Ala Quebrada...., un vencejo que casi se arrancó el ala contra el cable anclado muy cerca de la junta de dilatación donde dcidió anidar, desde entonces,día tras día lo esquiva para poder alimentar a su polluelo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

FUSILEROS EN EL PARQUE NATURAL DE LA SIERRA CALDERONA.

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La sangre manaba de los cuartos traseros del jabalí y se mezclaba entre las cerdas enmarañadas..., que quedaron muy cerca de mis ojos cuando el cazador lo agarró por las pezuñas y lo volteó sobre el remolque del todoterreno, su cuerpo macizo y recio rebotó sobre el aluminio y el hombre sonrió mirándome..., vestía de verde, de camuflaje, un fusil de munición metálica y con óptica telescópica cruzaba su espalda y de su cinto pendía un machete, le acompañaba otro, que gesticulaba y avisaba a otros dos todoterrenos que bajaban por la cuesta, desde la microreserva de flora de Peñas Altas hasta la Font del Poll..., estuve a punto de hacerle una foto con el móvil, pero no me atreví..., fue una imagen a cámara lenta, entre la respiración forzada al ir remontando el repecho de un 13% de desnivel y habiendo tenido que parar ante otro todoterreno conducido por un cazador que debía pasar de los 120 kilos de peso, sonriendo y haciendo un chiste sobre nuestra velocidad..., y tuvimos que volver a pararnos, dos todoterrenos mas bajaban ocupando la pista, Joa y yo volvimos a echar pie a tierra, los dejamos pasar y continuamos ascendiendo.

La misma imagen volvía a repetirse un par de años después..., salía sin compañía, a solas con la Bicipalo y como en otras tantas pedaladas remontaba el camino del Campillo a Coronel. Daba uno de los virajes y descubrí a un cazador apostado a la derecha de la pista forestal, armado con otro fusil, sobre la recamara se alargaba una mira telescópica que escrutaba el barranco repleto de pinar joven que se abría al final de la ladera..., continué pedaleando y reconocí el todoterreno verde de un conocido funcionario de Serra, bajaba y sobre su capó otro jabalí vibraba con los baches, me hice a un lado y cabeceé..., recuerdo que no terminaba de creerme aquello y al día siguiente escribí una carta a la prensa, salió publicada y al día siguiente el policía local del pueblo serrano me replicó contundentemente, me llamó, entre otras cosas, “ignorante”, me acusó de desconocer las curiosas peculiaridades del Parque Natural de la Sierra Calderona, al parecer sujeto al PORN, el llamado plan de ordenación de recursos naturales..., y entre ellos la caza, un recurso innegociable y al que los lugareños no iban a renunciar y ni han renunciado. Me decía que si me molestaban los cazadores que me fuera a pedalear al cauce del río Turia, también argumentaba que muchos de ellos, poseedores de terrenos y parcelas en el Parque, habían tenido que renunciar a ella, cediendo parte de los caminos y pistas forestales que nosotros, los ciclistas de montaña, llegados de la ciudad y ajenos a la vida y a las costumbres de la serranía..., podíamos usar gracias a ellos, a su benevolencia, añadía que ellos habían socorrido mas de una vez a senderistas y ciclistas perdidos o heridos con alguna caída..., recuerdo que le contesté instantáneamente, admitiendo mi ignorancia respecto a las normas que rigen la gestión de los entornos naturales..., imagino que traté de contrargumentar, pero ya no lo recuerdo bien..., y ahora volvía a repetirse la misma secuencia.

Dejamos atrás a los cazadores y coronamos Peñas Altas, espere a Joa y cuando llegó la miré.

- Cariño, pasan los años y yo sigo sin comprender ciertas cosas.

Joa se acercó sin bajarse de Camino y me acarició las mejillas mientras daba un trago de agua.

- ¿A esos de ahí abajo...?, ¿a esos son los que no comprendes...?

- A esos si los entiendo..., yo también he cazado pajarillos cuando era jovencito y mi rifle de perdigones y yo éramos inseparables, también he pescado..., no puedo recriminarles nada siempre que estén dentro de la ley pero lo que no entiendo es que si nos reunimos mas de quince ciclistas de montaña tengamos que pedir un permiso especial a la dirección del supuesto parque, no entiendo que se nos prohíba la circulación por caminos de menos de un metro de ancho o bajar por trialeras o senderos..., mientras que a estos tipos nadie les dice nada, creo que no se puede cazar desde las pistas forestales y mucho menos con fusiles de munición metálica..., cariño, una escopeta convencional de caza, del calibre 12 es casi inofensiva a 50 metros, un rifle de esos que llevaban te deja seco a 100 metros y la cabeza te la revienta como una sandia a 200..., joder, hace unos meses los forestales y los del Seprona se dedicaban a la caza del ciclista que se aventuraba por una torrentera, desafiando la nueva legislación, obviamente. Los rastreaban con prismáticos y la guardia civil los esperaba al final de la bajada..., ¿y a estos tipos quien los controla...?.

