Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

LA SIERRA CALDERONA..., SIEMPRE AHÍ.

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Run-run, la pequeña custom 125 no hace demasiado ruido…, pero comparado con el rodar de la Bicipalo o de la Flaca, su marcha es estruendosa y repleta de ruidos aerodinámicos, el viento se arremolina alrededor del casco y hace que los camales del pantalón aleteen mientras enfilo la horquilla delantera hacia la Sierra Calderona…, para después enmudecer y tan solo escuchar el rodar de la Bicipalo, el crujido de la tierra y de las piedrecitas bajo sus neumáticos…, y en medio de ese silencio, de esa calma, recuerdo la rodada de la semana pasada en un día gris y ventoso.
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Recuerdo que lo pasé bien, como si me reencontrara con la serranía y su soledad, aún no con esa soledad invernal que pronto se abatirá sobre ella pero ya con los primeros fríos asomando de entre las umbrías, como si descendieran de los picos mas altos, como si el invierno migrase a las tierras mas altas para después abatirse sobre los llanos con su velo blanco y gélido.

Pero hoy contemplaba una Calderona que se desperezaba pausadamente, casi como somnolienta pero sonriente bajo un cielo límpido, despejado, sin brumas, sin nubes altas, sin las marcas blanquecinas de los reactores…, tan solo ocupado por un sol que emergía y se elevaba ardiente y generoso, benevolente, dadivoso de vida y calor…, tan ajeno y tan distante a los recuerdos que iban acudiendo a mi mente mientras las pedaladas se sucedían entre aromas, entre olores, entre algunos jadeos, entre los saludos a otros ciclistas, entre las rampas del Portixol, de la Font de Berro…, tras serpentear entre sus pistas, algunas con el suelo rojizo por el rodeno, otras mas amplias y soleadas, algo resecas y blanquecinas.

Los pensamientos iban y venían, pedaleaba y recordaba el dolor de las rodillas que me acompañó durante la última práctica de moto antes del examen. Al final estaba cansado y deseando dejar la naked y montar sobre mi cómoda Run-run. Al día siguiente me adelantaron la hora del examen sin previo aviso, rodé con mi pequeña custom hasta la zona de examen y sonreía a un día que también había amanecido despejado y luminoso. Valencia resplandecía e incluso pude ver los azules perfiles de la Calderona desde los amplios viales abiertos alrededor de la zona de Campanar…, sigo pedaleando después de beber agua en el Berro, remontando de cara al sol hacia el Collado de la Moreira, a solas y habiendo dejado atrás a un par de ciclistas que me han atacado en el Portixol, me han sacado un par de metros pero en la segunda curva uno de ellos se ha parado y al otro le hecho jadear tras mi rueda…, sonrío aliviado, el examen ya lo pasé, es una preocupación menos y algo tan distante a esto que me rodea, al pinar que permanece inmóvil sobre la Moreria en calma, mirando a un mar que asoma y destella deslumbrante ahí donde la serranía declina hasta besar las aguas del mediterráneo.

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Desciendo por la pista del Campillo y vuelvo a contemplar esos horizontes azules, de nuevo al perpetuo penacho de vapor de la nuclear inmóvil en la distancia. Es un azul falso, es una ilusión óptica, es una visión recreada por mi cerebro, por mis neuronas engañadas, es la imagen que se recrea en la oscuridad de la bóveda craneal y que poco a poco va adquiriendo perfiles, colores y tramas reales, se llena de detalles conforme sigo descendiendo hacia la llanura del Camp del Turia.

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El azul de ese horizonte es ahora verde y marrón, es el negro del asfalto y el color del pinar, de los romeros y de las coscojas, del mismo pelaje marrón y negro de Norton. Pero al volver los ojos hacia la serranía descubro que ahora ella se ha vuelto azul, sus pistas rojizas o blanquecinas son ahora azules, sus pinares son ahora del color del cielo…, una realidad cambiante, una realidad que voy descubriendo lentamente.

El sol inunda la terraza, puedo escuchar el zumbido de los insectos, el zumbido de la vida, puedo ver los destellos de las alas de las libélulas sobrevolando la piscina y puedo paladear el café ganado después de la pedalada. Escucho los trinos de los estorninos, algunos gorriones…, pero son sonidos que se conjugan con la calma y el bienestar, con el silencio natural que reinaría sin la presencia de homo.

Vuelvo a mirar al cielo y vuelvo a verlo diáfano, puro…, ya no veo las fugaces siluetas de las golondrinas, ya se marcharon a África y yo aún estoy aquí. Algo mas relajado, puede que un poco mas tranquilo y sosegado, saboreando el café y sentado en la terraza, volviendo a recordar la voz del examinador resonando en el casco o reviviendo la entrevista de trabajo que tuve el viernes a medio día. El señor Emilio, se mostró amigable, accesible, de trato afable…, incluso me atreví a rectificarle el dibujo que estaba haciendo de un cabezal de cama que me iba a encargar. Recuerdo también el lento tráfico de vuelta a Valencia desde Alcacer, los cuatro carriles de la autovía saturados y mi sonrisa al recordar que ya había aprobado el dichoso carné de la moto.

Y ahora, aquí todo es tan distinto, todo es tan distinto allí arriba, entre las montañas, tan natural, tan a merced del viento y de la lluvia, de la calma y de la tormenta.

Pero el café también se termina y los chuchis están nerviosos porque quieren salir a correr, a olfatear a los conejos, a rastrear entre las matas de esparto, a olisquear, a reproducir en sus cerebros la realidad que les llega desde su prodigioso olfato, otra realidad que está ahí pero de la que yo apenas si percibo un atisbo en forma de olores conocidos.

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