Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

sábado, 1 de agosto de 2009

"ATAPUERCA 640, MI VIAJE"

Hace unas semanas recibí un correo de la Red Social de Amigos de Atapuerca..., me quedé observando esa dirección y sonreí aliviado, después de seis años de aquel viaje a Atapuerca en bici, por entonces dando pedales sobre La Querida, que era mi Massi ZX-II..., desde el mismo chalé de mis padres, aquí a orillas del mediterráneo hasta los yacimientos pleistocenos en la Sierra de Atapuerca, ya en Burgos.

Fueron seis días de viaje en solitario, por pistas forestales siempre que podía o por solitarias carreteras vecinales..., llegué pedaleando hasta los mismos yacimientos, reconocí en la distancia la silueta del lomazo de Atapuerca y a medida que me acercaba, los andamios amarillos y las cubiertas que protegían a los excavadores del duro sol mesetario.

Al día siguiente los visité y terminé volviéndome a Valencia en tren y de la estación del Norte hasta el chalé de nuevo pedaleando. Unas semanas después empecé a escribir el libro del viaje. Primero con la maquina de escribir hasta que mi amigo Vicente se escandalizó ante el traqueteo de mi tosco teclear en la terraza del chalé.

- Te tienes que comprar el ordenador... ¡yaaaa....!

Se puede decir que me llevó “de las orejas” hasta PC City, allí compré este portátil y en los siguientes días Vicente me enseñó a encenderlo y apagarlo sin estropearlo, me enseñó a abrir el Word y a escribir.

- Ahora ya puedes continuar escribiendo..., y si tienes algún problema llámame.

- Vale... -murmuré aterrorizado ante el artefacto y sin saber que hacer con el botellín de Tippex,

Fui narrando aquel viaje, pasó el mes de agosto, llegó diciembre y mi padre sufrió el infarto cerebral, tuvimos que mudarnos de piso y de malas maneras conseguí terminar el libro..., salieron más de 400 páginas, de un relato denso, lento, muy personal, con saltos en el tiempo y en la historia..., que creo que nadie llegó a leer. Mandé un ejemplar a la editorial Desnivel, nuca contestaron, también los envié a la atención de uno de los codirectores de los yacimientos y tampoco hubo respuesta..., al final olvidé el asunto desilusionado y ya completamente desbordado por las secuelas del ictus de mi padre.

Y ahora, seis años después, alguien se acuerda de aquel viaje y me invitan a formar parte de esa comunidad de amigos de Atapuerca..., quiero dedicarles este post y el fragmento del libro que muestro a continuación.


"ATAPUERCA 640, MI VIAJE" (Recorte del capitulo 5)

Percibo resistencia en los pedales, cambio de marchas y la cadena pasa a una corona de mayor dentado, subo más cómodo y el asfalto asciende ya sin disimulo. Pedaleo ya junto a un quitamiedos y venzo ligeramente mi cuerpo hacia delante para trasmitir un poco de peso en los pedales y ayudar a Las Nenas. La carretera serpentea y trazo esos virajes lentamente, trato de no jadear, de mantener un ritmo suave y de dejar que sean Las Nenas quienes lo marquen. Voy ganando altura entre estas cimas que señalan la cercanía de la Sierra Ministra, encaro otro giro y veo ya esas antenas instaladas en la colina más alta, consigo coronar y allí abajo, a mi derecha, distingo el casco urbano de Torralba entre algunas choperas y rodeado de campos de cereal. El asfalto comienza a bajar y cambio de marchas dos veces seguidas, engrano el plato grande y Lq y yo nos lanzamos puerto abajo ganando velocidad rápidamente, freno ante esa curva, giro a izquierdas y vuelvo a pedalear enfilando otra recta. El viento silba en mis oídos y los neumáticos taqueados zumban sobre el asfalto como ese enjambre imaginario de abejas que me sigue siempre que ruedo rápido sobre asfalto. Recorro toda la recta y trazo una curva a izquierdas entre terraplenes de tierra amarillenta que se desmorona desde las lomas cultivadas, viraje a derechas, otra vez a izquierdas y llaneo hasta Torralba. Atravieso el pueblo y sigo en dirección a Ambrona. Salgo de la población y de nuevo encaro un repecho rodeado por esos mismos páramos con el cereal ya cortado. Gano la altura y llaneo con unas bonitas vistas, a la derecha se alzan lomas demasiado elevadas para poder ser cultivadas, pero a sus faldas el hombre aprovecha cualquier pedazo de tierra para sembrar. Veo el rastro ondulado de las segadoras y pequeñas islas sin trabajar pobladas por arbustos y plantas rastreras resistentes a los crudos inviernos de estas parameras sorianas.


