Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

jueves, 11 de febrero de 2010

¿EN QUE MOMENTO DE NUESTRA HISTORIA DEJAMOS DE SER CUADRUPEDOS..?, ¿CUANDO COMENZAMOS A CAMINAR SOBRE NUESTRAS PIERNAS?.


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 "Nacidos para correr", con esa afirmación el periodista Luis Miguel Ariza nos invita a retroceder hasta hace unos 4,4 millones de años, momento en el que los primeros primates bípedos dejan sus huellas, todas ellas barrridas por el viento de la prehistoria humana , menos unas pocas que  algo mas tarde, quedan de forma impresa en las cenizas calientes de Laetoli, en la actual Tanzania.


                                    Primeras huellas humanas fosilizadas en Laetoli, primera prueba de un bipedismo real hace unos 3.6 millones de años. Unas improntas que quedarón impresas en la mezcla de lodos y cenizas que lanzó a la atmófera el volcan Sadiman.


  Nos cuenta, con la ayuda inestimable del paleoantropólogos, Owen Lovejoy, como se producen las variaciones óseas y anatómicas para que de una vida arborícola y de una locomoción a medio camino entre la cuadrúpeda y la braquiación, es decir a la de moverse tendiendo los largos brazos de unas ramas a otras, pasasen al bipedismo.
    También nos cuenta las ventajas que supone esa marcha erguida sobre los miembros inferiores, se habla de la menor exposición al sol, algo necesario cuando se abandonan las zonas sombreadas y húmedas de las selvas, se habla también de la nueva capacidad para transportar vituallas y alguna potencial herramienta, en esos miembros superiores liberados, incluso se comenta que esa marcha erguida acelerará nuestro extraordinario desarrollo cerebral…, y sería así, pero se olvidan de comentar como surge esa selva fragmentada que poco a poco se va convirtiendo en la actual sabana y que es el verdadero origen del bipedismo.
   Un espacio abierto, muy soleado, con escasa cobertura arbórea y que obliga a esos primates a explorar en busca de alimentos sobre tierra firme, lejos de la protección que les brindaba el dosel selvático.
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La muralla del Ruwenzori.
Hace 7 millones de años la tierra se fractura en la actual África oriental, se estremece y la selva se llena de aullidos, de gritos y de sombras que vuelan entre su follaje, de primates que huyen despavoridos mientras que de las entrañas del continente surge un gruñido denso que agita los árboles, las lianas, los helechos…, el suelo parece desplomarse a un lado y emerger al otro, se alza una muralla infranqueable y las nubes de lluvia se irán disipando lentamente, los vientos húmedos cesaran, se enmarañaran en las tierras altas surgidas con la fractura de la falla del valle del Rift y la selva que queda a los pies del inmenso talud se irá desecando, perdiendo la fronda, la espesura, el dosel…, los frutos escasearan, el sol atravesará el ramaje menos espeso y alcanzará un suelo que durante miles de años permaneció nutrido y vivo bajo capas de rico humus. Los helechos se irán marchitando y el agua del rocío o de la lluvia dejarán de recogerse entre las hojas y las flores, los primates dejaran de sentir el agua sobre sus cuerpos,  asomados sobre el dosel, dejarán de ver los perfiles del continente desde las alturas y mirarán hacia abajo, hacia la tierra de la incipiente sabana, hacia los charcos que surgieron con la ultima lluvia.
Una sombra se precipitó desde las alturas y sus cuatro miembros emitieron un sonido sordo al caer sobre tierra firme…, se quedó quieta, olisqueando, sin apenas poder ver en medio de un enmarañado bosque bajo, duro y espinoso. Ya no podía ver ese reflejo cristalino del agua, apenas si podía olerla.
Cargó el peso sobre sus caderas, se irguió lentamente, miró por encima del matorral y descubrió la manchita de líquido. Apartó las ramas que se clavaban en su cuerpo cubierto de vello, logró atravesar el matojo y se inclinó para poder beber.
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No nacimos para correr, nos fuimos adaptando…, pero si nos condujo a nuestra condición humana.
A veces “Muy” tiende a antropizar, a concebir la evolución de homo como un camino trazado hacia sapiens…, y desde luego no es así, la evolución es adaptación al paisaje del momento, a las condiciones climáticas y ambientales del habitat, del entorno físico.
Desde el momento en que se produce esa fractura en el Rift, las familias de primates cuadrúpedos y arborícolas quedan separadas para siempre, en ese momento comienza una divergencia genética. Muchos individuos que quedan en el lado seco tendrán que utilizar nuevas técnicas para la búsqueda del alimento en tierra firme, se verán obligados a bajar de los árboles, entre otras cosas, porque existirán otros congéneres que serán mejores que ellos a la hora de moverse entre la escasa cobertura arbórea que quede. Esos competidores que no bajaran contarían con algunas ventajas genéticas, con pequeñas mutaciones que probablemente los harían mas livianos, mas ágiles a la hora de saltar entre ramas distantes, posiblemente poseerían un mejor olfato, pero al tiempo no serían demasiado buenos para sostenerse sobre dos piernas, por eso continúan ocupando esos espacios elevados, se quedan allí arriba, se adaptan, se especializan y desplazan a esos otros que terminarían bajando a la sabana para poder sobrevivir.
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Torpes e inseguros.
