a la medida exacta. Son las piezas que van de delante a atrás del sofá y el dentado impacta contra la madera, va arañando las capas de duramen, percibo una leve vibración en mis dedos y voy cortando por la raya de bolígrafo azul, una tras otra..., termino con la ultima, las cojo y dándome media vuelta las coloco sobre la mesa de apoyo de la siniestra “tupi”..., la máquina que mas accidentes laborales ha provocado en las carpinterías. Pero la mía esta “amaestrada”, solo la utilizo para espigar las piezas de una pasada, además tiene las fresas protegidas por una caperuza de aluminio y el mismo carro de arrastre también lleva incorporado otro sistema de protección, que diseñé yo mismo adaptándolo al trabajo que realizo, desde luego no está homologado por Industria, pero yo solo se que funciona. Es otra protección de madera y policarbonato, la primera mantiene las fresas escondidas y la segunda actúa durante el corte, impidiendo que las astillas salten hacia mis ojos, aunque siempre llevo las gafas de protección..., es curioso, mi cerebro a creado un circuito de seguridad, si no percibe la presencia de las gafas ante sus valiosos ojos, que es la ventana que tiene abierta al mundo exterior, mas allá de la oscura bóveda craneal, me incapacita para conectar cualquier máquina. Incluso me pongo nervioso cuando tengo que usar alguna y no encuentro las dichosas gafas, sin ellas no puedo trabajar.
Termino con la ultima, las cojo y dándome media vuelta las coloco sobre la mesa de apoyo de la siniestra “tupi”, encajo una de las piezas sobre el carro, bajo la mordaza y conecto la máquina..., una leve sacudida estremece el pesado y sólido chasis de fundición y el árbol comienza a girar, los dos discos dentados de widia zumban al provocar turbulentas corrientes de aire, empujo el carro y las fresas devoran la madera, pulverizándola, sacando astillas que desaparecen por el tubo de la aspiración y pequeñas virutas que salen despedidas fuera, rechinan las cuchillas y me traigo la pieza. Abro la mordaza, vuelvo a colocarla por el otro extremo y de nuevo tiro del carro hacia los dientes..., y así varias veces hasta que termino de “mechonar” todas las piezas, paro la maquina y otra vez a la sierra de cinta. Tengo que recortar alguno de esos mechones y después al otro extremo del local, a la mesa de montaje. Coloco la parte trasera del sofá sobre ella y voy poniendo cola en los agujeros que recibirán a esas espigas que acabo de hacer en la tupi, después a la parte de delante, ahora a los mechones y voy encajando los costados en los taladros. Cuando los tengo todos puestos vuelvo a coger la parte delantera y la alzo por encima de mi cabeza...,visualizo mis hombros, mis tendones y durante unos instantes permanezco en esa posición tratando de encarar los agujeros con las espigas...,lo dejo en equilibrio, cojo la maza de goma y voy golpeando de un lado a otro hasta que consigo trabarlos todos, apoyo el sofá ya presentado y voy colocando gatos, apretando poco a poco, ayudando con algún golpe de maza...,la cola rezuma por las juntas y compruebo las escuadras y la “punta”, que es la medida de un lado a otro del rectángulo..., debe de ser igual de un lado que del otro. Me giro hacia mi derecha y apartó un trapo que cubre algo sobre una mesa auxiliar..., ante mi aparece la pistola grapadora, la sujeto por el mango, conecto el aire comprimido y apoyo el cabezal contra el sofá, apreto el gatillo y..., pam, pam, pam, pam..., la lengueta de acero va hundiendo en la madera las grapas de 4 centímetros de longitud, asegurando las piezas, trabando todo el armazón, reforzándolo con escuadras, con tirantes..., termino y durante unos instantes la observo sujetada por mi mano, mantenida en vilo por mi antebrazo tensado..., si no fuese por ella ya me habría arruinado hace unos cuantos años..., desconecto la manguera del aire, la dejo sobre su soporte almohadillado y la cubro con el trapito.
