Siempre sonrío al encontrarme con ellas, con las huellas que dejan los espiritus del bosque. Sonrío y me imagino a la urraca o a la abubilla dando pasos sobre esa tierra rojiza y esponjosa, depositada con las incontables avenidas que desde hace miles de años han ido erosionando las cumbres de la Sierra Calderona, corriendo pendiente abajo entre sus barrancos y ramblas y llegando aquí ya mas mansas y depositando esos limos y barros con el color del rodeno.
Los bancos de arena surgen ante mi y ante la manada que corre por encima, ellos también dejan sus huellas junto a las de los escarabajos y a las de las musarañas que se mueven en la noche, nerviosas y con sus corazoncitos siempre alterados, olisqueando y buscando entre la hojarasca..., siempre ajenos a los ojos de homo.
Me gusta contemplar esos rastros delicados..., realmente hablan, me gusta ver como esas arenas mantienen sus firmas esperando a que el viento las borre o a que la lluvia las mezcle.
Son señales de que la vida aquí, entre estos pinares sigue su ritmo, sus pautas...., mientras yo vivo como homo allí en la urbe, al ritmo que otros hombres me imponen.
2 comentarios:
Siga, siga escribiendo, Pedro ! Tienen mucho talento. Si ya terminaste tu libro, debes comenzar el siguiente.
Un saludo !
Gracias Marga..., trato de seguir escribiendo sobre las cosas que me emocionan...,aunque tan solo sea sobre estas huellas..., que posiblemente el viento de hoy ya halla borrado.
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