Es curioso, el tenue rumor de los neumaticos sobre la pista forestal resulta casi un escandalo en medio de la soledad de la Sierra Calderona. Voy remontando por Campillo y echando miradas a las cimas y a los pinares, hace días que el sol tiene otro brillo, hace días que la atmósfera está distinta, mas nítida, más limpia, es como si la calima y la humedad marina se fuesen diluyendo, como si intuyesen la llegada del otoño.
Levanto los ojos por encima de las cumbres y descubro un cielo mas azul, mas vivo, descubro unas nubes que se deshacen en cabelleras, en lluvias de altura que nunca llegan a tocar tierra. Descubro el rastro de un reactor y la alucinante sombra de esa misma huella sobre el cielo.
Sigo remontando y después del descenso paro en la Font del Berro, es mi rincon favorito y me encanta su agua. Poco a poco y sin dejar de contemplar los farallones de rodeno me bebo el bidón entero y vuelvo a montar, pero apenas si trazo un par de curvas y me encuentro con Enrique.
- Vaya, no han tenido que pasar mil años para que volvamos a vernos aquí.
Enrique sonrie desde su barba blanca y escuchamos el graznido de varios cuervos, el canto de otras avecillas, el viento susurrando entre las copas de los pinos, entre las aristas romas del rodeno.
- Esos cuervos me conocen..., saben que traigo comida para las zorras.
Yo le digo que a veces hablo con los vencejos y él me enseña la foto de una rana, dice que es su amiga. Le comento que mañana saldré con Duna de ruta y Enrique me cuenta como estrelló su Guzzi Le Mans a 115 por hora contra un coche.
- Se cruzó y no pude ni frenar, no llevaba casco, salí volando por encima del coche, me fracturé la base del craneo y desde entonces no tengo olfato y ni memoria para las caras.
- Coño, pero sabes quien soy, ¿no....?.
Enrique suelta una carcajada y me enseña las fotos de las zorras comiendo de su mano.
- Claro que se quien eres...., ah y mi hermano me ha dado recuerdos para ti.
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