Hace unos cuantos años mi padre y yo trabajamos para otro “esqueletero”, un industrial al que no le venia muy bien sacar modelaje o fabricar pedidos unitarios, realmente ese era nuestro terreno y recuerdo que en una de mis visitas, estuve charlando con su hermano, que también es ciclista. Yo le observaba, estaba preparando patas para los sofás, rematándolos con ayuda de la pistola grapadora, por entonces nosotros no la teníamos, aún usábamos los clavos y el martillo. De vuelta a nuestro taller le comenté a mi padre lo de la pistola y el contesto desde el asiento del acompañante, hace mas de nueve años.
- Si yo ya pedí una..., pero como no vinieron.
Y era verdad, entonces lo recordé. Un año visitamos la feria para maquinaria de la madera, estuvimos viendo las pistolas y el comercial se tomó nota de nuestra dirección..., pero nunca apareció, nosotros tampoco insistimos, no le teníamos mucha fe, de hecho, ver grapas en un armazón de sofá siempre lo asociábamos a mala calidad, a un trabajo barato y de “batalla”, como se suele llamar a los esqueletos fabricados con tablero aglomerado. Pero nada mas llegar a la carpintería hice un par de llamadas y al lunes siguiente se presentó un joven comercial, de pelo rizado, algo rubio y de aspecto franco. Le ayudé a descargar el compresor, lo metimos en el taller y lo conectó, el motor eléctrico comenzó a girar y a arrastrar una polea que al tiempo accionaba el cigüeñal del pistón que poco a poco iba comprimiendo el aire en el calderín de 100 litros..., recuerdo que sonaba con un timbre metálico.
- Ahora hace mas ruido porque está completamente vacío -nos explico Enrique, mientras sobre la mesa de montaje dejaba dos cajas de cartón. Las abrió y nos mostró las dos pistolas neumáticas. Una clavadora que me recordó a un subfusil Thomson, por su voluminoso cargador de tambor y la grapadora, de aspecto más estilizado y manejable.
Recuerdo aquella estrecha manguera amarilla en espiral..., Enrique acopló un extremo a la salida de aire del regulador y el otro al mango de la clavadora..., el compresor enmudeció y el comercial nos miró.
- Ya está..., lista para trabajar, toma...
Mi padre observaba curioso, sin decir nada y yo cojí la pistola, apoyé la lengueta contra un trozo de haya y apreté el gatillo..., ¡pam...! y un clavo atravesó la madera limpiamente.
- ¡Hostia....! -murmuré- que cebollazos da esto, joder.
- A ver..., déjame a mi -rogó mi padre.
El hombre se abrió paso entre nosotros y la empuñó con las dos manos.
- Apoye y apriete para que se hunda el seguro -le explicó Enrique.
El viejo ebanista cabeceó y apoyó el pistolón, apretó el gatillo..., ¡pam...! la clavadora reculó y otro clavo volvió a atravesar la madera..., con tan solo el esfuerzo de su dedo índice..., dejó la máquina sobre la mesa y observó la cabeza de la punta hundida en el haya. Habría necesitado bastantes martillazos para hacer lo mismo, tantos que ya tenía la muñeca derecha deformada. Muchas noches, cuando se sentaba en el sofá después de cenar, se sujetaba esa muñeca derecha con la izquierda, tratando de darle calor, de mitigar ese dolor.
Per no nos quedamos con la clavadora, era demasiado pesada y voluminosa, después probamos con la grapadora y esa si nos gustó, era mas ligera y estrecha, se podía manejar entre los huecos de los sofás y para cambiar de grapas era mucho mas rápido y fácil. Mi padre aún la usó bastante y no me imagino lo que debió pensar entonces..., tantos años dando golpes con el martillo y yo también, tantos años sin asomar la cabeza fuera de nuestra propia carpintería, yo imitando sus gestos, sus movimientos..., incluso su forma de pensar. Hasta que en algún momento empecé a intentar tomar decisiones, a tratar de aplicar mis puntos de vista..., entonces llegaron los problemas con mi padre, tantos que la tensión iba en aumento. Nuestro trato se iba degradando pero él se aferraba al timón como un capitán terco y viejo..., fui incapaz de imponerme, de apartarlo de la carpintería y tuvo que ser el infarto cerebral quien me diese la oportunidad de llevar por mi mismo el pequeño taller de esqueletaje. Y voy a confesar que después de cinco años, alguna vez sueño que mi padre se repone por completo de las secuelas y baja por su propio pié al taller...,entonces me invade angustia y una congoja que desaparece cuando me despierto sobresaltado en medio de la noche..., entonces levanto un poco la cabeza y veo su cama motorizada junto a la mía, le veo con la boca abierta y las encías hundidas, roncando, durmiendo..., entonces me acurruco bajo las sabanas y trato de seguir durmiendo, no sin antes preguntarme que estaría ocurriendo ahora mismo de no haber sufrido aquel ictus.