Con la mirada busco algo por esas lomas, algo que hace 300.000 años pastaba por estas tierras, antaño pantanosas, desérticas y tan solo ocupadas por animales salvajes como elefantes de defensas rectas y por rinocerontes lanudos. Especies hoy extintas de herbívoros que también convivían entre seres humanos cubiertos con pieles poco trabajadas, que portaban lanzas e instrumentos de piedra que utilizaban para despellejar a esas piezas de caza, para curtir sus pieles y puede que incluso para honrar a alguno de sus muertos..., eran los Homo Heidelbergensis, descendientes directos de antecessor, el poblador primigenio de la Sierra de Atapuerca. Heidelgergensis deambuló por estas tierras y probablemente carroñeó sobre los animales que quedaban atascados entre los lodos y cenagales de estos paramos..., en estas mismas tierras sobre las que ruedo sin ver a nadie, sin cruzarme con ningún vehículo y escuchando tan solo el rumor de las gomas y el de mi respiración. Se van sucediendo los cambios de altura y después de un giro a derechas veo otra vía ferroviaria trazada en una franja de terreno sin labrar, sobre un puente elevado entre sillares. Lo flanquea un pretil del mismo material pétreo y luego vira a izquierdas dejando paso a un quitamiedos de chapa ondulada..., ¡está allí...!, escucho sus barritos, agita la enorme cabeza y sus defensas de marfil lanzan destellos, está en lo alto de una loma pero aún bastante lejos, no se pueden apreciar sus más de cuatro metros de alzada ni los más de cuatro mil kilogramos de peso. Un animal impresionante incluso comparándolo con el mayor de los paquidermos africanos.

Me dejo caer cuesta abajo, unas pedaladas más y vuelvo a mirar hacia esa loma, el palaeoloxodón permanece inmóvil en medio de los paramos, incluso parece pequeño a esta distancia, insignificante en esta inmensidad silenciosa que me rodea.

Deseaba que llegase este momento desde que a mediados de junio empecé a documentar el viaje, compré un libro de Luis Markina titulado “El Camino del Cid en bicicleta”, profusamente ilustrado con fotografías y con un texto riquísimo en datos históricos. Quedé fascinado por una de esas instantáneas en las que se ve al autor pedaleando con la silueta del prehistórico elefante al fondo, entre estos mismos campos pero con los cereales aún verdes y en crecimiento. Deseé estar allí y sentí temor, no confié en mi mismo y bajo el calor asfixiante de Valencia dudé de que pudiese realizar este viaje..., pero ahora ya estoy aquí, he cubierto bastantes kilómetros y me encuentro bien. Conseguí superar ese bajón de moral en Ademúz y cada vez estoy más cerca de ese mamut que domina la loma y algo más próximo a esa Sierra de Atapuerca de la que oí hablar por primera vez hace unos cinco años. Por entonces aquel nombre me sonó incluso desagradable y no presté demasiada atención a la noticia que daba el telediario. Pero algo grande debía de estar ocurriendo en ese lomazo burgales porque de nuevo volví a oír hablar del yacimiento, está vez si que preste atención y un dato me hizo reflexionar durante bastante tiempo..., “los pobladores primigenios de la sierra desconocían el uso del fuego...”, y un tiempo después, ojeando una de las revistas del Circulo de Lectores me detuve en la sección de novela histórica. En ella se presentaba la saga completa de “Los Hijos de La Tierra”, de la antropóloga Jean Marie Auel y que se abría con la narración titulada “El Clan del Oso Cavernario”, dudé sobre si ese tema me interesaría lo suficiente o no, ¿qué les podía ocurrir a nuestros ancestros que a mi me pudiese interesar...?, la encargué con ciertas dudas, alterné su lectura con mi trabajo y con mis salidas a la Sierra Calderona con Lq. Pedaleaba por sus pistas forestales reviviendo la odisea de neardentales y cromañones, frunciendo el ceño y descubriendo un nuevo pasado que enterré hace unos años cuando estudiaba el BUP y encontraba ese tema poco atrayente y complicado de memorizar por la cantidad de datos que se daban. Pero en medio de la sierra, envuelto en ese silencio y con el torrente sanguíneo circulando a gran velocidad tras superar cualquiera de las muchas rampas de la Calderona, sentí que volviéndome hacia atrás podía descubrir mucho más de mi mismo que confiando plenamente en la sociedad actual, más que aceptando sus premisas, mucho más que siguiendo los caminos que nos marcan para alcanzar esa supuesta felicidad o esa aparente la plenitud..., fui descubriendo mi proximidad hacia la tierra sobre la que se apoyaban las ruedas de Lq, hacia los insignificantes insectos que se movían sobre ella o hacia esas águilas perdiceras que de vez en cuando se dejaban ver sobre las montañas. Me extasiaba con su contemplación y tenía la certeza de que ellas también me habían visto. Ahora, cuando pedaleo por alguno de mis rincones favoritos, paro y me quedo quieto percibiendo el silencio del atardecer, es efímero porque pronto escucho a los autillos y mochuelos, pero existen unos minutos de calma absoluta llena de vida y de sentimiento. Observo los pinares, los campos de algarrobos y la piel se eriza con el frescor del cercano crepúsculo. Muevo la cabeza lentamente, veo a través de mis ojos y a veces me asaltan sentimientos extraños, no se si regresar a casa o no, siento que pertenezco a este entorno y que no soy mucho más que esa rapaz nocturna que me lleva observando desde que he parado aquí, pero quieta, camuflada, esperando a que las sombras se adueñen por completo del monte..., entonces el humano tendrá miedo y se cobijará en su refugio de hormigón cubierto de tejas.