- Cariño, ¿tu pagas algo por pedalear por aquí...?.

- Pues no.

- Yo no entiendo mucho de estas cosas, pero si..., como te he oído decir muchas veces, casi todo el parque es un coto de caza pues deberán de pagar algo ¿no...?, las licencias de caza, no se, el coto en si mismo..., y da igual que ellos contaminen con los todoterreno, da igual que degraden las pistas, ellos pagan y aquí todo se mueve por dinero..., además, ¿tu has visto a algún político que se fotografía sudando la gota gorda encima de una bici o corriendo una maratón de montaña...?, ¿a que no...?,¿pero a que si has visto a jefes de estado, a jueces y ministros haciéndose fotos entre ciervos y jabalíes muertos...?, pues eso..., hala cariño, “anem a fernos el cafenet...”.

- Aún nos queda subir la Jabonera.

- Pues como cuesta arriba no puedo seguirte, ahí va un “beset”.

Joa me dio un besito en los labios..., sabían a una mezcla de sal y de protector solar, un sabor que me recordó al olor que desprendía su cuerpo en aquella primera pedalada, aquella en la que perdió las llaves del coche, aquella en la que subimos al pico del Águila.

Encajamos las calas y empezamos a pedalear por el collado que virando a izquierdas nos llevaba hacia el refugio de Tristan y la Mina..., la pista tiende a bajar entre lajas de rodeno, entre piedras rojizas que se desprenden de las montañas y entre otras que afloran con la erosión desde la misma pista. Vimos los alcornoques que sobrevivieron a los incendios de los años noventa, lanzamos miradas fugaces al barranco de la Vigueta, que serpenteaba profundo y casi invisible en el fondo del valle que remontaba desde la Font de la Gota..., y poco a poco me fui distanciando de Joa, sacándole ventaja, acelerando mientras volvía recordar a ese jabalí abatido y al absurdo que representaba. Recordé sin demasiado detalle las múltiples declaraciones que realizaba Esteban González Pons, cuando era conseller de medio ambiente, es decir, antes de “trepar” desde las comanditas valencianas hasta la calle Génova y no se cansaba de predicar la ejemplaridad de la gestión medio ambiental de nuestra comunidad, se jactaba de que éramos la comunidad autónoma con mayor espacio natural protegido de España pero no decía que también éramos la comunidad autónoma en la que existía una ley de urbanismo capaz de arrebatar las viviendas a sus propietarios, capaz de embargar viviendas legales para entregárselas a agentes urbanizadores, unos personajes, canallas y ruines surgidos al amparo de la LRAU, que era la anterior ley urbanística y que con la LUV, que es la nueva ley y que por cierto sigue siendo ilegal y vulnerando los derechos a la propiedad privada, según Bruselas..., surgidos bajo esa ley atroz, déspota e inhumana, esos agentes urbanizadores derriban las viviendas y construían adosados, unifamiliares o campos de golf..., mientras esas familias caían en la locura, en la desesperación o en la ruina.

Miré a mi alrededor, de nuevo hacia las hermosas y cambiantes vistas de las montañas, de la Vigueta, hacia la cima del Gorgo, contemplé la tierra rojiza de la Calderona, el monte bajo que reverdecía con la brumosa amanecida de hoy, con las lluvias pasadas..., y lo vi tan distante del actual homo, lo vi tan ajeno a los gestores, a los burócratas que dicen lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer con estas tierras, con estos barrancos, con estas cumbres, con estos bosques de pinos y de alcornoques..., siempre condicionados y vendidos a las facciones políticas del momento, sin ser capaces en ningún momento de reconocer que la gestión de nuestros recursos naturales comienza en nuestros hogares y en nuestros colegios. Sin ser capaces de pasar una noche al raso tratando de escuchar lo que dice la serranía cuando te desnudas ante ella, sin ser capaces de desprenderse de las miserias mentales que infestan las mentes de todos esos que anhelan auparse a un puesto de funcionario sin mas vocación ni ideas que la de meter la boca en la teta del estado.