Y una de esas decisiones que conseguí imponer fue la de la compra de la del compresor y la grapadora, después llegó el turno a la aspiración. Coloqué aspiradores para todas las máquinas y eliminé los montones de recortes de leña. Ahora mientras voy cortando hecho los retales a sacos de plástico, barro continuamente la sala de maquinas y la de montaje..., tanto que mas de un cliente me ha preguntado “si es que no tenía trabajo...” al ver el suelo limpio de serrín..., han cambiado muchos aspectos de esta pequeña carpintería, de este taller, como siempre la hemos llamado en casa, incluso el trato con los clientes, que eran los de siempre, eso también cambió.
Tacatat, tacatat, tacatat, tacatat..., coño, el móvil, suena como el repiqueteo de un pájaro carpintero. Le echo un vistazo y reconozco el telefono de casa, debe ser mi madre avisando de que mi padre quiere hace de vientre. Cuelgo, salgo del taller y me encamino calle arriba, acelerando el paso y mirando hacia las alturas, por encima de las azoteas de los edificios y sonrío contemplando un cielo que cada vez resplandece más, sin nubes, algo fresco pero con el viento encalmado..., bueno, esa es una predicción arriesgada, pero me fijo en la ropa tendida allí arriba, en esas terrazas y la encuentro pendiendo sin moverse.
Llego hasta el portal, abro y me encuentro saliendo del ascensor a Manuel, es el padre de la vecina de abajo. Es un hombre bajito, de tez bronceada y aspecto saludable. En su rostro anguloso adivino los mismos rasgos que ha heredado su hija.
Hasta hace unos meses tenía una relación escasa con él pero un día me vió subir a casa con Nortón..., noté como se le iban los ojos detrás de mi galgo bardino..., me miró sorprendido, con un leve temblor en los labios y después volvió a mirar la escurrida silueta del lebrel subiendo las escaleras.
- Que animal mas hermoso tienes..., yo tenía uno igual en el pueblo -me confesó volviéndose hacia mi.
Me contó que un camión atropelló a su galgo..., y que ya no tuvo ánimos de coger otro, pero que le encantaba salir a correr las liebres..., me preguntó si también yo era cazador, le contesté que no pero que también me había aficionado a correr a los conejos entre los pinares del chalé de mis padres y que de momento Nortón no había conseguido cobrar ninguno. Manuel sonrió y volví a ver ese brillo nostálgico en sus ojos..., desde entonces siempre charlamos, hablamos de Nortón, de Cecil, de Mía..., y de su nieto Manel. Me contaba que desde que murió su mujer y desde que ya no conduce casi no va por Manzaneruela, una aldea que pertenece a Landete, un pueblo de Cuenca. Hecha de menos aquella vida, la libertad de ir y venir, el placer de salir al monte con su perro. Ahora vive con su hija y su suegro y cada vez que nos cruzamos me mira de esa forma peculiar, como si yo compartiera algo con él, yo un tío de ciudad..., imagino que la juventud perdida, la compañía de un lebrel bardino..., no lo se, pero veo que la vejez nos arrincona, nos vuelve débiles y poco a poco vemos como nuestra actividad se aleja de aquello que nos apasionaba, la existencia parece vivirse de otra forma y nuestra mente se va adaptando...
- Buenos días, Manuel.
- Buenos días, Pedro..., ¿a levantar al padre...?.
- No..., a ponerlo a hacer de vientre, me ha avisado mi madre.
