El domingo amaneció con una atmosfera fresca, demasiado fresca para una primavera que, a punto de dejar pasar al verano, reía y reía creando cúmulos con sus manos, haciéndolos crecer, soplando sobre ellos un humo blanco, casi deslumbrante que se elevaba hasta cubrir el cielo que unos minutos antes era azul…, después un latigazo, un resplandor en forma de nerviosa chispa y la lluvia se desprendía en forma de cortinas grisáceas que llenaban los horizontes de tonos oscuros, de grises, azules y de islotes de sol…, pero el domingo amaneció tranquilo, luminoso y con los vencejos sobrevolando mi calle y a mis propios ojos. Les dediqué una sonrisa y comencé a pedalear sobre la Flaca.
Salí de una Valencia aún dormida a las siete de la mañana…, dejé atrás el casco urbano y comencé a rodar entre campos de naranjos y con los perfiles azules de la Calderona ocupando el final de mi visión.
Pedaleaba relajado, echando miradas a los campos, al mismo cielo que aún permanecía sin una sola nube amenazando en convertirse en un cúmulo, mirando a la carretera…, y viéndolo. Imaginé que sería un perro…, pero no.
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Aflojé un poco, giré la cabeza y vi su grotesca mueca…, al zorro atropellado, con su vientre abierto y sus vísceras esparcidas por ese asfalto que ya había absorbido su sangre, sus fluidos…, sentí malestar, una extraña tristeza, me sentí casi culpable de ser hombre, me sentí impotente…, y lo imaginé minutos antes de morir.
Lo imaginé moviéndose sigilosamente entre los campos de naranjos, acechando a los ratones de campo o husmeando entre las basuras de homo…, ya cuando la claridad del amanecer desplazaba a las sombras de la noche y delataba su fantasmagórica presencia.
Sus patas le impulsaron desde los prados crecidos en los lindes de los campos, lanzó un par de zancadas sobre el asfalto y sus pupilas se contrajeron tratando de impedir que esos soles que surgieron de la oscuridad carbonizaran sus prodigiosas pupilas…, se contrajeron en un ultimo reflejo vital.
Seguí pedaleando y observando como las urracas ya se posaban en los postes de la conducción eléctrica, como graznaban y como observaban el cadáver caído sobre la carretera…, me fui alejando y recordando los mirlos que había visto muertos sobre el arcén durante la semana pasada, sus cuerpecitos frágiles y quietos, las patas contraídas y las alas cerradas…, y sus picos anaranjados silencioso, mudos, callados para siempre después de sus últimos cantos al amanecer.
Aún distinguí los restos resecos de algunos erizos atropellados…, y recordé las palabras de algunas personas que suelen decir que ese era el destino de esos animales…, y negué con la cabeza mientras pedaleaba.
- No, ese es el destino que homo ha elegido para ellos… -murmuré al viento, hablando en voz alta conmigo mismo, escuchando el paso de los eslabones sobre las pues, la resonancia típica del chasis de carbono.
El destino del zorro era regresar a su guarida, a su madriguera, alimentar a su camada y sestear cuando el sol estuviese muy alto y cuando el calor apretase. Esperar al crepusculo, a la noche…, para volver a salir. El destino del mirlo era cantar, remover la pinocha con su pico para atrapar hormigas, larvas, escarabajos…, el destino era levantar el vuelo y posarse cerca de su nido. Su destino era hacerme sonreír cada madrugada cuando los escuchaba en algun lecho, a veces acompañado y la mayoria de las ocasiones a solas o junto a mi padre hemipléjico, allí en las Tierras Altas. Er morir durante el invierno, hecho un ovillo, con sus plumas ahuecadas…, y el erizo habría continuado moviéndose bajo las lunas de los calidos veranos, devorando mas larvas, mas hormigas, saltamontes y langostas de tierra, lombrices y caracoles…, bajo su manto de puntiagudas cerdas…, era el destino de todos ellos hasta que homo deforestó los bosques, hasta que cubrió de asfalto las viejas trochas, las cañadas, aquellas sendas que abrieron con sus propios pies descalzos, después con los cascos de las caballerías, después con las ruedas de madera aún al paso de aquellos animales de tiro…, pensé en la Bicipalo , en mis rutas por la sierra, sobre esos caminos de tierra en las que muy pocas veces me he encontrado con sus moradores muertos…, si con algunos lagartos ocelados o con los lentos y torpes sapos que salen con la humedad nocturna o con los chaparrones…, pero parece que siempre hay algún todoterreno, algún automóvil que se aventura por las pistas forestales.