Con la ayuda del doctor en antropología, Owen Lovejoy, Luis Ariza describe como se va produciendo esa adaptación, nos trasmite las palabras del antropólogo y nos describe a Ardi, el primer homínido del que no se duda de su bipedismo…, y estamos hablando de unos restos datados en unos 4 millones de años de antigüedad.
De aquellos primeros primates capaces de sostenerse y moverse sobre las piernas, de apenas 1,20 metros de altura y de mas o menos 50 kilos, se irán seleccionando las nuevas fuentes genéticas, irán surgiendo nuevas familias bípedas con una clara diferencia corporal entre ellas, los habrán ligeros o gráciles y otros corpulentos y con mayor masa muscular, con osamentas mas pesadas y con denticiones también distintas adaptadas a la masticación de semillas recubiertas de gruesas cáscaras, de tallos duros y correosos.
 Es curioso como la Selección Natural volverá a favorecer la ligereza física, la agilidad frente al tamaño, frente a la corpulencia…, hace 65 millones de años los ciclópeos dinosaurios no pueden soportar el cambio climático brutal que acompaña al cataclismo cósmico…, pero si esos pequeños lémures que son capaces de cobijarse en pequeñas cuevas, en recovecos, en grietas.
Y hace bastante menos, hace unos 30.000 años, se extingue el ultimo homínido bípedo que cohabita con sapiens…, neardental, un humano robusto y fuerte, enmudece para siempre frente a esos otros humanos, mas esbeltos, mas ligeros, de nuevo gráciles…, como los australopitecinos ligeros que iniciaron nuestro linaje y desde luego, también el de neardental.
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Siempre África.
En las tierras del continente Madre continuará esa Selección Natural, las especies bípedas continuarán su camino, su adaptación. Los ejemplares robustos terminarán desapareciendo, el bipedismo mas eficaz, combinado con otras habilidades manuales y cerebrales seguirá favoreciendo a alguna de esas familias, seguirá facilitando ese medio de locomoción y provocará algo que nos hará mas humanos…, como anunciaba el titular de “Muy”.    
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Las nuevas pelvis de los bípedos y sus estrechos canales de parto.
El murmullo de aquellas lluvias, de aquellas tormentas, el destello de los relámpagos lejanos y el olor del polvo de la sabana elevándose con las primeras gotas de agua, el sonido seco y continuado de la precipitación sobre las hojas de la selva, cayendo sobre la capa de hojarasca, de humus…, los chillidos de los primates que se movían como oscuros fantasmas entre el dosel y sus ojos observando curiosos a esos otros que se movían por abajo, de mata en mata, apartando las lianas que aún se descolgaban hasta la tierra, viendo a las madres primates buscando rincones  en los que parir…, hace casi 3 millones de años, en la cuna africana.
Los ojos la siguieron en su vagar confuso y en su doliente parto…, hasta que su grito restalló en medio de una selva que se deforestaba lentamente, en medio de una selva que retrocedía pero que aún conservaba cierta fronda, que aún brindaba cierta protección, que recordaba a como era todo antes, cuando parían en los nidos forrados de hojas y sin dificultades. Pero aquella hembra, una de esas que estaban mas tiempo sobre sus patas inferiores que entre los árboles…, volvió a lanzar un grito agudo que llenó la espesura de voces, quejidos y aullidos, de batir de alas y de la gutural respiración de un felino…, después el sollozo, las toses y el sonoro llanto de un pequeño homínido recién parido. La hembra lo pegó contra su pecho y los músculos faciales tiraron de sus comisuras hacia arriba al tiempo que se inclinaba hacia la cabeza del bebé y lo lamia, nadie vió esa sonrisa, nadie vió ese gesto…, salvo aquellos ojos que permanecieron escondidos entre la maraña de hojas, lianas y trepadoras que espesaban los lindes de la selva…., abrió la boca y mostró unos enormes caninos, lanzó una especie de gruñido y la hembra alzó los ojos hacia él. Lo descubrió allí arriba, esperando a que hubiese abandonado a su bebé muerto…, como les había pasado a otras tantas del clan, pero el suyo no había muerto, ella lo había podido parir, quizás demasiado pronto, quizás prematuramente, quizás demasiado pequeño e indefenso…, ella no lo sabia, pero era el precio por caminar sobre sus piernas, por moverse erguida por los paisajes surgidos tras aquel enorme terremoto, cuando parte de la selva se elevó y otra se hundió entre las arenas.
Para poder caminar erguidos, nuestros ancestros arborícolas fueron seleccionando una serie de rasgos óseos y musculares que durante miles y miles de años fueron generando un movimiento mas armonioso, mas eficaz, mas seguro…, pero a un precio que nos haría mas humanos y que como he dicho antes, nos conduciría hasta nosotros.
Una de esas modificaciones en nuestra estructura ósea fue la de modificar notablemente la arquitectura de nuestras pelvis, básicamente se estrechó, recibió nuevas inserciones musculares y al tiempo el canal de parto se estrecho y reviró…, a partir de ese momento los alumbramientos se complicarían muchísimo, las hembras, que hasta entonces habían disfrutado de un canal de parto casi recto y amplio, tanto que les permitía asistirse a ellas mismas…, verían como se complicaban tremendamente.     
                                    Ilustracion  de Mauricio Antón extraida del libro "La especie elegida", de JuanLuis Arsuaga e Ignacio Martinez. Se puede observar como se estrecha el canal de parto y el espacio libre entre las caderas

