Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 22 de enero de 2010

LA SIERRA HELADA, LA CALDERONA BAJO EL HIELO Y LA NIEVE.

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Brindar en la cima de Revalsadores el último día del año, salir a esa misma cima el día de Año Nuevo, correr a montar sobre la bici de montaña cuando las nieves cubrían esas viejas montañas mediterráneas.., tradiciones que ya había perdido, que había abandonado conforme los años fueron pasando después del ictus de padre, después de descubrir que mis padres eran ancianos, después de dejar de ir a al chalet todos los viernes por la tarde…, pero la segunda semana de enero volvió a nevar, de nuevo una bolsa de aire siberiano atravesó los Pirineos y cubrió con sus agujas blancas la península, casi como una súbita glaciación, como un arañazo del Gaia, como una mueca de fuerza, como los caninos que enseñan los lobos con tan solo arrugar los belfos…, para hacernos ver que homo no es nada, que en el fondo no hemos evolucionado biológicamente. Tan solo nuestra tecnología va mas rápido que nuestro organismo, tan solo las conexiones de nuestras neuronas a evolucionado de manera extraordinario…, pero seguimos sudando para regular la temperatura y seguimos tiritando cuando el viento arrecia repleto de pequeñas partículas de nieve endurecida como alfileres, por eso los ciclistas de montaña andaban confundidos y desorientados en el collado de la Moreria este sábado, cuando el hielo y la nieve arreciaron en casi toda España y en la Sierra Calderona, por eso, al sacar la zapatilla del pedal y tratar de apoyarse resbalaban y caían sobre el hielo que cubría la tierra roja de la serranía.

Aun en la distancia, al otro lado del cristal de la ranchera de Joa…, las montañas aparecían blancas. Las serranía de Chiva, los montes de Alcublas, los conocidos perfiles de la Calderona…, bajo un cielo azul y limpio, bajo un día luminoso que nos había hecho sonreír al poder salir con Camino y la Bicipalo.

Llegamos a las Tierras Altas, Norton y Mía se escaparon nada mas abrir la puerta, el medio galgo a la carrera y la pequeña Ojos de Miel corriendo a todo correr…, al ratito escuchamos los ladridos de una rehala de podencos encerrada en una caseta cercana, los ladridos de los perros vecinos excitados por la aparición de los míos.

Al rato regresaron del paseo que se dan ellos mismo, les dimos algo de comida y aprovechamos para salir del chalé.

Nada mas salir a la vía de servicio el viento del norte comenzó a soplar, Joa fue perdiendo metros y yo empecé a sentir el frío atravesando mis guantes como si fuesen de rejilla. Recordé la imagen del zorro muerto y cubierto de escarcha, recordé las pedaladas del invierno pasado con Los Osos, después a solas cuando volvieron a la carretera, los encuentros con Miguel y Antonio…, casi como si fuésemos ciclistas errantes perdidos en la serranía silenciosa e invernal, quieta, aletargada…, menos esos homos que iban de aquí para allá sin entender de estaciones, de la calma que llega con las temperaturas bajas, sin el reposo de esos meses fríos.

Salté el quitamiedos, pasé a la Bicipalo al otro lado y volví la cabeza buscando a Joa…, al ratito fue saliendo de la curva lentamente, inclinada sobre el manillar de Camino, algo encogida y con unos enormes guantes protegiendo sus manos, con las coletas guarecidas bajo la chaquetilla de windstoper y con las zapatillas cubiertas con los escarpines…, luchando contra un viento que hacía correr ramitas y hierbajos sobre el asfalto y que levantaba polvaredas entre los charcos que ya veía helados en la pista que se bifurcaba al otro lado de la carretera.

- Dame a Camino, cariño.

- Este viento nada mas salir y el frío…, me amansan demasiado –murmuró desmontando.

Volteé a su bicicleta y cruzamos andando.

Levanté los ojos y observé la cumbre nevada del monte Armenia, a su izquierda los conos del Gorgó, también el pico del Águila y sobre los farallones que se levantan sobre el barranco de la Gota.

- Nevó hace dos días y la nieve aguanta bastante, ¿eh…? –observé.

