Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 23 de enero de 2011

MUSICA, MOTOS Y BICIS EN EL TALLER DEL VIEJO EBANISTA...en, "Diario de Homo".






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Muchas tardes cierro las puertas del taller y sigo trabajando al ritmo de la música dance, es una forma de olvidar lo que dicen los médicos, dicen que mi padre se muere lentamente y que poco mas hay que hacer. También es una forma de olvidar la realidad del silencio en la soledad del taller del viejo ebanista, escuchar lo que sonaba en las discotecas en los últimos veinte años me distrae, me hace bucear en mis recuerdos pero descubro que realmente tengo pocos recuerdos asociados a esa música, a esos sones, a esos ritmos…, por eso estoy descubriendo que a veces incluso los invento, invento momentos que jamás he vivido pero que al tiempo me son familiares.

Pero a veces si que surge al chispazo, alguna canción que me recuerda a otras etapas de mi vida, esa en la que las rutinas de los fines de semana en las Tierras Altas se cumplían gozosamente semana tras semana. Esa música me recuerda a Pedrín, mi sobrino, se ponía la radio mientras reparaba la bici en la caseta de los aperos, ya no eran niños de diez o doce años, escuchaban música y me imagino que se asomaban al mundo de la noche montando en los asientos traseros de los amigos que ya tenían coche.

Sin embargo ese recuerdo se desvanece y en la soledad del taller prefiero seguir construyendo una memoria artificial, retazos de vivencias, de sensaciones que vivieron otros por mi. Cuando identifico voces de gente de color imagino las secuencias de Shaft, cuando canta una voz suave de mujer, identifico a una especie de gogó frágil y delicada que canta en lo alto de un pódium mientras miles de ojos la observan sujetando tubos de cristal…, después cuando se termina el cd el silencio irrumpe en el taller como una explosión, me quedo quieto y casi percibo como me precipito al abismo de la realidad, pero me suelo recuperar y sigo trabajando o pongo otro cd de los compré a mediados de diciembre. Una de esas tardes en las que caminaba hacia la Pirámide Musical me encontré con Jonás y no logro recordar si iba montando en su vieja bici o caminando junto a ella…, pero ahora mismo caigo en la cuenta de que apenas si le quedaban tres semanas de vida y ni él ni yo lo sabíamos.

Motos y bicis en la carpintería.

A veces siento un extraño alborozo cuando me veo a mi mismo trasteando, moviéndome por la carpintería.

Con la puerta cerrada se crea otro universo, me siento ajeno a casi todo y casi feliz por disponer de esa planta baja, de ese espacio…, ya viejo, como gastado, muchas veces silencioso, como expectante, como si todo él fuese un anciano que me observase sin hablar, sin decir nada, tan solo siendo testigo de cómo los años han ido pasando entre sus paredes.

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Hace mas de cincuenta años era una vivienda, con habitaciones, comedor, cocina y patio trasero. Lo dueños le alquilaron a mi padre ese patio para que trabajase, allí montaba sus pequeños muebles y en ese misma planta baja guardaba su Derbi de 125. es curioso, tantos años después las motos vuelven al local, también la bici de carretera y con ellas mi forma de concebir el negocio, el trabajo, el oficio que me enseñó mi padre.

Recuerdo que cuando era pequeño, cuando era un crío de unos diez o doce años me bajaba a la carpintería algunas tardes, eran otros tiempos y mi padre tenía a cuatro trabajadores, el serrín y las virutas llenaban el suelo y los esqueletos de sofás y sillones se apilaban a varias alturas. Yo tenía que pasar casi de lado y miraba con miedo al tío Paco, un hombre ya mayor que tenía mal genio y al que tenía miedo. El estruendo de las maquinas era continuo y los martillazos se sucedían uno tras otro.

Ahora yo soy todos ellos, soy mi padre cuando hablo con los clientes o planifico el trabajo, soy el tío Paco cuando monto los sofás y maldigo en voz alta cuando he cortado mal alguna pieza y no encaja, soy el serrador cuando corto en la sierra de cinta…, y soy yo mismo cuando entre semana me visto de ciclista y cierro la carpintería para irme a dar unas pedaladas.