Encaro una recta y llego hasta un panel informativo de fondo rosa y letras blancas, señala la presencia del Museo Paleontológico de Ambrona, me desvío a la derecha y el estrecho camino revestido va ganando altura al ascender por la loma dominada por el elefante pelirrojo. La voy rodeando sin dejar de subir, tengo el sol de frente y llegamos a una explanada de tierra sin árboles ni sombrajos. Algo desplazados sobre la cima de la colina se alzan dos edificios rústicos y sencillos. Con un par de pedaladas llego hasta uno de ellos, es de planta baja y con el tejado a dos vertientes, el otro es de arquitectura curiosa y diría que el suelo está a un nivel inferior, como escavado, su tejado es una fuerte rampa que desagua a la parte trasera. Apoyo a Lq en una bancada de piedra que rodea el patio del museo propiamente dicho y compruebo entre mis propias risas que está cerrado. Me río porque esto también les pasó a los mismos amigos que me avisaron sobre la elementa de Ocentejo, ellos cubrían la Ruta del Cid y se desviaron hasta aquí para ver el museo, se lo encontraron cerrado, como yo. ¿Entones que hay que ver aquí...?, se preguntaría cualquier persona, no hay nada, hierbas ralas y resecas, una tierra de textura arcillosa pero resquebrajada y endurecida bajo ese sol que domina un cielo sin una sola nube. Lomas y colinas, algunas cosechadas y otras baldías, salvajes, arbustos y más lomas, páramos y un silencio casi absoluto..., solo se escucha el crujir de la gravilla que recubre la explanada, me encamino por un camino descendente hacia la silueta del mamut, se estrecha hasta convertirse en una senda flanqueada por postes metálicos. Alcanzo un pequeño mirador y la vista vuelve a ser la misma, horizontes ondulados, manchas de cereal, de monte desprovisto de arbolado y una franja de asfalto grisácea que conduce hasta Ambrona, mi misma presencia, no hay nada en movimiento y pese a estar a pleno sol no siento excesivo calor, el cierzo debe andar susurrando guarecido entre las colinas, soplando cuando la gigantesca estrella deja de mirar y provocándome algún que otro escalofrío. Bajo por un suave terraplén que lleva hasta el palaeoloxodón y lo observo situándome frente a sus cuernos...