- Es raro que nieve dos veces tan seguidas…, la semana que fuimos a la sierra de Chiva aún había nieve en el pico Hierbas.

- Pues mírala…, ahí la tenemos, al lado de casa, sin salir de la Calderona eterna… -respondí mirándola.

No vi sus ojillos empequeñecidos por el frío y el viento al otro lado de sus gafas de sol pero supe lo que pensaba, sentí esa extrañeza íntima, esa certeza que siempre aflora en determinadas ocasiones…, pero sonreí y señalé con la barbilla, cubierta por el pasamontañas, hacia el camino de nuestra izquierda.




Continuamos pedaleando, empezando a virar a derechas, a encarar unas montañas que poco a poco veíamos mas cercanas, mas próximas…, y nevadas, cubiertas por esos copos que tiznaban sus picos, sus altos, sus escasos cerros y a poco menos de cuatro kilómetros del chalé…, y más pronto de lo que esperaba descubrí las primeras manchitas de nieve a los lados de la estrecha pista, bajo las matas de coscojas, cuajada entre jóvenes matas de esparto…, seguimos pedaleando y alcanzamos la pista que sube desde Porta Coeli hacia el Portixol, una rampa que a mi me gusta llamarla la Prueba del Hombre.

- Cariño, no me esperes que con el frío tardo en rodar bien –confesó Joa.

- Vale.

Poco a poco Joa volvió a quedarse atrás, fui ascendiendo encontrándome bien, recuperando esa agilidad que el día de fin de año no encontraba, remontando la rampa, girando lentamente a izquierdas y después a derecha, rodando ya entre las paredes excavadas en las entrañas de la montaña y coronando poco después.

Suspiré y observé las manchas de nieve fuera de la pista, resplandecían blancas entre esas laderas que siempre contemplo secas, calientes, coloridas en la primavera, sobrevoladas por cientos de insectos que llenan el aire con sus zumbidos, escuchando el chirriar de las cigarras en el estío…, pero en esos momentos silenciosas, como quietas, como durmientes, puede que aletargadas como los lagartos ocelados guarecidos en sus túneles bajo tierra, como las culebras y víboras, como los eslizones, como cualquier reptil de la Calderona.








Al ratito llegó Joa y continuamos por la pista que se adentra entre los farallones de Pedralvilla hacia la Font de la Gota, hacia el barranco de la Vigueta…, como siempre hacia los caminos y sendas que surcaban la serranía.

Pedaleaba y observaba las manchas de nieve, las dunas heladas que surgían al azar del tiempo, de la misma nevada, del hielo que el viento debió traer o llevar durante la noche y el día anterior…, a solas entre unas montañas que se dejaban nevar, que se dejaban enfriar dócilmente, como sonriendo a esa masa de aire Siberiana, llegada de tan lejos, de visita a esas viejas y bajas cotas de la Calderona..., un viento que incluso despertó al mamut.





Y la serranía parecía charlar con esa visita que muchas veces tardaba en regresar, a veces cada dos o cinco años y que tan solo se quedaba por algunas horas, como mucho por un par de días. Y la serranía parecía charlar, gota tras gota que se filtraba hacia las hoquedades, hacia los aljibes naturales que las montañas albergaban en su interior.., o murmurar cuando crucé sobre un arroyo que atravesaba la pista, ya remontando hacia la Font del Berro, mientras la nieve se iba acumulando, cubriendo el monte bajo, combándolo bajo su peso, de nuevo como hablando, como quedándose ahí, como echando una ultima ojeada a esas cumbres, a esos montes que pronto beberían de ella, que pronto la guardarían en sus entrañas…, parra entregarla desde sus fuentes, desde sus nacimientos.

Miré hacia el caño del Berro esperando ver alguna curiosa escultura cristalina…, pero el grifo estaba cerrado y el agua que se embalsaba en la pequeña pila de piedra pulida estaba líquida.

Alguien bajaba, me miró y paramos.

- Parece que ninguno nos hemos querido perder la nevada ¿eh…?. –dije.

- Si, la verdad es que ha caído más de la que creía…, me he tenido que dar la vuelta, un poco mas arriba es todo hielo.

