Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 14 de julio de 2012

LA FRONTERA CALCINADA.

Hoy he sido capaz de pedalear hacia los confines de mi mundo natural, he sido capaz de pedalear hacia la tierra quemada, hacia esas montañas que hace unas semanas volvieron a morir calcinadas como en la década de los noventa, entonces ya ardió lo que era mi mundo y recuerdo como se oía el crepitar de aquellos pinos que daba paso al silencio de un cadáver esquelético y negro con sus troncos y ramas desnudas, despojadas de la piel verde.

Hoy he pedaleado hacia los montes de LLiria en medio de unas nubes bajas y de unas brumas capaces de apagar la intensa luz del sol estival y las he imaginado como unas enormes gasas, como unas vendas vaporosas y ligeras que se posaban sobre las cicatrices, sobre la montaña de nuevo torturada y lacerada. Como tratando de aliviar esas quemaduras, ese dolor hondo y ardiente, como tratando de refrescar las heridas del calor abrasador.



Nada mas coronar las primeras rampas de Las Boqueras he notado el olor, un olor distinto, una mezcla de aromáticas y cenizas húmedas. He levantado la vista aterrado, pero me he vuelto a encontrar con los parajes de mi mundo, con sus escasos pinos aún verdes y vivos, con su monte bajo ya amarilleando, pero vivo y con su piel de roca gris tan muda y seria como siempre.





He rodado sin prisas hacia el Alto de Abanillas y a medio camino he notado como otra rueda me seguía. El ciclista se ha quedado conmigo y me ha confesado que él también tenía miedo de lo que podía encontrarse, al final casi hemos coronado de la mano y nos hemos asomado hacia Montemayor, hacia la pista que desciende hasta la Masia de Abanillas, hacia el menhir del Cantal, hacia el camino de la Murta y hemos descubierto las primeras cicatrices, los primeros zarpazos del fuego.


He pensado en el menhir y en como el fuego lo habría rodeado y he sido incapaz de rodar hacia él, Paco si lo ha hecho y antes de verlo partir hacia el infierno calcinado hemos estrechado nuestras manos.

Descendiendo por la Cuesta de la Sardina he reflexionado sobre el encuentro, el sentimiento era el mismo, de tristeza y miedo, pero incluso los dos habíamos vivido algo parecido. Paco vivió el fuego de los noventa allí mismo y me contó como los desalojaron y como vio a muchos animales cruzar la pista forestal, jabalís, ardillas, zorros, conejos…, me confesó que esa imagen se le quedó fijada en la mente.


Hoy he sido capaz de pedalear hacia la frontera norte de mi mundo natural y me da la sensación de que nada ha cambiado, he visto las lindes entre los pinos quemados y los que se han salvado, he visto la línea donde el fuego se detuvo o lo pararon, he visto la vida y la muerte de la Naturaleza a tan solo unos pocos metros de distancia, pero ya de vuelta, rodando sobre la pista de servicio del canal de riego de Benageber, las golondrinas me han hecho sonreír. Eran capaces de volar entre las paredes del canal, a ras del agua que descendía desde Los Serranos, de rozar con sus tripitas blancas la corriente y de pasar por debajo de un arco para después de la acrobacia elevarse lanzando su hermoso y delicado canto, como cuando un niño le dice a un padre.

-¿Me has visto, papá, me has visto….?.

Pero no todas pasaban por debajo del puente, algunas se elevaban antes, pero las que pasaban por debajo piaban como diciendo.

- ¿Me has visto, Pedro, también llamado Bicipalo, me has visto….?.

Pues claro que si, igual que he escuchado el peculiar arrullo de los abejarucos o el canto sutil de una alondra cuando contemplaba esa línea entre la vida y la muerte sobre los bosques que rodeaban Las Bodegas.

He seguido pedaleando consciente de que empezaba a sentir como esa persona que solo cree en el mundo que ve, en el mundo que puede tocar. Yo seguía viendo mis montañas, sus cumbres y a mis aves..., mi estrecho mundo que se habia salvado de la quema, un mundo convertido casi en un frágil refugio ante otra realidad que lentamente se desintegraba o se calcinaba. El refugio entre la manada, entre Norton, Mia, Cecil y Peper, el refugio en mi trabajo ahí en la vieja carpinteria, en mi forma de vida, un refugio sin lugar para la televisión o para las noticias que quedarán mas allña de la franja negra, mas allá de la frontera calcinada. Quizás un mundo demasiado eestrecho, quizás un refugio demasiado frágil.


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