Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 9 de enero de 2011

UN DIA PRIMAVERAL Y ALGO MAS LARGO, ALGO MAS LUMINOSO.




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Uno de esos días de invierno en los que te quedas al sol, en los que te gusta sentir los rayos sobre tu rostro o sobre tus antebrazos…, pero anoche me acosté sin saber como amanecería y sorprendiéndome ante mi ausencia de angustia, ante la ausencia de esa especie de temor y desazón que me asfixiaba los ánimos los viernes por la noche, tan solo de pensar en que debía de madrugar para subir a las Tierras Altas y dar una pedalada sobre la Bicipalo, al pensar que me debía enfrentar a la noche y al frío…, minutos antes de la amanecida.

Puede ser que no me asaltase el desanimo porque desde que mi padre está en el hospital los días son distintos y mi vida también, las rutinas se han medio roto y las semanas van pasando entre las idas y venidas a su habitación, entre las horas que hago en el taller y entre los paseos en moto y en bici.

Y esta mañana he despertado tranquilo, con Cecil y Piper dormidos bajo la manta y entre mis piernas, hemos dormido los tres juntos, haciéndonos huecos y entre sus lametones, a veces sintiendo sus patitas contra mis piernas y otras percibiendo sus suspiros.

Después del café los he bajado a dar una vuelta, les he puesto un poco de comida y he montado sobre Ágata, ha arrancado con un sonido fuerte y denso que ha roto la calma de la calle, he quitado la para de cabra y he rodado como otros tantos días, con un cielo que lentamente se iluminaba, al otro lado de la visera y con la vista de la Calderona aún oscura, pero límpida, sin nubes bajas ni brumas. Disfrutando de esas vistas, de la soledad del jinete y de la misma Ágata, rodar sobre ella es tan distinto a hacerlo sobre Run-run. No voy a mas velocidad que con la pequeña custom pero notas como el motor v-twin no parece fatigarse nunca, ni cuando entro casi parado en la rotonda y abro gas dulcemente, noto como empuja desde abajo y como sigue rodando hacia las montañas, hacia las llamadas por mi Tierras Altas.

Los primeros rayos.

Desde las cocina de las Tierras Altas he sonreído al amanecer, mientras Norton y Mia se paseaban solos, se han escapado a la carrera cuando he abierto la puerta. He visto esos primeros haces de luz, aún muy rasos, sin calor, sin temperatura pero con brillo, con la energía del distante astro llegando a la Madre.

He esperado a los perros en la terraza paladeando el segundo café levemente manchado de leche condensada, observando, sintiéndome bien y ya vestido para montar sobre la Bicipalo, al ratito he escuchado los ladridos de los perros vecinos y me he imaginado a Norton corriendo calle abajo con Mía tras él.

Les he abierto la puerta, han llegado jadeando y mientras se metían en la piscina he aprovechado para montar y empezar a pedalear hacia el castillo de Serra.

Las umbrías de Potrillos.

He pedaleado sintiéndome algo raro, de nuevo sin saber que día era, de nuevo sin excesiva emoción y tratando de disfrutar de la rodada sin pensar en las rampas del barranco de Potrillos, tampoco en la subida al castillo ni en la larga ascensión hasta el cruce con Revalsadores, trataba de alejar de mi la premura y la ansiedad de estos últimos años y me decía mentalmente.

- Pedro, vas de viaje, estas viajando, no te agobies y simplemente pedalea…, no tienes que levantar a nadie, pedalea y relájate…, aprovecha este día que las lluvias y los fríos volverán.

Hablaba así, conmigo mismo y pedaleaba ya sobre las tierras de los cartujos cuando he descubierto a dos ciclistas por delante. Rodaban tranquilos, relajadas, lentamente, charlando entre ellos. El de la derecha montaba sin casco y dejaba ver un pelo completamente blanco, era su voz la que sonaba diciendo.

- Entonces, buscando al bandolero lo encuentran y se lo llevan.

En ese momento les alcancé, sonreí, volví la cabeza hacia ellos y dije.

- “Entrelobos”…, incluso puede que alguien nos esté vigilando ahora mismo.

- Exactamente…, buena película –respondió el del pelo cano.

- Muy natural –murmuré y seguí pedaleando hacia las faldas del Charchán y la Gorissa, como otras tantas veces, pero contemplando un paisaje distinto tras los desmontes y recordé la débil nevada que nos sorprendió a Joa y a mi el año pasado. Visualicé los pequeños copos cayendo sobre el fondo verde oscuro del pinar, quedando algunos de ellos entre mis ropas y el resto sobre las lajas de rodeno, sobre la tierra roja. Hielo que se desprendía de un cielo grisáceo y encapotado, tan distinto al que podía distinguir hoy por encima de las copas del bosque, por encima de las cumbres.

