El año pasado los fotografié para ilustrar las letras que terminarían titulándose “Pedaladas al amanecer”, me fijé en aquellos lirios y pedaleé en solitario como siempre, recuerdo que fue una ruta agradable, recuerdo que fue una semana también agradable aquí en las Tierras Altas, con temperaturas agradables, con los perros, con mi soledad natural y asumida, tranquila y soportable…, y hoy he vuelto a pedalear al amanecer, esperando encontrarme a esos primeros lirios que brotaban en los taludes rocosos del camino del Campillo y que asciende hacia la Moreria.
He vuelto a pedalear a solas, pero con una nueva soledad algo dolorosa, triste, en una soledad a la que había olvidado desde que pedaleaba junto a ella. Quizás por eso no he subido por el Campillo, he girado a izquierdas y he subido por la Vigueta …, para esforzarme y concentrarme en sus duras rampas.
El sol iluminando algunas cumbres me ha hecho sonreír pese al frío, el cielo despejado me ha tranquilizado pese a esa soledad que a veces parecía hablar desde el camino, desde los pinos, desde las piedras…, para tranquilizarme, para sosegarme un poco…, parecía decir pedalada tras pedalada.
- Tranquilo…, vuelves a lo que hacías antes, vuelves a tu mundo.
- Al decorado, vuelvo al decorado – he respondido- después de causar dolor, después de hacer promesas que no ibas a cumplir, después de no enterarte ni de entender a las personas.
Descubrí el boquete que abrí en la bóveda del decorado y allí estaba la barca, tardé poco en remar, en alcanzar la orilla, en cruzar la arena, siempre la misma cantidad de granos y en el mismo orden…, y entré en casa. Allí estaban todos, ellos dos, mis padres y un montón de “Yos”, un montón de personas como yo, uno vestido de ciclista, otro con virutas entre sus ropas, otro desnudo, otro como envuelto en una tunica grisácea que parecía agitada por un viento continuo que la alzaba, que cubría sus ojos y que le obligaba a mover los brazos para no tropezar.
- De vuelta a casa Truman…. –murmuró alguien, alguno de esos “Yos” o puede que fuese yo mismo. En ese momento oí como golpeteos, como golpes…, miré hacia el decorado y ví a otros “Yos” que tapaban el boquete con tablas que clavaban con pistolas grapadoras neumáticas…, me miraron y durante unos instantes dejaron de grapar…, era curioso, no veía la maguera del aire conectada a las pistolas, sin aire no podían grapar, no podían clavar…, solo golpear con el cabezal, hacer el ruido y sujetar las tablas con las manos para impedir que se cayeran.
Rodando a la sombra de las montañas que encajonan la pista hacia la Font de la Gota me he encontrado con unas bancales floridos con la alegría de los almendros, con unas pequeñas y tiernas hojas brotando con la energía acumulada durante el sueño invernal y por encima de ellos, esos peñascos en los que las águilas perdiceras suelen anidar, ya iluminados por el sol…, tan esquivo durante las ultimas semanas.
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Y ha vuelto el silencio, mi respiración, la rodadura, las voces de un par de pelotones que he rebasado remontando hacia el cruce de Vigueta con la Font de Berro.
A solas, sin nadie a quien seguir, bueno si…, siguiendo los rastros de otros ciclistas sobre el barro endurecido, he percibido un murmullo que me ha hecho sonreír de nuevo…, agua, agua discurriendo por la garganta del barranco, era el agua fundida de las nevadas que habían caído en la serranía durante el invierno que aún atenazaba la atmosfera, de ese hielo que cubrió las montañas durante unas semanas y que aquel sábado nos impidió completar la ruta a Joa y a mi.
He remontado con calma, engranando el plato pequeño, sin esforzarme demasiado, pero aún así sintiendo el frío de la helada nocturna penetrando en mi garganta y manteniendo aún congelados algunos de los regueros de agua que se precipitaban hacia ese torrente que seguía escuchando discurrir por el fondo del vallecillo.
Hielo…, formaba líneas en los charcos que volvían a recibirme cuando coronaba, cuando salía del barranco, esos charcos de los que también hablé durante el invierno del año pasado…, huellas de bicicletas sobre el barro prensado y el silencio.
He alcanzado el cruce, he dado unas pocas pedaladas mas y he echado pié a tierra, durante unos instantes he estado parado, tratando de escuchar aquel repiqueteo que nos regaló algún pájaro carpintero hace quince días, cuando Joa y yo regresábamos de Gatova después de presenciar la matanza del cerdo en la plaza del ayuntamiento, bueno realmente lo degollaron en el matadero pero lo llevaron a la plaza para desollarlo.
Taca, taca, taca…, escuchamos en aquel momento de calma, volvimos a escucharlo, taca, taca, taca…, y dije.
- Venga lo oímos una vez mas y continuamos.
Taca, taca, taca…
- Bueno, una vez mas.
Taca, taca, taca…
Y nos marchamos.
