Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

domingo, 6 de junio de 2010

Me sentía bién pedaleando y ella me hizo sonreir..., blanca y tímida entre las gravas.


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     Me tumbé ligeramente a la derecha y Run-run fue desviándose a ese lado, fue perdiendo velocidad, empuje…, mi mano enguantada apretó la maneta del embrague, la puntera de mi zapatilla pisó la palanca del cambio y la pequeña custom 125 gruñó reduciendo de marchas…, seguí tumbando, virando a derechas y descubriendo al otro lado de la visera ahumada del casco vintage, las conocidas cimas de la sierra Calderona…, ya no tenía que adivinarlas en la oscuridad invernal, resplandecían con el amanecer de la primavera…, como ella, blanca y tímida entre las gravas. La vi y no dudé, dejé de pedalear y desmonté.
   La observé y volví a sentirme ignorante al no saber el nombre de la planta que observaba tan feliz, tan relajado y casi agradecido. Me incorporé, volví a montar, a dar pedaladas, a mover las bielas de una forma fluida, a remontar el puerto en el que florecieron los lirios por marzo, casi sin esfuerzo, gozando y sintiéndome bien, extrañamente feliz, incluso antes de haberme encontrado con esa planta de tallos verdes, cubiertos de finos pelitos y pegada a la tierra, rastrera, bajita. Incluso cuando llegué a las Tierras Altas y volví a encontrarlas desiertas.
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     Siempre en las mismas montañas y siempre ignorante.
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    Llegué a las Tierras Altas y Norton y Mia me recibieron como siempre, dando saltos y lloriqueando, entrando conmigo en el chalé y resbalando sobre el terrazo, levantando la tapa del cubo de basura con el largo  hocico de lebrel y encaramándose sobre la encimera.
   Preparé otra cafetera y descorrí las cortinas del salón, sonreí cuando la luz se esparció en él, incluso cuando los cromados de la silla de ruedas de mi padres destellaron. Al ratito, mientras me vestía, escuché los gorjeos de la Oroley. Me preparé la “toma” y algo de comida para ellos…, Norton aún levantó su cabeza del plato cuando me vió montado sobre la Bicipalo.
    - Luego vuelvo Norton…, luego vuelvo.
   Y fui dando pedaladas sobre la vía de servicio…, salté el quitamiedos y rodé sobre el camino abierto entre las explotaciones de cítricos de la Masia de la Torre. De nuevo me encontré con los charcos que durante todo el invierno cubrían la pista, pero ya quedaba poco agua, afloraba el barro reseco y con algunas huellas  impresas en ellos.
   Junto a las vallas de malla metálica crecían espigas verdes y otras de un curioso tono entre marrón y rojizo…, estrechos prados que crecían ahí donde no pisaban los camiones cargados de naranjas, ni las bicis ni los todoterrenos…, se combaron con los últimos soplos del viento nocturno del interior y desaparecieron cuando dejé los terrenos de la explotación y comencé a rodar por la pista que enlazaba con el aparcamiento de Porta Coeli.
   Arrugué el ceño y durante unos instantes me sentí como perdido, me sorprendió el intenso caudal de luz que llenaba el camino de tierra blanquecina…, incluso pude ver las copas de los eucaliptos que crecen cerca de la casa forestal de Porta Coeli. Eché de menos las sombras, los pinos crecidos junto al camino, el monte bajo espeso y recio…, descubrí a los pinos junto al mismo camino, amontonados, sin ramas, vi sus muñones y los destellos de la resina rezumando de ellos, vi los viejos muros, los ribazos que homo levantó bastantes décadas atrás, después abandonados, vueltos  recuperar por el bosque y que las máquinas desbrozadotas habían rescatado, pero no para volver a ser trabajadas, simplemente para que detener el paso de los futuros fuegos.
