.
Hace tiempo que no entro en una iglesia, hace tiempo que no percibo ese olor que quedó fijado en mi memoria, cuando íbamos a misa con mi madre…, el olor del incienso y el eco de la voz del párroco, los perfiles de los feligreses, la esperanza en sus ojos, en su actitud sumisa ante el Cristo crucificado.
Con el tiempo, también he olvidado la serenidad de los templos, el silencio, la visión de la presencia solitaria de alguna persona rezando entre sus bancos…, pero no recuerdo haber sentido algo profundo bajo las bóvedas o entre las luces multicolores de las vidrieras, no recuerdo haber sentido a Dios, no recuerdo haber percibido algo espiritual algo mágico…, algo parecido a lo que sentí hace años cuando descubrí aquella piedra alzada en la pradera…, entonces ni me planteé que algún humano la hubiese erigido.
Dejé de pedalear, eché pie a tierra y observé aquel paraje, el tenue y extraño verdor de aquellas praderas, declinadas hacia las faldas de un cerrito que se elevaba cubierto de bosque bajo y con su cima plana mirando hacia aquella roca que apuntaba hacia un cielo luminoso y cegador, hacia un sol que se abatía sobre los montes de Altura llenándolos de calor y de luz, calentando las piedras de las ramblas, la tierra de los caminos blanquecinos y polvorientos y evaporando el agua que hace decenas o miles de años corrió por esos cursos ahora secos y pétreos, silenciosos y sin destellos.
Continué pedaleando, guiándome con el mapa militar y explorando aquella dura orografía y recordando esa sensación tan especial…, seguí pedaleando, alejándome, regresando a la civilización.
.
Unos años después.
.
Fue Joa quien lo dijo, casi en voz baja, como si ya lo supiese.
- Esa piedra es un menhir, Pedro…, y creo que hay poblados iberos cerca, lo he leído en el instituto.
Recuerdo su cara iluminada por la claridad que emanaba desde la pantalla de su portátil…, sentí un escalofrío y sonreí. Lo había percibido, en aquella primera pedalada en solitario, si…, de aquel lugar emanaba algo especial.
- ¿Vamos este sábado….? –le propuse.
- Bien.
Joa habría dicho también “bien”, si hubiese propuesto viajar a Stonehenge en bicicleta…., y aquel sábado de invierno visitamos en menhir del Cantal, ya no fue como aquella primera vez pero siguió siendo una visita especial, aquel lugar volvió a decirme que aquellas praderas, ahora desiertas y mudas, estuvieron en otras épocas, ocupadas por personas que se sentían seguras entre estas montañas, que se alimentaban de la tierra, de sus animales y que bebían de las fuentes y ríos que discurrían por aquí.
Buscando la armonía con Gaia, regresando al menhir como quien alza la vista y contempla la cruz en el silencio del templo.
Hablé con Joa por teléfono y volví a proponerle regresar el menhir.
- No es la ruta ideal para hacerla con este calor…, pero necesito volver allí.
- Vale, pues vamos al menhir.
Y el sabado volvimos a pedalear juntos, Joa habia perdido 5 kilos tras una obstinada diarrea que durante 50 horribles día la dejó escuálida, huesuda, menuda y angulosa como una galga…, pero ahí estaba pedaleando sobre los resecos caminos que se encaraban hacia las montañas de LLiria, de Altura, de Las Alcublas…, después de abandonar la pista de tierra del canal de riego de Benageber.
.
.
La observé tan delgadita, tan ajada pero tan tenaz como durante el invierno, como durante sus brillantes carreras a pie de montaña…, y temí que desfalleciese, pero no dejamos de pedalear, la adelanté sonriendo y aflojé un poco mis pedaladas, pude observar estos parajes resecos y serios, las gramíneas ya amarillas, pude oír el temprano chirriar de algunas cigarras guarecidas entre las agujas de los pinares aislados que surgían entre las fincas de cítricos que íbamos atravesando.
.
.
.
Volví a fijarme en las losas de roca que afloraban entre la pista blanquecina, en las matas de esparto espigadas, en sus fibras estrechas y resistentes que durante milenios usaron los primigenios pobladores de estas tierras para urdir fibras, lazos, cordadas, cestas…, vi también las flores amarillas de las “uvas de pastor”, vi las colinas y lomas que se iban sucediendo ante nosotros, las ramblas grisáceas y secas por debajo, serpenteando entre barrancos y cañones, descarnando taludes de tierras rojizas o marrones en los que los alcaudones perforaban sus túneles y vi por primera vez en mi vida la silueta amarilla de una oropéndola.