Mi vecino ladea la cabeza y aprieta los labios, por unos instantes imagina algo.
- Pues hala, que el padre es lo primero... ¿y el galgo...?, ¿ya te ha cogido algo...?.
- No, no y desde que tengo a la perrita me lo ha distraído, ahora corren y corren como diablos..., pero de cazar nada, aunque si ven alguno si que salen detrás a toda leche.
Ahora vuelve a sonreír..., creo que imaginando sus andanzas, sus correrías por el pueblo, entre los campos de vid, entre los sembrados en barbecho o recién segados.
- Aún son jóvenes..., voy a ver si compro pilas, que le he comprado al chiquillo unos juguetes y creo que no hay bastantes.
- Muy bien..., venga, hasta luego.
Se despide con la mano y le veo bajar las escaleras desde el ascensor hasta el patio, con cuidado pero aún con soltura. Subo a pié, como siempre y entro en casa.
Mi padre gira la cabeza y después señala la silla de ruedas con la barbilla.
- Que no me aguanto..., corre...
- Ya, ya...
Coloco la silla junto al sofá y sujeto a mi padre por las axilas, flexiono mis piernas al tiempo que me dejo caer hacia atrás y nos levantamos, giramos en sentido contrario al reloj y con mi izquierda traigo la silla hasta que toca sus piernas, le bajo el pantalón y los calzoncillos largos sin soltarlo y lo siento. Me agacho para bajar los estribos y él mismo se coloca el pie izquierdo, pero para subir el derecho tengo que empujar su corva hacia arriba con mi mano izquierda y con la derecha plegar su rodilla..., percibo el gruñido del cartílago sobre el hueso..., en la sensitiva palma de mi mano y empujo hasta colocárselo en el soporte. Me pongo detrás del respaldo, adelanto una de mis piernas ligeramente, vuelvo a sujetarlo por las axilas y tiro de él para retreparlo. Vuelvo a pasar delante, le aparto la mano inmóvil con cuidado y termino de apartar el calzoncillo.
- Mear, mear...
- Joder ahora voy..., que no puedo hacerlo todo a la vez.
- Bueno, bueno...
Salgo del comedor, envuelto en los tonos amarillos y en el luminoso reflejo del sol en las medianeras blancas de algunos edificios y recorro el pasillo casi a oscuras, veo la puerta al final y una diminuta silueta sale del pequeño dormitorio de mi madre.
- Cecil...
El pequeño pinsher se encarama sobre mis piernas, percibo la leve presión de sus patitas en mis espinillas, lo cojo, agacha las orejas y me lame la punta de la nariz, me da besitos..., me asomo a la habitación y veo a mi madre sentada en la cama.
- Te ha hecho levantar el papá para que me llamaras ¿no...?.
- Si, para ya estaba despierta.
- Bueno..., voy a llevarle el orinal.
Ella afirma con la cabeza y voy a mi habitación con el pequeño Cecil en brazos, cojo la calabaza y regreso al comedor..., de nuevo esa luz, mis retinas contrayéndose después de recorrer el pasillo en penumbra.
- Venga Cecil, al suelo...
Lo dejo junto a la silla de ruedas pero enseguida corre hacia el puf, salta sobre él y después al sofá de tres plazas, de ese al de dos y se sienta en el sitio de mi padre.
- Papá alguien te ha echado un hechizo y te has convertido en cánido.
- Va, va...-protesta agitando su único brazo útil- que me meo..., coño..., y ahora..., me vas a tocar después de tocar..., al perro.
- “Pos” claro.
Me inclino sobre sus genitales, bajo un poco más la cintura del pantalón y coloco la “calabaza” apuntando la boquilla hacia su pene, aparto la mano inmóvil y él mismo, con la izquierda se la encara contra la piel arrugada que cubre su glande.
-No te equivoques que te estas metiendo un huevo en vez de la “picha” y luego te meas fuera, coño.
Mi padre se ríe..., es el chiste de siempre, pero él siempre se ríe. Giro la silla hacia la televisión y le preparo un vaso de agua, se lo bebe entre remilgos y vuelve a mover su brazo izquierdo mientras traga.
