Déjate llover.
Paúl esbozo una leve sonrisa cuando el
lejano relámpago se reflejó en sus pupilas, surgió de entre las nubes oscuras
que lentamente se movían sobre la meseta. No eran esos cúmulos brutales que a
veces crecían como montañas de nieve algodonosa, eran nubes de tormenta mas
tímidas, no demasiado altas, con sus crestas y cumbres recibiendo los últimos
rayos del sol y volviéndose rosadas, como brasas incandescentes. Se movían
pesadamente, lentas, sin vientos racheados, como una tormenta vieja y fatigada,
como una tormenta que más que tronar murmurase, como si fuese una vieja
conocida que regresase a regar esas tierras que alguna vez acribilló con
piedras de hielo y que alguna vez zarandeó con sus vientos. Llegaba dejando
caer una ancha columna de agua, tan ancha como su panza oscura que poco a poco
se vaciaba, realmente era la misma nube muriendo, desprendiéndose hacia la
tierra. Bajo ella se formaba una especie de neblina que avanzaba hacia él y
hacia Atis y Tirma, las galgas escondían las colas entre los cuartos traseros y
gimoteaban, mientras la galga blanca y barcina, miraba abstraída hacia el
norte, como si no escuchase los truenos, sordos y cansados, pero que cada vez
resonaban mas cercanos, como si no olfatease el olor de la tierra mojada que
traía el aliento de la tormenta.
Poco a poco el rosa incandescente se fue apagando, sus panzas oscuras se
fueron aclarando y las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre el llano que
rodeaba a Paúl, pudo ver los impactos y como las gotas se deshacía en decenas
de ellas mas chiquitinas y ya con restos
de tierra dentro de ellas. Sintió como las gotas picoteaban sobre su piel,
contra su camisa, al tiempo que las fibras absorbían el agua de la nube.
Llegaron las sombras del ocaso y el destello de otro relámpago que
serpenteó entre esa nubes que se movían sobre Paúl, que dejaban caer su lluvia
sobre él y a su alrededor. Llovía y el aroma de la tierra impregnaba esa
neblina que ya les envolvía, sentía todas y cada una de esas gotas, de esa
cascada que ya resbalaba por su rostro y que manchaba sus perneras con el
barro, con la misma meseta que parecía bailar y flotar alrededor de unas galgas
que le miraban parpadeando y dejando que esa misma lluvia resbalase sobre sus
mantos atigrados, hasta que el agua calaba hasta la piel y entonces se sacudían
arrancando una sonrisa a Paúl, como cuando era niño y veía como las patas
traseras se elevaban desgarbadamente con cada sacudida y las galgas parecían
saber que eso le hacia reír y entonces ellas y los galgos también parecían reír,
como su madre cuando le decía.
- Déjate llover, cariño, déjate llover.
- Nos vamos a mojar –replicó aquella primera vez.
- Es verano Paúl, hace un rato tenías
calor…, ¿a que ahora no…?.
Negó con la cabeza riendo y corrió a abrazarla, los galgos y Churria trotaron tras él, estornudando y
volviendo a sacudirse esa lluvia que de nuevo le empapaba, que le acompañaba en
medio del páramo, en medio de esa noche que volvería a pasar a solas con Tirma y Atis, Gaia trotaba
completamente empapada, trotaba cabizbaja, adentrándose en la oscuridad,
regresando al majano, allí donde aún quedaba algo de aquel olor.
4 comentarios:
Ay que ve como eres!
Sin palabras.
Besicosssssssssss !
Es que tu mensaje llegaba justo cuando lo terminaba de escribir...., y me he dicho, para la moterazaaaa mas valiente y vivaz del sur español..., y puede que de la psnínsula.
Esos galgos deben dejarse llover y publicar...Cada vez más cerca; auguro buenos ladridos de contento y alegría bicípala...
Abrazo.
Poco a poco, Carmen....,pero sin parar, fijate como son los galgos que hasta se han llevado la mirada de esa persona..., sies que no se puede apartar la mirada de esos bichos fascinantes.
Ayer me quedé sin trabajo y cogí a mi madre y las dos chihuahuas de mi hermana y me subí al monte, aún me dio tiempo a salir con la collera y corrimos tres conejos, la segunda carrera fue preciosa, cortita de tan solo 4 o 5 segundos, aquí hay mucho pinar y no da para mas, pero fue muy intensa....,me gustó.
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