Hoy me ha escrito un galguero confesando que mas de una vez se le han saltado las lágrimas leyendo a los perros flacos.
Lágrimas, creo que no hay nada mas sincero ni gesto más humano, dicen que hay lágrimas de cocodrilo, traidoras y sucias, pero son la excepción.
La lágrima es la emoción transformada en algo que se puede sentir sobre la piel, que casi se puede beber y que se puede ver resbalando desde los ojos empapados. Es la forma que tienen nuestras neuronas de dejarse ver, de mostrar la cara mas humana y sensible de un niño o de una madre, de un padre o de una hija, de un abuelo o de una abuela que contempla a toda su descendencia, a su linaje..., y también pueden ser las lagrimas de un galguero, los galgueros también lloran aunque a veces tengan que aprender de la misma forma que un galgo aprende a jugar muchos años después de haber sido parido por la meseta.
"Las lagrimas de un galguero", fragmento de "El verano de los perros flacos".
El ambiente recalentado y contaminado por
el diesel quemado estaba asfixiando a todos esos ojos que le miraron desde las
jaulas y que hablaron, que rogaron con unos aullidos lastimeros, apenas unos gañidos que escaparon desde aquellos
cuellos aprisionados por cuerdas y con sus escuálidos cuerpos aprisionados por
las mallas metálicas. Descubrió a Tirma
y Atis dejadas caer sobre el piso,
aplastadas contra la chapa desnuda del chasis, jadeando, con sus pechos
comprimidos y con sus corazones tratando de enviar sangre oxigenada a sus organismos
moribundos. Incluso reconoció la mirada noble y elegante de una Yuma
cautiva y enjaulada. La campeona barcina de Emiliano, ocupaba la jaula mas
grande y algunos de los cachorros gimoteaban, se retorcían de calor, mientas
otros parecían dormitar inmóviles, demasiado quietos y con sus diminutos
hocicos abiertos.
Y el galguero aspiro todos aquellos alientos, respiró la congoja y el
pánico de la media docena de galgos encogidos en las pequeñas jaulas, respiró
aquel miedo y se lo llevó dentro, lo hizo suyo, lo sintió el mismo, vivió ese
horror y se resquebrajó la costra que había apresado sus sentimientos durante
toda su vida. No pudo evitar estremecerse y apretó la mandíbula cuando noto que
sus labios empezaban a temblar, cuando notó que su garganta se estrechaba y que
empezaban a dolerle los ojos, justo cuando rompieron esas lagrimas, las
primeras que derramaba en su vida por un galgo.
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