- Hum, hum, hum...,
Me está pidiendo el mando a distancia..., Cecil observa mis movimientos, ve como se lo doy y me mira vivamente con sus ojos negros.
- ¿Nos vamos...? -le preguntó.
Y Cecil salta del sofá, pasa por debajo de la silla y me muerde la pernera del pantalón, gruñe, suelta y corre hacia el recibidor, derrapa con las patitas traseras, da un salto en el girando sobre si mismo y ladra un par de veces.
- Dentro de media hora subo.
Mi padre afirma con la cabeza y la pantalla de la tele se van sucediendo los canales. Abro la puerta y Cecil sale disparado al rellano, estornuda..., siempre estornuda cuando sale de casa y se lanza escaleras abajo, le doy un par de vueltas a la cerradura y bajo tras él. Me encuentro al pequeño pinsher encaramado sobre el cristal, salimos a la calle y enseguida empieza a olisquear las paredes, el suelo, los orines de otros perros..., vuelvo a caminar calle abajo y distingo dos siluetas en la puerta del taller..., paso a paso me voy acercando, recorriendo la misma calle otra vez, levantando la vista hacia el cielo para asegurarme que el sol sigue ahí, aunque no lo pueda ver, pero si su luz iluminando los áticos y la parte alta de las fachadas.
Ya reconozco esas siluetas, una de ellas es Pepe, un vecino y amigo que me hace compañía en la carpintería y que soporta mis penas, llantos y chistes, mis neuras y mis delirios..., mientras me hecha una mano. Yo también le escucho, como cuando me confiesa que se siente como un inútil desde que un accidente laboral le provocó la rotura de los tendones del hombro izquierdo..., pero la fatalidad no quedó ahí y tratando de arranca la mula mecánica del pueblo se rompió los del derecho. Pepe ya no trabaja, está prejubilado y es su mujer la que madruga todos los días..., y quien le acompaña es bastante mayor que él, sujeta un atillo de varas de maderas nobles y también mira hacia arriba cuando me ve hacerlo.
Sonríe desde su rostro amigable, redondito y apenas cubierto de algunos cabellos canos, del mismo color que el bigotito estrecho que corretea por encima de sus labios ya marchitos y finos. Pepe ostenta un bigote a lo Emiliano Zapata.
- ¿Qué tienes miedo de que llueva...?, bon día, Pedro -me saluda Paco Tórtola, el viejo ebanista retirado, amigo de mi padre.
- Hombre, pues si..., es que está tarde me quiero marchar con la bici.
Paco sonríe y cabecea, el también le daba a la bici..., me mira con los ojos antiguos, con las retinas que tantos impulsos nerviosos han enviado al cerebro..., con los ojos del que ha vivido todo lo que uno empieza a vivir.
- Toma, esto para tu padre..., esta bien, ¿no...?.
10 comentarios:
Casi, casi es como si hubiera preparado ese esqueleto yo misma...lo explicas al detalle; imaginarlo es fácil.
La parte familiar, la de tu padre, me suena demasiado bien. También mi padre le daba llamadas perdidas al trabajo de mi madre, afortunadamente casi a dos pasos de casa, cuando mi abuela tenía una urgencia...y también se le hacía el mismo comentario que casi siempre le arrancaba una sonrisa..."anda..reparte ahora que estamos muchos y tocamos a menos", jeje.
Esperaré tu "to be continued".
Saluditos
Yo tambien trabajo a un paso del piso...,al final no se las veces que recorro la calle..., y estoy seguro que si me vieras hacer uno de esos "esqueletos" un par de veces, con lo viva que eres..., lo harias,concentrada, atenta,fijándote..., y no lo harias mal, seguro que no.