... su mole es imponente y unos crujidos preceden al brillo de sus ojos negros y profundos, su piel se cuartea y una pelambrera rojiza emerge entre arterias y venas que surgen bajo la gruesa epidermis, la trompa se alza, balancea sus defensas y barrita lanzando un aliento denso y espeso, Homo Heidelbergensis retrocede de un salto, la bestia vuelve a lanzar un berrido y sale del cenagal con sorprendente agilidad. Ellos pensaban que estaba atascada y habían decido acosarla a ella antes que a la pequeña cría que pastaba en lo alto de una loma, arrancando hierbas verdes y jugosas mientras la madre se revolcaba en la ciénaga ajena a las siluetas humanas que las habían rodeado portando largas lanzas de madera..., y ahora lo tiene muy cerca, tanto que carga contra él mientras lanza una mirada hacia la loma en la que pace su cría. El humano recula, gira sobe si mismo y su potente musculatura le permite correr cuesta arriba por la loma, puede escuchar los barritos sobre su nuca, sentir el sordo impacto de las pezuñas muy cerca de él y los gritos de sus compañeros de partida, pero se revuelve sujetando la lanza con las dos manos y carga contra el inmenso pecho rojizo que inunda su campo de visión. La afilada punta atraviesa la piel, brota una espesa sangre a borbotones que cae sobre su rostro poco antes de que el animal voltee la gigantesca cabeza y una de sus defensas le golpee en el costado. Algo se rompe en el tórax de homo y las costillas astilladas perforan los pulmones, sale despedido y rueda sobre las hierbas entre toses sanguinolentas. Logra incorporarse y la hembra de palaeoloxodón topa contra él brutalmente, lo aplasta bajo sus patas y emite otro bramido cuando una lanza penetra en su cuello empujada por unos poderosos brazos. Se vuelve hacia él pero ya ha retrocedido, esta fuera del alcance de sus cuernos, trota agitando la trompa y otra punzada la hace girarse y frenar, otro de esos palos cuelga de su vientre, la sangre resbala por él y vuelve a ver a otro humano, tampoco puede alcanzarle y entonces escucha una llamada conocida. Mueve su cabeza hacia la loma y ve a su cría nerviosa y pateando, agitando las orejas y lanzando barritos agudos, pero algo penetra en su campo de visión, su ojo izquierdo es destrozado por la precisa lanza hundida por otro de esos brazos fuertes engarzados a hombros anchos y bulbosos, a troncos amplios y a anchas caderas y con unos rostros distintos a sus ancestros antecessor..., ha desaparecido ese perfil recto, para volver a una ligera proyección desde la nariz al retraído mentón después de 500.000 años de evolución, ahora es él, heidelbergensis quien habita en la Sierra de Atapuerca, aquí en las tierras de Ambrona y Torralba y en Europa y son ellos quienes acosan a la hembra de palaeoloxodón..., la lanza cuelga de su ojo hasta que agacha la cabeza y la rompe contra la tierra pero otra penetra justo por detrás de una de las patas delanteras. Ese humano se ha acercado demasiado, se vuelve hacia él y la defensa golpea en su cuello, sus músculos no pueden soportar la brutal embestida y las cervicales se parten con un crujido, la cabeza cuelga inerte y homo se derrumba. La hembra prorrumpe en berridos orgullosa pero por su único ojo ve a otros de esos seres trepar hasta su cría, trota hacia ella, desciende por una de las lomas y atraviesa el cenagal hasta que el barro y las tierras saturadas de agua la engullen hasta el pecho, las varas cuelgan grotescamente de su cuerpo rojizo, los regueros de sangre se confunden con las costras de lodo y con su propia pelambre. Se hunde, su enorme peso separa los limos y pronto siente ese barro en su garganta, trata de respirar y el agua putrefacta llena sus pulmones, se sumerge su ojo sano, las amplias orejas, el robusto lomo y un sabor familiar pero muy lejano en el origen de los tiempos inunda su garganta hasta asfixiarla..., ya no puede escuchar los barritos de su cría ni los sonidos que emiten esos seres, se hunde en la oscuridad y reposa durante miles de años hasta hoy...



1 comentario:

Amigos de Atapuerca dijo...

Hola Pedro, buenas tardes.

Navegando por el éter, como siempre en busca de todo lo relacionado con Atapuerca, he vuelto a encontrar tu blog, esta vez actualizado con un comentario a mi invitación a unirte a la Red Social de Amigos de Atapuerca y con esa dedicatoria de un fragmento de tu libro.

Te agradezco la deferencia y te reitero mi admiración por tu viaje.

También tengo que decirte que he podido ver tu trabajo en olocau.digital y ahora puedo añadir mi admiración personal por la importancia que das a unos valores que hoy en día están en desuso y que conforman lo mejor de los seres humanos. Tienes todo mi respeto por ello.

Solamente quisiera añadir una rectificación en tu comentario. Nuestra Red Social de Amigos de Atapuerca es sólo eso: una Red Social que trata de unir a personas con un interés común: Atapuerca. No representa a la Asociación de Amigos de Atapuerca, ni al programa de Amigos de Atapuerca ni a la fundación Atapuerca, entidades todas ellas muy respetables, pero que no tienen nada que ver con nosotros ni con las que nos sentimos especialmente representados.

Recibe un fuerte abrazo, y por favor sigue en la brecha, no solamente porque no quede más remedio, sino porque es "lo que se debe hacer".

Espero verte pronto por la Red Social.