Ninguno de sus amigos galgueros la llamó
alguna vez por su nombre, para ellos era La
Sucia o La Seca. Seca porque era
enjuta, huesuda y larga, ni siquiera en sus cuartos traseros llegó a
desarrollar la musculatura brutal de otros galgos, pero siempre mataba, siempre
sabía por donde iba a romper la rabona, hacia donde iba a quebrar.
- Esa perra iba para liebre y nació galga –murmuró una vez uno de esos
viejos galgueros que lo han visto todo en la vida- por eso las mata a todas…,
piensa como ellas.
Ya de cachorra mataba con frialdad y desdén, mordía, sacudía a las
liebres hasta desnucarlas y las soltaba cuando sabia que estaban muertas, la
dejaba caer sin más, sin volver la cabeza y después trotaba hacia él jadeando,
recuperando el resuello y sin prestar atención a las voces airadas de sus
compañeros de collera, sin importarle
que los otros galgos mordiesen a su presa ya muerta.
Reconocía la voz de su amo, sus gritos, el tono de sus palabras en voz
baja o el tono duro, seco y airado cuando mataba atajando, recortando, cuando
mataba suciamente, cuando la descalificaban pese a haber matado.
- Esa perra los va a ensuciar a todos…, y ni para criar valdrá.
Y aquel galguero tenía razón, todas sus camadas salieron astutas y
matadoras, sucias y con maneras carniceras…, ninguna de sus hijas dio la talla
en la competición y terminó por apartarla, por casi olvidarse de ella hasta el
día en el que le puso el collar y le señaló el portón abierto del todoterreno,
la galga subió de un salto y se alebró.
El galguero no puedo evitar estremecerse al no escuchar ni un solo
ladrido en la perrera.
- Joder, no se oye nada –murmuró mientras pagaba las tasas por
sacrificar a La Sucia.
- Estos cabrones parece que se lo huelen…, está mañana he sacrificado
media docena y parece que lo saben, ni respiran…, bueno, ya le ha llegado la
hora a esta…, más de uno se va a alegrar, toma, tu recibo y quítale el collar
que ya la meto yo para dentro.
La Sucia ni giró la cabeza, ni le miró y el galguero regresó al
todoterreno, sacó el teléfono móvil y marcó un número.
- Hola, soy yo, Manuel….,oye, que si, que me quedo con esas cachorras,
con la Rocío y la Lerele…, si, si, nada, acabo de traer a La Sucia
a la perrera…, vale, vale…,ya quedamos en el corredero.
Allí vio correr a Rocio y a Lerele y sonrió, no tenían nada que ver con la otra, tan solo el
color, eran blancas, igual que La Sucia. Apuntaban maneras y eran limpias,
engalgaban y se esforzaban tras la liebre hasta que la perdían o hasta que la
mataban. Solo sabían correr, seguir a las rabonas, cegarse con ellas y con sus
regates.
Y a Manuel les gustaba verlas, por lo menos en aquellos momentos solo
recibía halagos y buenas palabras, nadie le recriminaba nada ni nadie se
burlaba de sus galgas ni las miraban con asco, como hicieron con La Sucia.
Ni siquiera Ramón tenía malas palabras para sus nuevas perras, era uno
de los amigos con el que terminó discutiendo y enemistándose. Le vio acercarse
bien de lejos, atravesando el sembrado como si viniese del pueblo andando.
- Hola Manuel…, estas si que son unas buenas perras…, oye, ¿tu no
llevaste a sacrificar a La Sucia a donde el Isaías..?
- Si…, tengo el recibo.
- Ya, me imagino…., entonces…, ¿no te has enterado...?
- ¿De que…?.
- Pues que el cabrón ese no sacrificaba a los galgos, se los vendía a
unos tíos que los usaban para entrenar a perros de pelea…, las Guardia Civil
los ha pillado, creo que a los perros esos de presa los han sacrificado ya pero
a los galgos y a otros perros los ha acogido la protectora…, tomo, aquí lo dice
todo…,y hay una foto.
Manuel cogió el periódico y sintió un escalofrío al reconocer a La Sucia
entre un montó de animales desnutridos y heridos.
- Me cago en la puta… -masculló- me voy allí ahora mismo.
- ¿Pero para que coño vas a ir…?, a ti ya ni te va ni te viene.
No contestó y le dejó allí mismo, en medio del campo.
La veterinaria le salió al paso vestida con la bata verde y con las
manos enguantadas, mirándole a los ojos y tensando los labios.
- Esta perra blanca de la foto es mía –afirmó.
- Creo que no…, oficialmente estaba sacrificada –replicó la veterinaria.
- Escuche…, se quien es usted y se que piensa que todos los galgueros
somos unos hijos de puta…, pero yo llevé a mi perra a sacrificar legalmente, ni
la ahorqué ni la arrojé a un pozo, aunque a usted le hubiese gustado más eso…,
no llevé a mi perra a que la usaran para
entrenar a perros de presa…, creo que tengo derecho a verla.