Encaré el repechito que lleva hasta el refugio, pedaleé a la sombra de los abetales que lo envuelven y que por momentos te hacen olvidar que pedaleas a pocos kilómetros del mediterráneo, aunque sea a mas de 700 metros altitud y que te llevan volando a otras tierras, a los Pirineos o a la cercana sierra de Javalambre..., miré hacia esos bosques y descubrí a uno de los vehículos de vigilancia forestal, también a dos motoristas del mismo cuerpo..., inconscientemente aminoré, dejé de pedalear y estuve tentado de acercarme para contarles lo que había visto a poco menos de un kilómetro y medio de allí..., pero no lo hice, creo que les habría puesto en un compromiso..., si es que los cazadores estaban haciendo algo ilegal, aunque siempre me chirría eso de que se esté dando una batida, utilizando las pistas forestales para ojear, sin señalizar nada en absoluto...,aunque si algo fue y sigue siendo, la Sierra Calderona antes que un supuesto Parque Natural..., es un inmenso coto de caza, una inmensa mentira articulada por los sucesivos conselleres de Medio Ambiente para ganarse los votos y la confianza de una población que solo cree lo que se emite por Canal Nou Toxinas, para gentes que pocas veces al año pisan estos caminos y que tan solo se acercan a las zonas habilitadas, a los pies de la serranía, a comerse la mona de Pascua o a ojear la prensa dominical.

Eché pie a tierra y esperé a Joa durante unos instantes, desvié la mirada y volví a contemplar las crestas abruptas y azules de la Sierra de Espadán, otro supuesto Parque Natural, pero ya mas alejado de la capital, de las zonas anheladas por los agentes urbanizadores, aunque a sus faldas también acechan enormes urbanizaciones y campos de golf que beberían del agua del Ebro traída entre canalizaciones y túneles, el ultimo tramo atravesaría las entrañas de la Calderona para salir al Camp del Turia con el único fin de seguir dando vida a la especulación urbanística.

Hace unos años me topé con un camión que perforaba la serranía, recuerdo a la geóloga que dirigía la operación, observaba el giro de la enorme barrena y después comprobaba los registros del subsuelo que los dos operarios iban extrayendo y colocando a los lados del carril. Se protegía con un casco amarillo y vestía una camisa blanca, vaqueros y botas de seguridad..., paré, me acerqué a ella y sonreí.

- Hola, buenos días -saludé.

- Buenos días.

- Me he parado porque llevo viendo las perforaciones varias semanas y me gustaría saber para que las haceis..., por curiosidad.

- No hay ningún misterio, estamos haciendo catas del interior de las montañas para saber que material la forma y así saber que topo y que herramientas utilizar para perforar el túnel.

- Ah..., un túnel... -murmuré- pues vaya..., bueno, curioso..., venga, gracias, voy a continuar la vuelta.

Las catas se pueden ver, los agujeros se cerraron con unos cilindros metálicos, con unas caperuzas que apenas si se distinguen pero están ahí..., un tiempo después me enteré de que por ese túnel llegaría el agua del Ebro.

Suspiré y agaché la cabeza, volví a encontrarme con la tierra roja de la Calderona manchando mis espinillas, cubriendo el cuadro de la Bicipalo, tiznando mis zapatillas de serraje marrón..., escuché el canto de los pajarillos, percibí la calma, el sosiego de la montaña, vi algunos rayos de sol que incidían en mis antebrazos, aun cubiertos de vello dorado, que atravesaban las copas de los abetos, su ramaje..., de nuevo el canto de los pajarillos, algo tan típico y tópico al tiempo pero tan natural y tan acorde con los bosques y las montañas que me rodeaban que me pareció que era la primera vez que los escuchaba..., resonó un tiro, un disparó que fue ascendiendo desde los barrancos, desde las trochas por las que se mueven los jabalíes y la fauna oculta de esta serranía..., después el murmullo, la rodadura de las neumáticos de Joa, su respiración algo anhelante.

- Mira donde están los vigilantes.

Joa paró y miró hacia el bosquecillo.

- Estarán almorzando, cariño... ¿les ha dicho algo...?.