Bueno, creo que estas haciendo un ejercicio de apertura de tu intimidad hasta el último detalle. Literariamente ya sabes que añoro tu novela "Al torbellino" obra cumbre y premiada que si un día la encuentras pienso reproducirla para beneficio de la Humanidad. No sé si perderte en tanto detalle específico es necesario. De todas maneras los que lo conocemos damos fe de que lo que escribes es "literalmente" una descripción precisa de tu vida
Guay verte por aquí, Chus..., se que eres un hombre de titulares,despues de tantos añossi nos vamos conociendo ¿eh...?. Tienes razón en lo de la apertura de la intimidad, realmente en "12 horas...", busco eso, la descripción detallista es algo buscado, se que a veces puede cansar y mas para colgarlo en la red donde las lecturas suelen rapidas, pero decidí que ese iba a ser el estilo y tendré que hacerlo así hasta el final.
En los siguientes post ya voy aligerando el tema de las descripciones ah y flipa..., Pampol recuperó el original de "Al torbellino", escrito a máquina y con los folios amarilleados. Que bueno.
No es más que un pardillo, pelao, ecologista papanatas, anti pais. Cagon diez porque es mi
mejor amigo si no le pegaba una paliza.
Por cierto chus, saludos a ti y al pampol.
Cagon diez.
Describir con naturalidad y en tono de humor un drama humano como el de tu padre solo desmuestra la grandeza de la pasta de la que estas hecho. Como un hombre que lo ha sido todo se convierte poco menos que en un niño indefenso en tus manos. Es un honor ser tu amigo, ecologista papanatas antipais.
El diablo de tasmania, enloquecido y dando bocados a diestroi y siniestro..., que acaba de colgar los dos ultimos comentarios es mi colega Mikele, colega también de JJuan y del citado Pampol. Los cuatro estudiamos juntos el BUP, en aquella epoca antediluviana en la que habia que aprobar pàra pasar de curso..., ¿eh Maria...?.
Mikele es un tipo bajito, con una peca en una ceja, honesto, noble,serio pero con unos huevos y una mala leche cuando las cosas se tuercen o SE las tuercen..., que cuidadito.
Recuerdo que en clase siempre andaba provocandome y también recuerdo que una vez, minutos antes de empezar un examen de religion me lié a dibujarle obcenidades en su libro, en el religion claro. Andaba yo como un poseso dibujando genitales hasta que alguien voceó a mi espalda.
- ¡Bonache...!, ¿¡que está haciendo...!?.
Joder, era don Higinio, el profesor de religión, debió de pensar que yo era un capullo profundo y un degenerado, un hereje o algo así. Me suspendió sin mayores represalias y hala, "pa" septiembre.
Mikele se tronchaba,me señalaba y aún se descojonaba mas..., pero bueno, siempre ha estado ahí..., y yo también, es mas,le ayudé a acosar a una rubia delgadita que frecuentaba los garitos nocturnos por los que nos moviamos..., al final se casó con ella, con Inma.
Saludos mamonazo.
Desde luego da gusto ver como los amigos "se quieren" y se lanzan bonitos piropos, jeje. Según cuentan por ahí, cuanto más te insulta tu amigo (referido a hombres) más te estima.
A ver si un día me entero de que va ese "Al torbellino" escrito a máquina, donde tal vez, hay tipexx de aquel de papelitos (el líquido llegó más tarde).
Saluditos a todos,
P.D.: Por cierto, muy bien empleado ese suspenso de religión... ¿a cuenta de qué le tenías que estar pintarrajeando el libro a tu compañero?. D. Higinio, muy bien hecho...este chico es un hereje, jaja.
Pásate por mi blog...tengo un regalo para ti.
Hola Pedro, por fin leí tus relatos (me falta el de tu padre) Ya te haré algún comentario literario otro día (deformación profesional), hoy sólo decirte que me siento identificada en muchas cosas como ciclista, como adicta a las palabras y como amante de la Sierra Madre, que no me canso de recorrer, la mayoría de veces en solitario, porque busco consuelo, porque celebro victorias, porque apesar de los miles de kilómetros y los varios deportes de montaña que practico, siempre me he avergonzado un poco de mi forma física.
Mañana salimos a andar en torno al Gorgo, en un curso de senderismo del Cefire. Con la peña no empezaré hasta la próxima temporada, pero para no arrepentirme, ya he encargado la ropa.
Admiro tu voluntad para sentirte a escribir después del cansancio y apesar de las circunstancias.
Pilar
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