Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

viernes, 4 de septiembre de 2009

DIARIO DE HOMO: Regresando a las Tierras Bajas.


Su pecho se expandió con la profunda inspiración, percibió los aromas de ella en la oscuridad del refugio de cuero..., escuchó su gemido y se incorporó con cuidado, buscó la lanza y apartó la piel que cerraba la entrada a la cabaña. Distinguió los perfiles del poblado y los carbones de la fogata apagados, pero removidos durante la noche por algún zorro o por algún glotón, distinguió la claridad que comenzaba a mostrarle las cercanas cimas que les protegían de los vientos calidos y secos de la estación de la Luz que barrían las Tierras Bajas, esas que dejaron para subir a las montañas, mas frescas y con pastizales en los que la caza abundaba.

Percibió el silencio de esos momentos y sintió como su piel bronceada se erizaba con el fresco llegado silenciosamente durante los últimos días, sabía que el resto del clan también lo había notado, aunque ninguno había dicho nada.

Se había dado cuenta de que solían prender el fuego más pronto de lo normal y estaban más tiempo alrededor de él. Las mujeres ya salían a recolectar más pronto y durante más tiempo, llenaban sus bolsas de piel y las escondían en lo más profundo de las cabañas, bien escondidas, alejadas de los hocicos de los mismos zorros y tejones que solían merodear durante la noche, cuando todos dormían. Pero nadie diría nada, nadie se movería hasta que el diese la señal..., la que el mismo esperaba ver mirando hacia los bosques, hacia el río, hacia las planicies que contemplaba desde los riscos, mirando hacia un cielo que en los últimos días se llenaba de marcas blancas, como altísimas agujas de escarcha que perforaban las alturas azules.
Se asomó a otra de las tiendas y con la punta exquisitamente tallada de silex, de su lanza, tocó a un muchacho que dormitaba, murmuró algo y terminó por levantarse.
El hombre avisó a otro joven y se encaminó por una senda, por un estrecho caminito que se internaba en el bosque cercano, poblado de enormes árboles que parecían retener la noche, la oscuridad y la humedad de las nieblas entre sus ramas, entre sus matorrales. Percibió el aroma del humus y escuchó el crujido de la hojarasca bajo sus pies desnudos y encallecidos, también escuchó los pasos de los jóvenes, la charla entre ellos..., hasta que salieron del bosque y comenzaron a trepar entre enormes losas de roca grisácea, a veces cubierta de líquenes, con pequeños pastos amarilleando ahí donde se había acumulado algo de tierra traída con los vientos o desprendida con la erosión de las cimas.
Su perfil, de frente alta, recta y de mandíbula ligeramente picuda..., se iluminó con el sol naciente, los rayos volvieron su piel como amarilla y arrancó algunos destellos a sus cabellos castaños, pero aclarados con la luz de la estación..., frente a sus labios se formaron algunas nubecillas de vaho cuando se volvió hacia los adolescentes que coronaban jadeando levemente. Señaló con su mentón hacia esos mismos horizontes y miraron hacia las llanuras, vieron las manadas migrando, bajando de las montañas y atravesando la enorme meseta pálida, pero aún con algunas hierbas verdes y frescas, las ultimas brotadas con las pasadas tormentas.
- ¿Veis algo mas...? -murmuró el cromañón.
Volvieron de nuevo sus ojos hacia los horizontes, hacia las Tierras Bajas que parecían no tener fin y los descubrieron moviéndose entre algunos bosques que crecían como islotes en medio de la planicie.
- Si, a los Hombres de Hielo..., ellos ya se van -aventuró uno de los muchachos, volviéndose hacia el hombre.
Mantuvo la mirada y después observó el físico de su hijo, del primero que llegó. Vió la piel tersa, con algunas cicatrices, con algunas heridas ya curadas, vió los músculos jóvenes, firmes y largos..., su altura, sus piernas largas y la cintura estrecha..., tan distinta a la de los Hombres de Hielo.
- Y si ellos se van es que pronto vendrán los hielos -apuntó el otro muchacho.
El hombre le miró, no era su hijo, pero como si lo fuera. No tenia la envergadura de él, pero sus ojos negros parecían ver mas que lo marrones de su hijo y sus manos reconocían el mejor silex, el mejor pedernal..., su padre dirigió el clan durante muchas estaciones, hasta que perdió la sangre en una cacería..., entonces él ocupó su lugar y decidió adiestrarle junto a su hijo para que juntos guiasen al grupo cuando el no pudiese superar la Estación del Hielo.
Volvió a mirar hacia la llanura, buscó la distante presencia de los Hombres de Hielo y se preguntó porque huían siempre antes que nadie del frío. Recordaba las historias que había escuchado de niño, cuando regresaban los exploradores o cuando los que mas estaciones habían sobrevivido contaban como esos hombres vivieron entre la nieve y el hielo, en cuevas, durante la estación entera, sin moverse, cazando mamuts y uros..., sin moverse hacia las Tierras Bajas. También recordaba, que a veces, cuando los clanes subían a las Tierras Altas se encontraban con algunos de ellos muertos, medio comidos por las fieras, cerca de sus cuevas, como su hubieran estado huyendo o como si no hubiesen logrado comer nada durante el tiempo en el que no se veía ni la tierra ni las rocas, todo bajo la capa blanca, a veces dura como los bifaces y otras blandas como las arenas. Pero muchos de ellos sobrevivían y con la llegada de las flores y de los frutos salían de las cavernas, muy delgados, con la piel blanca y débiles..., pero aún con suficientes músculos para volver a cazar. Hasta que en una estación, justo cuando ellos dejaban las Tierras Altas, les vieron seguirles, les vieron alejándose de los fríos glaciales después de muchas y muchas estaciones viviendo y muriendo en sus cavernas.