Cuando regreso, la carpintería sigue igual, nadie ha tocado nada y todo está tal cual yo lo he dejado. Guardo la bici, me vuelvo a vestir de carpintero y sigo trabajando rodeado por esas mismas paredes contra las que rebotaba el sonido de las máquinas, paredes de las que penden cientos de plantillas que mi padre diseñó durante décadas, creo que es su legado, es su letra, son sus dibujos, sus números, su espíritu, su impronta. Pero ya son ocho años los que llevo trabajando solo y ya son plantillas nuevas las que se van superponiendo sobre las de mi padre, como los estratos que llenan de franjas los pliegues de las montañas. Ahora es mi legado, mi letra, mis números, mis dibujos…, mi forma de concebir este trabajo.

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Se termina el cd y de nuevo el silencio irrumpe en el taller, me siento tambalearme al borde del abismo, respiro hondo y el bramido de Agata alborota en la calle, la dejo calentar y cierro la carpintería, de nuevo queda a solas consigo misma…, y nada mas montar sobre la 535 saludo a Matias, me sonríe mirando el espectacular v-twin.

- Desde el comedor de casa te oigo y se cuando sacas la 125 o esta.

Mi viejo vecino sonríe recordando sus correrías con su Ducati sport y yo ruedo hasta el hospital, mi padre sigue allí, dicen que muriéndose pero a mi me relaja la intimidad de la habitación, me arrellano en la hamaca y bajo las persianas, entonces se crea un universo de lucecitas que se desplazan por el techo y por las paredes, se quedan ahí, quietas, inmóviles. No se mueven con el giro del planeta, no se desplazan.

- ¿Tienes faena…? –pregunta mi padre desde la cama.

- Poca, papá, poca…, ahora he hecho unos sillones para la feria de Madrid.

- ¿Pero te pagan…?.

domingo, 16 de enero de 2011

" LA CADERA DE EVA ", por Jose Enrique Campillo Álvarez.

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Admito que la ilustración de la cubierta me llamó la atención, después leí el titulo y decidí leer el ensayo de Jose Enrique Campillo Álvarez sobre “el protagonismo de la mujer de la evolución de la especie humana…”, como él mismo subtitula su libro.

Una mujer prehistórica protagoniza esa ilustración, mira de perfil hacia una amenaza, mientras en su robusto brazo blande un hacha de piedra incrustada en un mango de madera. Deja al aire un pecho y muestra una musculatura demasiado desarrollada para una mujer sapiens, que me confunde, porque es una sapiens y no una neardental. Su frente alta, recta y la barbilla así la definen. Con su brazo izquierdo sujeta a su hijo lactante y un segundo hijo se sujeta a ese mismo brazo y mira al observador imaginario. Tras ellos una anciana trabaja la piel, recoge sus cabellos en un moño similar al de su hija y también parece observar hacia la amenaza pero con un aire mas relajado, con una seguridad y un aplomo conseguido a través de los años de vida en medio de la naturaleza, rodeada de peligros, de amenazas pero también en medio de sosegadas y coloristas primaveras y ante los amaneceres, ante los albores de la humanidad que ellas crearon, que ellas parieron…, las abuelas del paleolítico.

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Agradecimientos.

A Nena, Lola, Beatriz y Carla, mis “Evas” preferidas…, así comienza el autor, también agradecerá después a Cervantes, sus consejos sobre como se debe escribir. A Clara Redondo los aportes estilísticos y gramaticales…, estos agradecimientos parecen dejar entrever cierto miedo a la hora de transmitir todas las ideas y conocimientos del autor, por escrito, pero Campillo Álvarez vence pronto a esos fantasmas y tras una introducción algo académica y un tanto sesuda de las directrices sobre las que apoyara la obra, comienza a desvelarnos los secretos que acompañaron a nuestro linaje, durante su evolución y desde su nacimiento con el Homo habilis en África hasta nuestros días.