Pero hoy no lo he escuchado, si los trinos de algunas avecillas, las llamadas vivas y sonoras respondiendo a esos rayos de sol tan deseados. Después he virado a derechas y he seguido pedaleando hacia la Mocha , encontrándome con las charcos helados, con regatos de agua que la montaña continuaba derramando lentamente, día tras día, hora tras hora, tiempo tras tiempo, noche tras noche, en todo momento…, lo viese yo o cualquier otro ciclista, cualquier senderista, cualquier excursionista. Y como siempre echando miradas hacia la Vigueta , hacia el fondo del valle por el que acababa de subir…, de nuevo deseando fijar esas imágenes, de nuevo preguntándome si solo serían eso, imágenes sin mas o sensaciones de ese momento que pervivirían para alimentar mi ánimo durante algunos días, como si mi organismo agradeciese esas visiones para si mismo mas allá de lo que pudiese sentir yo mismo, mi yo consciente.
Pedalada tras pedalada he remontado el repechito pedregoso hasta la Mocha y me he dejado caer hacia la Font de Poll, he agradecido sentir el sol de frente…, estaba en la cumbre y por eso me iluminaba, por eso me aportaba algo de calor, de calidez que ha desaparecido al alcanzar la umbría de la fuente, al rodar frente a las casas de la Falaguera y hasta alcanzar la Moreria.
He continuado al frente, siguiendo el descenso, otra vez bajo el sol y cruzándome con otros ciclistas que había rebasado en la pista que sale desde el Pla de Lucas…, sin dejar de descender, sin dejar de sentir las vibraciones en el manillar de la Bicipalo , los sonidos de siempre, el traqueteo del chasis, los golpes de la cadena con los baches fuertes, el murmullo del viento en mis orejas…, como siempre.
El desvío hacia la Font de L´abella ha quedado a mi derecha…, el año pasado lo tomé, desde su mirador hice las fotos que también ilustraron aquellas “Pedaladas al amanecer”, pero esta vez he seguido al frente por las pista del Campillo, a solas como aquel marzo del año pasado, como en este mismo momento y sin mirar atrás, sin esperar en los cruces o en los altos.
Las curvas se han ido sucediendo, a izquierdas, a derechas…, algo de llaneo, pedaladas y de nuevo ese descenso, los virajes y los taludes de piedra gris que han comenzado a crecer a mi izquierda al tiempo que empezaba a frenar, a perder velocidad para poder mirar hacia ese lado, hacia la base de las paredes repletas de tomillos en flor, de jaras decoradas con sus margaritas lilas y de ellos…, de esos bulbos que han estado enterrados y que estarán año tras año hasta que por primavera, hasta que cuando la temperatura sea la adecuada germinarían…, como ya lo habían hecho, allí estaban los lirios, azules y blancos, hermosos y surgidos desde la intimidad de la serranía.
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Enterrados entre restos de tierra arrastrada desde la misma pista, desde las cimas de las paredes cubiertas aún de pinar y de monte bajo…, enterrados en el silencio y en la oscuridad, a veces contaminada por la vibración provocada por los todoterreno, por la maquinaria forestal que remontó estas pistas durante los desmontes y talas. Bajo tierra y ajenos al devenir de homo, al mío mismo, ajenos a la compleja sociedad sapiens, a la sociedad en la que nos movemos, a las circunstancias que nos envuelven y que nos hacen reír o llorar, que nos invitan a sonreír o a llorar, a pensar el trabajo de mañana, en las facturas, en los pagos o en el tiempo. Ajenos a la demencial dinámica de nuestras vidas civilizadas…, hasta que emergen en silencio, rompiendo el humus acumulado durante el año lentamente, sin que ninguno lo veamos, ajenos a ellos, allí en la urbe…, sin poder percibir jamás el crujido, los chasquidos de esas hojas verdes y aguzadas emergiendo, naciendo de nuevo.
4 comentarios:
Los lirios. Que a veces nacen por sí solos, sin necesidad de que los plante nadie. Cerca de mi entorno nacen esos lirios azules que tiñen las manos de añil y son un regalo para los sentidos.
Como la descripción tan real que haces de tus pedaladas. Consigues, repito, que se visualice sin salir de casa el recorrido con la Bicipalo, en plena Naturaleza. Y, por otra parte, he podido ver como tiñes de huellas cercanas y sentidas tus maillots. Como, junto con la bicicleta, recreas esa otra pasión que es para ti la prehistoria. Y tu propia humanidad.
Es un placer llegar hasta aquí y sentarse en el camino a leer tus percepciones.
Un abrazo.
Hola Pedro:
Hce casi un año que te sigo y si no recuerdo mal fue sobre una entrada que hablaba de vencejos. ¿Han llegado ya?
Un abrazo.
Los esperaba Lara, los esperaba casi ansioso, eran como la señal de que poco a poco los dias se irian alargando, de que el frescor de la mañana me animaria y me haria silvar de alegria..., y allí estaban.
Hoy he vuelto a salir con la Bicipalo y he vuelto a verlos..., hoy no habia nadie por la sierra y el silencio era hermoso y tan sereno.
¿Que tal Josep...?, recuerdo con mucho carió aquella entrada sobre los vencejos..., aún no han llegado, imagino que pronto atravesarán Äfrica y los tendremos por aquí. La rueda de la Naturaleza no cesa Josep, ella no entiende de ciclos economicos ni de crisis, eso son cosas de Homo..., volverán los vencejos y espero que este año, pese a todo..., mis ilusiones sean algo mas fuertes que por entonces, aunque recordarás que ella tambien llegó con los vencejos..., ah, tambien me he acordado de aquel limonero o naranjo que tu familiar tuvo que talar..., ¿lo recuerdas...?.
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