-Joa…
Y señalé, ella también la vió y sonrió…, el amarillo de su dorso resaltaba entre los grises de la roca, entre los verdes apagados de los pinos aislados y sedientos, entre las espigas del esparto…, era un amarillo vivo, ahí donde el silencio y el calor parecía detener la vida de un hombre de ciudad pedaleando hacia un santuario abandonado miles de años después de que aquellos hombres arrancasen la gran roca y la remolcasen hasta el prado que se guarecía tras unas montañas que se alzaron infranqueables cuando coronamos el alto de Abanillas.
.
.
Des allí arriba vimos las fachadas encaladas de las Masia de Abanillas…, Joa fijó sus ojillos en ella y despegó sus finos labios.
- Me gustaría pasar una temporada en unos de estos masos.
- No estaría mal…, sería una buena prueba, lejos de la civilización, del ruido, de la gente…, de la velocidad de nuestras vidas…, ¿no…?, ¿como vas…?.
- Bien, bien…, estoy contenta, me voy recuperando rápido.
Sonreí y nos dejamos caer hacia Abanillas, dejamos rodar las bicis sobre la tierra, nos movimos hacia esas montañas que crecían conforme nos acercábamos, seguimos perdiendo altura y empezamos a girar a izquierdas, atravesamos unas de las ramblas y volvimos a pedalear cuesta arriba, en silencio, bajo un sol que seguía ascendiendo, dominando un cielo sin nubes, incidiendo en nuestros antebrazos, en nuestras piernas, proyectando nuestras sombras.
Mis ojos volvieron a observar la rambla que se retorcía gravosa y árida a la izquierda de la pista, mi mente recordó mis propios sentimientos, mis propios pensamientos, rescataron las mismas percepciones y las mismas palabras que usé para describir aquella visita invernal al menhir. Hablé de las hojas amarillas de los chopos aislados que hundían sus raíces en el lecho de la rambla, bebiendo del agua oculta que en tiempos pasados corrió sobre los millones de cantos y guijarros vueltos ahora hacia el sol, que los cubrió de verdín y de algas y sobre los que nadaron truchas y barbos, sobre los que debieron encajarse reteles y cestas…, vi las montañas y esos prados abiertos a sus faldas, sin pinos, sin monte bajo y a veces cubiertos de lavanda…, paré y caminé sobre la vegetación marchita, busqué la sombra de un solitario pino y durante unos instantes escuché al viento murmurar entre sus agujas, el único sonido natural que emergía de aquellas tierras, de ese entorno demasiado calmo, demasiado natural…, y me sentí tan ignorante, me sentí tan sordo, me sentí tan burdo.
.
.
- El pino me ha hablado.
- ¿Y que te ha dicho…? –me preguntó Joa…, y la abracé.
- No lo se…, puede que me halla dicho que es momento de volver a la naturaleza, de tranquilizarme y de volver a creer en todo eso que decora a la Bicipalo.
Ella sonrió, seguimos pedaleando y llegamos al Cantal…, el menhir continuaba allí, apuntando hacia el cielo, dominando la pradera mágica…, aún teñida de un verde apagado y triste, pero vivo.
.
.
.
Nos sentamos junto a la roca y señalé hacia el cerro.
- Algún día subiremos allí…, me da que se asentaron en él.
Comimos unos panecillos y observamos el entorno, escuchamos el paso de un par de aviones, vimos sus fuselajes de aluminio refulgiendo sobre el cielo, escuchamos y vimos el vuelo de un pequeño bando de cuervos…, y me pregunté si se podría descubrir la calma y el sosiego en aquel lugar.
.
.
- Me preguntaba de cuanto nos podríamos desprender para poder acercarnos mas a todo esto, a este silencio, a esta calma…, no se, a la falta del estimulo continuo, de la paranoia del consumo…, estos días ando diciendome que debo vistar mas el foro de Vida Primitiva, lo he tenido demasiado tiempo olvidado.
- Tu de bastante… -susurró Joa- pero no le pidas a un joven que abandone todo eso con lo que ha crecido…, un móvil, una consola, un ordenador, una nevera llena de refrescos artificiales.