- No..., es que creo que a la chica la conozco, es de Serra y el policía local que estaba entre esos cazadores también es de Serra..., no se , creo que sería ponerla en un compromiso, ese tío tiene mucho peso..., y estas montañas son de ellos..., pero es curioso, cuando salió la normativa esa de las sendas, nos cazaron como a conejos, cada dos por tres el Seprona andaba a la caza del ciclista..., pasado el efecto volvieron a desaparecer, pero lo peor es que no hemos visto ni a un solo agente forestal..., menuda mierda..., pues ahí en Peñas Altas, me encontré una vez con un motorista del Seprona, me paré a hablar y el final le solté lo del PAI de “Sierra de Serra”, le dije que no terminaba de comprender porque ese sin fin de prohibiciones y que sin embargo no se pusiese ninguna pega en montar mas de 4.500 chales, un campo de golf y un hotel..., pegaditos al perímetro del supuesto Parque...., y sin embargo se destinasen los efectivos de la Guardia Civil a vigilar a ver si los ciclistas se metían por los senderos o por caminos de menos de un metro o si íbamos juntos mas de quince sin permiso..., era un tipo grandote y barbudo, de pocas palabras..., creo que solo hablé yo.

Joa sonrió y me acarició la mejilla..., imagino que percibió la barba de tres días en la yema de sus dedos y me dió un besito..., sonreí algo mas calmado y miré hacia la última rampa de la Jabonera, Joa también.

- La primera vez que la vi desde aquí solté un gritito -confesó- pero luego no es tanto.

- Todos soltamos un gritito... -admití viendo como el sol y la distancia distorsionaba la pista que asomaba tortuosa entre los bosques de pinos y alcornoques, daba la sensación de que se encaramaba sobre el alto como reptando ante una pendiente brutal..., nuestros cerebros interpretaban la señales luminosas y las recomponían en una escena que mostraba como el camino ascendía hacia el mismo cielo en una trepada salvaje.

- Pero solo es duro el tramo final..., no son más de cien metros -murmuró Joa.

- Pues a por ellos.

Después de la bajada desde Tristan volvíamos a remontar, a subir piñones y a jadear..., a ver la tierra rojiza de la pista, el verde pálido de las pequeñas hojas de los alcornoques, el azul intenso de las montañas de Espadan, los pinares que cubrían las lomas y colinas que declinaban hacia esas otras cumbres..., la tierra de la pista forestal, a veces arenosa y casi rosácea, como si se mezclaran las vetas blancuzcas del yeso y las rojizas del rodeno omnipresente..., y rota a medida que íbamos subiendo y al tiempo que el inclinómetro marcaba entre un 12 y un 14% de desnivel..., resoplé, levante la vista y vi como el camino derivaba poco a poco a derechas, la tierra se apelmazaba, los cantos y piedras quedaban sepultados y la pedalada se suavizaba. Vi el final de la cuesta y la cabina de otra Pick-up de color verde y con un remolque para perros enganchado, coroné, di un par de vueltas para bajar las pulsaciones y eché pie a tierra. Enseguida descubrí a otro cazador que se encaminaba hacia el todoterreno, el cañón de un fusil asomaba por sus hombros y el machete enfundado se movía con sus pasos, miró a su izquierda y dijo algo..., percibí unas voces, miré hacia arriba y descubrí a otros dos cazadores por encima de mi cabeza..., habían estado todo el tiempo ahí y yo ni los había visto.

- Bon día -saludó el cazador.

- Bon día.

Observé que también montaba una mira telescópica y me fijé en la pequeña canana cerrada en la que guardaba la munición metálica..., Joa apareció sonriendo, dando pedaladas con el plato pequeño colocado..., vió el todoterreno y me miró arqueando las cejas y volviendo a sonreír sin despegar sus finos labios. Encajé las calas y continuamos pedaleando hacia Gatova, llaneando ligeramente y contemplando las hermosas panorámicas que nos ofrecía un día que poco a poco se iba liberando de la intensa niebla con la que había amanecido.

Llegamos al molino de la Ceja y Gatova surgió allí abajo, al final del descenso por un camino ya asfaltado que descendía por la umbría hasta salir a la carretera que subía desde Olocau.

- Míralo..., que bonito se ve el pueblo y las montañas -susurró Joa.

Contemplé la imagen tantas veces vista, las paredes encaladas de las viviendas, arracimadas, unas junto a otras en medio de los tonos ocres, rojizos y como pobres de una serranía de cromatismos sin contrastes fuertes, ni siquiera ahora, en otoño..., tan solo el pasto invernal que cubría las terrazas ocupadas por olivos añadían verdes intensos y vivos.