Un cielo que se reflejaba contra el mar, que mitigaba su azul y que lo convertía en una inmensa marmita de mercurio, destellante y plateado, que enturbiaba la costa y dañaba mis ojos. Lo contemplé durante unos segundos después de coronar la rampa de Potrillos, pero por un carril algo más largo pero de pendiente mas suave.

Percibí intensamente el cambio de temperatura, la calidez de la montaña encarada al amanecer, su luminosidad intensa, después de rodar entre las frescas umbrías de Potrillos.


Cuando el sol se asoma.


Rodé en solitario y trepé con calma hasta el castillo de Serra, allí arriba, encaramado entre los bulbos y estratos de rodeno, rodeado de pinos y monte bajo, de coscojas y aliagas, de palmitos y romeros, mirando a ese mismo mar y al interior, a la costa y al otro mar de montañas que se extendían tierra adentro.

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Rodé bajo el sol y volví a trepar hacia el cruce de Revalsadores, después de atravesar la carretera por el restaurante San Antonio. Ascendí con calma, echando ojeadas a los charcos que la semana pasada estaban congelados y que ahora aparecían ante mis ojos secos, de nuevo recordé esa ultima nevada del año pasado y como en esas pequeñas depresiones si que llegó a acumularse un poquito de nieve…, algo tan extraño en estas montañas, en estas serranías litorales. Algo extraño para mi pero no para los pobladores mas antiguos de estas montañas. Mas arriba, ya en la altiplanicie de Revalsadores quedan los restos de un nevero, allí la acumulaban y después la bajaban a los pueblos en carromatos.

Pedaleo en silencio, como siempre escuchando mi respiración, la rodada lenta cuesta arriba y durante unos segundos pienso en el alboroto de los centros comerciales abarrotados de gente por las rebajas…, aquí no hay rebajas ni artificios, son los tiempos de la naturaleza, el silencio invernal, la algarabía de la primavera, el rechinar de las cigarras en verano y los chasquidos de las hojas marchitas en el otoño…, y vuelta a empezar.

Alcanzo el cruce de Revalsadores, unas pedaladas mas y empiezo a descender hacia la Font del Poll, la cadena se encarama al plato grande y gano velocidad cuesta abajo, voy recuperando el aliento y veo la línea del sol a unos metros por delante, la rebaso, llegan de nuevo las sombras y el frescor del macizo mirando al norte. Alzo los ojos y veo como la pista asciende en un vistoso zig-zag hacia Tristán, a mi izquierda descubro los valles, las laderas cubiertas de alcornoques, de un verde mas pálido que el pinar.

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Alcanzo el desvío y remonto el pequeño repecho hasta la fuente, desmonto y suspiro. El valle se abre y me deja ver el distante Camp del Turia, me deja percibir su azul, el azul de siempre, ese espejo que crea la humedad ambiental y que refleja el azul de un cielo límpido, percibo el viento que empieza a moverse, mi piel lo siente templado ahí en la umbría del Poll y de nuevo desentierra los recuerdos del pasado, de las primaveras, de aquellos meses de marzo de hace bastantes años cuando empezaba a salir con la bici a la montaña.

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Alcanzaba la Font de l´Abella exhausto, fatigado pero satisfecho, contemplaba esas mismas tierras planas azules que contemplo ahora y escuchaba las explosiones lejanas de los festejos falleros, me sentía bien en aquella calma, lejos de la barahúnda insoportable, de ruido infernal de la ciudad en fiestas. Aquellas primaveras me resultaban dichosas, con la frescura saludable del alba, con el calor del mediodía, con el zumbido de los insectos y con las llamadas de las aves, recuerdo el canto de los mirlos, el ulular de las abubillas, los silbidos de las alondras…, y veo tan distante aquella dicha, algo ha cambiado en mi vida, en mi mente, en mis estructuras cerebrales. Estoy perdiendo ese vínculo y lentamente estoy cayendo en una especie de letargo emocional, la alegría apenas dura, la dicha, el gozo, la calma, el sosiego…, es algo que ya escasea en mi existencia, existe la inercia de la vida y algunos momentos especiales, como cuando descubro que algo se asoma por encima de los peñascos que dan de beber a la Font del Poll, ahí donde anidan en verano los aviones roqueros, a veces planean ante mis ojos, sutiles, sin alborotar como los urbanitas vencejos y se elevan hacia sus nidos en la roca, en las paredes, en esos farallones por donde empieza a asomarse ante mis ojos el sol…, aunque realmente el sol no se mueve, soy yo y la propia Tierra quien gravita, que gira sobre su eje, quien viaja cíclicamente alrededor de él, de él sol.

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