Todos los humanos parecen dormir, consiguen conciliar el sueño cuando el calor del día se mitiga con las ultimas horas de la noche, cuando esa atmosfera seca y fresca se desliza desde el norte y entra por las ventanas. Yo la percibo en mi piel y cuando separo los parpados descubro que la noche se aleja, que poco a poco la oscuridad se aclara.
La gente sigue durmiendo y la manada y yo ya paseamos por el monte, Norton descubre a tres conejos allí en el hondo, se miran pero no se arranca, sabe que estan demasiado lejos. Seguimos caminando, respirando el primer aliento del día, empandonos de su pureza y de su luz tenue y agradable.
Amanece sin nubes, con el cielo límpido y en el descubro el vuelo veloz de los vencejos que ya han abandonado las ciudades, ahora vuelan con sus polluelos, les enseñan a cazar y a jugar con el viento.
El herbazal tiene un intenso tono pajizo, Norton y Mia se pierden en él
y de vez en cuando surgen entre portentosos y bellos saltos, se arranca
una liebre, pero gira rapidamente y los perros la pierden, vuelven al
herbazal y saltan, no me canso de mirar y sonrio.
Vuelve
a amanecer, volvemos a pasear y surge un cielo aún mas nitido y lleno
de fuegos, de nubes incendiadas. Me siento como un mamifero mas y me
confunde ese frescor intenso, creo que estoy en los ultimos días del
verano, asomandome al otoño y vuelvo a encontrarme con los vencejos.
Vuelan separados, silenciosos, vuelan hacia el interior...., ya dejaron
las ciudades.
Por la tarde nos volveremos a encontrar, formando un numeroso bando que no alborota. Descienden hasta la enorme balsa de riego y enseñan a sus polluelos a beber sin dejar de volar de la misma forma que les estan enseñando a vivir sin dejar de volar. Las aguas parecen de estaño liquido, ya no destellan con la luz del medio día y los vencejos planean sobre ellas colocando las alas en forma de V, por encima de sus cabecitas, por encima de sus dorsos, rozan la plata rizada con sus diminutos picos y se elevan para siempre.
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