Nos dimos unos besitos..., como en cada parada, como en cada espera y nos dejamos caer por ese mismo que remontamos la primera vez que salimos juntos. Los pequeños tacos de las Larsen comenzaron a gruñir sobre el asfalto, fuimos trazando los virajes y decidimos por la derecha, antes de llegar a la carretera..., el asfalto se volvió en una lengua de hormigón teñido con el polvo del rodeno y resoplé.

- ¡Coños, que cuesta...,pon el plato pequeño...¡ -voceé mientras giraba el puño derecho y el desviador empujaba la cadena hacia el platillo de 24 dientes.

- ¡Uaaahhh...¡ -gruñó Joa.

Remontamos la lechada y luego callejeamos entre viejas casas pegadas unas a otras, entre callejas y recovecos que subían con pendientes exageradas..., las misma de la montaña sobre la que el pueblo se fundó, las mismas laderas que sustentaban los cimientos de las viejas casas alzadas sobre sillería de rodeno o sobre los pilares de hormigón en los que se apoyaban las ultimas viviendas..., de fachadas simples, funcionales, impersonales..., ajenas y antipáticas, fuera de lugar en un entorno natural, serrano..., en medio de los vestigios de una vida rural, campera, natural, sosegada y sumida en el aislamiento de las mismas cumbres.

Después nos dejamos caer hasta la fuente de San Isidro y dejamos a Camino y a la Bicipalo apoyadas en la pared del lavadero. Entramos al mismo bar en el que tomamos los cortados en aquella primera salida juntos, pero Almudena, la alumna de Joa que nos atendió aquel día no estaba, pero si su prima, otra jovenzuela que enseguida nos reconoció sonriendo picaramente. No tardó en acercarse a la mesa servicial y simpatía, le pedimos dos cafés con leche, largos de café y una magdalena.

Joa sonrió, nos miramos durante unos segundos, nos dimos unos besitos comedidos y eché un vistazo al bar..., las ropas verdes y de camuflaje se movían entre las prendas deportivas de otros ciclistas que también almorzaban. Eran cazadores, observé sus pieles muy bronceadas y escuché sus voces, uno de ellos se quejaba del tiempo, de la temperatura demasiado alta para ser víspera de Todos los Santos..., vi sus botas, manchadas también con el polvo rojizo de la Calderona, como las mías y las de Joa..., y recordé una anécdota que me ocurrió hace años en Fago, en el Pirineo Aragonés. Gabriela y yo paseábamos por las tranquilas callejuelas del pueblo, rodeado de espesos pinares cuando un hombre llegó vestido con un mono azul, entró en una de las casas y en menos de medio minuto salió armado con un Marlin de palanca murmurando algo sobre un jabalí..., lo vi desaparecer en una esquina, entre las casas de piedra, bajitas y humildes, casi como levemente inclinadas, en una reverencia perpetua a las montañas que las rodeaban..., auténticas selvas de coniferas y monte bajo..., la ciudad y sus costumbres, sus modos y sus tiempos...,quedaban tan distantes, tan lejanos..., un poco como aquí en Gatova, cuando entre semana no se oyen las voces de los ciclistas en el bar, cuando sus pistas y caminos quedan desiertos, cuando solo ellos, los que viven aquí durante todo el año, durante todas sus vidas, los que nacieron aquí y no se marcharon..., siguen habitando el pueblo serrano y silencioso, viviendo los ritmos ancestrales del día y de las estaciones..., sobre todo cuando la edad ya no permite subirse al coche para llegarse a otro pueblo, a Segorbe, que es la capital mas cercana o a la misma Valencia, tampoco a las casas de los hijos que si se marcharon a estudiar, primero y luego a formar sus familias en las Tierras Bajas..., recuerdo el libro que me dejó Joa este verano, se titulaba “La lluvia amarilla” y narraba la vida del ultimo habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo Aragonés que va sufriendo la despoblación, el abandono y el olvido de quienes lo habitaron. El protagonista cuenta en primera persona y desde el lecho de muerte..., lo que recuerda de su vida, de la vida en Ainielle y es capaz de imaginar, de visualizar como los vecinos suben desde un pueblo cercano a recoger su cadáver, cuenta como se moverán por las sendas tantas veces caminadas, como coronarán los collados y como les invadirán los miedos y los escalofríos cuando adivinen las ruinas de Ainielle en la oscuridad impenetrable de la serranía..., unas ruinas parecidas a estas, a las que nos rodean en el despoblado morisco de la Hoya, pero levantadas con otro tipo de piedra, no con el rodeno que aún mantiene en pie muchos de estos muros y a la misma torre vigía.