- Pues aquí no está muy mal pista… -observé contemplando la nieve que ya se acumulaba sobre los arbustos.

- Es nada mas pasar la curva…, pero bueno, imagino que se puede subir pero con cuidado.

- Bueno…, continuaré y si no puede ser, pues se da la vuelta y ya está.

- Venga, pues que vaya bien.

Volví a encajar las calas sin esperar a Joa, empecé a pedalear, alcancé enseguida la curva a izquierdas que encara la rampa que corona el collado de la Morería y el sol recién asomado sobre los riscos iluminó la nieve y el hielo que se había adueñado del camino…, engrané el ultimo piñón y fui guiando la rueda delantera entre los surcos abiertos en la nieve por algún todoterreno.

Parecía otra pista, otro lugar…, pero la tierra rojiza teñía esa mezcla de escarcha, nieve, hielo y barro con sus tonos de rodeno, diciendo quien era y donde estaba. A veces podía ver las piedras que asoman en la cuesta, bajo la capa de hielo, no transparente, como opaco, traslucido, erosionado…, pero aún cubriendo las viejas aristas de rodeno…, cediendo levemente bajo el peso de la Bicipalo, bajo la presión de sus neumáticos y permitiendo que los pequeños tacos se hundiesen en él, hasta que alcanzó una capa mas dura y resbaló, la rueda trasera giró sin moverse del sitio, sin continuar empujándome contra el desnivel, noté como se ladeaba, moví la dirección y los tacos volvieron a hundirse lo suficiente para volver a empujar…, jadeé y empecé a rodar sobre la nieve que veía fresca, por el centro de la pista. La crema blanca empezó a crujir, a pegarse entre los huecos del dibujo de la rueda, a reflejar la luz de un sol que seguía elevándose y arrancando reflejos a una serranía helada.

Escuché voces…, miré hacia delante, por encima del carril y vi a gente en el collado, a ciclistas y a algunos caminantes…, bajé un piñón, continué rodando sobre la nieve y alcancé el cruce de caminos, eché pie a tierra y miré hacia atrás buscando a Joa, pero aún no subía.

Una enorme placa de hielo cubría la explanada…, antes rojiza y de tierra, pero en aquellos momentos blanca y escamada, bajo mis pies podía contemplar una superficie cincelada por la ventisca…, que ya soplaba a esos 640 metros de altitud…, podía ver como esa duna de nieve había sido barrida y moldeada por el viento, petrificada por las temperaturas bajas, por esa lengua siberiana que había helado la sierra con su aliento gris y cristalino, que había traído el silencio con ella, el silencio de la tundra, el silencio de las llanuras blancas y la confusión sobre esos homos que vagábamos allí arriba sin saber a donde ir y sin poder mantenernos en pié…, el ciclista coronó jadeando, apoyó un pié, resbaló y se calló, alguien soltó una carcajada y corrió a fotografiarlo así, caído, descabalgado, indefenso sobre el hielo.

Pregunté a uno de aquellos ciclistas que se movían torpemente, indecisos, frotándose los guantes…, pregunté si se podía pasar a Serra desde el Poll.

- Nosotros hemos llegado a la fuente, pero de ahí para Revalsadores aún hay mas nieve y no se yo si se podrá pasar.

Miré hacia el camino que baja ligeramente en dirección a la fuente…, las roderas de hielo y tierra, los dos surcos sucios y congelados se estrechaban con la perspectiva, con la distancia…, y terminaban desapareciendo en medio de una ventisca que lanzaba pequeños copos de nieve desde los pinos y que aullaba por encima de nuestros cascos…, después miré hacia el camino que subía desde el Berro, por el que acababa de subir y vi a Joa cubriendo los últimos metros…, de nuevo como encogida sobre Camino, con los enormes guantes cubriendo sus manitas, con las perneras protegiendo esas piernas que me hipnotizaron durante aquella primera ruta al Pico del Águila.

- Ten cuidado que todo esto es hielo.

Joa resopló, paró a mi lado y sacó uno de sus botellines, apenas si pudo dar un par de tragos.

- Que fría está… -murmuró.