El hombre dio media vuelta, se movió entre unas piedras y observó el caño helado de la fuente que discurría hacia el riachuelo del que habían bebido durante todo el tiempo. Buscó una pequeña piedra y rompió con ella la delgada capa de hielo, bebió, dio largos tragos y volvió a trepar, hacia otro mirador que daba hacia unos horizontes de cimas escarpadas, algunas de ellas con los picos más altos tiznados de blanco y cubiertas de nubes grisáceas.
Alzo los ojos y vió las formaciones en V, vió a las aves sobrevolando las cumbres, abandonando los humedales y lagunazos en los que las habían estado cazando durante la estación. Las vió muy altas y sintió un escalofrio..., imaginó que volaban hacia lugares muy lejanos, hacia donde volaba ese que iba el primero. Cabeceó y suspiró tranquilizado, a veces cuando los cazaba temía matar a alguno de esos guías, temía que no pudiesen marcharse, como lo hacían ellos, hacia las Tierras Bajas..., y tenia la extraña sensación de que si esas aves no se marchaban morirían apresadas por el hielo que cubriría las manchas de agua donde anidaban.
Acompañó con su mirada a otro bando y..., escuchó los arrullos de los abejarrucos, no los había visto en todo el verano y esa tarde, una de las últimas que paseé con la manada, me sobrevolaron. Vi sus estilizadas siluetas contra el cielo del atardecer, imaginando sus hermosos plumajes multicolores..., amarillos, verdes, azules..., el largo pico, las aguzadas alas.
Ellos también migraban a África..., y continué el paseo entre las fincas de cítricos, echando miradas a la Calderona, envuelta ya por nubes azules que el mediterráneo enviaba a sus cumbres, envolviéndolas y empapándolas al final del día, al atardecer de los últimos días de agosto, de los últimos días en esas tierras que llamé “Altas...”.
Pero ya hemos regresado, ya he traído a mis padres a las Tierras Bajas, a las Tierras de Hormigón, ahí donde la pisada es dura, ahí donde solo ves fachadas y coches aparcados, ahí donde solo escuchas a los vecinos, a las televisiones a demasiado volumen, ahí donde apenas si paseas, donde ves un pedazo de cielo encerrado entre los áticos..., pero no me encuentro demasiado mal. Tengo muy frescos en mi mente esos paseos con los chuchis, las escasas escaramuzas con los conejos..., no conseguimos depredar sobre ninguno pero alguna carrera se echaron Norton y Mia, a la pobre perrita le salió una liebre, Norton andaba distraído y algo alejado. Ni siquiera di la voz de alarma, me limite a observar la salida de la rabona, a ver sus altas orejas rematadas en negro y a ver sus altas patas impulsándola, yo creo que entre risas ante la arrancada de Mia. La despistó sin problemas, al rato apareció Norton y le dije.
- ¡Ay lo que te has perdido lebrel, lo que te has perdido..!.
En las siguientes tardes volvimos a pasar por el mismo sitio, pero la rabona no volvió a asomarse y si estaba encamada ni la vimos, imagino que nos vió pasar..., a homo y a los cánidos, quieta, camuflada, inmóvil, con las orejas plegadas sobre su áspero lomo, confundida entre las matas resecas de esparto, entre los romeros sedientos y leñosos.
Recuerdo que mientras caminábamos yo observaba conteniendo el aliento, esperando es arrancada, deseando ver a Norton lanzado tras la liebre..., pero lo dicho, no ocurrió. Entonces continuábamos el paseo, atravesábamos un bosquecillo de pinos, después nos movíamos por la linde de un campo de naranjos que daba a otra parcela baldía y cubierta de gramíneas resecas, entonces Norton se paraba y miraba hacia la explanada. Yo también y me imaginaba que el medio galgo oteaba porque en su cerebro de matador aún flotaban imágenes en forma de recuerdos, de aprendizajes que el ni siquiera había vivido, pero si sus ancestros, los mas cercanos en la meseta castellana. Allí donde apenas si hay vegetación y las liebres ganan sus vidas a la carrera, sin matas donde guarecerse, sin agujeros por los que desaparecer.
Después de los naranjos volvíamos a movernos entre los pinares, remontábamos un repecho descarnado, cubierto de gravas y rocas. Los chuchis entraban y salían del bosque, salvo el pequeño Cecil que les observaba sin dejar la pista, aunque en las últimas tardes ya fué capaz de moverse entre las matas de esparto con cierta habilidad, incluso llegó a perseguir a uno de los conejos que dieron esquinazo a Norton y Mia.
Y ya junto a esos pinos, me gustaba echar una mirada a una cuidada parcela de algarrobos, Mia correteaba por la linde y el resto de la manada vigilaba. Era curioso, me gustaba contemplar esa extensión de pequeñas piedras, de cantos cubriendo la tierra..., veía armonía y naturalidad en todas y cada una de ellas.






















