Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 8 de diciembre de 2012

EL REGRESO A LA CHARQUILLA. (fragmento de "El verano de los perros flacos")



    
http://blogdefloreshans.blogspot.com.es/2012/10/las-grullas-esas-grandes-viajeras.html
                                                  


   Alberto y Paúl sacaban las cabezas por las ventanillas y señalaban hacia el bando de grullas, que poco a poco iba perdiendo altura. Las aves apenas si batían esas alas en forma de arco y se agrupaban en bandos sueltos, en forma de uve. Lentamente iban atravesando el cielo de la meseta y escorándose hacia las espadañas, hacia los juncos, hacia esos macizos de tallos estilizados y que amarilleaban un poco antes de sumergirse en las aguas que surgían en mitad de las interminables planicies.
   - Estamos justo debajo de ellas –anunció Paúl, con la cabeza colgando fuera del todoterreno y mirando hacia arriba, conduciendo con una mano y echando vistazos al carril-  ¿no las oís..?.
   - Vamos a acabar en un sembrado –murmuró Carmen sin poder contener una sonrisa.
   Lucia cabeceó sonriendo y también se asomó,  vio a su padre con el cuello girado hacia arriba, sonreía y se balanceaba con los pequeños baches. Lucia también alzó los ojos y las vio muy cerca, escuchó un sonido peculiar, el graznido de esas aves iluminadas por el sol del ocaso, los haces de luz difuminaban sus tonos blancos y grises para volverlos entre anaranjados y dorados. Pudo distinguir las patas finas como los juncos, sus vientres y el diminuto ojo negro de unas de ellas cuando ladeó la cabeza y miró hacia abajo. Se mordió el labio y negó con la cabeza, incapaz de imaginarse a si misma en ese momento, miró hacia atrás y vio al Vitara de Paúl,  Elena también tenía la cabeza fuera del pequeño todoterreno, sonreía a las aves y a ella misma.
   Suspiró y volvió a acomodarse con los ojos vidriosos.
   - Es verdad, las tenemos encima –concedió Lucia.
   - Anda, deja que mire yo –pidió Alejandra.
 Se cambiaron los asientos y Alejandra también las pudo contemplar incendiadas con el sol otoñal, con ese sol que casi era el del ocaso, el del final del día. Las grullas volaban y convergían allí, en aquellos carrizales que surgían de una meseta que había perdido el verde invernal por la luminosidad de unas lenguas de sol que reptaban murientes, retrayéndose a medida que el astro incandescente descendía.


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