                                  De nuevo Mauricio Antón ilustra, en "La especie elegida" y de forma clara y precisa, como se dificulta el parto con la marcha erguida.


   Los bebes nacían mirando a esas madres arborícolas y ellas mismas podían limpiarles las fosas nasales o la boca para facilitar esas primeras bocanadas de aire, incluso podían liberarles de las posibles complicaciones provocadas por el cordón umbilical.
Las hembras bípedas sufrieron para poder alumbrar a sus retoños, el neonato se tenía que retorcer, nacía boca abajo y de manera prematura…, nuestro cerebro ya había comenzado a aumentar de volumen y ese factor era incompatible con la nueva pelvis. Aquellos bebés de Homo habilis, de Homo ergaster y de todos esos homos, cuyos restos fósiles, jamás hallaremos convirtieron el parto de sus hembras en acontecimientos sociales.
Las mujeres se ayudaban a parir entre ellas y permanecían muchísimo tiempo al cuidado de unos bebés inútiles, dependientes y muy pequeños, torpes y llorones, que necesitaban continuos cuidados y de un largo aprendizaje, que socializaron profundamente aquellos clanes o manadas primigenios…, pero que unos millones de años después serían capaces de ver la falla del Rift desde el espacio, esa fractura que desecó la selva y que invitó a homo a erguirse por primera vez en la historia de La Tierra, en la historia de la humanidad, en la historia de este planeta…, rodeado por el cosmos, por la oscuridad del universo, flotando en el silencio del vacío y como deformado en la visera del astronauta que ya no se movía sobre sus piernas, que permanecía ingrávido y que observaba el espectáculo…, el giro de las borrascas blancas, la inmensidad de los mares y océanos, los continentes de un color marrón y a veces verduzcos.
  
   
   
 

   
    
    
    
  
   







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