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    Percibí el aroma intenso de esa resina, el olor de las ramas machacadas, cortadas y salí a la pista que sube desde el aparcamiento de Porta Coeli, en ella también comenzaban a cumularse troncos en las orillas, sobre ella también se derramaban las primeras luces del día y parecía mas blanca y ancha que nunca.
   Algo azul me hizo mirar a mi derecha, me encontré con un pequeño corral cerrado con largueros metálicos en los que reposaban dos caballos a las sombra de la lona y del pinar que aún no había sido talado…, pensé en Jaime y en su hija Inés, en aquel encuentro cerca de Tristán, justo donde termina la senda, el PR-7 que sube desde Olocau, ellos lo hacían a caballo y yo con la Bicipalo, con la misma que adelanté a dos ciclistas que ascendían parsimoniosamente, saludé y mientras los iba dejando atrás aún pude escuchar algo de la conversación que mantenían.
   - ¿Has visto los caballos…? –comentó uno de ellos.
   - Si…, los usan para sacar los troncos… -respondió el otro.
   Cabeceé y volví a sentirme lento de reflejos, incapaz de razonar con rapidez y fluidez, incapaz de añadir imaginación y chispa…, yo había pensado que esos caballos estaban ahí para usarlos en paseos…, pero ni era el lugar ideal para dejarlos, en mitad del monte ni tampoco el sitio idóneo para organizar una salida.
   Suspiré, giré a derechas por el camino del Campillo y comencé a subir a la sombra de los peñascos grises, gané esa primera rampa y después comenzaron los virajes a izquierda, a derechas…, y me encontraba ligero, a gusto, casi feliz. Sentí las piernas ágiles, sueltas, sin agarrotamientos y podía sentir el agradable fresco de la mañana penetrando en mis pulmones. Miraba hacia las montañas de siempre, hacia las suaves colinas cubiertas de esas confieras como esponjosas, veía las montañas azules, los puntitos blancos que se acumulaban allí abajo, en el Camp del Turia…, y también los pétalos blancos que jamás había visto en estas montañas.
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   Eché pié a tierra, dejé a la Bicipalo en mitad del camino y la fotografié, la observé durante unos instantes, rocé con mis manos los pelillos de sus tallos como aterciopelados, sonreí agradecido y volví a montar, a pedalear, a seguir remontando la tendida subida del Campillo y el tramo final que ascendía hasta la Morería, saludé a algunos ciclistas y giré a derechas hacia la Font del Berro…., como siempre, cambié al plato grande y percibí como el sudor se enfriaba sobre mi pecho cuando comencé a descender, me levanté y comenzaron a llegar los impactos de las piedras y de los baches contra los neumáticos, contra el chasis de la Bicipalo. Llegaron las imágenes aceleradas de los jóvenes pinos quedando por atrás uno tras otro, de los taludes rojos de rodeno repletos de pequeñas florecillas, blancas y algunas azules, de espigas, de aliagas encendidas de un verde que perduraba semana tras semana…, llegó el viraje a derechas, tiré de las manetas hacia atrás y continué el descenso hacia la fuente, de cara al sol, viendo como las montañas se elevaban sobre mi cabeza y después contemplándolas sentado a las sombra y echando tragos de agua…, los ruidos sordos de la bajada habían desaparecido, también los chasquidos de las cadena golpeando en el chasis…, silencio.
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    Volvía a contemplar las laderas cubiertas de pimpollos, de monte bajo, de las mismas aliagas, de romeros, de brezos, de cardos. Volvía a contemplar las afloraciones bulbosas del rodeno cubierto por los líquenes, la sombra de la carrasca alargándose hacia mi, la luminosidad del sol asomándose ya por encima de las cimas de siempre…, escuché las aves, sus cantos vivaces o tímidos, el zumbido de los insectos…, los sonidos naturales del bosque y algunas voces distantes de los ciclistas que se movían por arriba, hacia el Poll…, volví a beber, seguí viendo ese paisaje, ese cielo, traté de sentir algo, traté de comprender…, no se, supe que la serranía no me iba a entregar una respuesta por escrito.