Poco a poco íbamos dando la vuelta, pasando bajo las montañas de lodos resecos que se acumulaban alrededor de una enorme balsa de riego y volviendo a subir otra cuesta. Los perros ya jadeaban y ante mis ojos volvía a aparecer la Sierra Calderona, primero el macizo de Revalsadores y a la derecha, de un tono más claro, las distantes ruinas del castillo moro de Serra. A su derecha la cima plana de la Mola de Segart y más a la izquierda los picos, de aspecto volcánico del Gorgó.
A finales de agosto y al atardecer, las veía cubiertas de nubes bajas, entre grises y azuladas, las veía como refrescadas, de un azul oscuro..., y yo sentía en mi piel desnuda esa misma brisa llegando desde el mediterráneo. Norton también se paraba, pero no para observar las montañas, se paraba y jadeando fijaba sus ojos en la pista forestal que bajaba flanqueada de pinares y monte bajo, esperaba la arrancada de algún conejo..., yo también esperaba y escuchaba su jadeo y el canto mas intenso de los pinos. La brisa susurraba entre sus ramas, silbaba sobre mi cabeza y llenaba la tarde con los sonidos del viento, como anunciando algo en medio de un bosque silencioso, fatigado tras los calores, como esperando el letargo del otoño, sus lluvias, los fríos del invierno.
Seguíamos el paseo hasta encontrarnos con el charco en el que se habían refrescado durante varios días..., pero la lámina de agua ya se había evaporado, ya se había consumido y tan solo quedaba una manchita de humedad y sus huellas impresas en el barro blancuzco, se paraban entonces bajo el pino y esperaban a que llegase, después volvían a seguirme hasta que llegábamos al chalé.