- ¡Parate...¡ -vocea Joa a mi espalda, cuando ruedo sin pedalear frente a esa torre.

Echo pie a tierra y veo que Joa esta desenfundando su cámara de fotos nueva, me hace gracia como la sujeta con una mano, con solo dos dedos, a pulso..., y yo me siento un poco extraño, aún no termino de asimilar eso de que una mujer me haga fotos, que me encuentre atractivo, que me bese y que me acaricie, que me diga que conmigo se siente tranquila, que le trasmito calma y sosiego..., que me haga fotos y que yo pose sonriendo con esa expresión tan clerical que se forma en mi rostro de facciones sencillas y poco varoniles.

- Pero que guapo sales..., amor mío.

Susurra ella llegando hasta mi..., nos damos un besito y percibimos la calma del poblado abandonado, escuchamos los pajarillos y contemplamos los restos de las viviendas..., no hay pilares de hormigón ni ladrillo hueco cocido, no hay aluminio ni bloques de hormigón pretensado..., pero tampoco hay vecinos honrando a los difuntos, visitando el cementerio...,que no se donde está. Allí abajo, en Gatova, nos hemos cruzado con vecinos y familiares que ya peregrinaban hacia el campo santo, por el borde de la carretera, personas mayores, ancianos y ancianas que llevaban pequeños ramitos de flores lilas, recolectados entre la misma tierra en la que se alza el cementerio. También hemos visto a esos hijos que regresan periódicamente, en verano, en Navidad y ahora por Todos Santos..., remontan las cuestas con sus automóviles, se alejan de las urbes y durante unas horas reviven sus infancias, puede que se ven correteando por las estrechas callejas o cazando gorriones por los bancales, buscando ranas en las pozas de la garganta o ayudando a sus padres recoger la oliva..., miran a sus propios hijos y muchos de ellos se alegran de que ellos no tengan que pasar frío en la montañas, de que estudien y de que no tengan que acurrucarse frente al fuego para entrar en calor, de que se formen en países extranjeros, de que no pasen sus vidas casi aislados entre esas montañas...,que en ese momento miran alzando los ojos..., aunque muchas veces, cuando amanecen allí abajo, en la urbe, se preguntan si es normal eso de no ver amanecer, eso de abrir los ojos y ver la fachada de enfrente, eso de tan solo ver un pedazo de cielo entre los áticos. A veces les asalta la añoranza pero ellos están ahí para mitigarla, los hijos ya no quieren subir al pueblo en verano, les gusta mas el apartamento alquilado en la playa y en Navidad hace demasiado frío en la casa del pueblo y encima no hay conexión a la red..., y ella, la mujer..., la mujer, ya nunca lavará en el lavadero ni se lo enseñará a la hija.

Salimos de Gatova y dejé que Joa pasara delante, nos dejamos caer pedaleando sin esfuerzo, trazando las curvas de la revirada carretera que comunica estas poblaciones rurales con los asentamientos del Camp del Turia y del Camp de Morvedre y nos desviamos a la izquierda por el barranco del Gorgó. Los neumáticos taqueados dejaron de gruñir sobre el asfalto y volvimos a las pistas de tierra, a rodar cuesta arriba, en silencio, distanciándome poco a poco de Joa, a la sombra de la montaña y observando el entorno. El sol llenaba de brillos los pinares del Gorgó, sus agujas reflejaban la luz..., descubrí algunas setas creciendo entre las terrazas de olivos, cubiertas de pasto de finos tallos, observé los musgos y los líquenes adheridos a las centenarias piedras de los ribazos. Algunos se perdían entre bancales abandonados y otros se habían desmoronado en algunos tramos..., el paso de los años, las lluvias, la dejadez, la misma soledad de estas montañas..., el silencio que me envolvía..., hasta que el todoterreno bajo sin apenas aminorar, le dije algo y continué ascendiendo..., virando a derechas y encontrándome con el sol asomándose entre unos riscos, pedaleando con el 32 detrás y volviendo a girar a derechas, ascendiendo, trepando..., y otra vez a derechas, suspiré y di las ultimas pedaladas hasta coronar.

Me paré a un lado y dejé que mis ojos paseasen por esas montañas, por las matas que estaban muy cerca, por los pequeños campos ganados al monte. Descubrí otro coche al final de un caminucho que trepaba entre la falda del Gorgó y a Joa girando a derechas y encarando la ultima rampa.

