La luna de esta noche ha sido impresionante, intensa, blanca, cegadora y tan indiscreta que ni la noche misma ha podido dormir, incluso ella, la luna, tampoco se quería ir a dormir y de madrugada me sonreía somñolienta, jugando al escondite entre los pinos mientras el sol despuntaba por el mar.
La manada se ha dado su paseo y después, como siempre, han visto como me vestía de ciclista y como me marchaba con la Bicipalo, pedaleando tranquilo, sintiendo esos escasos 5 grados mordisqueandome la piernas desnudas y después bajando hasta casi o grados entre las umbrias y los hondos, ahí donde el aire frio se acumulaba y tiznaba de cristalitos las ramas muertas y los lomos de las rocas.
He ascendido por la pista del Campillo y he sentido el fascinante fenomeno de la inversión térmica, la tempertura ascendía a medida que ganaba metros de altura y el aire caliente se elevaba acompañandome.
He podido contemplar todo el golfo de Valencia y al mar convertido en una enorme marmita de estaño fundido. La costa era azul y las nieblas la velaban, difuminaban sus detalles, envolvían las torres de apartamentos y creaban un ambiente extraño, como si allí abajo no viviese nadie ni hubiese nada mas que el azul que lo teñía todo y esas neblinas que reptaban como sabanas ondulando a ras de tierra.
La distancia engañaba a mis ojos y creaba una realidad distinta a la que yo conocía..., según la recreación de mi mente, yo era el único habitante del planeta, el único que gozaba de unas vistas extraordinarias, el único que sentía a su organismo aspirando aire puro y trasformandolo en movimiento, en pedaladas que lentamente me llevaban hacia el Collado de la Morería.
Mis sentidos me decían que yo era la única que estaba viviendo un día inolvidable, una primavera a principios del invierno..., en ese momento he recordado el comentario de un lugareño, que movia la cabeza viendo como en el altiplano granadino, nevaba a mediados de abril.
- El lobo no se ha comido al invierno.