Y el domingo los paseé por a mañana, después de dar una pedalada en solitario con la Flaca, echando de menos a Joa y con cierta tristeza. Rodé por el Camino de las Canteras y luego di el paseo con la manada, a la vuelta Norton no quiso comer, Mia se guareció detrás del sofá y el galgo esquivó mi mirada. Ya estaban raros los dos últimos días, no voy a decir que intuían el regreso a las Tierras Bajas..., pero si me atreveré a decir que ya olían mi propia ansiedad a la vuelta, aunque realmente no era miedo a volver al trabajo, era la leve desazón de volver a la ciudad, el desanimo de volver a vestirme, de volver a pensar al ritmo de una autopista. La decisión dolorosa de renunciar a los pinos, a las montañas, a la tierra, a los perros..., a cambio de mi vida como ciudadano, como conductor, como autónomo, como contribuyente, como vecino, como habitante entre muros de ladrillo, sobre pistas de loseta, a caminante sobre lenguas de hormigón, de alquitrán repleto de marcas viales.

Acomodé a mi padre en el asiento delantero como pude, los dolores en las costillas y en las muñecas habían mejorado, pude bajar los escalones del porche con la silla de ruedas y después fuimos vaciando la nevera, bajando persianas, comprobando los grifos, guardando la Bicipalo y cargando a la Flaca en la ranchera.

Norton y Mia no querían salir de la casa..., al final se movieron por la terraza, el galgo con la cabeza gacha, caminando cansino, con la mandíbula cerrada..., seco y estrecho, huesudo y con las orejas gachas. No quiso mirarme, Mia se tumbó bajo la mesa y aún me lanzó una mirada desde sus Ojos de Miel..., subí al coche, di marcha atrás y mi hermana Mónica cerró los portones.




















- Ay..., ahora que me estaba acostumbrando a estar aquí... - suspiró mi madre.

Salimos a la vía de servicio, vi el asfalto y recordé las pedaladas por carretera con Joa, el día de Alcublas y la última salida en montaña, fuimos a la Olivera Morruda y lo pasamos bien. Recuerdo que salimos sin nubes, pero a medida que íbamos remontando hacia Peñas Blancas unos panzudos nubarrones ocultaron el sol, se nos echaron encima llegando desde el mar, como surgiendo de entre las mismas montañas que comenzaban a cubrir en esos momentos.

















Me recordó a una de las salidas a mediados de julio, subíamos por la Font de L´abella, coronamos junto al mirador y cuando nos dejamos caer hacia el valle del barranco de la Vigueta volvimos a encontrarnos con esas nubes que el mar había lanzado, como engañadas hacia las montañas, como espesos bancos de niebla marina que deberían vagar y vagar rozando la superficie de los mares pero que habían terminado por embarrancar contra los pinares, contra los riscos forrados de líquenes verdes y anaranjados o en el mismo barranco de la Vigueta. Recuerdo que frenamos hasta echar pie a tierra, esos vapores flotando en la serranía me hipnotizaron, aquellos tonos apagados, el dorado muriente de los herbazales, los tonos ocres moteando las laderas sin pinos..., creí haber atravesado algún túnel del tiempo que conducía a otra estación o a las montañas norteñas. Joa sonreía ante mi sorpresa, ante mi confusión.
























Hicimos fotos, como también las haría, mientras ella pedaleaba hacia Finisterre, a otra nube que también volvió a embarrancar en el barranco de Vigueta, engañada por las brisas, pegándose al fondo como queriendo esquivar, como tratando de alejarse de los rayos del sol que ya caían sobre ella..., también la fotografié, incluso escuché con sus mugidos de dolor, como los sonidos que inundan los océanos cuando hablan los mamíferos marinos..., nunca había visto una nube ahí, abandonada a su suerte, agonizando entre las jaras, entre los tomillos, entre los romeros, entre las coscojas, entre las aliagas.




