Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 11 de junio de 2010

Arcen, asfalto..., vida y muerte en la carretera.

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   Soleada…, recuerdo que era una tarde soleada, pedaleaba con la bici de carretera sobre el arcén rojizo que remontaba hacia Náquera desde Serra, algo inquieto, con algo de angustia…, no terminaba de acostumbrarme a rodar sobre el asfalto, a cubrir kilómetros de carretera, a sentir como los coches pasaban junto a mi lanzándome golpes de viento y polvo, a escuchar el molesto ruido del tráfico a mi alrededor…, no podía evitar compararlo con mis rodadas por la montaña, por la Sierra Calderona, en medio de esa soledad, ensimismado, en silencio…, pero debía de hacer algo de carretera si deseaba progresar, si deseaba ganar algo de fondo, por eso salía los miércoles a media mañana en invierno o por la tarde con la primavera.
   Pedaleaba y entonces vi las dos marcas, justo  a la salida de la curva que me había comentado un cliente apasionado del ciclismo de carretera. Vi la frenada, los restos del caucho fundido sobre la rugosa superficie del asfalto, las lineas paralelas que cruzaban de carril, que llenaron el ambiente de chirrido escalofriante, agudo, de un sonido que hizo desviar los ojos de aquel pelotón que subía hacia Náquera…, después el silencio, el silencio de la muerte que dejó paso a los lamentos y los gritos de dolor.
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   Recuerdo que paré allí mismo, donde terminaba la frenada…, y me asomé al campo de naranjos, allí abajo estaba el quitamiedos derribado por el golpe, nadie lo había retirado del campo…, sentí un escalofrío y volví a mirar hacia las marca del derrapaje. Allí mismo donde yo estaba, habían muerto los dos hermanos…, ya no recuerdo a que peña pertenecían, pero si recuerdo que eran jóvenes y que circulaban por ese mismo arcén…, imagino que ilusionados, imagino que dando pedaladas hacia el Oronet.
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   Sentí que debía hacer algo, observé la sección de las vigas a las que se anclaba el quitamiedos y volví a montar, volví a pedalear hacia Náquera, atravesé la población y debí desviarme hacia el Camino de las Canteras…, hacia esa estrecha carretera que se ha convertido en mi ruta única, en una especie de senda que un par de veces por semana me relaja y me acerca a la calma de la serranía, aunque sea dando pedaladas con la Flaca, sin la Bicipalo.
   Regresé a la Valencia, a mi pequeña carpintería y decidí crear una pequeña escultura que recordara lo que allí pasó. Surgió la silueta de un ciclista cuyas piernas y brazos se extendían hasta el manillar, hasta las horquillas, hasta los pedales…, como si la bici y Homo fuesen el mismo ente. La corté en madera y a la mañana siguiente la cargué en una mochilita y pedaleé hasta allí, hasta tramo de carretera en el que alguien había dejado flores. Encajé la pieza en el puntal en forma de H y fijé mi pequeña ofrenda en madera de pino gallego. 
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Sonreí, volví a montar, volví a la ruta de las Canteras y continué pedaleando año tras año, observando los arcenes, las cunetas, las marcas de las frenadas, los quitamiedos arrancados de cuajo, las piedras de los taludes arañadas por las carrocerías que las embistieron y preguntándome casi siempre que habría ocurrido sin en esos momentos yo hubiese estado allí encima de la Flaca…, y a veces contemplando a las tormentas, como persiguiéndolas o escapando de ellas, escapando de la lluvia. Viendo sus nubes de un azul oscuro casi gris cerniéndose sobre la Calderona, a veces sintiendo sus gotas contra mis antebrazos, en mi rostro y otras viendo como las nubes iban rodando, descargando cortinas de agua en otros lugares.
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Echando miradas a los prados que crecen entre las isletas, observando el vuelo de las golondrinas por delante de la Flaca o descubriendo hermosas flores, como suspendidas en el aire.
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     He seguido pedaleando, a veces pensando en los problemas del trabajo, a veces pensando en mi mismo, en mis torpezas, a veces tan absorto que no he visto el peligro de los coches…, y casi siempre contemplando los pinares y los campos de las Canteras con un gran gozo, como respirando unos momentos de paz antes de volver a la capital, a la urbe, a Valencia…., y siempre echando una mirada a aquella ofrenda que con los años se fue degradando, agrietándose a la intemperie…, hasta que alguien decidió retirarla para hacer una copia en metal, una copia que permanece inalterable, presente…, como si esos dos hermanos continuasen pedaleando, como si siempre te cruzases con ellos en ese mismo lugar…., sobre un fondo en el que ya no crecen los naranjos, con un mar de hierbas doradas mecidas por el viento de levante que suele ascender desde la costa, ocupando aquella explotación.
 
  

 

2 comentarios:

Mª Carmen Callado. dijo...

Eres un homo sensible, artista, respetuoso con todo. Es un verdadero honor poder ir tras de tu estela y leerte.

Seguro que esos dos hermanos fallecidos, que me han recordado a otros dos hermanos, amigos míos, pero que lo hicieron con sus motos, y algunos años de diferencia, han marcado la carretera también con su piel y los quitamiedos con su sangre. Pero por ahí estarán, seguro. Hoy mismo he estado en casa de su madre y he vuelto a verles desde sus fotografías, como si el asfalto no se hubiera tragado sus sonrisas.

Un besico.

Pedro Bonache dijo...

Karmela..., que gracia me hace que me llames Homo, me da la sensación de que sería la condición de la primera persona que tubo consciencia de si mismo, de su psiquis de sapiens.
Es curioso, pero la carretera mata porque es una via contranatura, ni nustras visceras ni nuestro esqueleto puede soportar las aceleraciones ni inercias que sufrimos sobre un automovil, sobre una custom o incluso sobre la Bicipalo o sobre la Flaca.
Un beso Karmela..., que has mutado de mayorete a gatita juguetona...., je, je, je.