Que nos hace distintos, a los humanos del resto de las especies que pueblan el planeta.

El autor lo resume en siete puntos que irá desarrollando con habilidad y ritmo durante la obra.

- Receptividad sexual constante y ocultación de la fertilidad.

- Posición ventral de la cópula, la visión del rostro durante el acto, de su expresión, de su sonrisa, de sus ojos.

- El orgasmo femenino, único en la naturaleza.

- La menstruación.

- Un parto difícil y crítico.

- Unas crías prematuras, frágiles, delicadas y con sus cerebros aún en desarrollo.

- La menopausia, de nuevo un fenómeno que solo padecen las mujeres humanas y que trajo aparejado la aparición de una nueva figura, la abuela. Mujeres capaces de vivir algunas decenas de años mas y que ayudarían a sus hijas en la crianza de los retoños, en la recolección de alimentos y en la transmisión de conocimientos.

Algo de Prehistoria, algo sobre nuestros orígenes.

El autor se centra en la mujer y viene a decirnos que realmente los hombres, los machos apenas si hemos evolucionado en los últimos miles de años y afirma con rotundidad y de manera bien fundamentada que todas las adaptaciones evolutivas se han dado en la mujer. La selección natural ha actuado sobre ellas de manera directa y diríamos que implacable.

En “La cadera de Eva” se define a Homo sapiens sapiens como hijos del clima, como hijos del hambre, de la sed…, se nos define como los descendientes de un medio ambiente que nos seleccionó según las circunstancias de cada momento en los últimos tres millones de años.

Y como primera adaptación, llegada con las fracturas y desertización de las selvas africanas, a raíz de la fractura de la falla del Rift, llega la bipedestación.

Nuestros ancestros son capaces de erguirse, de caminar con cierta armonía sobre sus piernas, en ese momento comienzan los problemas para las hembras y sus partos. Para poder caminar erguidos la arquitectura de la cadera y de la ubicación de la musculatura sufre unos cambios radicales, como consecuencia el canal de parto se vuelve angosto y revirado.

En este punto Campillo Álvarez compara el parto con el de los primates, en estos, al no ser bípedos, mantienen un canal de parto recto y ancho, las hembras paren rápidamente, a solas, con muy pocos problemas y con la cría mirando hacia la cara de la madre.

En nuestros ancestros, el parto deja de ser fácil e intimo se necesita de ayuda…, pero se supera y estos homínidos bípedos no se extinguen y continúan su adaptación al medio, a las condiciones físicas de los nuevos entornos surgidos con la aparición de la sabana, de los bosques claros, de las zonas de matorral, de los entornos lacustres. Y es en estos espacios acuáticos, en los enormes lagos africanos, donde comienzan a variar la alimentación, donde comienzan a incluir las proteinas de pescado. Hasta el momento las proteínas eran de origen animal, del tuétano y de la carne que lograban carroñear.

Con estas nuevas fuentes de alimentos llegan entre otros nutrientes los ácidos de la seria omega y con ellos el hito histórico de la humanidad, el considerable aumento de nuestro cerebro, en volumen y en calidad de conexiones neuronales.

Y de nuevo las hembras se encuentran con un nuevo problema, el cerebro de los bebes crece tanto que ya no cabe por el canal de parto estrecho y angosto que surgió con la bipedestación, las muertes de madre e hijo se sucederán, eliminando sus líneas genéticas y tan solo sobrevivirán aquellas madres que accidentalmente sufriesen partos prematuros, tan prematuros que permitiesen que esos cerebros enormes pudiesen moverse por el canal de parto hasta el exterior. Traerían al mundo bebes tan indefensos y débiles que necesitarían de mucho cuidado, de mucho cariño, de mucha atención.

La compleja biología de la mujer…, lo ultimo en la evolución humana.