Y Joa no terminaba de encontrarse bien encima de Ainielle, encima de su bici de carretera, pero pedaleaba tenaz y silenciosa detrás de mi rastro. Subimos el puerto de las Yacubas, contemplando las vistas brumosas del Camp del Turia y atravesando el pueblo, que despertaba tras una noche de fiesta, aún vimos a los empleados del concierto recogiendo los andamiajes del escenario, los altavoces..., y a las vecinas regando la calle, tratando de limpiar las manchas de bebidas, de los orines, algún que otro vomito.




Rodamos en la soledad absoluta, en el silencio de esos parajes hermosos y serenos, contemplando los bosques de carrascas y tomando unos cortados en el bar de la Cueva Santa, mirándonos como dos adolescentes y volviendo a pedalear un rato después. Desde Altura comenzamos de nuevo a remontar hacia el Pico del Águila y me entró cierta angustia por Joa. Pero llegaron las primeras rampas y fuimos remontando sin prisas, sin agobios..., entre pequeñas parcelas de almendros, entre bancales de olivos y entre taludes y terraplenes de rodeno..., atrás quedaron las rectas de Montemayor, en Las Alcublas, las vistas amplias..., en esos momentos movíamos las bielas encajonados entre viejas montañas cubiertas de manchas de pinar y de reseco monte bajo.





Y en los últimos kilómetros, ya por la vía de servicio, insistí en que se colocara a mi espalda, al rebufo..., veía a Joa algo cansada, llevábamos ya mas de 90 kilómetros y dos ascensiones. Pero la montañera no terminaba de entender eso de ir pegada a una rueda sin ver nada mas, al final cedió y rodó “a rueda” un poco, pero al rato daba un tirón, se ponía en paralelo, sonreía, me miraba y decía.

- Es que me gusta verte a ti..., no a tu reda...

Entonces me entraba la “tontera”, sonreía y me olvidaba de todo..., pero ese “todo” no dejaba de existir..., volví a verlo a través del parabrisas de mi ranchera, afloró cuando mi padre anunció, ya cerca de Valencia que no sabía si podría contenerse las ganas de hacer de cuerpo. La realidad se alzaba en forma de edificios, en forma de un asfalto que lo inundaba todo, en forma de hileras de automóviles estacionados.

Llegamos a Valencia y con calma fuimos descargando el coche, mi madre se movió con cierta torpeza y el pequeño Cecil se quedó quieto en medio del salón, algo confuso, movió la cabecita..., pero no vió a Norton ni a Mia, tampoco los escalones de la terraza, sobre los que se tumbaba a veces para darse baños de sol al atardecer, tampoco la grama salvaje que buscaba para refrescarse, para mordisquear los fibrosos tallos o para acosar inocentemente a alguna mantis religiosa disfrazada de hierba reseca.






El último en salir del coche fue mi padre, como siempre. Encaré la silla de ruedas y le advertí que no hiciera ningún movimiento brusco, que yo no estaba aún recuperado del batacazo con la Bicipalo, pero conseguí colocarlo en la silla y lo empujé hasta el patio.

- A ver como estas de fuerzas, papá.

Mi padre apretó las dentaduras postizas, lo incorporé, subió el primer escalón con la pierna sana y después logró izar la pierna inmovilizada hasta colocarla junto a la otra.

- ¡Muy bien, papá...!.

Fuimos subiendo la media docena de escalones y terminó sonriendo satisfecho, jadeando y mas encorvado de la habitual, aferrado a mi mano izquierda y mirándome desde sus viejos ojos azules..., al día siguiente un ruido sordo me inquietaría mientras subía las escaleras, después el llanto de un anciano, como el aullido de un perro herido y después la visión de mi padre tumbado en el suelo, caído ante la silla de ruedas, boca arriba y con las dentaduras desencajadas.

- Tranquilo papá, tranquilo...,

Se sujetaría su inmóvil brazo derecho, ya sangrante y con la piel delicada y frágil, tan fina que los hematomas ya crecerían bajo ella ahí donde no sangraba..., era el efecto de la medicación anticoagulante.