- Venga.
Siguió a la mujer y sintió como los chuchos le miraban, sintió esos ojos
observándole desde sus jaulas y sintió una sacudida en el pecho cuando la
veterinaria se hizo a un lado y señaló hacia una galga que yacía tumbada de
lado dentro de una cubeta almohadillada.
Varios goteros inyectaban sueros, antibióticos y analgésicos en sus
venas y su pelaje blanco se había teñido de un escalofriante rosa, la piel
asomaba desnuda entre las innumerables costuras que remendaban su escuálido
cuerpo. Los puntos de sutura parecían mantener unido ese amasijo de pellejo,
huesos y pelambre, manchada con el color del yodo y repleta de cortes y
erosiones.
- No parecía blanca –murmuró la veterinaria- estaba toda ensangrentada,
machacada a bocados..., también le falta media pata trasera…, poco a poco se le
irá ese color a sangre del pelo…,uno de los agentes del Seprona me dijo que
encontraron a la perra medio ahogada en la sangre de uno de los pit bull
contra los que peleaba…, dijo que tenía los colmillos incrustados en los huesos
del cuello…, pero la verdad es que me cuesta de creer…, bueno, ya la ha visto…,
¿que va a hacer con la perra…?, hay una pareja de buenas personas que ya se han
interesado por ella si sobrevive.
- La Sucia siempre mataba –murmuró en voz muy baja.
- Perdón…, ¿que ha dicho…?.
- Eh Sucia, ven aquí, ven aquí…
La perra vibró, abrió los ojos, alzó la cabeza y lanzó un quejido cuando
trató de apoyarse en las manos, se removió en la cubeta y gimoteó clavando sus
ojos en el galguero.
La veterinaria observó como el galguero se acuclillaba con esfuerzo
junto a la galga, vio como pasaba sus manos sobre las heridas, sobre esas
suturas que cerraban los cortes, los brutales bocados y vio como la galga le
lamia la mano.
El galguero se alzó con esfuerzo, jadeó durante unos instantes y señaló
con la barbilla hacia la perra.
- ¿Quién la ha cosido?.
- Yo, ese es mi trabajo.
- Lo ha hecho muy bien…, yo los he cosido muchas veces en el campo…,
pero eso que ha hecho usted es cosa fina…, no se ni como está viva.
- Los galgos son perros fuertes…, bueno, eso usted ya debe saberlo.
- ¿Quién va a pagar todo esto…?.
- De momento nadie…, normalmente siempre recibimos un donativo de las
personas que los adoptan…, pero lo hacemos siempre, con donativo o sin
donativo.
- A lo mejor se ha esforzado demasiado, no se yo si saldrá de esta.
- Bueno, como eso no lo se, haré
todo lo que pueda para que sobreviva –respondió la veterinaria- mi obligación
es luchar por salvarla.
Manuel se mordió el labio, arrugó el ceño y se buscó en el bolsillo del
chaquetón de pana.
- Tome, se que no es suficiente pero ahora mismo no llevo mas dinero
encima, dentro de un par de de días me pasaré a ver como va, prepare la
factura.
- Entonces…, ¿se la va a quedar…?.
- No…, yo no sabría que hacer con ella y ahora tengo perras nuevas…,
pero quiero que la cuide bien..., por cierto, imagino que conocerá a alguien
que haga…, pues eso, como prótesis para perros, ¿no…?.
- Si claro, pero no son baratas.
- No importa.
- Vaya, me está dejando usted descolocada, ¿por qué hace todo esto…?
- No estoy haciendo nada, tan solo es dinero, no me sobra…, pero puedo
hacer frente a esta factura, La Sucia aún es mía, es mi responsabilidad.
- Entonces…, ¿se la va a quedar…?.
- No…,ya le he dicho antes que yo pagué para que muriese sin dolor, he
llevado a sacrificar a muchos galgos y alguna vez me he quedado hasta que
morían…, bueno, esos son cosas mías…, ahora mismo se que La Sucia saldrá adelante,
solo quiero que quien se la quede pueda disfrutar de ella, no se enterarán de
que tienen perro, no ladra ni molesta, es muy tranquila…, solo mata, lo lleva
muy adentro y ya es mayor para esperar milagros.
- En la ciudad no creo que pueda matar.
- Si van a los parques que tengan cuidado con los gatos…, bueno, me
marcho, que ya que he empezado este asunto, debo de terminarlo.
- ¿Va a poner una denuncia en la casa cuartel…? –preguntó la
veterinaria.
- No…, pero se donde vive Isaías.
2 comentarios:
Menudo relato, pone a un@ los pelos de punta!
Algo de sensibilidad le queda a ese Manuel, aunque sea provocado por el remordimiento.
Salu2
Gracias Dorita..., despues de el atracón de "El verano de....",me preguntaba si sería capaz de escribir algo corto.
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