Hacia el final del libro, el autor se centra en la biología de la mujer y en su fascinante complejidad, nos habla, por ejemplo, del enorme coste energético que supone para la mujer el embarazo, la importancia de la alimentación durante la gestación y del estrés que sufre la embarazada. Dependiendo de esas circunstancias el feto sufrirá unos efectos realmente extraordinarios, desde un desarrollo brillante del recién nacido hasta una homosexualidad masculina determinada ya en el útero, pasando por un futuro saludable o una condena asegurada a padecer enfermedades coronarias.

Nada en la biología de la mujer es fruto del azar o es irrelevante, Campillo nos descubre el herencia evolutiva de la amenorrea o perdida de la regla en la mujer en casos de extrema delgadez, simplemente el organismo “sabe” que esa mujer en ese estado no puede quedarse embarazada porque no aseguraría el aporte alimentario al feto y este moriría, por tanto cesa el ciclo ovárico y la mujer se vuelve temporalmente estéril.

El autor nos seguirá instruyendo desde sus páginas, nos hará conocer un poco mas a la mujer desde dentro, desde su biología más profunda, secreta e intima…, nos hará verla como el culmen de la evolución en el genero homo y es posible que los machos nos sintamos un poco simples respecto a ellas.

“La cadera de Eva” es un libro de lectura pausada, los que no somos duchos en biología tendremos que leer un par de veces algunos párrafos pero nada mas, nos resultará ameno, interesante y enriquecedor. Nos ayudará a tener mas claro que somos y como llegamos a ser lo que somos.

“La cadera de Eva” esta lleno de buenos párrafos, de paginas realmente logradas, de ejemplos sencillos de cómo homo se adaptaba y de cómo sobrevivía…, incluso al final de cada capitulo el autor se toma la molestia de aportarnos la bibliografía e incluso el listado de sitios web para nuestra consulta.

Algunos de estos párrafos podrían ser estos.

“El Sahara y los desiertos de Oriente Medio, como el desierto del Sinaí, se convirtieron en praderas con abundantes lagunas, repletas de animales. Las maravillosas pinturas de los riscos del Sahara central, de unos ocho mil años de antigüedad, demuestran la existencia de pobladores que pintaron miles de imágenes naturalistas de búfalos, de elefantes, de rinocerontes, de hipopótamos, de jirafas, de avestruces y antílopes. Pero este exuberante paraíso duró poco, la pradera desapareció, la fauna retrocedió y el desierto volvió a imponerse. Las pinturas posteriores, datadas en cinco mil años, solo muestran camellos…”


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“El destino de cualquier especie, animal y vegetal, es el de desaparecer. Hace cientos de miles de años había media docena de especies de homínidos. Hace cincuenta mil años todavía quedaban tres; nosotros, los neardentales en Europa y Homo erectus en Asia. Actualmente estamos solos…”

domingo, 9 de enero de 2011

UN DIA PRIMAVERAL Y ALGO MAS LARGO, ALGO MAS LUMINOSO.




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Uno de esos días de invierno en los que te quedas al sol, en los que te gusta sentir los rayos sobre tu rostro o sobre tus antebrazos…, pero anoche me acosté sin saber como amanecería y sorprendiéndome ante mi ausencia de angustia, ante la ausencia de esa especie de temor y desazón que me asfixiaba los ánimos los viernes por la noche, tan solo de pensar en que debía de madrugar para subir a las Tierras Altas y dar una pedalada sobre la Bicipalo, al pensar que me debía enfrentar a la noche y al frío…, minutos antes de la amanecida.

Puede ser que no me asaltase el desanimo porque desde que mi padre está en el hospital los días son distintos y mi vida también, las rutinas se han medio roto y las semanas van pasando entre las idas y venidas a su habitación, entre las horas que hago en el taller y entre los paseos en moto y en bici.

Y esta mañana he despertado tranquilo, con Cecil y Piper dormidos bajo la manta y entre mis piernas, hemos dormido los tres juntos, haciéndonos huecos y entre sus lametones, a veces sintiendo sus patitas contra mis piernas y otras percibiendo sus suspiros.