- Igualito que en verano, ¿eh…?, cariño, estoy preguntando y parece que va ha estar jodido lo del café en Serra, me han dicho que hasta el Poll se puede llegar mas o menos bien…, pero estoy pensando que luego hay que subir al cruce de Revalsadores y después bajar hasta Serra…, y sin frenos de disco…, si hay tanto hielo como aquí va a ser arriesgado y peligroso.

Joa miró el camino que bajaba suavemente hacia el Poll, imagino que vió lo mismo que yo unos instantes antes…, las roderas perdiéndose hacia la cellisca que revoloteaba zarandeada por las ráfagas de viento, la neblina que difuminaba el carril ocupado por el barro rosado, por el hielo, por la nieve.

- Igual no esta tan mal… -volvió a murmurar.

- Mujer…, al Poll seguro que llegamos, pero el hielo se va pegando al flanco de la llanta y termina por no frenar…, y recuerdo que en la primera rampa después de cruce siempre hay hielo, incluso con las heladas normales…, no quiero ni pensar como estará ahora.

- Bueno bien…, ¿entonces…?.

- Pues nos batimos en retirada…, de todas formas ha sido un regalo, hoy dábamos el día por perdido ¿no…?.

- Por lo menos hemos llegado hasta aquí.

- Si pero no des esto por terminado que ahora hay que bajar y creo que la subida también está helada…, venga, vamos a ver.

Eché una ultima mirada al collado, a la luz que salía de la tierra, de la costra blanca y escamada que cubría la arenisca rosada, al deambular confuso de los ciclistas ante una serranía que les daba empujones, que les hacia resbalar que les enseñaba unos dietes blancos y cortantes, transparentes y de hielo, que parecía arañarles con unas uñas blanquecinas, como de un cristal que atravesaba las ropa, los térmicos, los guantes y que se hundía en la piel de Joa, en los dedos ateridos de sus manos que apenas si podían manejar el manillar de Camino.

Nos asomamos hacia la rampa que asciende desde el cruce de las pistas que llegan por el Campillo y desde la cartuja de Porta Coeli…, era otra lengua helada, marcada por las roderas que habían removido la nieve caída y que durante la madrugada se había helado, eran roderas que a veces se teñían del rosa del rodeno o del marrón claro o se volvían casi amarillentas.

Empezamos a bajar con cuidado, tratando de rodar pegados a la derecha, ahí donde la nieve permanecía quieta, posada como ella misma se había dejado caer…, poco a poco logramos llegar al cruce. Otra corteza de hielo se aferraba a la pista, otra capa de cristal sucio que dejaba ver la tierra, las piedrecitas, las ramitas, las virutas de los desmontes del año pasado…, las huellas que permanecían inalterables como el rostro de aquel explorador bajo la capa helada…, recuerdo aquella tarde en el cine, con mi padre, recuerdo aquel perro escarbando en la nieve en busca de su amo. Podían ser las montañas Rocosas o tierras de Canadá o Alaska, podía ser la historia inventada por Jack London o inspirada en los relatos que el escuchó, en las vivencias de aquellos hombres que habrían camino con los trineos tirados por los perros esquimales, por los huskis. No lo se, pero aquella imagen permaneció mucho tiempo en mis ojos, en mi mente…, podría titularse “La selva blanca”, el animal da por sentado que su amo a muerto helado y vuelve con su manada, vuelve a sus orígenes y se aleja para siempre de homo.

- No pasareis…, hay bastante hielo.

Les advertí sin dejar de pedalear…, les vi remontando vestidos con chandal, con zapatillas deportivas y con bicicletas de Carrefour, dos chicas y dos chicas que pedaleaban sonrientes y pasándolo bien.

- ¡Que divertido…¡ -contestó una de ellas.

Continué el descenso, ya mas relajado y con mis neumáticos rodando sobre tierra seca, con los flancos de las llantas libres de hielo pero sintiendo como el viento taladraba mis guantes y petrificaba mis manos…, frené, me guarecí tras un pino que el viento zarandeaba y esperé a Joa. Me vió ejercitando mis dedos, abriendo y cerrando las manos.

- A ti también se te enfrían… -murmuró instantes antes de darme un beso.