Levantó la barbilla y me vió, sonrió, dio unas vueltas mas a las bielas y jadeó echando pie a tierra frente a mi.

- Siempre esperando, ¡ay que te vas a cansar de esperarme...¡.

Sonreí y le di un beso, aún pude percibir en sus labios una tenue reminiscencia del café, mezclado con el protector solar.

Dio varios tragos de agua y durante unos minutos estuvimos allí parados, dejando pasar esos instantes sin que invadiese la premura de volver al chalé, de volver junto a mi padre, de volver a Valencia..., estaba volando, batía mis pequeñas alas en forma de guadaña, me alejaba temeroso y vacilante del decorado del show de Truman..., pero volviendo la cabeza, mirando de reojo aquel agujero abierto entre los tableros de aglomerado por si acaso deseaba volver a “mi mundo”.

- ¿A la Hoya, cariño...?. -le pregunté.

- Si cariño, que me apetece tirar fotos.

- Con tu flamante cámara nueva.

- Eso.

Volví a besarla y a sentir su respiración aún acelerada, a sentir el agua que aún empapaba sus finos labios, a percibirla cerca, tan cerca..., sonreímos, empujamos los pedales y continuamos rodando, dejamos a nuestra izquierda el aljibe y pedaleamos entre campos de olivos, entre parcelas de algarrobos..., me volvió a llamar la atención el pasto verde crecido en esos campos, contenidos por los muretes de piedra..., el contraste con la luminosidad del día o con el color rojizo y a veces blancuzco de la misma pista.

El camino empezó a virar a izquierdas y a descender, a trazar una ese, a perder altura mientras se elevaban taludes de estratos atravesados por vetas blancas que llegaban al carril y se pulverizaban en bancos de arena..., otro viraje a ese mismo lado y descubrí la torre de poblado morisco de Hoya..., como otras tantas veces. Seguí pedaleando, acercándome, llegando a las primeras ruinas y Joa gritó a mi espalda..., frené, eché pié a tierra y me giré.

- ¡No te muevas, que va foto...¡

- ¡Me iba a parar...¡.

La observé sujetando la cámara con una sola mano, como siempre y captando el momento con una sonrisa, con un aire relajado y casi vacilante que sorprende cuando veo las fotos y descubro que están bien hechas, bien enfocadas y bien ideadas.

Joa dio unas pedaladas y me alcanzó.

- ¿Nos quedamos un rato y hacemos mas fotos...? -sugerí- a mi me obsesionan estos muros de rodeno.

- Claro, carinyet.

Dejamos las bicis apoyadas en uno de esos muretes, pasamos junto a la torre y nos asomamos al otro lado de la humilde aldea, miré hacia la montaña que cerraba el collado hacia el Gorgó y vi el monte bajo crecido en sus laderas, algunos campos abandonados, ocupados por la misma maleza y mas restos de viviendas que hasta ese momento no había descubierto.

Realmente el pueblecito no se reducía a las casas que daban al camino, mirando con detenimiento fui descubriendo mas, algunas muy deterioradas, prácticamente muritos de apenas medio metro de altura, restos de corrales o parideras..., por unos instantes pude imaginar el aspecto que podría haber tenido hace unos cincuenta, setenta o cien años..., pude imaginar el vareo de los olivos, el trasiego de los hombres y mujeres entre las sendas que conducían a las terrazas cultivadas, el valido de las ovejas y el rebuzno de los animales que usaban para bajar a Gatova o a Olocau..., el canto de los gallos, el cacareo de las gallinas y los disparos sordos y aislados de las escopetas que aún usaban pólvora negra.

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- Cariño, mírame que te voy a sacar un video.

Me volví hacia Joa y sonreí..., ella me enfocaba con su Canon, sujetándola con una sola mano y con su cinturita ligeramente ladeada.

- ¡Y...acción...¡.

- Bien..., estamos aquí, en el desplobado morisco de la Hoya... -comencé diciendo, empezando a gesticular, a sonreír, a improvisar..., mientras Joa me acompañaba sin dejar de grabar- ahora vamos a asomarnos a una de las muchas ruinas que aún quedan en pie..., algo sorprendente cuando observamos que los muros se alzaban casi en “seco”.