Después del café los he bajado a dar una vuelta, les he puesto un poco de comida y he montado sobre Ágata, ha arrancado con un sonido fuerte y denso que ha roto la calma de la calle, he quitado la para de cabra y he rodado como otros tantos días, con un cielo que lentamente se iluminaba, al otro lado de la visera y con la vista de la Calderona aún oscura, pero límpida, sin nubes bajas ni brumas. Disfrutando de esas vistas, de la soledad del jinete y de la misma Ágata, rodar sobre ella es tan distinto a hacerlo sobre Run-run. No voy a mas velocidad que con la pequeña custom pero notas como el motor v-twin no parece fatigarse nunca, ni cuando entro casi parado en la rotonda y abro gas dulcemente, noto como empuja desde abajo y como sigue rodando hacia las montañas, hacia las llamadas por mi Tierras Altas.

Los primeros rayos.

Desde las cocina de las Tierras Altas he sonreído al amanecer, mientras Norton y Mia se paseaban solos, se han escapado a la carrera cuando he abierto la puerta. He visto esos primeros haces de luz, aún muy rasos, sin calor, sin temperatura pero con brillo, con la energía del distante astro llegando a la Madre.

He esperado a los perros en la terraza paladeando el segundo café levemente manchado de leche condensada, observando, sintiéndome bien y ya vestido para montar sobre la Bicipalo, al ratito he escuchado los ladridos de los perros vecinos y me he imaginado a Norton corriendo calle abajo con Mía tras él.

Les he abierto la puerta, han llegado jadeando y mientras se metían en la piscina he aprovechado para montar y empezar a pedalear hacia el castillo de Serra.

Las umbrías de Potrillos.

He pedaleado sintiéndome algo raro, de nuevo sin saber que día era, de nuevo sin excesiva emoción y tratando de disfrutar de la rodada sin pensar en las rampas del barranco de Potrillos, tampoco en la subida al castillo ni en la larga ascensión hasta el cruce con Revalsadores, trataba de alejar de mi la premura y la ansiedad de estos últimos años y me decía mentalmente.

- Pedro, vas de viaje, estas viajando, no te agobies y simplemente pedalea…, no tienes que levantar a nadie, pedalea y relájate…, aprovecha este día que las lluvias y los fríos volverán.

Hablaba así, conmigo mismo y pedaleaba ya sobre las tierras de los cartujos cuando he descubierto a dos ciclistas por delante. Rodaban tranquilos, relajadas, lentamente, charlando entre ellos. El de la derecha montaba sin casco y dejaba ver un pelo completamente blanco, era su voz la que sonaba diciendo.

- Entonces, buscando al bandolero lo encuentran y se lo llevan.

En ese momento les alcancé, sonreí, volví la cabeza hacia ellos y dije.

- “Entrelobos”…, incluso puede que alguien nos esté vigilando ahora mismo.

- Exactamente…, buena película –respondió el del pelo cano.

- Muy natural –murmuré y seguí pedaleando hacia las faldas del Charchán y la Gorissa, como otras tantas veces, pero contemplando un paisaje distinto tras los desmontes y recordé la débil nevada que nos sorprendió a Joa y a mi el año pasado. Visualicé los pequeños copos cayendo sobre el fondo verde oscuro del pinar, quedando algunos de ellos entre mis ropas y el resto sobre las lajas de rodeno, sobre la tierra roja. Hielo que se desprendía de un cielo grisáceo y encapotado, tan distinto al que podía distinguir hoy por encima de las copas del bosque, por encima de las cumbres.

Un cielo que se reflejaba contra el mar, que mitigaba su azul y que lo convertía en una inmensa marmita de mercurio, destellante y plateado, que enturbiaba la costa y dañaba mis ojos. Lo contemplé durante unos segundos después de coronar la rampa de Potrillos, pero por un carril algo más largo pero de pendiente mas suave.

Percibí intensamente el cambio de temperatura, la calidez de la montaña encarada al amanecer, su luminosidad intensa, después de rodar entre las frescas umbrías de Potrillos.


Cuando el sol se asoma.