- Pensaba en mi…, no se puede obligar a nadie a que le guste esto…, pero noto que pasan los años, noto que me están pasando cosas en la cabeza que antes no me pasaban…, joder, noto como si se acabase el tiempo, como si tuviese que empezar a tomar decisiones ya…, y creo que si pudiésemos comprender a la naturaleza todo sería mas fluido, como mas sencillo y comprensible.
Joa sonrió…, y dejamos El cantal, volvimos a pedalear, coronamos de nuevo el Alto de Abanillas y nos alejamos de las tierras pobladas por aquellos iberos que vivieron de estas tierras, que sintieron algo alrededor de aquel menhir que les sobrevivió a todos, incluso al más anciano y sabio de ellos, incluso al más valiente de sus guerreros…, pasamos frente a las humildes viviendas de piedra que parecían surgir de la misma montañas, como paridas por las entrañas pétreas de la serranía.
.
.
Seguimos descendiendo hasta alcanzar de nuevo la pista del canal de riego y nos topamos con una nube de polvo que avanzaba hacia nosotros, algo se movía en ella, algo enorme, cabezas con cuernos que oscilaban con el sordo trote de la manda de bisontes.
- Ovejas.
.
.
.
Paramos y el polvo nos envolvió, percibimos el olor del ganado, de sus heces, de su lana, escuchamos el sonido de sus pezuñas, sus balidos…, dimos los buenos días al pastor y esperamos a que pasasen todas.
- Una vez ibamos cruzando Soria en coche, con mi viejo Fiesta, iba con Quique y Alex… -me dice Joa- y nos topamos con un rebaño enorme, era la primera vez que saliamos de la ciudad y yo estaba convencida de que el rebaño se tenia que apartar, saqué la cabeza por la ventanilla y le grité a la pastora “¡sorianaaa…¡, y nos atizó un bastonazo al coche…, aún lo recordamos y nos partimos de risa.
Joa.
4 comentarios:
Homo, que bien te queda tu nombre. Sabes? a mi me pasaba lo mismo que a ti cuando de cría tenía que ir a misa por obligación.Jamás sentí allí a Dios ni pude concentrarme jamás en lo que allí se representaba o decía..Por eso no visito los templos ni acudo a ritual alguno en ellos. Ha sido en la Naturaleza, en la vida que se mueve entre la vida donde oigo y veo, siento y pienso...Donde creo...
El menhir creo que ha aparecido de nuevo erigido en tus recuerdos cincelado de nostalgias y deseos.
Siempre me gusta como los describes y revives.
Besicos.
Hola Pedro:
Ya estoy liberado de la escayola, así que me siento libre o mejor, no limitado.
Cuando leía lo del menhir y sus fuerzas telúricas, me he venido a la cabeza mi primera visita al Mont Saint Michel, un lugar mágico y telúrico como ya sabían los monjes soldados que fundaron su abadía.
Es en estos lugares donde más cerca se siente uno de su espiritualidad, no en las iglesias, porque a diferencia de estas, esta conexión no está tutelada por ninguna religión o mejor, es la única verdadera religión de la que se puede fiar el hombre.
Un abrazo.
Lara..., ¿te has dado cuenta de que coincides con Josep Julian, bueno y conmigo...?.
Pues si, volví al menhir y volveré a el mas veces este verano si no pasa nada..., y me arriesgaré a subir al cerro y a escarbar un poco. Lo que daría por algun objeto sobre el que cerrar mi mano..., pero al tiempo me entristece saber que no ocurriría nada..., tengo poco de mediun, je, je, je.
Josep, me alegro de que te hallan "soltado" el brazo, ahora a recuperar la movilidad y el tono.
Y como bien dices, la mejor religion es la de los sentimientos, la de la percepcion de los lugares o de los momentos mágicos.
Un abrazo Josep.
BiciHomo, somos legión quienes creemos que la Naturaleza es Dios al aire libre...Por eso nada de naves dedicadas al culto de ningún tipo. Al cielo se mira mejor desde fuera.
No es necesario tener nada de mediúm, pues el espíritu del bosque no necesita de interlocutores, basta con sentir que, al rededor de uno mismo cada día se produce el milagro de la vida. Aunque a veces no nos damos cuenta...
Sube al menhir y piensa que eres ese Homo que lo llevó hasta allí tropecientos años atrás para reencontrarse con él ahora montado en bicicleta.jejeje...
Besicos.
Publicar un comentario