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Continué divagando mientras Joa era capaz de caminar hacia atrás, de sonreír, de filmarme en un plano americano, de seguirme por una estrecha senda devorada por la vegetación hasta que me asomé a una de esas casas y descubrí su interior ocupado por un espeso manto de ortigas, verdes y frescas, lozanas y parlanchinas..., se callaron y me imaginé que todas las hojas se volvían hacia mi, mientras empezaban a cuchichear entres sus lacerantes hojas “¿quién es ese, quien es ese...?”..., me acerqué al muro principal y moví la cabeza, suspiré y durante unos instantes contemplé con gozo como había soportado el paso de las décadas a plomo, sin vencerse, sin perder la escuadría- podemos contemplar como estas personas levantaban sus casas por si mismas, usaban lo que la serranía les proporcionaba..., sillares de rodeno, madera de estos pinares para las vigas y yeso que antes debían picar a la montaña y cocer en pequeños hornos que también habrían en la misma tierra..., no usaban el hormigón y ni existían los bloques pretensados. Ningún arquitecto cobraba salvajadas por garabatear unos planos, ninguna empresa privada venia a comprobar la calidad de ese rodeno y ninguna de estas casas se caía con sus moradores dentro..., tan solo la tristeza, la lluvia, la ausencia de calor y de vidas entre sus muros terminaban abatiéndolas de pena...

Joa bajó la cámara y volví a encontrarme con sus ojos.

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6 comentarios:

Josep Julián dijo...

Hola Pedro:
Como te prometí aquí estoy de nuevo, con atraso de lectura de post. Me ha gusatdo tu relato y sobre todo las referencias cariñosas que haces de Joa.
Mientras escribo esto, pienso en lo que unen las aficiones compartidas con la pareja aunque en vuestro caso ya os conocistes pedaleando pero compartir aficiones es ir trenzando un poco más la cinta que nos une.
Un abrazo y a disfrutar.

Pedro Bonache dijo...

Es cierto Josep, las aficiones unen pero al tiempo te permiten entender mejor los sentimientos y anhelos de tu pareja, eso se supone que suaviza la relación, la hace mas natural y "a priori" mas duradera.
Este domingo Joa me llevó a una ruta de senderismo, ella es guía y se conoce los montes valencianos como la palma de su manita. Pues despues de esa experiencia he decidido acompañarla en su siguiente carrera de montaña corriendo, algo mas de 20 kilometros, pero yo los haré pateando, de algo de deben de servir mis largas piernas.
En fin Josep, veremos en que acaba esta aventura, la de Run-run y la de mi bautismo de fuego en los trails, pero insisto, caminando deprisa que no corriendo como mi galguita.

ClaveDeSol dijo...

Qué guay!! me encanta leerte, aunque no siempre deje comentarios... Podrías haber adjuntado ese vídeo!! jajajaja

Tiene que molar hacer rutillas en bici por esos lares... Me has dado una idea para la próxima escapadilla!!

Beso gordooooooooo!!!

Pedro Bonache dijo...

Mar..., y que guay volver a percibir tu vivacidad por aquí. El video es cortito, rodado en plano americano y gracioso..., parezco labordeta pero no con su voz, yo la tengo aflautada y poco varonil..., pero que se le va a hacer. Ah..., y no he puesto el video por que no se hacerlo.
Un abrazo Mar..., ClavedeSol, Mar..., todo suena fluido, armonioso, musical...

Ángel Zamora dijo...

Me alegra comprobar que cambia el rumbo de las cosas y la forma de mirarlas.

Esto me recuerda una de las letras del mítico grupo de música Triana: "como una puerta se abre o estrecha según tu forma de ser..."

De alguna forma con tus relatos tan completos y exhaustivos es como si nos llevases a todos los lectores metidos en la mochila...

Un abrazo.

Pedro Bonache dijo...

"Lectores metidos en la mochila...", como has jugado con la cita de Labordeta, Anzaga..., y la cita de "Triana" tampoco queda fuera de lugar. Ahora ya no hago bici de carretera los domingos, Joa me lleva a conocer a pie los senderos de nuestras montañas, hoy hemos ido a la Sierra de Espadan, montañas que vivian del corcho y es sorprendente como cambia la vegetacion, la temperatura, los parajes..., pero aún sigo teniendo el vertigo de quien se lanza a la aventura..., pero mira, hoy hemos coronado un piquito de algo mas de 1100 metros, el pico de Espadán. En fin, de una forma o de otra seguimos inmersos en las montañas, ya sea pedaleando o pateando.
Un abrazo Anzaga..., por cierto te tengo que enviar la foto de una serpiente, creo que es una vibora, casi con toda certeza, pero seguro que tu me sacas de dudas.