Rodé en solitario y trepé con calma hasta el castillo de Serra, allí arriba, encaramado entre los bulbos y estratos de rodeno, rodeado de pinos y monte bajo, de coscojas y aliagas, de palmitos y romeros, mirando a ese mismo mar y al interior, a la costa y al otro mar de montañas que se extendían tierra adentro.

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Rodé bajo el sol y volví a trepar hacia el cruce de Revalsadores, después de atravesar la carretera por el restaurante San Antonio. Ascendí con calma, echando ojeadas a los charcos que la semana pasada estaban congelados y que ahora aparecían ante mis ojos secos, de nuevo recordé esa ultima nevada del año pasado y como en esas pequeñas depresiones si que llegó a acumularse un poquito de nieve…, algo tan extraño en estas montañas, en estas serranías litorales. Algo extraño para mi pero no para los pobladores mas antiguos de estas montañas. Mas arriba, ya en la altiplanicie de Revalsadores quedan los restos de un nevero, allí la acumulaban y después la bajaban a los pueblos en carromatos.

Pedaleo en silencio, como siempre escuchando mi respiración, la rodada lenta cuesta arriba y durante unos segundos pienso en el alboroto de los centros comerciales abarrotados de gente por las rebajas…, aquí no hay rebajas ni artificios, son los tiempos de la naturaleza, el silencio invernal, la algarabía de la primavera, el rechinar de las cigarras en verano y los chasquidos de las hojas marchitas en el otoño…, y vuelta a empezar.

Alcanzo el cruce de Revalsadores, unas pedaladas mas y empiezo a descender hacia la Font del Poll, la cadena se encarama al plato grande y gano velocidad cuesta abajo, voy recuperando el aliento y veo la línea del sol a unos metros por delante, la rebaso, llegan de nuevo las sombras y el frescor del macizo mirando al norte. Alzo los ojos y veo como la pista asciende en un vistoso zig-zag hacia Tristán, a mi izquierda descubro los valles, las laderas cubiertas de alcornoques, de un verde mas pálido que el pinar.

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Alcanzo el desvío y remonto el pequeño repecho hasta la fuente, desmonto y suspiro. El valle se abre y me deja ver el distante Camp del Turia, me deja percibir su azul, el azul de siempre, ese espejo que crea la humedad ambiental y que refleja el azul de un cielo límpido, percibo el viento que empieza a moverse, mi piel lo siente templado ahí en la umbría del Poll y de nuevo desentierra los recuerdos del pasado, de las primaveras, de aquellos meses de marzo de hace bastantes años cuando empezaba a salir con la bici a la montaña.

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Alcanzaba la Font de l´Abella exhausto, fatigado pero satisfecho, contemplaba esas mismas tierras planas azules que contemplo ahora y escuchaba las explosiones lejanas de los festejos falleros, me sentía bien en aquella calma, lejos de la barahúnda insoportable, de ruido infernal de la ciudad en fiestas. Aquellas primaveras me resultaban dichosas, con la frescura saludable del alba, con el calor del mediodía, con el zumbido de los insectos y con las llamadas de las aves, recuerdo el canto de los mirlos, el ulular de las abubillas, los silbidos de las alondras…, y veo tan distante aquella dicha, algo ha cambiado en mi vida, en mi mente, en mis estructuras cerebrales. Estoy perdiendo ese vínculo y lentamente estoy cayendo en una especie de letargo emocional, la alegría apenas dura, la dicha, el gozo, la calma, el sosiego…, es algo que ya escasea en mi existencia, existe la inercia de la vida y algunos momentos especiales, como cuando descubro que algo se asoma por encima de los peñascos que dan de beber a la Font del Poll, ahí donde anidan en verano los aviones roqueros, a veces planean ante mis ojos, sutiles, sin alborotar como los urbanitas vencejos y se elevan hacia sus nidos en la roca, en las paredes, en esos farallones por donde empieza a asomarse ante mis ojos el sol…, aunque realmente el sol no se mueve, soy yo y la propia Tierra quien gravita, que gira sobre su eje, quien viaja cíclicamente alrededor de él, de él sol.

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