Parece que nada escapa a la intromisión de homo, a su egoísmo, a su falta de naturalidad, a su condición de plaga, a su capacidad de olvidar lo que es en realidad…, un ser vivo igual a todos esos que se pudren en el asfalto.
Rodé entre los pinares de las Canteras, escuché a los mirlos que aún podían cantar y volar, recordé el zorro que vi por Navidad en esta misma carretera…, y ya de vuelta eché pié a tierra cuando llegué a la altura del cadáver. Esperé a que no pasara ningún coche y me acerqué, lo cogí por la espesa cola…, noté sus pelos ásperos y ya calentados por el sol y lo arrastré hasta los prados amarilleados que crecían junto a los naranjos. Me sorprendió su peso, su pelaje claro y los estrechos intestinos escapando de su vientre reventado.
Lo dejé allí, sobre las gramíneas doradas, cerca de los hacendosos hormigueros, a la vista de las urracas que podrían carroñear sin miedo a ser atropelladas, al alcance de algún otro pequeño depredador nocturno…, lo dejé allí para que poco a poco volviese a la tierra, a su entorno, para que nadie volviese a atropellarlo.
4 comentarios:
Ay¡ homo, que pasaría si algunos hombres no fueran tan sensibles a la vida que se pierde también entre la alocada vida...
Ese gesto vuelve a decir tanto de ti, que no me da miedo salir del bosque con mis zarpicas al trote para cruzar hasta las Tierras Altas y ver al zorro escondido entre las gramíneas doradas para que, poco a poco, se haga de nuevo con la tierra.
Besicos buen hombre.
Lara, Lara...., esta semana volvía salir con la Flaca y eché una mirada al cuerpo..., ya estaba casi momificado por el calor pero me dió la sensación que habia alimentado a muchos otros seres del Bosque..., poco a poco se va confundiendo con esos tallos dorados de las brozas.
Y cruza cuantas veecs quieras..., y el caso es que te he visto convertida en gata y saltando como el cachorrillo de su imagen.
Besitos..., que tu también eres una Niña Buena..., je, je, je.
Por esquivar a un zorro de esos que tanta pena te dan casi me mato hace 2 semanas porque perdí el control del coche en plena autopista. Si me vuelve a pasar ni me lo pienso, me lo llevo por delante.
No te paras a pensar en que esos lindos zorros y animales que se cruzan en las carreteras muchas veces provocan accidentes con heridos y muertos. Pero el malo es el hombre por ver por su propia vida y no por la del animal, claro que sí.
Vamos a ver anónimo, si a mi se me cruza un zorro en la carretera posiblemente lo atropellaria, o como mucho trataría de frenar...,pero obviamente mi vida es mas importante que la del zorro, y la tuya también es mas importante, Anonimo. En el texto simplemente reflexiono sobre como el hombre está influyendo negativamente en la naturaleza. Los recursos de la Naturaleza están ahí para que los explotemos,pero eso no nos da patente de corso para exterminar a todos los animales porque nos molestan. Por cierto Anonimo, los zorros, los jabalies (que hacen mas daño a los coches), los ciervos, los erizos..., etc, etc, etc...., estaban antes que nosotros y han sido nuestras carreteras las que han invadido sus habitas, eso es importante que también lo tengas claro, ¿a que en la ciudad no se te cruza ningun zorro o algun jabalí...?, sin embargo si que se cruzan imprudentes en coche que causan mas muertos y heridos que los zorros y los jablaies. Pero te lo repito..., yo también lo atropellaria, pero a mi pesar.
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