    Volví a beber, monté y la luz se mitigó tras las gafas de sol, di unas pedaladas y volví a dejarme caer hacia las umbrías de la Gota. Percibí como la temperatura descendía bruscamente y como la vegetación perdía sus tallos leñosos, sus hojas ásperas, sus espinas y se tornaba verde y frondosa ahí donde apenas si se asomaba el sol, ahí por donde discurría el agua gorjeante y parlanchina del barranco de la Gota.
    Rodé por encima de algunos charcos rojizos, vi las paredes amarillentas y polvorientas del Portixol o Prueba del Hombre y me desvié a la derecha, el camino se precipitó enseguida hacia el fondo del barranco, se estrechó, volvieron a crecer los taludes y el bosque a mi izquierda y a mi derecha terrazas robadas a la pendiente en la que crecían los olivos.
    Descendía con los dedos tirando continuamente de las manetas de magnesio, inclinándome en los peraltes y durante un breve espacio de tiempo quedando suspendido en el aire, sin sentir el golpeteo, ni el rumor de los tacos de goma, ni las vibraciones en el manillar, ni el movimiento de las suspensiones…, apenas unas décimas de segundo en el silencio casi absoluto…, hasta el crash…¡ de la Bicipalo volviendo a la tierra, volviendo a caer, volviendo a rodar tras la imagen congelada en el aire…, alguien dijo que bajar con la bici era como esquiar, yo no se esquiar pero me gusta sentir como me deslizo cuesta abajo, como ella obedece, como mi organismo responde, como mi mente toma decisiones que escapan al análisis del cortex, de la razón.
  Hace un tiempo sonreía cuando me dejaba caer por una pendiente suave, soltaba el manillar y desplegaba los brazos como un ave que planease confiada…, eran unos segundos de calma gozosos…, como la pedalada de hoy.
    Y atravesé el barranco, el mismo que me acompañaría a mi izquierda, pedregoso y retorciéndose entre los taludes, bajo algunas terrazas cultivadas, ganadas al monte entre muros de piedra silenciosos y quietos, solitarios como la misma pedalada.
   Fui trazando las curvas, rodando sobre el estrecho camino, viendo como la tierra se volvía blanquecina o amarillenta, el rodeno quedaba por atrás, sus vetas permanecían ocultas, enterradas en las entrañas de la serranía de la que poco a poco salía, siguiendo esa pista que descubrí hace años, cuando empecé a pedalear. Recuerdo que sentí cierto miedo, cierto respeto…, me daba la sensación de que aquel camino me conducía al corazón de la Calderona, de que me adentraba en tierra peligrosa. Me pareció precioso, oculto, casi virgen…, y hoy me lo sigue pareciendo, lo sigo sintiendo íntimo, casi mio…, por aquí apenas suben todoterrenos, no hay senderistas y muy pocos ciclistas.
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   Vi los horizontes azules del Camp del Turia, azules, siempre azules y seguí descendiendo, girando a derechas y a izquierdas entre caminos que conducían a casitas aisladas, a chalets construidos sin ninguna ordenación entre viejos campos de almendros o entre bancales de algarrobos abandonados…, pero me fui desviando a izquierdas, de nuevo hacia las lomas de la serranía, hacia una costillas grisácea que se hundía en la tierra, contra la misma pista que se desprendía hacia el fondo de otra pequeña rambla, entre lomos de roca, entre afloramientos de esa costilla que parecía surgir medio desenterrada…, volví a sonreír sintiendo como la horquilla delantera se hundía casi por completo, sujetando a la Bicipalo y moviendo el cuerpo compensando sus balanceos…, y volviendo a pedalear cuando salí del barranquito, de nuevo entre pinares, sobre una pista en la que la tierra blanquecina y gris, en la que las rocas emergían y desaparecían