La tarde era dura y hostil, el viento frio y lacerante habia barrido las nubes y removía y zarandeaba a los pinos, los hacia aullar, murmurar entre ellos y gruñir a sus ramas con cada embite.
Pero lentamente el viento se ha ido fatigando, ha ido amainando y el atardecer se ha ido consumiendo, el crepúsculo ha llenado de un tono rosado los horizontes montañosos, ha sesgado las escasas nubes y cuando regresabamos ya a casa, cargado con una bolsa de naranjas recogidas de la tierra y dando un rodeo por el pinar, Piper ha llegado corriendo, trotando altivo y excitado con un gazapo entre sus pequeñas mandibulas. Se ha parado justo delante de mi y yo me he quedado quieto, le he observado sujetarlo con un pata y morder la pequeña cabeza. Le he visto manejar su presa como lo haria un lobo experimentado, como lo haria un predador. He observado como Cecil se ha parado a una distancia prudencial, la justa para no inquietarle y para poder saltar sobre los restos cuando los abandonase. Pero en ese momento ha llegado Norton y el galgo ha olido rapidamente la sangre y se ha abalanzado sobre el pequeño pincher. Piper ha tratado de correr con su presa en la boca, pero de nuevo el instinto le ha hecho soltarla cuando ha sentido el aliento en su nuca, igual que lo habia sentido unos minutos antes el pequeño conejo.
Norton lo ha devorado mientras yo permanecia, inmovil, impávido contemplando la cara oculta de esos deliciosos chichuahuas mezclados con pincher miniatura.
Pese a los manejos de homo por retorcer a la Naturaleza, por manipularla y corromperla..., el lobo primigenio seguía ahi, en lo más profundo de los adorables perrines, los mismos que duermen entre mis sabanas y junto a mi cuello.
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