- Claro cariño…, hala vamos aseguir que tengo ganas de perderme en la ducha hirviente.

- Entonces…, ¿no vas a dar esa vuelta suplementaria…?.

- Tururú…, me quiero preparar ese cafenet que no hemos podido tomarnos y luego de cabeza a la ducha…, ya haremos otro día esos diez kilómetros que nos van a faltar.

Joa sonrió y de un saltito entró en la ducha, los vapores la envolvieron y pronto sus cabellos se pegaron a su rostro, a sus hombros…, Norton y Mia lloriqueaban al otro lado de la puerta, hasta que terminé de vestirme y salí del cuarto de baño.

- Aún no es hora de pasear –les dije- ahora voy a preparar las costillitas de cordero.

Recorrí el pasillo hasta el salón, los perros entraron a todo correr, resbalaron y volvieron a saltar sobre mi pecho. De vez en cuando veía el hocico de Mía suspendido en el aire, muy cerca de mi cara…, después volvía a caer sobre sus cortas patas y volvía a saltar como impulsada por un muelle.

En la cocina entraba el sol a raudales, olía a café y a través de las ventanas podía ver los destellos del agua, el paso confiado de alguna lavandera sobre las piedras de la piscina, el pinar cercano movido por el viento, podía percibir la calma de aquellos momentos y de nuevo fijarme en la luz de un sol que iluminaba la nieve que aún permanecía en la Calderona.

Al día siguiente.

Amaneció despejado, con menos viento y con un sol que iluminaba la nieve que aún permanecía en la Calderona. Joa conducía y de vez en vez echaba miradas a las montañas…, a las serranías de Chiva, que quedaban a nuestra derecha, después a las cimas de la Calderona…, que enfilábamos con ánimos de caminar sobre ese mismo hielo, sobre la nieve y contra la ventisca que ayer nos sacó de la sierra sin mas palabras que el aullido del viento contra los pinos, que sus resoplidos cuando volaba sobre riscos, entre estrechos, sobre las cimas de los cerros… a velocidad vertiginosa y envuelta en decenas de miles de pequeñas agujas de hielo…, pero el bosque ya nos rodeaba silencioso y encalmado, tan solo oíamos nuestra respiración, nuestros pasos y el crujir de los charcos aún helados, los jadeos de Perdut que corría delante de nosotros, ya con el pelaje de la barriga tiñéndose del rojo de la Calderona, del ocre del rodeno que en sus pelos blancos se volvía rosáceo.

Habíamos tomado un café en el Arquet y remontábamos hacia el castillo de Olocau, también había llamado por teléfono a Carlos, el administrador de olocaudigital y me había dicho que subiría con su Panda 4x4 y nos cogería por el camino.

- Hoy apenas si hace viento –murmuró Joa.

La miré, volví a contemplar ese perfil afilado y a verla cubriendo la pista ascendente con su mochila, moviendo los bastones…, contemplando gozosa el pinar, los muretes, los perfiles de una Calderona helada, cubierta por una nevada que permanecía ahí casi una semana después.







Apenas si me enteré y alcanzamos la falda del castillo, desde allí pudimos ver ya la cima del Gorgó y el despoblado de la Hoya, junto a nosotros salía una senda descendente que según Joa nos llevaría hasta el abandonado asentamiento morisco.




- Creo que sube un coche –anunció Joa.

Unos segundos después reconocí el sonido del mítico motor de 903 cc que montaron los históricos Seat 127, los Pandas y la versión Street de la primera generación de Ibizas.

La calandra del Panda de Carlos asomó trepando la última rampa, paró a un lado y bajó cubierto con una gruesa rebeca de lana.

- ¡Carlos, mi mentor y mecenas…¡ -voceé dándole un abrazo- bueno cariño, este es Carlos…, el hombre que me permitió escribir con absoluta libertad en su web.

- ¿Qué tal, Joa…?.

Le vi darse dos besos, vi como Carlos se frotaba las manos y como nos miraba.