de manera natural, agreste…, sin que homo allanase nada, sin que homo manipulase esa traza desbrozada, esa trocha abierta décadas atrás por las caballerías, por los carros…, el camino se bifurcó, seguí recto y luego me desvié por el carril abierto en un cortafuegos que desbrozaron el año pasado, remonté la loma observando como el suelo se había cubierto de un curioso prado multicolor, contemplando de nuevo los horizontes azules, contemplando un cielo enorme sobre mi persona…, desmonté y miré las flores, las hierbas, los tallos espigados de las gramíneas, delicados y dóciles ante la brisa de levante que comenzaba a soplar…, vi las cumbres de la Calderona y escuché el relinchar de unos caballos estabulados en una de las casitas de campo.
   Me sentí bien, percibí el vuelo de las abejas, de los insectos, las llamadas de las aves ocultas entre el monte bajo, en la espesura…, traté de sentir, de nuevo intenté comprender, trascender a algo, desprenderme de algo. Volví mis ojos hacia el prado que había brotado en la loma, vi sus flores moradas y amarillas…, fui testigo de la vida durante esos instantes, de la calma y del tiempo natural transcurriendo a mi alrededor, al ritmo de la naturaleza, de la temperatura, del sol, del entorno.
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    Monté sobre la Bicipalo y descendí, seguí disfrutando del camino entre los pinares, de las gravas y cantos rodados al atravesar del nuevo otra rambla, de los altos peñascos que se alzaban a mi derecha  y que siempre imaginaba como moradas prehistóricas.
   Pero sentí cierta tristeza cuando miré al otro lado de la valla de uno de esos chalets…, 
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...la naturaleza se habia apropiado del huerto, las hierbas crecían verdes y espesas sobre una tierra esponjosa que estación tras estacióin, era abonada por aquel hombre que solía vestir un pantalón azul y una camisa del mismo color pero muy clara. Ese desconocido mimaba la tierra que removía con su azada, la conocía y sabia que pedirle en cada momento del año. A veces surgían “barracas” de caña en las que se enroscaban las trepadoras, después las espesas matas de habas, también vi el rojo intenso de los tomates, las flores amarillas de las rastreras calabazas…, al mismo hombro fumando un pitillo a la sombra del algarrobo.
   Eché una mirada, vi el cartel de “Se vende” y ese mar de hierbas que habían borrado las huellas de homo.
   Seguí mi rodada y disfruté después a pié, viendo a Norton y a Mia a la carrera entre las espigas del herbazal ya amarillo…, como siempre les vi desaparecer en la espesura y reaparecer jadeando y buscando ya las sombras. 
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   Seguí paseando, caminando a solas con ellos, regresando al chalé y apurando el último poso de la cafetera, regando los naranjos y montando ya de vuelta sobre Run-run, volviendo a la urbe envuelto en el ruido del monocilíndrico, dando la espalda a las montañas, dando la espalda a la calma, al sosiego…., incluso puede que a mi mismo, aunque pensé que jamás lo sabría.
  
  





    

2 comentarios:

elblogderaga dijo...

interesante blog y bonita cronica.

he recordado cuando hace ya algunos años hacia salidas en bicicleta con mi padre por la huerta de valencia, cosa que la verdad hecho de menos pero supongo que con el paso de los años ganas cosas y pierdes otra.

en fin un seguidor mas!!

Pedro Bonache dijo...

Heyyy...¡¡¡¡, que alegría verte por aquí Juan Vicente. Me alegra el hecho de poco a poco voy haciendo amigos en el mundo motero, algo impensable para mi hace algo menos de 7 meses. Te confieso que he leido algunos cronicas tuyas en el foro de espiritucustom y me gustaron, sobretodo cuando luchabas contra la nieve, contra el hielo..., encima de tu Venox.
Nos seguiremos leyendo, un abrazo y Vsssssss.