Busqué unos cojines y se los coloqué bajo la nuca.

- Me ha dicho que lo pusiera a hacer caca y nos hemos caído... -se lamentaría mi madre.

- ¿Tu estas bien...?.

- Si, si..., me he pegado en las rodillas pero las tengo bien, no me duelen.







































































7 comentarios:

celia dijo...

Pedro , me he quedado ....... ¿ Como estais hoy todos ? Espero que mejor .Nos vemos pronto.Por cierto , Cecil , aparece en las fotos , como si fuera el jefe, ¡¡¡ que porte.......!!!!!
Un beso para todos , " los Bonache ".

Pedro Bonache dijo...

Heyyy Celiaaa....¡¡¡, me encanta la imagen que has tomado para identificarte, digamos que formas parte de esa especie de altar, de rincon mágico que supone ese espacio de los "seguidores".
Pues si, Cecil aparece como dominante pero Norton lo vigila de cerca y no le pasa ni una,pero ni una. De vez en cuando le gruñe y con ese enorme hocico lo somete.
Un beso Celia..., y bueno, ¿sabes..?, creo que Joa habría encandilado a tu padre..., ella forma parte de la montaña, sonrie cuando le rodean los riscos y los bosques.

Josep Julián dijo...

Debe haber sido doloroso para ti volver a las Tierras Bajas pero ya sabemos que ahí es donde tenemos el sustento y las obligaciones. Un hombre que ama tanto la naturaleza como tú debe sentir un vacío enorme pero seguro que tu instinto no te mantendrá mucho tiempo alejado de las Tierras Altas.
Un saludo.

Pedro Bonache dijo...

Hola Josep..., pues tienes razón, el sabado pasado salí con Joa y lo pasamos bien dando pedales sobre la tierra y escapando por los pelos de una fina lluvia.
¿Sabes...?, mas que doloroso por alejarme de los entornos naturales..., me resulta frustrante el no haber descubierto nuvos recursos mentales para reorientar mi vida, mi sentir, mi forma de percibir. Estoy maniatado con la dependencia de mis padres y esa situación condiciona tanto que me veo abocado a girar en torno a ellos renunciando a mi verdadera forma de reconocer la vida, toda su complejidad, sus posibilades..., a medida que vamos envejeciendo,creciendo, acumulando años y experiencias..., en fin, veremos que ocurre cuando lleguen los frios y los hielos..., de momento solo se que este domingo llega la Matahombres, será una prueba mental y fisica, y ciertamente, tengo curiosidad.
Un saludo Josep.

Josep Julián dijo...

Ya nos contarás cómo ha ido. Ya veo lo que tr condiciona la atadura a tus padres, es un sacrificio muy grande el que haces pero nunca olvides que esto acabará algún día y que tú permanecerás todavía muchi tiempo.
Un abrazo.

Ñita......Anto Ñita!! dijo...

Entiendo perfectamente como te sientes,el no poder a veces ser dueño de tu propia vida y vivir acondicionado por los que tenemos alrededor,a veces es desalentador,en estos casos solo queda la opcion de disfrutar de esos pequeños momentos que nos brinda la vida.
El otro dia ví todavía un pequeño grupo de golondrinas,volaban jugueteando a mi alrededor,aprovechando los últimos dias del verano,me acordé de tí y de Joa,y no pude evitar sonreir y por unos minutos me dejé llevar por ellas,sintiendo la libertad que sienten ellas con su vuelo....

Pedro Bonache dijo...

Africa, un comentario precioso y una hermsoa escena, esa de las golondrinas, preguntandose unas a otras "¿cuando nos volvemos al continente Madre...?".
Esa sonrisa tuya al verlas revolotear me llena de gozo, esos son los sencillos y humildes momentos que llenan de luz y alegria nuestra vida..., lo ideal es vivirlos y contemplarlos siempre, mañana,pasado..., dentro de un año, dentro de diez...y al final, entender lo que nos rodea, lo que nos envuelve y volar como ellas.