- Oye, habéis subido a toda leche…, pensaba que os pillaría a mitad de camino…, y que alegría me da veros aquí, en el monte…, por cierto, ahí arriba en el castillo hay mas gente que en el Corte Ingles, je, je,

Charlamos un rato allí arriba, Carlos nos hizo algunas fotos y nos despedimos. Joa y yo nos internamos por la sendita y volvimos a movernos en silencio, Perdut volvió a corretear arriba y abajo y descubrí un nuevo rostro de la serranía. Una preciosa senda que discurría entre pinares jóvenes, entre algunos ribazos ya colonizados por el monte, que subía y bajaba, que se retorcía hasta salir a las terrazas de almendros y olivos cultivados ya muy cerca de Hoya.






Caminamos entre manchas de nieve, sobre charcos helados y salimos a la pista, la misma por la que solemos rodar con las bicis y nos encontramos con unos enormes charcos convertidos en piedras rosadas, en bloques de hielo gruesos como lajas de rodeno gris.




Imaginé la helada nocturna, el silencio de una noche fría y dura en la que tan solo se podría percibir el crujido del hielo formándose o el chasquido de las ramas quebrándose bajo su peso.

La nieve cubría esos muretes, cubría los palmitos...,




...cubría el monte bajo, los lados del camino y el hielo cubría la pista, la tiznaba de un blanco sucio…, no veíamos caminantes, tampoco ciclistas o a viejos propietarios vareando el olivar…, solo nosotros pisando los regueros que lentamente discurrían a medida que el hielo mas fino se iba fundiendo con un sol que poco a poco se iba difuminando tras una especie de neblina tenue y alta que velaba el color azul del cielo, que filtraba los rayos solares, esa luz que llegaba desde el espacio y que salía dispersada en todas direcciones cuando incidía en las dunas blancas, en las agujas heladas.




El poblado aparecía cubierto de nieve, sus ruinas permanecían quietas y calladas, ningún humo impregnaba el viejo poblado y ningún tendido eléctrico traía el calor desde los pueblos cercanos.






Dejamos las ruinas y continuamos moviéndonos entre los hielos, entre el barro mezclado con cristalitos y viendo como Perdut no dejaba de correr sobre la nieve, sobre el hielo…, Joa señaló hacia el Gorgó, me dijo por donde se subía pero decidimos bajar por la senda hacia Marines Viejo, ya era algo tarde para hacer cima.

- Por aquí dicen que bajaban a los que morían en Hoya –comentó Joa cuando empezamos a descender por la senda.

La nieve había caído con fuerza y cubría por completo el estrecho carril abierto entre bulbos de rodeno, entre el pinar y entre los matojos que nos cerraban el paso. Blanca y esponjosa, el pasto cedía bajo ella y las rocas suavizaban sus duros perfiles con esa nata fría que muy poco a poco iba discurriendo hacia la montaña, hacia las grietas y huecos que terminaban bebiéndose todo ese hielo, todos esos copos que lentamente se habían amontonado hasta llenar la serranía de tonos blancos, de cristales trasparentes o traslucidos, de una curiosa luminosidad y del silencio invernal en las montañas, en las serranías, en la Calderona.



4 comentarios:

Josep Julián dijo...

Vaya, a vosotros no os para ni la nieve ni el frío ¿verdad? Pues no veas con el frío que está haciendo hoy por Barcelona y sobre todo con la humedad que hay, ya me gustaría a mí ver a los ciclistas subiendo al Tibidabo. Nevar no nieva pero quitado eso, todo lo demás sí.
Un abrazo, valientes.

Pedro dijo...

Hola Josep..., lo de valiente diselo a Joa, ella es la que me está espoleando para que el frio y el hielo no me arrincone en casa..., y el caso es que ella se muereeeeee de frio, mientras que yo lo tolero bastante bien.

Ars Natura dijo...

Hasta aqui en Sevilla nevó una mañana, en algunos puntos llegó a cuajar...

Pedro dijo...

¿Que tal Goyo...?, nieve en Sevilla..., ¿sabes...?, estos curiosos fenómenos, que no por ello aticipo de un futuro cataclismo climático..., vuelven a decirnos que jamas hay que perder el respeto a la naturaleza, al pulso de La Tierra en su dinámica.
Un saludo Goyo.